Antonio
Reyes era un joven rubio, de lentes, delgado y alto; tosía mucho,
pero con gracia; con una especie de modestia de enfermo crónico
cansado de molestar al mundo entero. Este modo de toser y la barba de
oro fina, aguda y recortada, había llamado la atención de Rita
Cofiño en la tertulia de cierto marqués literato, adonde la llevaba
de tarde en tarde D. Elías.
«El
de la tos» le llamaba ella para sus adentros. Mientras multitud de
poetas recitaban versos y el concurso aplaudía, y se hablaba alto, y
se reía y gritaba, entre el bullicio Rita percibía la tos de Reyes,
y cada vez sentía más simpatía por aquel muchacho, y más deseo de
cuidarle aquel catarro en que él parecía no pensar. No sabía por
qué, la hija de Cofiño encontraba en aquel ruido seco de la tos
algo familiar, algo digno de atención, una cosa mucho más
interesante que todas aquellas quejas rimadas con que los poetas se
lamentaban entre dos candelabros, como si la tertulia pudiera mejorar
su suerte y arreglar el pícaro mundo.
Agapito
Milfuegos leía poemas caóticos, de los que resultaba que el
universo era una broma de mala ley inventada por Dios para
mortificarle a él, al mísero Agapito. Restituto Mata se quejaba en
sonetos
esculturales
de una novia de Tierra de Campos, que le había dejado por un
cosechero; Roque Sarga lamentaba en romances heroicos (no tan
heroicos como los oyentes) la pérdida de la fe, y Pepe Tudela
cantaba la electricidad, el descubrimiento del microscopio y la
materia radiante. Antonio Reyes tosía.
Rita
no habló nunca con Antonio en aquella tertulia. Pocos meses después
de haberse fijado ella en él, dejó de sonar allí la tos
interesante.
-¿Y
Reyes? -dijo cualquiera una noche.
-Se
ha ido a París -respondieron.
-¿Quién
es ese Reyes? -preguntó Rita a su padre al volver a casa.
-¿Antonio
Reyes? Un excéntrico, un holgazán, un muchacho que vale mucho, pero
que no quiere trabajar. Es decir... lee... sabe... entiende... pero
nadie le conoce. Ahora se ha ido a París de corresponsal de un
periódico, de corresponsal político... cualquier cosa... a ganar
los garbanzos... es decir, los garbanzos no, porque allí no los
comerá... Es lástima; vale, vale... entiende, lee mucho, conoce
todo lo moderno... pero no trabaja, no escribe. Es muy orgulloso.
Además, está malo; ¿no le oías toser? Un catarro crónico... y la
solitaria; además de eso, una tenía... Creo que es gastrónomo... y
que come mucho... Es un escéptico, un estómago que piensa.
Rita
no volvió a ver a Reyes, ni a oír hablar de él, en mucho tiempo.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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