El
teatro de la Princesa era nuevo para mí. Es el más hermoso de la
capital... y el que está más lejos. Un poco más lejos cada noche.
¿Más lejos de qué? ¿Más lejos de quién? podrá preguntar el
propietario. Tiene razón; me he dejado arrebatar del lirismo que,
como ya se sabe, es esencialmente subjetivo. Quería yo decir lejos
de la Cervecería
Escocesa, que
es donde yo tomo café y donde murmuro.
Pero
en fin, andando, andando mucho, o pagando un coche, al cabo se llega
a la Princesa. La compañía del teatro de la Princesa, cuando yo la
vi, era media naranja. Se andaba en arreglos para juntarla con la
otra media... que estaba en el teatro de Ceferino Palencia, ese
Tespis que quiere dos ruedas para que ande su carro y no las
encuentra. Entre María
(suple
Tubau) y Mario tenemos la naranja entera... aunque yo me permito
creer que todavía le faltan algunos pedazos. Y puede ser que le
sobren otros. En fin, Palencia acabará por ser un gran empresario
como empezó por ser un buen poeta cómico.
La
Princesa tuvo este año el acierto de estrenar obras originales. Por
lo menos de una me acuerdo yo. Se llamaba El
archimillonario, y
era una comedia en tres actos y en prosa, si mal no recuerdo. Cojo
los textos, los autores que de esto tratan, y en efecto, según
Fernanflor, mi distinguido compañero en la Ilustración
Ibérica, es
cosa segura, segura, que El
archimillonario estaba
en prosa, y si vive todavía en prosa seguirá estando. De lo que yo
no hago memoria es de lo demás que Fernanflor dice de la prosa de
esa comedia, a saber: que ha sido elogiada por su corrección,
propiedad y parsimonia.
Puede
ser; pero yo no recuerdo eso. Lo de la corrección y propiedad es
difícil cogerlo al oído. En cuanto a lo de la parsimonia, desde
luego lo concedo. Pero en cambio ignoro lo que pueda adelantar una
prosa con tener parsimonia; y es más, ignoro, otro sí, como la
puede tener. Porque parsimonia significa frugalidad y moderación en
los gastos, y esto más le conviene a Camacho que a la prosa de las
comedias. También significa parsimonia tanto como circunspección,
templanza, pero tampoco eso tiene nada que ver. En fin, no importa:
siempre será un hecho que está en prosa El
archimillonario.
Sigue
diciendo Fernanflor (al cual he acudido, entre otros motivos para
acordarme como se llamaban los personajes) dice Fernanflor que el
público discutió la comedia ¿y porqué? hombre, porque... quiso,
parece lo natural contestar. Pues no, señor; verán ustedes por qué:
«porque tiene grande novedad, que rompe con los patrones hechos.»
De esto de los patrones puedo yo decir algo porque me acuerdo; en
efecto, verán ustedes:
El
duque de Toledo (a quien nunca debe perdonarle el autor de la comedia
aquella manera de ser duque a lo lacayo) el duque de Toledo tiene dos
hijas: la menor no recuerdo cómo se llama, porque tampoco lo dice
Fernanflor, pero tiene estas señas: se quiere casar, y como la dejen
se casa; para lo cual ya tiene un novio dispuesto, y hasta avisado el
padrino de la boda, que es nada menos que el Presidente del Consejo
de ministros. Aquí es donde empieza a romper patrones hechos el
poeta; porque eso de hacer venir un Presidente, un Cánovas, como
quien dice, para firmar unos desposorios y un indulto y luego
marcharse y no volver, es cosa nueva y digna del ministerio
relámpago. En
efecto, pocos serían los españoles, poetas o cesantes, que dejasen
escapar a un Presidente del Consejo de ministros, una vez traído por
los cabellos.
Tan
importante como el padrino Presidente, es, a su modo, uno de los
testigos que se llama Félix Signey y tiene más millones que pesa ¡y
cuidado si pesa! Como no hay dicha completa en el mundo, Signey es
hospiciano. Aquí no me dirá Fernanflor que se rompen patrones,
porque hospicianos interesantes han salido muchos a las tablas desde
Antony acá, y aun mucho antes.
Además
de inclusero Signey es de oficio escéptico. Es un Protágoras
adinerado. Solo que lo dice a tontas y a locas, venga o no a cuento,
y hasta a las señoritas. «¡Pero hombre qué feliz será V. con
tanto dinero y ese corazón de oro, que todo es dinero!» le dice,
pongo por caso, cualquiera. Y contesta Signey: «¡Quite V. allá,
hombre; si no fuera este pícaro escepticismo... que no me deja
descansar un momento!» Por supuesto que Signey no dice estas mismas
palabras, ni el otro las otras; usan la prosa correcta y con
parsimonia de que se habló antes; pero ello es que en sustancia
resulta lo mismo; esto es: que Signey se queja del escepticismo como
si fuera el reuma, o el baile de San Vito.
Otra
novedad de esta comedia, siempre según Fernanflor, es que no es
imitación de las obras dramáticas famosas del día. En efecto, en
esto hay grande novedad, y es asimismo indiscutible que El
archimillonario
no se parece a ninguna obra famosa que haya llegado a mis noticias.
Otra
novedad consiste en que «ni uno solo de los conflictos que se van
presentando se resuelve de una manera prevista». Estoy conforme
también. Allí todo sucede como nadie podía esperar. Van ustedes a
ver: Signey se encuentra con el Presidente del Consejo de ministros,
y a los cinco minutos ya se ha firmado un recibito
en
que el Archimillonario salva la Hacienda Pública cubriendo un
empréstito de trescientos mil millones, o cosa así. ¿Quién podía
prever esto? No sería Camacho. Y ¿por qué entrega tanto dinero
Signey al Gobierno, estando como debe de estar seguro de que no
volverá a ver un cuarto?
Pues
esto es más imprevisto, si cabe. La niña, la que se va a casar, oye
que hay abajo una señora que pide el indulto de su marido, que es un
militar que se ha sublevado (mal hecho); el Cánovas del cotarro jura
y perjura que no hay perdón que valga, que es preciso hacer un
escarmiento, que el país necesita... en fin, que no hay indulto, y
no cansar. (Tampoco es esta la prosa de la comedia, por supuesto).
¿Qué no? Pues ya no se casa la niña... y se echa a llorar la
novia, y el novio poco menos, y nada, el Presidente no se ablanda.
Pero ello hay que firmar los esponsales, o lo que sea, y además
terminar el acto. Entonces Signey se acerca al Ministro y le dice: el
indulto por el empréstito. El Ministro acepta; se firma el papelito
de marras, que parece el de una multa por verter aguas menores fuera
de su sitio, y... comienza otro conflicto; pero éste más fácil de
prever. Se trata de la otra hija soltera del duque, Clarita, que
andaba por allí gimiendo y llorando, y ahora resulta que tiene un
chico, vamos un hijo, en París, y que le ha perdido y que no hay
quien dé con él. No crean ustedes que vamos a salir con que el hijo
de Clara es Signey, porque era hospiciano. Esto se le ocurrió a un
espectador, vecino mío, muy amigo de que todas las peripecias acaben
en anagnórisis. Y decía él, guiñando el ojo: -¿Qué apostamos
que este inclusero es el hijo de la chica? -¡Pero hombre, si le
dobla la edad a ella! -Eso no importa, porque alguna licencia poética
se ha de conceder a los autores. Yo en política soy conservador;
pero en el teatro, ancha Castilla. Además, ahí está Catalina, que
le atribuyó a Masanielo un hijo que tenía más años que su
padre...
No
acertó mi vecino; Signey no es hijo de Clara; quiere ser su
protector, quiere buscarle el chico, o poco ha de poder. Y, o yo
entendí mal, o aquí tenemos la tesis del drama, el nudo y todo lo
que ustedes quieran. «Para buscar chicos perdidos, no hay como los
archimillonarios, sobre todo después que se inventó el teléfono y
el fonógrafo y demás maravillas Edisson».
Por
si me equivoco, a mi ilustrado colega Fernanflor me atengo. Y dice
así: «Los personajes que juzga (este juzga debe de ser errata; será
juzgan, porque el sujeto suplido es espectadores) importantes en el
primer acto, descienden pronto de su categoría; los protagonistas
(?) adquieren rápidamente prodigiosas figuras (supongo que una cada
uno nada más) y cuando el público juzga (ya van dos juicios, pero
este será en segunda instancia) que el autor prepara una felicidad
dudosa, se encuentra conque parten por distintos caminos (¿quién
parte? Yo lo explicaré después) para recordarse eternamente en la
tristeza.»
Este
párrafo necesita algunas aclaraciones para los que no hayan visto la
comedia. Lo de descender de categoría los personajes debe de ser
porque, como Fernanflor es amigo particular del poeta, habrá tenido
noticias reservadas que le permitan creer en la caída del Gabinete
presidido por el Sr. Mario. Sin duda el poder moderador tomó a mal
que se le propusiera el indulto de marras y... por eso. No siendo así
no me explico eso de descender de su categoría; yo veo que en la
comedia ninguno desciende de su categoría; el novio es el único que
desciende o cae de su burro, y se llama a engaño y viene a decir,
que como no escondan bien al hijo de su futura cuñada él no se casa
con nadie. A todo esto, la niña que ha de contraer justas nupcias,
no sabe por qué no se llevan las cosas adelante. Si alguna vez
procura enterarse de algo, su padre, el Sr. Duque de Toledo, le
contesta con tono imperioso y lleno de misterio: -¡Niña, vete al
invernadero! -De ser académico hubiera dicho: ¡niña, vete a la
estufa o invernáculo!
En
cuanto a lo de aquella felicidad dudosa que parece que se prepara y
no se prepara tal, se refiere a que al Archimillonario se le ocurre
por un momento que tal vez sería feliz casándose con Clara, la
madre del niño perdido y hallado en el teléfono; en efecto, el
público cree, o no cree (porque
in dubiis libertas) que
se van a casar... y... no señor, «parten
por distintos caminos para recordarse eternamente en la tristeza.»
¿Y por qué no se casan? Porque al Archimillonario al ir a
declararse se le ocurre acordarse de su enfermedad crónica. ¡Si no
fuera este escepticismo que ha de acabar conmigo! dice él, aunque es
claro que con mucha más elegancia y parsimonia que lo digo yo. Y por
el pícaro escepticismo no se casa. Los que no recuerdo si contraen
por fin matrimonio, son los otros dos, los que se iban a casar en el
primer acto. Fernanflor nada dice sobre el particular, y como yo no
me fío de mi memoria, dejo este punto sin aclarar.
Lo
que dice Fernanflor es: «¡que realmente todos los millones de la
tierra no pueden compensar el sentir odio contra una madre!» Ya lo
creo, como que ese odio no se debe sentir por mala que haya sido una
madre. Para hacernos más interesante a Signey, Fernanflor nos dice
que está herido «en las fibras más sublimes de su alma».
Aquí,
con harto disgusto de mi corazón, me separo del ex-lunático. No, no
admito, no puedo admitir eso de la mayor o menor sublimidad de las
fibras del alma: o Fernanflor no sabe lo que es sublimidad, o no sabe
lo que son fibras.
Y
no sólo tengo que contradecir al acreditado revistero del Liberal,
sino
a otro personaje de mucho más alta categoría. Vean ustedes por qué.
Dice Fernanflor:
«Con
razón decía el ilustre Tamayo, después de haber visto la obra:
-¡Novo y Colson ha descubierto uno de esos criaderos de diamantes
que los autores dramáticos descubren cada veinte años!»
Como
no hay que pensar en que un académico tan sabio diga una cosa por
otra, resulta que, según Tamayo, los autores dramáticos descubren
un criadero de diamantes cada veinte años.
Yo
juro que Marcos Zapata, autor dramático, y bueno, hace más de
veinte años, no ha descubierto todavía ningún criadero de piedras
preciosas.
Lo
que hay es que el argumento del Archimillonario
está
lleno de billetes de banco... pero a cobrar en la cueva de
Montesinos.
Como
ni Fernanflor ni yo queremos exagerar, no negaremos que El
archimillonario tiene
algunos defectos; los tiene.
Allá
van, según Fernanflor; porque yo, la verdad, tampoco me acuerdo bien
de los defectos; solo puedo asegurar, así en conjunto, que los
había; es más, que no había otra cosa apenas.
Copio:
«Tiene esta obra un grave defecto; (este defecto va a resultar con
tres personas como la Santísima Trinidad): no están completamente
desarrollados los caracteres, las situaciones, ni los efectos.» ¡Ahí
es nada! -Pero fijense ustedes en la suavidad con que pone Fernanflor
al servicio de la benevolencia las matemáticas y la teoría de las
hipóstasis. Dice que hay un
grave defecto, y
después salimos con que, primero, no están desarrollados los
caracteres, y esto es ya un defecto por sí solo, o mejor, tantos
defectos como caracteres no estén desarrollados; segundo, no están
desarrolladas
las
situaciones (digo lo mismo); y tercero, no están desarrollados los
efectos.
¿Y
cómo se explica, Fernanflor, que una comedia de tan escaso
desarrollo haya roto tantos patrones hechos? -Para romper patrones y
descoser la ropa, parece más a propósito la criatura muy robusta y
desarrollada; pero a un ser raquítico como ese que Fernanflor nos
pinta, cualquier ropa debe de venirle ancha.
«Esta
obra, sigue diciendo Fernanflor, demuestra en su autor condiciones
excepcionales.» Eso no lo niego yo.
Y
también estoy conforme con esto: «Hay también alguna
inverosimilitud de bulto.»
Lo
que niego, ahora que me acuerdo, es que todos los efectos estén poco
desarrollados,
como
dice el crítico. No lo dirá por el efecto del final del segundo
acto. Aquellas dos monjas que se presentan allí, por el foro, podrán
no venir a cuento; pero en punto a desarrollo, no dejan nada que
desear.
Por
cierto que un poeta dramático (que tampoco ha encontrado ningún
criadero de diamantes) me decía al presentarse las monjitas:
-¡No
me negará V. que esto es un golpe teatral!
-No,
señor, no niego; son dos golpes, si usted quiere; uno por cada
monja.
Una
de las cosas que prueba el Archimillonario,
según
Fernanflor; otra vez, es... sanidad
de sentimiento. Vaya
por la sanidad; de modo que por eso y por tratarse de un
archimillonario,
casi
se puede decir que esa comedia prueba... salud
y pesetas.
Y
ahora voy a terminar este capítulo, que ya es hora; y voy a terminar
con unas palabras del apóstol; de Fernanflor quiero decir:
«¿Qué
necesita el Sr. Novo y Colson? (el autor de esta comedia se llama
así). Lo que hoy falta en la escena, en el público y en los
periodistas. Juzgar las obras por ellas mismas y no por el nombre de
sus autores. Una de las cosas que más le perjudican al Sr. Novo es
tener una posición social marcada, (¡una posición social marcada,
señor Fernanflor!... ¡fíjese V. en lo que dice!) es teniente de
navío. (No veo la marca, ni veo el perjuicio). Es, por lo tanto, en
literatura un hombre
al agua.» Fernanflor pinxit.
Nota
He
recibido, después de escrito este folleto, varias obras, de algunas
de las cuales hablaré con la extensión que merezcan en el folleto
próximo, o en alguno de los que le sigan. Por hoy no hago más que
dar las gracias a los autores respectivos y decir que se trata de los
señores y de los libros que a continuación enumero:
Riverita.
-Novela en dos tomos, por Armando Palacio. (Para los pedidos de esta
obra, dirigirse a don Victoriano Suárez, Jacometrezo, 72, Madrid.)
El
Taciturno.
-Novela, por D. Eduardo Gómez Sigura.
Vilaniu.
-Novela (en catalán), por D. Narciso Oller.
Dos
Amores.
-Novela (París), por D. Leopoldo García-Ramón. (Madrid, Victoriano
Suárez).
El
Patio Andaluz.
-Cuadros de costumbres, por D. Salvador Rueda.
Humoradas.
-(Versos), por D. José Martínez Medina.
Llibret
de versos.
-Por Teodor Llorente (Valencia).
Poesías
de Heine. -Libro de los Cantares.
-Traducción directa, por D. Teodoro Llorente.
La
Pena de Muerte.
-(Drama), por D. Pedro de la Cuesta.
El
Año Pasado.
-(Crítica), por D. José Ixart. (Barcelona).
De
todas las obras que reciba el autor de estos folletos se dará cuenta
en ellos; pero solo se promete una sencilla noticia, no un examen que
se reserva para los libros que, por un concepto o por otro, lo
merezcan en opinión del que esto escribe.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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