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viernes, 17 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XV

Aclamaciones,  gritos  de  júbilo  de  los  aldeanos saludaron al trío cuando apareció en el prado. 
-Quizá debimos cobrar algo por el espectáculo -gruñó Varno, mientas luchaba en medio de  los  pliegues  temblorosos  de  la  cometa reconstruida, que él había insistido en llevar desde la cabaña, a pesar de la furia del viento. 
   El  alcalde  Van  Gribin  se  acercó,  acompañado  de  los cuatro  miembros  del  consejo.
Levantó la voz para que todos pudieran oírlo: 
-¡Hijo mío! Esta es una fecha histórica que el  pueblo  de  Kalvala  no olvidará  nunca.  No necesito decirte que nuestros mejores deseos están  contigo  en  este  valiente  esfuerzo  que haces por librarnos de nuestra calamidad invernal. El consejo entero se une a mí para... 
-¡Tulo! -gritó el tío. ¡Date prisa, por favor!
No puedo sujetar este monstruo rojo por más tiempo. Quiere volar, y si no tengo cuidado, me llevará con él. Por favor... hagamos lo que sea  preciso  para  lanzarlo  al  aire...  ¡pronto, pronto! 
Varno  levantó  la  cometa  cuanto  pudo  y esperó con ansias. Al fin, el árbol de las estrellas se doblegó bajo el ímpetu de una violenta ráfaga de viento. Tulo gritó:  
-¡Ahora! 
Varno lanzó la cometa hacia el firmamento, con un rugido de levantador de pesas. En ese  mismo  instante,  la  cometa  se  proyectó hacia lo alto, como si hubiera sido disparada por una catapulta. 
Tulo  necesitaba  todas  sus  fuerzas  para dominar la cuerda, que se desenrollaba quejumbrosa entre sus dedos. Pronto pudo sentir el calor de la fricción, que pasaba a través de sus guantes de cuero. Levantó la cabeza en el momento preciso para ver la cauda blanca de la cometa desaparecer entre aquella bóveda turbulenta de nubes cargadas de nieve. 
Pasaron más de tres horas de agonía. Los aldeanos  empezaban  a  inquietarse.  A  pesar del frío, el sudor cubría ya la cara de Tulo y tenía en la boca la sensación y el sabor de la carne  de  reno  seca.  Un  dolor  punzante  y agudo  se  le  clavaba  con  insistencia  en  los hombros. Su rodilla derecha estaba dormida.
La cabeza le palpitaba con fuerza, los ojos le ardían por el flagelar del viento. Quería desistir...  darse  por  vencido...  Poner  fin  a la  agonía... ¡pero no podía! Ese vuelo de la cometa era para él una deuda con Akbar... con mamá... y con toda la aldea. 
De pronto, lo mismo que en el primer vuelo, el tirón de la cuerda hacia arriba cesó. 
-¿Qué sucede, Tulo? ¿Hemos capturado algo? 
-No sé, Jaana -repuso jadeante. Así lo espero.  Quédate  junto  a  mí  mientras  trato  de recoger el cordel. 
Tulo  tiró  y  la línea  no ofreció  resistencia.
Siguió tirando hacia abajo con suavidad, una mano sobre otra, la cuerda obediente continuó cayendo, hasta que el vuelo en torno a sus pies quedó cubierto de lazo. Los ruidosos aldeanos cerraron el círculo en torno a él. 
-¡La veo, la veo! -gritó con voz aguda una mujer. 
-!Yo  también!  -confirmó  Jaana.  Es  una luz...  una luz... y viene  acercán-dose.  ¡Lo  logramos,  Tulo,  lo  logramos!  ¡Tenemos  otra estrella!  La  muchedumbre  se  adelantó,  empujando y abriéndose paso. Lloraban y reían mientras se empeñaban en felicitar y tocar a su joven héroe. 
-¡Atrás!, -gritó Varno, levantando las manos para proteger a su sobrino. ¡Por favor... por favor... denle libertad... y tengan cuidado!
Esa  cosa  puede  atarlos  si  les  cae  encima.
¡Retrocedan por favor, se lo suplico! 
A cada tirón de la cuerda, la estrella descendía, flotando en silencio, con majestad, a través de las tinieblas, bañando las caras extasiadas con un aura de suave luz anaranjada. Con inusitadas lágrimas que le recorrían las  ásperas  mejillas,  Varno  observaba  con admiración la forma en que Tulo guiaba con pericia su cometa y la pequeña estrella, hasta llevarlas exactamente sobre el árbol. Al fin, el chico  hizo  bajar  con  todo  cuidado  a  su  resplandeciente presa, hasta asentarla sobre las mismas ramas robustas que habían abrazado a Akbar. 
Mucho después que el festejo había terminado en la pradera, cuando ya Jaana estaba en cama, Tulo, demasiado excitado para poder  dormir,  volvió  al  lugar  de  los  hechos.
Trepó  por  las  ramas  del  árbol  hasta  quedar cerca de la estrella. Esta era menor que Akbar  y  su  luz  consistía  en  una  serie  siempre cambiante  de  tonos  rosados  y  amarillos.  La mano  le  temblaba  cuando  la  levantó  hasta tocar con suavidad aquella superficie dura y cálida. 
-¡Qué hermosa eres! -suspiró. Gracias por haber escuchado mi oración. 
-No tienes por qué dármelas. 
Tulo se aferró a la rama más cercana. De no haberlo hecho, habría caído al suelo. 
-¿Otra estrella que habla? ¡No es posible! 
-Jovencito, todas nosotras podemos hablar. ¿Ya has olvidado lo que Akbar te dijo?
Lamento haberte azorado, pero pensaba que ya estarías  acos-tumbrado  a  hablar  con  las estrellas. 
-¿Sabes, algo de la... estrella Akbar? 
-La estrella Akbar ha muerto -susurró Tulo. Mira su... cuerpo... allí, bajo el árbol. 
-¡Nunca debió haber venido aquí! Todas las estrellas le  advertimos  que  esta  misión era  mucho  más  peligrosa  que  la  que  había cumplido  con  tanta  perfección  sobre  Belén.
Pero  no  mostraba  la  menor  preocupación.
Tenía gran fe en que tú la ayudarías a volver a los cielos una vez que realizara lo que se había  propuesto.  En  su  calidad  de  estrella guía para eso  estuvo siguiéndote desde que naciste. Muchas de nosotras tenemos por lo menos un ser humano al que cuidamos y tratamos de ayudar sin hacernos muy notorias.
El mío es una pequeñita adorable de un lugar al que ustedes llaman Rhodesia. Al verte progresar tanto con tus escritos, Akbar se convenció  de  que  tú  eras  algo  muy  especial.
Luego  tuviste  ese  lamentable  accidente  y perdiste  la  fe  en  ti  mismo...  ¡eso  le  molestó tanto!  Fue  la  única  vez  que  vi  a  Akbar  en esas  condiciones.  Trató  una  y  otra  vez  de influir en ti, pero tu mente  estaba tan llena de  sentimientos  de  derrota  y  de  compasión por  ti  mismo,  que  fue  imposible,  aun  para Akbar. Al fin decidió que su única esperanza de salvarte de ti mismo era descender hasta aquí.  
Tulo bajó la cabeza.  
-La estrella Akbar dio su preciosa vida por mí... un don nadie de una aldea tan insignificante  que  nadie  sabe  siguiera  de  nuestra existencia y a nadie le interesa. 
-¡Muchachito querido, qué equivocado estás!  Dios  jamás  ha  creado  un  "don  nadie".
¡Ah!  Y  no  hay  aldea  tan  pequeña  que  sea desconocida por su Creador o que sea olvidada  por  Él.  Además,  no  debes  guardar  duelo por esa amiga que es Akbar. ¡No está muerta! 
-¡Oh sí! Lo está. Mira... allá abajo... sus cenizas... debajo del árbol. 
-Repito que Akbar no ha muerto. Esas cenizas pueden haber sido suyas, pero así como tú dejarás tu cuerpo cuando te llamen al Reino perdurable... así también Akbar ha regresado allá, está en algún lugar... observándonos  y  escuchándonos  ahora  mismo...  estoy segura. Por supuesto, tendrá que empezar de nuevo  su  vida  y  su  carrera,  pero  dentro  de unos cincuenta mil años más o menos volverá a estar volando como antes. No pasará mucho tiempo. 
Los ojos de  Tulo recorrieron  con júbilo el estrellado firmamento. 
-¡Es la noticia más maravillosa que he oído en mi vida! ¡La estrella Akbar vive! ¡La estrella  Akbar  vive!  ¡Oh,  cómo  quisiera  volver  a verla! 
-La verás, jovencito... la verás. 
-Gracias por traerme tan buenas nuevas... ¡qué ilusión! 
-Yo me llamo Lirra. 
-¿Lirra? Tu voz... es algo diferente de la de Akbar... como si tú fueras una... una... 
-¿Una mujer? Lo soy. Soy mujer. 
-¿De veras? 
-Y,  ¿por  qué  no?  -preguntó  la  estrella.
¿Qué te hace pensar que todos los seres celestiales sean varones? No lo son los terrestres... 
-Lirra es un nombre bello. Tú eres muy bella. 
La estrella brilló con tono rojo escarlata. 
-Gracias Tulo. Un cumplido sincero es una forma excelente de iniciar una amistad.  
El chico permaneció callado un momento.
Luego preguntó en tono inseguro: 
-Estrella  Lirra...  si  Akbar  se  expuso  a  un riesgo tan grande por venir aquí a ayudarme, ¿por  qué  estás  tú  aquí  también?  ¿El  peligro no era igual para ti? 
No hubo respuesta. Tulo insistió con firmeza: 
-Estrella Lirra, ¿por qué viniste? ¿Por qué me dejaste atraparte con mi cometa? 
La estrella brilló con inusitada intensidad. 
-Tenía que venir. Akbar y yo habíamos sido íntimos durante mucho tiempo. Su mayor ambición era ver que este pequeño planeta, al  que  amaba  tanto,  alcanzara  su  máxima plenitud.  Al  principio  yo  no  compartía  sus sueños, ni creía que la Tierra mereciera tanto tiempo y dedicación de su parte. Una y otra vez  señalé  todas  las  horribles  fechorías  que los  terrícolas  realizan  día  tras  día,  por  su abuso de la facultad de elegir. Akbar me respondió  hablándome  de  sus  grandes  héroes, filósofos, santos, profetas, escritores e inventores. Luego me llevaba a volar alrededor de este planeta y me mostraba cientos de millones  de  terrícolas  que  luchaban  a  diario  por mejorar la vida propia y la de sus hijos. Me convenció.  Y,  según  Akbar  tú,  Tulo,  estás destinado a ser una gran estrella de esperanza para todo el género humano. 
-¿Una  estrella  de  esperanza?  Una  vez  mi madre dijo eso de mí... y de mis escritos. Pero no sé  cómo pueda suceder esto,  estrella Lirra. Yo no soy nadie, soy parte de un rebaño que marcha sin rumbo, como nuestros renos.
La vida se presentaba tan sin esperanza para mí,  hasta  que  vino  Akbar...  me  habló  de  mí mismo, de la vida... pero todas mis esperanzas murieron de nuevo cuando ella se hundió. 
Lirra cambió de tema de forma repentina, sin  dejar  que  el  chico  continuara  compadeciéndose. 
-Jovencito,  ¿qué  piensas  hacer  conmigo?
Supongo que no vas a dejarme aquí, en este hermoso árbol, para que ilumine a este prado... Tulo se frotó la frente y suspiró: 
-Lirra,  no  sé  qué  hacer.  Quise  capturar otra  estrella  para  ayudar  a  nuestra  pobre aldea,  pero  después  de  oír  los  consejos  de todos  me  encuentro  muy  confuso.  Lo  único que sí sé es que no voy a dejar que te lleven de  un  lugar  a  otro.  Cualquier  lugar  al  que decidan que debes ir... allí te quedarás hasta que vuelva el sol. Luego mi cometa te devolverá  al  firmamento,  como  pensaba  hacerlo con la estrella Akbar. 
Lirra suspiró: 
-Iré a donde tú quieras, pero si yo pudiera escoger,  elegiría  la  escuela.  Amo  a  los  pe-queños,  porque  cada  uno  que  nace  es  un nuevo pensamiento de Dios. Los humanos no deberían olvidar que no es poca cosa el que sus hijos, que les llegan tan directamente de la mano de Dios, los amen. Probablemente es mi corazón de mujer el que habla, en vez de mi  mente,  pero  me  encantaría  iluminar  un salón de clase para los niños y niñas de Kalvala. 
 Tulo sonrió con tristeza: 
-Muy pronto te perderé a ti también. 
-¡Jovencito,  escúchame  bien!  Nada  se pierde para siempre. Algún día... cuando estés de nuevo con mamá y papá y con Akbar y conmigo,  entenderás.  Tampoco  has  perdido el don de Akbar: Tú me preguntaste por qué vine aquí. Pues bien, Tulo, vine para honrar a Akbar, ayudándolo a hacer realidad sus sueños  para  este  mundo...  y  para  ti.  ¡Vine  a traerte su don! 
-¿Credenda? ¿Tú tienes Credenda? 
-Yo le ayudé a coleccionar toda la sabiduría que al fin él sintetizó en este sencillo pero hermoso trabajo. Yo sé Credenda de memoria. Cuando vi lo que había sucedido aquí la semana  pasada,  supe  que  tenía  que  venir cuando volaras de nuevo tu cometa. 
-¡Entonces  todavía  hay  esperanzas  para mí! Lirra, ¿qué puedo decir? Esto es más de lo  que  uno  merece.  ¡Gracias  por  venir,  gracias! 
-Espera,  Tulo,  hay  otro  asunto  de  la máxima  importancia  que  debemos  tratar.
Akbar tenía la convicción de que un hombre valeroso, armado de fe, conocimiento y verdad, podría cambiar este mundo. Ya ha sucedido en otras épocas. Él quería que tú recibieras  Credenda...  pero  recuerda  que  también quería que hicieras todo lo que estuviera en tu mano por compartir su don con los demás.
Dime... ¿cómo piensas comunicar al mundo tu legado, para que puedan tomar a pecho sus palabras? 
Tulo  cerró  los  ojos  y  reflexionó  sobre  la tremenda pregunta de la estrella. Luego empezó a hablar entre dientes: "Palabras... palabras encuadernadas en piel... tu destino está más allá de Kalvala... estrella de esperanza... mira hacia arriba... sigue adelante..." 
¿Qué  es  eso?  ¿Qué  estás  diciendo?  -preguntó Lirra. 
-Encontraré  la  forma,  estrella  Lirra,  te  lo prometo. Encontraré alguna forma. 
-Muy bien. Dejo todo en tus manos. Vuelve aquí mañana con tu gran libro verde y te entregaré  Credenda...  palabra  por  palabra.
Luego notificarás a tu maestro que tendrá un huésped,  hasta  que  vuelva  el  sol.  Si  él  no puede  utilizarme,  iré  gustosa  a  donde  tú quieras; buenas noches, amiguito. La mañana siguiente, muy temprano, Tulo se vistió y salió  de  prisa  hacia  el  prado.  En  menos  de una hora, el don de Akbar había sido trasmitido  del  mensajero  celestial  al  correo  terreno... 
    
 1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap XVI. Credenda

Aléjate  de  la  muchedumbre  y  de  su  afán infructuoso  de  fama  y  oro.  Nunca  vuelvas atrás la vista, una vez que hayas cerrado tu puerta al deplorable tumulto de la codicia y la ambición. Enjúgate las lágrimas del fracaso y el infortunio. Pon a un lado tu onerosa carga y descansa hasta que tu corazón haya recuperado  la  calma.  Consérvate  en  paz.  Es  ya más  tarde  de  lo  que  piensas,  pues  tu  vida terrena, en el mejor de los casos no es más que un parpadeo entre dos eternidades. Desecha todo temor. Nada puede dañarte aquí, solo  tú  mismo.  Haz  aquello  que  temes  y aprecia con orgullo esas victorias. Concentra tu  energía.  Estar  en  todas  partes  es  tanto como  no  estar  en  ninguna.  Sé  celoso  de  tu tiempo, porque es tu mayor tesoro. Recapacita sobre tus metas. Antes de permitir que tu corazón se aficione demasiado a algo, examina la felicidad de que gozan los que ya tienen lo que tú deseas. Ama a tu familia y ten muy presente tu ventura. Piensa con cuánto afán la buscarías si no la poseyeras. Haz a un lado tus sueños imposibles y lleva al cabo la tarea que  tienes  a  tu  alcance,  por  desagradable que sea. Todos los grandes éxitos resultan de trabajar  y  saber  esperar.  Sé  paciente.  Los retrasos  de  Dios,  no  son  negativas.  Espera.
Manténte firme. Ten presente que tu tesorero siempre está cerca. Lo que siembres, bueno o malo, eso será lo que coseches. Nunca culpes a los demás por tu situación. Eres lo que eres por  decisión  tuya,  eso  es  todo.  Aprende  a vivir en una pobreza honrada, si así debe ser, y ocúpate en cosas más importantes que en llevarte oro a la tumba. Nada de hacer concesiones  a  la  dificultad.  La  ansiedad  es  la herrumbre  de  la  vida  y  cuando  agregas  las cargas de mañana a las de hoy, su peso resulta intolerable.  Aléjate  de  la  compañía  del quejumbroso  y  da  más  bien  gracias  por  tus derrotas.  No  las  sufrirías  si  no  las  necesitaras. Aprende siempre de los demás. El que se enseña  a  sí  mismo,  tiene  por  maestro  a  un necio. Sé cuidadoso. No graves tu conciencia.
Lleva tu vida como si tuvieras que pasarla en una palestra llena de gente chismosa. Evita la fanfarronería. Si ves en ti algo que te hincha de orgullo, obsérvate más de cerca y encontrarás materia más que suficiente para humillarte.  Sé  sensato.  Date  cuenta  de  que  no todos los hombres han sido creados iguales, porque no hay igualdad en la naturaleza. Sin embargo,  jamás  ha  nacido  un  hombre  cuyo trabajo no haya nacido con él. Trabaja cada día como si fuera el primero, pero trata con ternura  las  vidas  que  tocas,  como  si  todas debieran acabarse a medianoche. Ama a todos, incluso a los que te repudian, el odio es un lujo que no puedes permitirte. Busca a los menesterosos.  Aprende  que  el  que  da  con una  mano  recogerá  siempre  con  las  dos.
Consérvate  en  buen  estado  de  ánimo.  Por encima de todo recuerda que se necesita muy poco  para  llevar  una  vida  feliz.  Mira  hacia
arriba.  Camina  siempre  adelante.  Aférrate  a Dios  con  sencillez  y  recorre  en  silencio  tu sendero hacia la eternidad, con caridad y con una sonrisa. Cuando partas, todos dirán que tu legado fue dejar un mundo mejor que  el que tú encontraste. 

 1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. XVII

Jaana arrebató el freno de la mano abierta de su hermano y tiró de él con toda su fuerza, hasta que el trineo paró. 
-Tulo, ¿qué te pasa? 
-Nada, ¿por qué? 
-Creía que íbamos a la escuela a decir al señor Nobis que le daríamos nuestra estrella. 
-Allá vamos.  
-Tulo -insistió la niña, sacudiendo la cabeza con desesperación, ya dejamos la escuela atrás...  ¿Estás  enfermo?  No  has  dicho  una palabra desde que salimos de casa. 
-Perdóname, Jaana -replicó el chico en un tono monótono, extraño e insólito. He estado pensando en muchas cosas. Algún día lo entenderás. 
Tulo volvió a tomar el freno e hizo que su viejo animal apuntara en dirección al lugar de donde venían. Varios perros, que no dejaban de  ladrar,  escoltaron  su  trinca  que  ruidosamente se abría camino a través de la oscuridad de la mañana, al rítmico golpe del cascabel que colgaba del cuello de Kala. 
Encontraron  a  Arrol  Nobis  leyendo  en  su salón  vacío.  Tan  pronto  como  lo  vio,  Jaana dijo exabrupto: 
-Señor ¡vamos a darle nuestra nueva estrella para la escuela! 
La  cabeza  del  joven  maestro  se  sacudió como si le hubiesen dado un golpe. Cuando logró recuperarse de la sorpresa, se levantó y abrazó a los dos alumnos. 
-Gracias, Tulo y Jaana. Su generoso ofrecimiento  me  ha  conmovido  hondamente.
Gracias a gente como ustedes, Kalvala es un sitio hermoso, a pesar de sus tierras estériles y de su clima terrible. 
El maestro volvió a su silla y bajó la cabeza. Su voz sonaba apagada:  
-Lo único que nos hace ricos es lo que damos, y sólo nos empobrece lo que nos guardamos. Mira, Tula, desde que fui a tu cabaña y te ofrecí ayuda pare entrar a la universidad a cambio de tu estrella, me he sentido muy avergonzado  de  mí  mismo.  Yo  debí  haber tratado  de  ayudarte  todo  el  tiempo...  con amor.  En  vez  de  hacerlo  así,  dejé  que  mi egoísmo pusiera precio a mi amistad y traté de obligarte a asegurarte el futuro con el tesoro  más  preciado  que  posees  en  este  momento. 
Tulo y Jaana  nunca  habían  visto  a  su maestro  en  esa  actitud.  El  chico  le  tocó  el brazo con amabilidad y le dijo: 
-Señor, nosotros ni siguiera hemos pensado en que usted me ayude a entrar a la universidad.  Sólo  queremos  que  tome  nuestra estrella para los niños. La universidad ya no me interesa tanto. 
Arrol Nobis atrajo a Tulo hacia sí y volvieron  a  abrazarse.  Luego  el  maestro  mantuvo al discípulo frente a sí, con los brazos extendidos y lo miró fijamente a los ojos: 
-Tu cara se siente muy  caliente y... tus ojos están muy inyectados. ¿Te sientes bien Tulo? 
-Sí...  sólo  estoy  muy  cansado.  ¿Aceptará nuestra estrella, señor? 
El maestro sonrió, pero sacudió la cabeza con decisión: 
-No,  pero  te  ayudaré  con  la  universidad cuando  tú  estés  dispuesto.  En  cuanto  a  la estrella, te sugiero que des tu hermosa luz a la iglesia. En todo Kalvala no hay un sitio más adecuado para ella. Fue la mano de Dios la que dirigió tu cometa hasta la primera estrella... y luego la segunda. Lo que es de Dios, debe volver a Él. 
Tulo repitió en voz baja: 
-Lo que es de Dios, debe volver a Él. 
Arrol Nobis continuó: 
-Mis alumnos sobrevivirán, como todos los niños,  y  trabajaremos  horas  extra  cuando vuelva  el  sol.  Chicos  y  chicas  pueden  adaptarse a todo, menos a la falta de amor, y seguramente  nunca  habrá  escasez  de  eso  en nuestro pueblo. 
Cuando ya estaban sentados de nuevo en su  trineo,  Tulo  miró  a  su  maestro  que  se mantenía de pie a la entrada de la escuela, y dijo: 
-¡Lo que es de Dios, debe volver a Él!  Arrol Nobis asintió con un movimiento de cabeza y se despidió agitando la mano. 
El pastor Bjork estaba solo, sentado en el primer banco de su iglesia. Una pequeña vela ardía sobre el altar. Niños queridos, qué gusto  veros.  He  estado  aquí  pidiendo  perdón  a Dios tanto rato, que temo haber perdido toda noción del tiempo. 
Jaana se mostró extrañada. 
-¿Perdón... para usted? 
-Oh sí -repuso el prelado con tristeza. Yo dejé  que  mis  intereses  personales,  mezquinos, me cegaran y no me permitieran ver las cosas  que  he  predicado  y  vivido  siempre.
Después de compartir casi todas mis velas y combustible  con  los  necesitados,  como  Dios esperaba que lo hiciera, perdí la confianza de que nuestra iglesia pudiera sobrevivir a este breve momento de oscuridad, cuando en realidad ha sobrevivido a la amenaza de las tinieblas  de  siglos.  Fui  a  rogarles  que  me  dieran su estrella, cuando tantos otros la necesitan  mucho  más  que  yo.  ¡Qué  persona  tan indigna y egoísta, me he vuelto en mi vejez!
¡Oh  Dios,  líbrame  de  ese  hombre  perverso que soy yo! 
Los dos  chicos  empezaron  a  retroceder temblorosos, dispuestos a salir de la iglesia, sin dar tiempo al pastor Bjork de preguntarles a qué habían venido. 
También el doctor Malni rechazó la estrella. Precisamente esa mañana -les explicó- el alcalde le había entregado una pequeña provisión de combustible que mantendría encendidas sus lámparas y estufa por lo menos una semana.  Dio  las  gracias  más  cordiales  a  los niños, y les prometió que jamás olvidaría su generosa  oferta.  Añadió  que,  aunque  sentía poca  compasión  por  LaVeeg  y  sus  métodos, ciertamente  podían  decirse  muchas  cosas sobre la importancia de la tienda para la aldea. 
-Señor LaVeeg -anunció Tulo, cuando al fin se puso de pie ante el dueño, que estaba detrás de la caja registradora: hemos resuelto dejar que tenga nuestra estrella para su tienda. Puede conservarla aquí hasta que vuelva el sol. 
LaVeeg  empezó  a  sonreír  nerviosamente por la alegría, hasta que un ataque de tos lo hizo doblegarse. Cuando se recuperó, salió de detrás del mostrador y acarició a los dos pequeños en la mejilla. 
   -¡Que acierto el suyo! ¡Qué gran acierto! Y qué lucrativo, podría yo añadir. Mantendré mi palabra,  confíen  en  mí...  confíen.  Nunca  se arrepentirán de haber hecho esto. 
-Señor -dijo  Jaana, dando un  salto  para llamar  la  atención  del  viejo: Tulo y yo no queremos nada de su dinero. Estamos prestándole la estrella sólo para que la gente de la aldea no tenga que venir a hacer sus compras en la oscuridad. 
La  sonrisa  del  dueño  se  desvaneció.  Se quedó mirando a Jaana, que se acercó a su hermano. 
-¿Qué dicen? ¿Nada de dinero? ¿No quieren nada por la estrella? No entiendo... ¿Por qué?  
Tulo bajó la vista y explicó: 
Nosotros... queríamos dársela a la escuela. 
-Eso hubiera sido un disparate -respondió prontamente LaVeeg. Nobis no habría podido pagarles nada... ¡absolutamente nada! 
-No  queríamos  nada.  El  señor  Nobis  nos dio las gracias, pero nos dijo que la diéramos al pastor Bjork para su iglesia. El pastor estaba apenado por haber siquiera osado pedir la estrella, así que nos fuimos a la clínica y... 
-¿Y  también  Malni  la  rechazó?  -gritó  con asombro el comer-ciante. ¿Y por eso han venido aquí? 
LaVeeg se recargó en el mostrador. 
-¿Qué  tiene  esa  estrella?  ¿Qué  es  lo  que me están ocultando? 
-Nada. Es una estrella hermosa. 
-Hmmm...  no  sé...  no  sé.  Tengo  muchas ganas de la estrella, pero ¿por qué nadie la quiere? Bjork, Nobis, el doctor... no son gente muy lista, pero tampoco son tontos. Lo cierto es  que  yo  tampoco  quiero  más  problemas aquí.  Por  cuanto  puedo  prever,  la  cosa  esa podría explotar... o incendiar este lugar. ¡Podría suceder cualquier cosa! Después de todo, ¿qué sabemos de las estrellas? 
-No tanto como ellas saben de nosotros. 
-¿Qué cosa, jovencito, qué dijiste? 
Tulo  clavó  los  ojos  en  el  cielo  raso  de  la tienda y permaneció en silencio. LaVeeg dio tal golpe al mostrador, en un gesto de impotencia,  que  hizo  saltar  el  cajón  de  la  vieja caja registradora. Lo cerró de golpe y gritó:
-Sencillamente,  no  puedo  correr  riesgos.
La cosa esa podría hacerme perder todos los haberes  de  mi  vida.  Todo  esto  podría  arder hasta  desmoronarse.  He  cambiado  de  parecer.  No  quiero  su  estrella.  ¡Ahora  váyanse!
¡Ya me han causado suficientes molestias! 
 Tulo y Jaana emprendieron el regreso a su cabaña,  cantando  todo  el  tiempo.  Antes  de acostarse se sentaron a la mesa para tomar un poco de pastel helado con café, y después de  deliberar  un  buen  rato  decidieron  que tampoco sería justo encerrar a la estrella en su cabaña. 
Durante  las  siete  semanas  siguientes, compartieron su brillante árbol de las estrellas con todos los aldeanos. Tan pronto como terminó la tormenta, los niños vinieron a jugar al prado. Arrol Nobis dio sus clases junto al  árbol,  donde  se  sentía  calor.  El  pastor Bjork celebró los oficios religiosos del domingo  allí  mismo...  hasta  LaVeeg  estacionó  su trineo  en  las  cercanías,  lleno  de  productos envasados y otra clase de provisiones. 
Después,  un  buen  día...  el  peregrino  Sol proyectó un pequeño arco de su esfera de oro por encima del horizonte, y Tulo comprendió que había llegado la hora de cumplir el trato con la estrella Lirra. 
Devolverla  al  firmamento  no  sería  difícil, poniéndola  en  brazos  de  su  robusta  cometa roja. 
Compartir Credenda con el mundo entero era  otra  cosa.  Sin  embargo,  después  de haber vivido bajo el encanto de sus palabras, día tras día, durante siete semanas, entendió que no había más que una forma de asegurarse el éxito. 
Ante todo... debía poner a la gente de Kalvala al tanto del inapreciable tesoro que les había sido entregado por medio de él. 
Ellos... a su modo... y a su debido tiempo... acabarían por presentar el don de la estrella... a todo el mundo. 

 1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. XVIII

Como había sucedido aquel día memorable en que Lirra bajó a la Tierra, al acercarse la hora de su partida el prado estaba lleno, con todas las familias de la aldea. Sin embargo, esta vez se congregaron en grupos silenciosos, sin sonreír, como si estuviesen fuera de la iglesia, en espera de un funeral. Con ojos nublados  por  el  llanto,  Tulo  enrolló  varios metros de cordel, de forma mecánica, y subió poco a poco, por en medio de las ramas, hasta llegar a Lirra. 
-¡Vamos  jovencito!  -musitó  ella  en  tono consolador- No hay razón para lucir tan triste. ¡Volveremos a vernos! 
-¡Ya lo sé! -respondió él con la misma suavidad. 
-Tulo, tu aspecto y tu voz me parecen muy extraños... como si estuvieras en una especie de  trance.  ¿Estás  seguro  de  poder  realizar este lanzamiento? ¿Estás bien? 
-Estoy  perfectamente,  estrella  Lirra.  Por favor, no te preocupes. 
-Bueno, entonces sonríe... y deja de actuar como si tu mundo estuviera a punto de acabarse. 
Tulo asintió con la cabeza e hizo muchos nudos más en la cuerda con la que había envuelto a la estrella. Luego, ésta preguntó: 
-¿Has  seguido  pensando  en  un  plan  para presentar Credenda a los ojos del mundo? 
-Confía en mí Lirra, confía en mí. Ya tengo un plan. 
-Confío en ti, hombrecito... ahora más que nunca, después de haber pasado estas semanas juntos. Vine a enseñarte y, en cambio, yo soy la que he aprendido mucho de ti... y de ver  actuar  a  los  demás.  Akbar  tenía  razón.
Todo lo que los terrícolas necesitan es una luz que los guíe... una estrella de esperanza, como la llamó tu madre  en la profecía que te hizo.  Bueno...  hasta  pronto,  por  ahora.  Te amo, hombrecito. 
-Yo también te amo Lirra. 
Tulo arrojó a su tío las cuatro puntas separadas del cordel que había usado para envolver  la  brillante  esfera.  Varno  las  sujetó  al armazón de la cometa. Después, Tulo volvió a  acariciar  en  silencio  la  estrella  y  bajó  del árbol. 
El chico esperó a que todas las porciones de la cuerda estuvieran bien atadas a la cometa. Luego preguntó: 
-Tío Varno, si algo llegara a sucederme a mí, ¿cuidarías de Jaana? 
Varno lo miró con una expresión de extrañeza. 
-Naturalmente. Tu tía y yo siempre hemos querido  que  vinierais  a  vivir  con  nosotros, para  poder  cuidar  de  ambos.  ¿Por  qué  me haces  esa  pregunta  en  un  momento  como éste? 
-Es que... me vino la idea... 
-Bueno, pues deja de pensar en esas cosas y...  ¡adelante  con  nuestro  asunto  mientras puedas contar con este viento fuerte! 
Tulo avanzó cojeando hacia Jaana, que estaba  muy  ocupada  en  desenrollar  el  cordel del gran carrete. Se inclinó hacia ella, le quitó las manos del montón de cuerda y las puso sobre su propio pecho. Luego preguntó: 
-Jaana, ¿tú sabes dónde guardo el gran libro verde? 
-Sí. Está en el cajón mayor de tu armario... ¿Por qué? 
-¿Me prometes que si alguna vez me sucede algo se lo darás al señor Nobis? Él sabrá lo que debe hacer... 
-Sí, claro... pero... 
Tulo  sonrió  y  le  dio  un  beso  en  la  nariz.
Luego se apresuró a volver hasta el gran árbol que ya estaba inclinándose bajo el ímpetu de  los  tibios  vientos  de  occidente.  Estiró  la mano para tomar la cuerda y tiró de ella varios  metros,  suerte  que  Varno  tuviera  suficiente para lanzar la cometa hacia lo alto. Al deslizar  la  cuerda  entre  los  dedos,  observó que había una parte débil, donde las fibras se habían separado un poco. Sacó su cuchillo de caza,  hizo  dos  cortes,  dejó  caer  la  cuerda arruinada  y  con  un  nudo  juntó  las  puntas sanas. Todo estaba listo. 
A una señal del sobrino, Varno levantó la cometa sobre su cabeza cerciorándose de que las  cuerdas  que  iban  del  instrumento  a  la estrella  estuvieran  fuera  de  las  ramas  para sostener la cometa. Luego Tulo hizo otra seña y Varno lanzó la gigantesca cometa a lo alto.
El sonido del viento al chocar contra el lienzo rojo fue tan fuerte como el disparo de un rifle. Mientras la multitud lanzaba un gemido.
Varno volvió rápidamente la cabeza hacia el árbol, para contemplar la estrella. Las cuatro cuerdas atadas al globo de plata se estiraron.
La cometa se sacudió con violencia al tirar de la estrella. Por fin ésta se hallaba libre... oscilaba como  un  péndulo  de  periodo breve,  de tonalidades rosadas y argénteas, a medida que seguía elevándose en pos de la cometa escarlata,  que  subía  y  subía...  penetrando cada vez más en la oscura luz crepuscular... todos  los  ojos  estaban  fijos  en  la  estrella, excepto Tulo. 
Tulo se inclinó, y volvió a sacar su cuchillo.
Rápidamente  se  enrolló  la  cuerda  que  subía hasta  la  cometa  en  torno  a  la  muñeca  izquierda,  sujetándola  bien,  luego  cortó  la cuerda dejando libre la porción que iba elevándose.  
La primera en lanzar un grito fue Jaana. 
-¡Tulo, Tulo! ¡Hermano adorado! 
Corrió hacia su tío y le golpeó el pecho con desesperación.
-¡Tío Varno, detenlo! ¡Sálvalo! ¡Haz algo... por favor! 
Varno abrazó a Jaana, oprimiéndola contra su pecho, mientras contemplaba con horror, mezclado de impotencia, a su joven sobrino elevarse  hacia  el  firmamento,  siguiendo  la estela de su amada estrella y de su cometa. 
En muy poco tiempo, todo había desaparecido, incluso la bola resplandeciente, en medio  de  aquella  plácida  penumbra.  Lo  único que  quedó  a  la  vista  del  atónito  pueblo  de Kalvala fueron las primeras estrellas relucientes de un temprano anochecer de primavera. 

1.003. Andersen (Hans Christian)