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lunes, 15 de septiembre de 2014

Un viaje a madrid - Cap. VII

El teatro de la Princesa era nuevo para mí. Es el más hermoso de la capital... y el que está más lejos. Un poco más lejos cada noche. ¿Más lejos de qué? ¿Más lejos de quién? podrá preguntar el propietario. Tiene razón; me he dejado arrebatar del lirismo que, como ya se sabe, es esencialmente subjetivo. Quería yo decir lejos de la Cervecería Escocesa, que es donde yo tomo café y donde murmuro.
Pero en fin, andando, andando mucho, o pagando un coche, al cabo se llega a la Princesa. La compañía del teatro de la Princesa, cuando yo la vi, era media naranja. Se andaba en arreglos para juntarla con la otra media... que estaba en el teatro de Ceferino Palencia, ese Tespis que quiere dos ruedas para que ande su carro y no las encuentra. Entre María (suple Tubau) y Mario tenemos la naranja entera... aunque yo me permito creer que todavía le faltan algunos pedazos. Y puede ser que le sobren otros. En fin, Palencia acabará por ser un gran empresario como empezó por ser un buen poeta cómico.
La Princesa tuvo este año el acierto de estrenar obras originales. Por lo menos de una me acuerdo yo. Se llamaba El archimillonario, y era una comedia en tres actos y en prosa, si mal no recuerdo. Cojo los textos, los autores que de esto tratan, y en efecto, según Fernanflor, mi distinguido compañero en la Ilustración Ibérica, es cosa segura, segura, que El archimillonario estaba en prosa, y si vive todavía en prosa seguirá estando. De lo que yo no hago memoria es de lo demás que Fernanflor dice de la prosa de esa comedia, a saber: que ha sido elogiada por su corrección, propiedad y parsimonia.
Puede ser; pero yo no recuerdo eso. Lo de la corrección y propiedad es difícil cogerlo al oído. En cuanto a lo de la parsimonia, desde luego lo concedo. Pero en cambio ignoro lo que pueda adelantar una prosa con tener parsimonia; y es más, ignoro, otro sí, como la puede tener. Porque parsimonia significa frugalidad y moderación en los gastos, y esto más le conviene a Camacho que a la prosa de las comedias. También significa parsimonia tanto como circunspección, templanza, pero tampoco eso tiene nada que ver. En fin, no importa: siempre será un hecho que está en prosa El archimillonario.
Sigue diciendo Fernanflor (al cual he acudido, entre otros motivos para acordarme como se llamaban los personajes) dice Fernanflor que el público discutió la comedia ¿y porqué? hombre, porque... quiso, parece lo natural contestar. Pues no, señor; verán ustedes por qué: «porque tiene grande novedad, que rompe con los patrones hechos.» De esto de los patrones puedo yo decir algo porque me acuerdo; en efecto, verán ustedes:
El duque de Toledo (a quien nunca debe perdonarle el autor de la comedia aquella manera de ser duque a lo lacayo) el duque de Toledo tiene dos hijas: la menor no recuerdo cómo se llama, porque tampoco lo dice Fernanflor, pero tiene estas señas: se quiere casar, y como la dejen se casa; para lo cual ya tiene un novio dispuesto, y hasta avisado el padrino de la boda, que es nada menos que el Presidente del Consejo de ministros. Aquí es donde empieza a romper patrones hechos el poeta; porque eso de hacer venir un Presidente, un Cánovas, como quien dice, para firmar unos desposorios y un indulto y luego marcharse y no volver, es cosa nueva y digna del ministerio relámpago. En efecto, pocos serían los españoles, poetas o cesantes, que dejasen escapar a un Presidente del Consejo de ministros, una vez traído por los cabellos.
Tan importante como el padrino Presidente, es, a su modo, uno de los testigos que se llama Félix Signey y tiene más millones que pesa ¡y cuidado si pesa! Como no hay dicha completa en el mundo, Signey es hospiciano. Aquí no me dirá Fernanflor que se rompen patrones, porque hospicianos interesantes han salido muchos a las tablas desde Antony acá, y aun mucho antes.
Además de inclusero Signey es de oficio escéptico. Es un Protágoras adinerado. Solo que lo dice a tontas y a locas, venga o no a cuento, y hasta a las señoritas. «¡Pero hombre qué feliz será V. con tanto dinero y ese corazón de oro, que todo es dinero!» le dice, pongo por caso, cualquiera. Y contesta Signey: «¡Quite V. allá, hombre; si no fuera este pícaro escepticismo... que no me deja descansar un momento!» Por supuesto que Signey no dice estas mismas palabras, ni el otro las otras; usan la prosa correcta y con parsimonia de que se habló antes; pero ello es que en sustancia resulta lo mismo; esto es: que Signey se queja del escepticismo como si fuera el reuma, o el baile de San Vito.
Otra novedad de esta comedia, siempre según Fernanflor, es que no es imitación de las obras dramáticas famosas del día. En efecto, en esto hay grande novedad, y es asimismo indiscutible que El archimillonario no se parece a ninguna obra famosa que haya llegado a mis noticias.
Otra novedad consiste en que «ni uno solo de los conflictos que se van presentando se resuelve de una manera prevista». Estoy conforme también. Allí todo sucede como nadie podía esperar. Van ustedes a ver: Signey se encuentra con el Presidente del Consejo de ministros, y a los cinco minutos ya se ha firmado un recibito en que el Archimillonario salva la Hacienda Pública cubriendo un empréstito de trescientos mil millones, o cosa así. ¿Quién podía prever esto? No sería Camacho. Y ¿por qué entrega tanto dinero Signey al Gobierno, estando como debe de estar seguro de que no volverá a ver un cuarto?
Pues esto es más imprevisto, si cabe. La niña, la que se va a casar, oye que hay abajo una señora que pide el indulto de su marido, que es un militar que se ha sublevado (mal hecho); el Cánovas del cotarro jura y perjura que no hay perdón que valga, que es preciso hacer un escarmiento, que el país necesita... en fin, que no hay indulto, y no cansar. (Tampoco es esta la prosa de la comedia, por supuesto). ¿Qué no? Pues ya no se casa la niña... y se echa a llorar la novia, y el novio poco menos, y nada, el Presidente no se ablanda. Pero ello hay que firmar los esponsales, o lo que sea, y además terminar el acto. Entonces Signey se acerca al Ministro y le dice: el indulto por el empréstito. El Ministro acepta; se firma el papelito de marras, que parece el de una multa por verter aguas menores fuera de su sitio, y... comienza otro conflicto; pero éste más fácil de prever. Se trata de la otra hija soltera del duque, Clarita, que andaba por allí gimiendo y llorando, y ahora resulta que tiene un chico, vamos un hijo, en París, y que le ha perdido y que no hay quien dé con él. No crean ustedes que vamos a salir con que el hijo de Clara es Signey, porque era hospiciano. Esto se le ocurrió a un espectador, vecino mío, muy amigo de que todas las peripecias acaben en anagnórisis. Y decía él, guiñando el ojo: -¿Qué apostamos que este inclusero es el hijo de la chica? -¡Pero hombre, si le dobla la edad a ella! -Eso no importa, porque alguna licencia poética se ha de conceder a los autores. Yo en política soy conservador; pero en el teatro, ancha Castilla. Además, ahí está Catalina, que le atribuyó a Masanielo un hijo que tenía más años que su padre...
No acertó mi vecino; Signey no es hijo de Clara; quiere ser su protector, quiere buscarle el chico, o poco ha de poder. Y, o yo entendí mal, o aquí tenemos la tesis del drama, el nudo y todo lo que ustedes quieran. «Para buscar chicos perdidos, no hay como los archimillonarios, sobre todo después que se inventó el teléfono y el fonógrafo y demás maravillas Edisson».
Por si me equivoco, a mi ilustrado colega Fernanflor me atengo. Y dice así: «Los personajes que juzga (este juzga debe de ser errata; será juzgan, porque el sujeto suplido es espectadores) importantes en el primer acto, descienden pronto de su categoría; los protagonistas (?) adquieren rápidamente prodigiosas figuras (supongo que una cada uno nada más) y cuando el público juzga (ya van dos juicios, pero este será en segunda instancia) que el autor prepara una felicidad dudosa, se encuentra conque parten por distintos caminos (¿quién parte? Yo lo explicaré después) para recordarse eternamente en la tristeza.»
Este párrafo necesita algunas aclaraciones para los que no hayan visto la comedia. Lo de descender de categoría los personajes debe de ser porque, como Fernanflor es amigo particular del poeta, habrá tenido noticias reservadas que le permitan creer en la caída del Gabinete presidido por el Sr. Mario. Sin duda el poder moderador tomó a mal que se le propusiera el indulto de marras y... por eso. No siendo así no me explico eso de descender de su categoría; yo veo que en la comedia ninguno desciende de su categoría; el novio es el único que desciende o cae de su burro, y se llama a engaño y viene a decir, que como no escondan bien al hijo de su futura cuñada él no se casa con nadie. A todo esto, la niña que ha de contraer justas nupcias, no sabe por qué no se llevan las cosas adelante. Si alguna vez procura enterarse de algo, su padre, el Sr. Duque de Toledo, le contesta con tono imperioso y lleno de misterio: -¡Niña, vete al invernadero! -De ser académico hubiera dicho: ¡niña, vete a la estufa o invernáculo!
En cuanto a lo de aquella felicidad dudosa que parece que se prepara y no se prepara tal, se refiere a que al Archimillonario se le ocurre por un momento que tal vez sería feliz casándose con Clara, la madre del niño perdido y hallado en el teléfono; en efecto, el público cree, o no cree (porque in dubiis libertas) que se van a casar... y... no señor, «parten por distintos caminos para recordarse eternamente en la tristeza.» ¿Y por qué no se casan? Porque al Archimillonario al ir a declararse se le ocurre acordarse de su enfermedad crónica. ¡Si no fuera este escepticismo que ha de acabar conmigo! dice él, aunque es claro que con mucha más elegancia y parsimonia que lo digo yo. Y por el pícaro escepticismo no se casa. Los que no recuerdo si contraen por fin matrimonio, son los otros dos, los que se iban a casar en el primer acto. Fernanflor nada dice sobre el particular, y como yo no me fío de mi memoria, dejo este punto sin aclarar.
Lo que dice Fernanflor es: «¡que realmente todos los millones de la tierra no pueden compensar el sentir odio contra una madre!» Ya lo creo, como que ese odio no se debe sentir por mala que haya sido una madre. Para hacernos más interesante a Signey, Fernanflor nos dice que está herido «en las fibras más sublimes de su alma».
Aquí, con harto disgusto de mi corazón, me separo del ex-lunático. No, no admito, no puedo admitir eso de la mayor o menor sublimidad de las fibras del alma: o Fernanflor no sabe lo que es sublimidad, o no sabe lo que son fibras.
Y no sólo tengo que contradecir al acreditado revistero del Liberal, sino a otro personaje de mucho más alta categoría. Vean ustedes por qué. Dice Fernanflor:
«Con razón decía el ilustre Tamayo, después de haber visto la obra: -¡Novo y Colson ha descubierto uno de esos criaderos de diamantes que los autores dramáticos descubren cada veinte años!»
Como no hay que pensar en que un académico tan sabio diga una cosa por otra, resulta que, según Tamayo, los autores dramáticos descubren un criadero de diamantes cada veinte años.
Yo juro que Marcos Zapata, autor dramático, y bueno, hace más de veinte años, no ha descubierto todavía ningún criadero de piedras preciosas.
Lo que hay es que el argumento del Archimillonario está lleno de billetes de banco... pero a cobrar en la cueva de Montesinos.
Como ni Fernanflor ni yo queremos exagerar, no negaremos que El archimillonario tiene algunos defectos; los tiene.
Allá van, según Fernanflor; porque yo, la verdad, tampoco me acuerdo bien de los defectos; solo puedo asegurar, así en conjunto, que los había; es más, que no había otra cosa apenas.
Copio: «Tiene esta obra un grave defecto; (este defecto va a resultar con tres personas como la Santísima Trinidad): no están completamente desarrollados los caracteres, las situaciones, ni los efectos.» ¡Ahí es nada! -Pero fijense ustedes en la suavidad con que pone Fernanflor al servicio de la benevolencia las matemáticas y la teoría de las hipóstasis. Dice que hay un grave defecto, y después salimos con que, primero, no están desarrollados los caracteres, y esto es ya un defecto por sí solo, o mejor, tantos defectos como caracteres no estén desarrollados; segundo, no están desarrolladas las situaciones (digo lo mismo); y tercero, no están desarrollados los efectos.
¿Y cómo se explica, Fernanflor, que una comedia de tan escaso desarrollo haya roto tantos patrones hechos? -Para romper patrones y descoser la ropa, parece más a propósito la criatura muy robusta y desarrollada; pero a un ser raquítico como ese que Fernanflor nos pinta, cualquier ropa debe de venirle ancha.
«Esta obra, sigue diciendo Fernanflor, demuestra en su autor condiciones excepcionales.» Eso no lo niego yo.
Y también estoy conforme con esto: «Hay también alguna inverosimilitud de bulto.»
Lo que niego, ahora que me acuerdo, es que todos los efectos estén poco desarrollados, como dice el crítico. No lo dirá por el efecto del final del segundo acto. Aquellas dos monjas que se presentan allí, por el foro, podrán no venir a cuento; pero en punto a desarrollo, no dejan nada que desear.
Por cierto que un poeta dramático (que tampoco ha encontrado ningún criadero de diamantes) me decía al presentarse las monjitas:
-¡No me negará V. que esto es un golpe teatral!
-No, señor, no niego; son dos golpes, si usted quiere; uno por cada monja.
Una de las cosas que prueba el Archimillonario, según Fernanflor; otra vez, es... sanidad de sentimiento. Vaya por la sanidad; de modo que por eso y por tratarse de un archimillonario, casi se puede decir que esa comedia prueba... salud y pesetas.
Y ahora voy a terminar este capítulo, que ya es hora; y voy a terminar con unas palabras del apóstol; de Fernanflor quiero decir:
«¿Qué necesita el Sr. Novo y Colson? (el autor de esta comedia se llama así). Lo que hoy falta en la escena, en el público y en los periodistas. Juzgar las obras por ellas mismas y no por el nombre de sus autores. Una de las cosas que más le perjudican al Sr. Novo es tener una posición social marcada, (¡una posición social marcada, señor Fernanflor!... ¡fíjese V. en lo que dice!) es teniente de navío. (No veo la marca, ni veo el perjuicio). Es, por lo tanto, en literatura un hombre al agua.» Fernanflor pinxit.

Nota
He recibido, después de escrito este folleto, varias obras, de algunas de las cuales hablaré con la extensión que merezcan en el folleto próximo, o en alguno de los que le sigan. Por hoy no hago más que dar las gracias a los autores respectivos y decir que se trata de los señores y de los libros que a continuación enumero:

Riverita. -Novela en dos tomos, por Armando Palacio. (Para los pedidos de esta obra, dirigirse a don Victoriano Suárez, Jacometrezo, 72, Madrid.)
El Taciturno. -Novela, por D. Eduardo Gómez Sigura.
Vilaniu. -Novela (en catalán), por D. Narciso Oller.
Dos Amores. -Novela (París), por D. Leopoldo García-Ramón. (Madrid, Victoriano Suárez).
El Patio Andaluz. -Cuadros de costumbres, por D. Salvador Rueda.
Humoradas. -(Versos), por D. José Martínez Medina.
Llibret de versos. -Por Teodor Llorente (Valencia).
Poesías de Heine. -Libro de los Cantares. -Traducción directa, por D. Teodoro Llorente.
La Pena de Muerte. -(Drama), por D. Pedro de la Cuesta.
El Año Pasado. -(Crítica), por D. José Ixart. (Barcelona).
De todas las obras que reciba el autor de estos folletos se dará cuenta en ellos; pero solo se promete una sencilla noticia, no un examen que se reserva para los libros que, por un concepto o por otro, lo merezcan en opinión del que esto escribe.

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo) 

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