Cuando
despertó D. Fermín, vio a la cabecera de su cama al maestrescuela,
que le sonreía complaciente y aguardaba su despertar, para
recordarle la promesa de pagar toda la obra de fábrica de una nueva
y costosísima institución piadosa.
-Dígame
usted, amigo D. Mamerto -preguntó Zaldúa, cabizbajo y cejijunto
como el San Pedro que no había aceptado la letra- ¿debe creerse en
aquellos sueños que parecen providenciales, que están compuestos
con imágenes que pertenecen a las cosas de nuestra sacrosanta
religión, y nos dan una gran lección moral y sano aviso para la
conducta futura?
-¡Y
cómo si debe creerse! -se apresuró a contestar el canónigo, que en
un instante hizo su composición de lugar, pero trocando los frenos y
equivocándose de medio a medio, a pesar de que era tan listo. Hasta
el pagano Homero, el gran poeta, ha dicho que los sueños vienen de
Júpiter. Para el cristiano vienen del único Dios verdadero. En la
Biblia tiene usted ejemplos respetables del gran valor de los sueños.
Ve usted primero a Josef interpretando los sueños de Faraón, y más
adelante a Daniel explicándole a Nabucodonosor...
-Pues
este Nabacodonosor que tiene usted delante, mi señor D. Mamerto, no
necesita que nadie le explique lo que ha soñado, que harto lo
entiende. Y como yo me entiendo, a usted sólo le importa saber que
en adelante pueden usted y todo el cabildo, y cuantos hombres se
visten por la cabeza, contar con mi amistad... pero no con mi bolsa.
Hoy no se fía aquí, mañana tampoco.
Pidió
D. Mamerto explicaciones, y a fuerza de mucho rogar logró que D.
Fermín le contase el sueño del protesto.
Quiso
el maestrescuela tomarlo a risa; pero al ver la seriedad del otro,
que ponía toda la fuerza de su fe supersticiosa en atenerse a la
lección del protesto, quemó el canónigo el último cartucho
diciendo:
-El
sueño de usted es falso, es satánico; y lo pruebo probando que es
inverosímil. Primeramente, niego que haya podido hacerse en el cielo
un protesto... porque es evidente que en el cielo no hay escribanos.
Además, en el cielo no puede cumplirse con el requisito de extender
el protesto antes de la puesta del sol del día siguiente... porque
en el cielo no hay noche ni día, ni el sol se pone, porque todo es
sol, y luz, y gloria, en aquellas regiones.
Y
como D. Fermín insistiera en su superchería, moviendo a un lado y a
otro la cabeza, D. Mamerto, irritado, y echándolo a rodar todo,
exclamó:
-Y
por último... niego... el portador. No es posible que su alma de
usted se presentara a cobrar la letra... ¡porque los usureros no
tienen alma!
-Tal
creo -dijo D. Fermín, sonriendo muy contento y algo socarrón; y
como no la tenemos, mal podemos perderla.
Por
eso, si viviera el cura aquel de mi parroquia, le demostraría que yo
no puedo perder nada. Ni siquiera he perdido el dinero que he
empleado en cosas devotas, porque la fama de santo ayuda al crédito.
Pero como ya he gastado bastante en anuncios, ni pago esa obra de
fábrica... ni aprendo la oración de San Antonio.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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