Aclamaciones, gritos
de júbilo de
los aldeanos saludaron al trío
cuando apareció en el prado.
-Quizá
debimos cobrar algo por el espectáculo -gruñó Varno, mientas luchaba en medio
de los
pliegues temblorosos de
la cometa reconstruida, que él
había insistido en llevar desde la cabaña, a pesar de la furia del viento.
El
alcalde Van Gribin
se acercó, acompañado
de los cuatro miembros
del consejo.
Levantó
la voz para que todos pudieran oírlo:
-¡Hijo
mío! Esta es una fecha histórica que el
pueblo de Kalvala
no olvidará nunca. No necesito decirte que nuestros mejores
deseos están contigo en
este valiente esfuerzo
que haces por librarnos de nuestra calamidad invernal. El consejo entero
se une a mí para...
-¡Tulo!
-gritó el tío. ¡Date prisa, por favor!
No puedo
sujetar este monstruo rojo por más tiempo. Quiere volar, y si no tengo cuidado,
me llevará con él. Por favor... hagamos lo que sea preciso
para lanzarlo al
aire... ¡pronto, pronto!
Varno levantó la
cometa cuanto pudo y
esperó con ansias. Al fin, el árbol de las estrellas se doblegó bajo el ímpetu
de una violenta ráfaga de viento. Tulo gritó:
-¡Ahora!
Varno lanzó
la cometa hacia el firmamento, con un rugido de levantador de pesas. En ese mismo
instante, la cometa
se proyectó hacia lo alto, como
si hubiera sido disparada por una catapulta.
Tulo necesitaba
todas sus fuerzas
para dominar la cuerda, que se desenrollaba quejumbrosa entre sus dedos.
Pronto pudo sentir el calor de la fricción, que pasaba a través de sus guantes
de cuero. Levantó la cabeza en el momento preciso para ver la cauda blanca de
la cometa desaparecer entre aquella bóveda turbulenta de nubes cargadas de
nieve.
Pasaron
más de tres horas de agonía. Los aldeanos
empezaban a inquietarse.
A pesar del frío, el sudor cubría
ya la cara de Tulo y tenía en la boca la sensación y el sabor de la carne de
reno seca. Un
dolor punzante y agudo
se le clavaba
con insistencia en los
hombros. Su rodilla derecha estaba dormida.
La
cabeza le palpitaba con fuerza, los ojos le ardían por el flagelar del viento.
Quería desistir... darse por vencido... Poner
fin a la agonía... ¡pero no podía! Ese vuelo de la
cometa era para él una deuda con Akbar... con mamá... y con toda la aldea.
De
pronto, lo mismo que en el primer vuelo, el tirón de la cuerda hacia arriba
cesó.
-¿Qué sucede,
Tulo? ¿Hemos capturado algo?
-No sé,
Jaana -repuso jadeante. Así lo espero.
Quédate junto a
mí mientras trato
de recoger el cordel.
Tulo tiró
y la línea no ofreció
resistencia.
Siguió
tirando hacia abajo con suavidad, una mano sobre otra, la cuerda obediente
continuó cayendo, hasta que el vuelo en torno a sus pies quedó cubierto de
lazo. Los ruidosos aldeanos cerraron el círculo en torno a él.
-¡La
veo, la veo! -gritó con voz aguda una mujer.
-!Yo también!
-confirmó Jaana. Es una
luz... una luz... y viene acercán-dose.
¡Lo logramos, Tulo,
lo logramos! ¡Tenemos
otra estrella! La muchedumbre
se adelantó, empujando y abriéndose paso. Lloraban y reían
mientras se empeñaban en felicitar y tocar a su joven héroe.
-¡Atrás!,
-gritó Varno, levantando las manos para proteger a su sobrino. ¡Por favor...
por favor... denle libertad... y tengan cuidado!
Esa cosa
puede atarlos si les cae
encima.
¡Retrocedan
por favor, se lo suplico!
A cada
tirón de la cuerda, la estrella descendía, flotando en silencio, con majestad,
a través de las tinieblas, bañando las caras extasiadas con un aura de suave
luz anaranjada. Con inusitadas lágrimas que le recorrían las ásperas
mejillas, Varno observaba
con admiración la forma en que Tulo guiaba con pericia su cometa y la
pequeña estrella, hasta llevarlas exactamente sobre el árbol. Al fin, el
chico hizo bajar con
todo cuidado a
su resplandeciente presa, hasta
asentarla sobre las mismas ramas robustas que habían abrazado a Akbar.
Mucho
después que el festejo había terminado en la pradera, cuando ya Jaana estaba en
cama, Tulo, demasiado excitado para poder
dormir, volvió al
lugar de los
hechos.
Trepó por
las ramas del
árbol hasta quedar cerca de la estrella. Esta era menor
que Akbar y su
luz consistía en
una serie siempre cambiante de
tonos rosados y
amarillos. La mano le temblaba cuando
la levantó hasta tocar con suavidad aquella superficie
dura y cálida.
-¡Qué
hermosa eres! -suspiró. Gracias por haber escuchado mi oración.
-No
tienes por qué dármelas.
Tulo se
aferró a la rama más cercana. De no haberlo hecho, habría caído al suelo.
-¿Otra
estrella que habla? ¡No es posible!
-Jovencito,
todas nosotras podemos hablar. ¿Ya has olvidado lo que Akbar te dijo?
Lamento
haberte azorado, pero pensaba que ya estarías
acos-tumbrado a hablar
con las estrellas.
-¿Sabes,
algo de la... estrella Akbar?
-La
estrella Akbar ha muerto -susurró Tulo. Mira su... cuerpo... allí, bajo el
árbol.
-¡Nunca
debió haber venido aquí! Todas las estrellas le
advertimos que esta
misión era mucho más
peligrosa que la
que había cumplido con
tanta perfección sobre
Belén.
Pero no
mostraba la menor
preocupación.
Tenía
gran fe en que tú la ayudarías a volver a los cielos una vez que realizara lo
que se había propuesto. En su calidad
de estrella guía para eso estuvo siguiéndote desde que naciste. Muchas
de nosotras tenemos por lo menos un ser humano al que cuidamos y tratamos de
ayudar sin hacernos muy notorias.
El mío
es una pequeñita adorable de un lugar al que ustedes llaman Rhodesia. Al verte
progresar tanto con tus escritos, Akbar se convenció de
que tú eras
algo muy especial.
Luego tuviste
ese lamentable accidente
y perdiste la fe
en ti mismo...
¡eso le molestó tanto! Fue
la única vez
que vi a
Akbar en esas condiciones.
Trató una y
otra vez de influir en ti, pero tu mente estaba tan llena de sentimientos
de derrota y
de compasión por ti
mismo, que fue
imposible, aun para Akbar. Al fin decidió que su única
esperanza de salvarte de ti mismo era descender hasta aquí.
Tulo
bajó la cabeza.
-La
estrella Akbar dio su preciosa vida por mí... un don nadie de una aldea tan
insignificante que nadie
sabe siguiera de
nuestra existencia y a nadie le interesa.
-¡Muchachito
querido, qué equivocado estás! Dios jamás
ha creado un
"don nadie".
¡Ah! Y
no hay aldea
tan pequeña que
sea desconocida por su Creador o que sea olvidada por
Él. Además, no
debes guardar duelo por esa amiga que es Akbar. ¡No está
muerta!
-¡Oh sí!
Lo está. Mira... allá abajo... sus cenizas... debajo del árbol.
-Repito
que Akbar no ha muerto. Esas cenizas pueden haber sido suyas, pero así como tú
dejarás tu cuerpo cuando te llamen al Reino perdurable... así también Akbar ha
regresado allá, está en algún lugar... observándonos y
escuchándonos ahora mismo...
estoy segura. Por supuesto, tendrá que empezar de nuevo su
vida y su
carrera, pero dentro
de unos cincuenta mil años más o menos volverá a estar volando como
antes. No pasará mucho tiempo.
Los ojos
de Tulo recorrieron con júbilo el estrellado firmamento.
-¡Es la
noticia más maravillosa que he oído en mi vida! ¡La estrella Akbar vive! ¡La
estrella Akbar vive!
¡Oh, cómo quisiera
volver a verla!
-La
verás, jovencito... la verás.
-Gracias
por traerme tan buenas nuevas... ¡qué ilusión!
-Yo me
llamo Lirra.
-¿Lirra?
Tu voz... es algo diferente de la de Akbar... como si tú fueras una...
una...
-¿Una
mujer? Lo soy. Soy mujer.
-¿De
veras?
-Y, ¿por
qué no? -preguntó
la estrella.
¿Qué te
hace pensar que todos los seres celestiales sean varones? No lo son los terrestres...
-Lirra
es un nombre bello. Tú eres muy bella.
La
estrella brilló con tono rojo escarlata.
-Gracias
Tulo. Un cumplido sincero es una forma excelente de iniciar una amistad.
El chico
permaneció callado un momento.
Luego
preguntó en tono inseguro:
-Estrella Lirra...
si Akbar se
expuso a un riesgo tan grande por venir aquí a
ayudarme, ¿por qué estás
tú aquí también?
¿El peligro no era igual para ti?
No hubo
respuesta. Tulo insistió con firmeza:
-Estrella
Lirra, ¿por qué viniste? ¿Por qué me dejaste atraparte con mi cometa?
La
estrella brilló con inusitada intensidad.
-Tenía
que venir. Akbar y yo habíamos sido íntimos durante mucho tiempo. Su mayor
ambición era ver que este pequeño planeta, al
que amaba tanto,
alcanzara su máxima plenitud. Al
principio yo no
compartía sus sueños, ni creía
que la Tierra
mereciera tanto tiempo y dedicación de su parte. Una y otra vez señalé
todas las horribles
fechorías que los terrícolas
realizan día tras
día, por su abuso de la facultad de elegir. Akbar me
respondió hablándome de
sus grandes héroes, filósofos, santos, profetas,
escritores e inventores. Luego me llevaba a volar alrededor de este planeta y
me mostraba cientos de millones de terrícolas
que luchaban a
diario por mejorar la vida propia
y la de sus hijos. Me convenció. Y, según
Akbar tú, Tulo,
estás destinado a ser una gran estrella de esperanza para todo el género
humano.
-¿Una estrella
de esperanza? Una
vez mi madre dijo eso de mí... y
de mis escritos. Pero no sé cómo pueda
suceder esto, estrella Lirra. Yo no soy
nadie, soy parte de un rebaño que marcha sin rumbo, como nuestros renos.
La vida
se presentaba tan sin esperanza para mí,
hasta que vino
Akbar... me habló
de mí mismo, de la vida... pero
todas mis esperanzas murieron de nuevo cuando ella se hundió.
Lirra
cambió de tema de forma repentina, sin
dejar que el
chico continuara compadeciéndose.
-Jovencito, ¿qué
piensas hacer conmigo?
Supongo
que no vas a dejarme aquí, en este hermoso árbol, para que ilumine a este prado...
Tulo se frotó la frente y suspiró:
-Lirra, no
sé qué hacer.
Quise capturar otra estrella
para ayudar a
nuestra pobre aldea, pero
después de oír
los consejos de todos
me encuentro muy
confuso. Lo único que sí sé es que no voy a dejar que te
lleven de un lugar
a otro. Cualquier
lugar al que decidan que debes ir... allí te quedarás
hasta que vuelva el sol. Luego mi cometa te devolverá al
firmamento, como pensaba
hacerlo con la estrella Akbar.
Lirra
suspiró:
-Iré a
donde tú quieras, pero si yo pudiera escoger,
elegiría la escuela.
Amo a los
pe-queños, porque cada
uno que nace
es un nuevo pensamiento de Dios.
Los humanos no deberían olvidar que no es poca cosa el que sus hijos, que les
llegan tan directamente de la mano de Dios, los amen. Probablemente es mi
corazón de mujer el que habla, en vez de mi
mente, pero me
encantaría iluminar un salón de clase para los niños y niñas de
Kalvala.
Tulo sonrió con tristeza:
-Muy
pronto te perderé a ti también.
-¡Jovencito, escúchame
bien! Nada se pierde para siempre. Algún día... cuando
estés de nuevo con mamá y papá y con Akbar y conmigo, entenderás.
Tampoco has perdido el don de Akbar: Tú me preguntaste
por qué vine aquí. Pues bien, Tulo, vine para honrar a Akbar, ayudándolo a
hacer realidad sus sueños para este
mundo... y para
ti. ¡Vine a traerte su don!
-¿Credenda?
¿Tú tienes Credenda?
-Yo le
ayudé a coleccionar toda la sabiduría que al fin él sintetizó en este sencillo
pero hermoso trabajo. Yo sé Credenda de memoria. Cuando vi lo que había
sucedido aquí la semana pasada, supe
que tenía que
venir cuando volaras de nuevo tu cometa.
-¡Entonces todavía
hay esperanzas para mí! Lirra, ¿qué puedo decir? Esto es más
de lo que uno
merece. ¡Gracias por
venir, gracias!
-Espera, Tulo,
hay otro asunto
de la máxima importancia
que debemos tratar.
Akbar
tenía la convicción de que un hombre valeroso, armado de fe, conocimiento y verdad,
podría cambiar este mundo. Ya ha sucedido en otras épocas. Él quería que tú
recibieras Credenda... pero
recuerda que también quería que hicieras todo lo que
estuviera en tu mano por compartir su don con los demás.
Dime...
¿cómo piensas comunicar al mundo tu legado, para que puedan tomar a pecho sus
palabras?
Tulo cerró
los ojos y
reflexionó sobre la tremenda pregunta de la estrella. Luego empezó
a hablar entre dientes: "Palabras... palabras encuadernadas en piel... tu
destino está más allá de Kalvala... estrella de esperanza... mira hacia
arriba... sigue adelante..."
¿Qué es
eso? ¿Qué estás
diciendo? -preguntó Lirra.
-Encontraré la
forma, estrella Lirra,
te lo prometo. Encontraré alguna
forma.
-Muy bien.
Dejo todo en tus manos. Vuelve aquí mañana con tu gran libro verde y te
entregaré Credenda... palabra
por palabra.
Luego
notificarás a tu maestro que tendrá un huésped,
hasta que vuelva
el sol. Si
él no puede utilizarme,
iré gustosa a
donde tú quieras; buenas noches,
amiguito. La mañana siguiente, muy temprano, Tulo se vistió y salió de
prisa hacia el
prado. En menos
de una hora, el don de Akbar había sido trasmitido del
mensajero celestial al correo
terreno...
1.003. Andersen (Hans Christian)