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lunes, 15 de septiembre de 2014

Protesto - Cap. IV

Cuando despertó D. Fermín, vio a la cabecera de su cama al maestrescuela, que le sonreía complaciente y aguardaba su despertar, para recordarle la promesa de pagar toda la obra de fábrica de una nueva y costosísima institución piadosa.
-Dígame usted, amigo D. Mamerto -preguntó Zaldúa, cabizbajo y cejijunto como el San Pedro que no había aceptado la letra- ¿debe creerse en aquellos sueños que parecen providenciales, que están compuestos con imágenes que pertenecen a las cosas de nuestra sacrosanta religión, y nos dan una gran lección moral y sano aviso para la conducta futura?
-¡Y cómo si debe creerse! -se apresuró a contestar el canónigo, que en un instante hizo su composición de lugar, pero trocando los frenos y equivocándose de medio a medio, a pesar de que era tan listo. Hasta el pagano Homero, el gran poeta, ha dicho que los sueños vienen de Júpiter. Para el cristiano vienen del único Dios verdadero. En la Biblia tiene usted ejemplos respetables del gran valor de los sueños. Ve usted primero a Josef interpretando los sueños de Faraón, y más adelante a Daniel explicándole a Nabucodonosor...
-Pues este Nabacodonosor que tiene usted delante, mi señor D. Mamerto, no necesita que nadie le explique lo que ha soñado, que harto lo entiende. Y como yo me entiendo, a usted sólo le importa saber que en adelante pueden usted y todo el cabildo, y cuantos hombres se visten por la cabeza, contar con mi amistad... pero no con mi bolsa. Hoy no se fía aquí, mañana tampoco.
Pidió D. Mamerto explicaciones, y a fuerza de mucho rogar logró que D. Fermín le contase el sueño del protesto.
Quiso el maestrescuela tomarlo a risa; pero al ver la seriedad del otro, que ponía toda la fuerza de su fe supersticiosa en atenerse a la lección del protesto, quemó el canónigo el último cartucho diciendo:
-El sueño de usted es falso, es satánico; y lo pruebo probando que es inverosímil. Primeramente, niego que haya podido hacerse en el cielo un protesto... porque es evidente que en el cielo no hay escribanos. Además, en el cielo no puede cumplirse con el requisito de extender el protesto antes de la puesta del sol del día siguiente... porque en el cielo no hay noche ni día, ni el sol se pone, porque todo es sol, y luz, y gloria, en aquellas regiones.
Y como D. Fermín insistiera en su superchería, moviendo a un lado y a otro la cabeza, D. Mamerto, irritado, y echándolo a rodar todo, exclamó:
-Y por último... niego... el portador. No es posible que su alma de usted se presentara a cobrar la letra... ¡porque los usureros no tienen alma!
-Tal creo -dijo D. Fermín, sonriendo muy contento y algo socarrón; y como no la tenemos, mal podemos perderla.
Por eso, si viviera el cura aquel de mi parroquia, le demostraría que yo no puedo perder nada. Ni siquiera he perdido el dinero que he empleado en cosas devotas, porque la fama de santo ayuda al crédito. Pero como ya he gastado bastante en anuncios, ni pago esa obra de fábrica... ni aprendo la oración de San Antonio.

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)

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