Los
pasos iniciales de
Josefín, como primer
dependiente de la "Casona", fueron una sucesión
continua, de lamentables fracasos. En primer lugar, la lengua torpe hasta la
exasperación, no acertaba a modular
una palabra medianamente
castellana, aferrada como estaba a su bable nativo. Después, la
falta absoluta de sociabilidad, hacíale
montaraz, huraño y
cobardón, hasta el
extremo de bajar siempre la vista, como temeroso de
enfrentarse cara a cara con el cliente que le reclamaba. Por otro lado, la
sobrexcitación nerviosa, contínua e irreprimible, causa era de que cuantos
paquetes, frascos o envoltorios
tomaba en sus
manos, cayesen con
estrépito sobre el pavimento.
Pese a ello, su viejo tío, amplio
conocedor del estado de ánimo en que su sobrino se hallaba, lejos de
exasperarse con la torpeza del novel dependiente, era la mano tutora que le
amparaba y guiaba en el aprendizaje.
Por eso, cuando en innumerables
ocasiones, Josefín, se llegaba a él, para rogarle le volviese a la trastienda,
reponía:
-No te desilusiones sobrino. El
mejor atleta del mundo, comenzó a gatas su carrera.
Y
Josefín, todo voluntad,
ahínco y tesón,
llegó en no
mucho tiempo a ser un experto dependiente. Entonces su tío, dejó de ir
por la tienda, llegándose
a ella únicamente
a finales de
mes, para reconocer los libros,
que siempre encontraba en excelente situación.
Por
este tiempo, si
no amo, jefe
de la "Casona", trabó
Josefín amistad, con el simpático
viajante D. Manolito,
también asturiano, nacido en
Llanes. Era pequeñito, alegre y borrachín. Frisaba en los cuarenta años
y soltero de
"profesión",
repartía sus horas
entre vender a los
bodegueros y piropear
a cuanta mujer
hallase a su paso, sin reparar jamás en color, raza o
edad. Sin embargó, era un dignísimo
representante comercial, respetado,
admirado y querido, no
sólo por sus
dotes inigualables, para
vender las mercancías,
si que también, por su acrisolada honradez, sometida a toda clase de
pruebas. Por eso, representaba los mejores almacenes de la Isla.
D. Manolito, era la única amistad
de Josefín. Llegó a sentir por él verdadero
afecto, aun cuando
en ocasiones le
zahiriera dolorosamente con
puyazos mal intencionados.
-Pepe -decía
Manolito. -¿Cuándo despegarás
de ese maldito mostrador, que te vuelve astilla? ¿Tú
conoces la Habana,
chico?
Josefín, llevando
años en la
ciudad cubana, no
la conocía en absoluto, pues a pesar, que
en un tiempo ya pasado, había ido a trabajar a los almacenes de Arrazola
y a la clase del negro Poncio, en realidad, no había visto la calle. Por ella
pasaba huído, espantado, sorteando a las gentes, buscando el camino más corto
para llegar a la negra guarida de bajo del mostrador.
Cuando siendo dependiente, evitó
las salidas innecesarias, tuvo un alivio de descanso; como si de sus hombros le
hubieran quitado un peso abrumador.
Uno de tantos días Manolito,
llegóse a él, locuaz como siempre.
Sin ninguna clase de preámbulos,
díjole:
-Señor, esclavo; he estado ahora
mismito con tu tío en el Banco.
Está muy
viejo, derrengado y
triste. El mal
del trabajo salta
a la vista. Tú, camarada,
seguirás igualito camino.
-Manolito -reponía Josefín. -El
trabajo no envejece.
-¡Y
olé la modestia!
-jovialmente exclamó el
viajante. -Estás hablando por tí,
chico. No hay más que mirarte. Pelo blanqueando, siendo más joven que yo;
herniado y tomando esa maldita postura del mostrador, que hace un arco de tus
espaldas. Haz caso de mí.
Lánzate a la conquista de la calle.
Tienes falta de sol, de aire, de risas de mujeres...
Y su diálogo, fué interrumpido por
la llegada de Panchito -hijo de Pancho el negro- que le traía una copa de
coñac.
-Oh, gracias betunero. Eres más
atento que el amo.
-Comentó el viajante.
-Mi amo manda ¡seño!. -Impasible
repuso el mozarrón moreno.
-Bien Pepe -seguía hablando
Manolito.
-¿Piensas morirte sin salir a la
calle?
-Hombre -repuso aquél. -¿Para qué
hacer lo que no es preciso? ¿Qué me dan a mí en la calle? Mi sitio es aquí,
siempre aquí. He venido a trabajar y éste y no la calle, es mi tajo.
-¡Trabajo! ¡Trabajo!
Sobran horas para
ello y para
todo. El día estira como las ligas de las criollas...
Tienes que airearte, a ver si de una
vez se te
va ese olor
a polilla que
atormenta. Ahora que
sí, chico; el día que salgas, toma grandes precauciones, pues el sol te
deslumbrará, las mujeres... y apropósito de mujeres: ¿Tú sabes qué en la calle
del Obispo hay "cargamento" nuevo? ¡Algo soberbio! ¡Ah!
Y también a la Alameda de Santa Paula y,
al Sol, llegaron morenillas de mucho postín. Y no es eso sólo, sinó que la Loti... ¡ay! ¡ay! ¡ay!...
por cierto que
hace tiempo le
dije que iría
a verla con
un buen amigo. Inútil será el
decirte, que ese amigo eres tú...
-Pues no. ¿Tú comprendes
-interrogaba el dependiente- que voy a dejar mi deber por el gusto de una,
juerga? Ni está bien, ni puedo.
-Porque no
quieres. Al diablo
con el deber,
al infierno con el
trabajo. Alegría del sol, risas de mujeres, copas de bodegueros... Eso es la
vida...
-Hay que nacer con suerte para
todo, Manolito. Tu trabajas y te diviertes y, yo me divierto tristemente, con
el trabajo...
-¡Macanas, no
más! Todos nacemos
desnudos y haciendo pucheros. Cuando aún no tenemos uso
de razón, la vida nos forma a nosotros;
pero en cuanto
lo tenemos, nosotros
formamos la vida.
Eres un miserable usurero, que
morirás de rabia, al pensar que te faltaron horas para trabajar. El pecado del
oro, es siempre el mismo.
Parecer poco.
Potes, murió colgado
de pena, al
considerarse arruinado... Aún le quedaban diez... doce, quince
millones... Bueno chico, me axfixia estar tanto dentro de una bodega. ¡Me
axfixia!...
-¿Qué me ofreces hoy? -Interrogóle
Josefín.
-Nada. Buenas cosas traigo, como
dice el tamalero, pero no para tí. Cuando no seas mostrador y te vuelvas hombre
que sepas salir a la calle, entonces traeré lo que quieras.
Y allá se fué el simpático D.
Manolito, piropeando a las mujeres, dando
chupitos a su
"Vuelta Abajo" y
haciendo notas a los
bodegueros.
Josefín, veíalo
alejarse con tristeza.
Reaccionaba un tanto
su espíritu, que poco a poco adormecía, y a su conjuro, veníasele a la
mente una imagen retrospectiva
de la vida.
Vida triste de renunciación. Sin una sonrisa de cariño,
sin un suspiro de amor que conmoviese su alma, sin una nota musical que llegase
al espíritu...
Siempre allí, encorvado sobre el
mostrador y... ¡Durmiendo como un perro debajo de él!
Había años
que estaba en la
Habana y no
conocía la ciudad.
¡Mujeres, sol,
amigos! ¡Palabras hueras,
sin valor real
alguno! No había duda: La Habana, de un hombre joven,
optimista, y lleno de vitalidad,
habíale convertido en
un ser triste,
viejo prematuro y, esclavo
de las leyes
tiránicas de la
avaricia. Porque avaricia
era, aquella su única
ilusión, que giraba
en torno al
vIler de pnas mercancías gananciosas. ¿Cuántos años
llevaba allí?
He ahí una cruel interrogante,
brotada al impulso de una carta de su
hermano. En aquella
carta, le decía
que sus padres
habían muerto. Cabe las
paredes de la
milenaria iglesia de
la aldea, él
-Monzón- había erigido para ellos, un magnífico panteón de mármol.
Además, continuaba, -"tengo
cuatro hijos ya mayores que trabajan la hacienda; ha sido grandemente mejorada
con compras". Asimismo comunicaba que, Adelina, se había casado y ya era
madre...
Las últimas palabras de la carta,
decían:
-«Ningún feliz se acuerda de los
demás. En eso me demuestres -nunca
escribes- que yes un señoritu
americanu, que nada
te importen estos probes aldeanos».
Apenas si le conmovió la noticia de
la muerte de sus padres. El corazón
duro, envilecido, no
vibraba al influjo
de los hondos sentimientos. Pero...
¿Su hermano con
cuatro hijos mayores? ¿Adelina ya madre? ¡Señor! ¿Cuántos
años llevo aquí?
-¡Un señoritu americanu!... ¡Qué
sarcasmo!... ¡El que no veía el sol
ni las estrellas
y que dormía
como un perro
debajo del mostrador!...
Desconsolado, miraba a su alrededor
y rápidamente se obraba el milagro de la recuperación. Bastábale para ello, ver
a los negros en afanosa faena, las estanterías repletas de mercancías valiosas
y el desfile continuo de clientes...
-¡Mi vida!... Pensaba.
E insospechadamente, llegó lo
inesperado.
Ante la "Casona" detúvose
un lujoso coche de alquiler. Del mismo, descendieron su tío y un señor de
mediana edad, portador de una cartera. Sin preámbulos de ninguna clase, el tío,
dijo a Josefín.
-Este es mi Notario. Ya le conoces.
Te entregará las escrituras de propiedad,
traspasadas a tu nombre, de
esta Bodega y
de todo cuanto poseo. Asimismo,
los poderes que exige la ley. El Notario, te dirá donde
debes firmar. Dentro
de una hora,
me embarco para
España, pues me siento viejo,
maltrecho y acabado. Es mi deber, ir a morir al lugar donde he nacido. Sigue
portándote como un hombre, sobrino.
Cuando Josefín, salió de su
estupor, ya el barco enfilaba su proa cara al horizonte lejano, en las afueras
de de la Bahía Cubana.
Entonces sí, que fué el loco, el
ciego, el fanático triunfador, que hasta la gloria encuentra chiquita.
-¡Rico! ¡Rico!
¡Quiero más! ¡Más!
¡Mucho más! ¡Trabajaré
sin descanso para llegar a donde no fué capaz ningún emigrante! ¡Qué
importa el cuerpo ni el alma, si dentro del arca brillan con destellos de sol,
los doblones divinos del oro!
Insaciable, frenético en su afán de
riqueza, contaba y recontabá las cuentas de sus ganancias. Era trabajo febril,
agotador, al que se hallaba entregado. De día, pegado constantemente al
mostrador. De noche, anotando en el libro las ventas, preparando mercancía para
la otra jornada o haciendo cálculos para nuevos pedidos. Cuando a las altas
horas de la noche, tomaba la escalera de mano que le ascendía sin salir de la
tienda; al piso donde había vivido su tío, quemábanle las sienes enfebrecidas.
Manolito; satisfecho con la suerte
de su amigo, contemplaba entre alegre y triste, la ascensión vertiginosa de
Josefín. «¡Este hombre, morirá prisionero de su misma tienda! ¡Este hombre
enfermará por falta de aire!,
Una ocasión, en que Josefín se
hallaba atendiendo a una negra y después
de haberla servido,
se la quedó
mirando hasta que desapareció en una encrucijada, Manolito,
de sopetón le dijo:
-¿Oye chico?
¿No te gustan
las negras? ¿Has
observado, extraña, que
irresistible seducción tienen
esas endemoniadas mujeres? ¿La
mujer que te hace la limpieza arriba, es negra verdad?
-Estás loco
Manolito -comentó el
dueño de la
"Casona". -Tengo
demasiadas preocupaciones para pensar en mujeres. ¡Pero vamos! Y mucho menos,
para pensar en negras.
-Son tremendas -seguía diciendo el
viajante.
-A mí, me traen de cabeza. No se
que tienen esas condenadas mujeres, que aún oliendo regularmente, según dicen,
que yo no lo noto, le gustan a uno. Yo, no hay un día en que no vaya a la plaza
para darme el gustazo de piropear a cada cocinera, que ¡vamos! Producen el
vértigo.
-Calla, calla Manolito. Eres un
sinvergüenza.
-Protestó Josefín.
-Esas negrazas señor dueño
-entusiasmado reponía el aludido.
-Te gustarán a tí, como a mí. Lo
que pasa es que yo tengo la franqueza de decirlo. Gustan tanto como las
blancazas o más. Si nó, hoy vamos a hacer una prueba. Sales conmigo y me lo
demostrarás.
-No
puedo salir. Es
mucho lo que
sobre mí tengo.
No puedo perder una hora.
-Pero bueno,
judío. Eres exasperante.
Ni dueño de
toda una fortuna, dispones
de una hora
para solaz del
cuerpo. ¿Eso es ser
rico? Eso es ser miserable. ¿De qué sirve la riqueza, escondida en caja fuerte?
De nada en absoluto. Tu no vives, ni nada. No haces más que el imbécil.
-¡D. Manolito!
-Interrumpió un si no es ofendido.
-Nada. Lo dicho.
-Seriamente recalcó
el viajante. Si a tí te
preguntan qué hay
en la vida,
dirás que mucho
bacalao y cacao, mucho café y tabaco; mucho debe y
haber... Y no es así. En la vida hay mucho "tomate". Mujeres hermosas pidiendo amores, músicas que
transportan el espíritu
al cielo, playas
de doradas arenas, sirviendo de alfombras a Afroditas
Astarté...
-Como se conoce, que jamás te has
enfrentado duramente con la vida.
-Razonó Josefín.
-¿Yo? Todos
los días lucho
con ella y
la venzo. Tú
eres el que jamás
te has enfrentado.
Tan sólo has
hecha, dejarte absorver, poseyéndote por completo. Eso no es
lucha, es dejarse dominar, sin una
protesta, sin un
gesto gallardo; antes
al contrario, doblando siempre la cerviz a su servicio. Eso
no es enfrentarse con la vida. La lucha es en plena calle, no en cobardía de
encrucijadas. En la calle se la
desafía, se la
vence y si
es preciso se
toma mi sistema;
el de reirse de
la misma vida.
Yo soy, el
que valientemente la
desafía cara al sol, no tú, cobarde-mente en las tinieblas.
-No
soy cobarde ante
la vida, Manolito.
-Con fiereza
repuso Josefín.
-Pues entonces, ven a desafiarla
conmigo.
-Replicó el viajante.
-¡Voy!
-Entero repuso el dueño.
-¡Hoy entraste por vez primera en
el corazón de la Habana
y das una alegría a tu amigo!
-Y Manolito le abrazó.
Noche de orgía, a través de las
calles cubanas. Visitas a los sucios lupanares,
donde la pobreza
malsana de una
sociedad podrida, muestra las
huellas sangrientas de la esclavitud,
en la venta
de carne humana, por unas monedas de dinero. Obispo, el Sol, Santa
Paula... Después, cabarets
lujosos: Montmatre, Hollywod.
Desfile deslumbrante de bellezas,
llenas de esplendor
y coquetería. En el
fondo, es la misma miseria de los antros de más baja estofa. Pero aquí, se
disfraza con en el refinamiento de la alta sociedad. El mismo pecado, se cotiza
a precios más elevados.
Josefín, como en casi la mayoría de
sus actos, desde aquel día en que mercancía de un barco, arribara a la Perla de las Antillas,
obraba y dejábase llevar como un autómata. Manolito, era el actor principal
de aquel
drama. En él,
veíase prontamente, al
hombre de gran mundo que nada le arredra ni sorprende.
El hombre que a la vida con sus lacras
y virtudes, la
domaba y vencía.
Por eso, entre aquellas bellezas que un poeta diría;
"con sus ojos deslumbrarían al mismo sol", él, en su insignificante
persona, era el árbitro de una bacanal, que no vivía, pero
que aceptaba sin salpicaciones, porque por
encima de todo,
estaba su sonrisa
y sarcasmo que
en un momento decía: ¡Nunca amor
fraguó el dinero!
Y
bebieron, rodeados de
mujeres jóvenes ¿Insinuantes.
Josefín, dejóse arrastrar por una criolla de ojos color tabaco, senos
pródigos y caderas de
junco, que cariñosamente
le llamaba "mijito". Wiski, Champán, Pipermín. El dueño de la
"Casona", sintió entre los brazos, más calculadores que amantes, de
aquella muchacha, oscurecérsele la vista, perder el conocimiento y soñar cosas
dulcísimas, más que de lucha de
tendero, de placer de
Dioses. Con este
pensamiento, inerte entre los brazos de Manolito. y un Policía, ya bien
amanecido, fué depositado como un saco de patatas en la cama de su bochinche,
sobre la tienda la "Casona".
Entre risas
y comentarios jocosos,
las chicas disfrutadoras
de Champán y licores, comentaban la terrible borrachera de aquel señor
novato, en lides del vicio...
Fué
un lamentable despertar
para Josefín. Semiinconsciente todavía por
los efectos del
alcohol, llevó su
mano a la
cartera.
¡Estaba vacía! Dos mil pesos
habíanle desaparecido en una noche de la
Habana. Entonces, maldijo
a Manolito, cuando
ya el vituperado aparecía en su habitación.
-¡Malvado! ¡Huye
de aquí! Eres un mal
nacido y mal
amigo.
Furióso insultóle Josefín.
D. Manolito, tranquilo, sereno, con
la risa en los labios, replicóle.
-Medita y
juzga, mi amigo.
Nada se hizo anoche
que no sea reparable. Pero ha sido la gran lección
de tu vida.
-¡Ha sido la gran cochinada!
-Repuso indignado aquél.
-No
lo creas. ¿Cuánto
has perdido?
-Con la
misma calma interrogó.
-Dos mil pesos.
-Aseveró aquél.
-¿Ves tú, cómo jamás has luchado
con la vida? Una vez más te ha vencido,
por no estar
preparado. Una vez
sola que a ella te enfrentas, sales esquilmado. Eso se llama
ineptitud.
-¿Tú no has gastado dinero?
-Sorprendido interrogó Josefín.
D. Manolito, soltó con ganas una
sonora carcajada, a la vez que decía.
-Por Dios, chico. ¿Gastar yo
dinero? Le he sacado cincuenta pesos a aquella rubia platino, histérica y con
afán de ser honrada, con la condición
de que le
busque un novio
lo suficiente tonto,
para casarse.
Entonces Josefín, claudicó en sus
intenciones de apartar de sí a Manolito y le dijo:
-Efectivamente; una lección. Es
necesario en la vida, saber estar en todas las circunstancias.
Volvió a
su tienda y
fueron pasando los
meses con la
misma intranscendencia de costumbre. Mas he aquí que, una buena mañana
de noviembre, en el mismo aposento del comerciante, se le planta la negra de la
limpieza con un envoltorio en sus manos. Josefín, fué a regañarla, porque había
faltado una semana a su obligación, y quedó pasmado, cuando aquélla, con la
mayor calma de la tierra repuso:
-No ofendelte amol mío. Vengo a
enseñalte tu hijo,
-¿Mi hijo?
-Exclamó horrorizado Josefín.
-Si
amol. Mílalo.
-Levantó la
ropita del envoltorio
y quedó al descubierto una diminuta cara de niño
negro.
El comerciante se horrorizó.
Apartándola con la mano lejos de sí, gritaba.
-No. No. No puede ser. ¡Un niño
negro! Impostora. Ramera.
-¡E muy bello!... Contemplándole
decía la madre,
-Es un tizón del infierno.
-Con síntomas de arrebatado,
exclamaba Josefín. -Quítalo de mi presencia. Mi hijo tiene que ser blanco como
la leche.
-Bueno amol -tranquilamente reponía
la negra. Me das quinientos pesos e hijo no sel tuyo.
Aquél echó
maquinalmente mano a la cartera
y le dió
mil. Al mismo tiempo gritaba:
-Vete, por favor. No aparezcas más
a mi presencia.
-Pelo amolsito y ¿quién te va a
plepalal la cama?
Mila "mijito" tengo una
helmana joven y glasiosa. ¿Tú quelel qué venga?
-Bien. Que venga, con tal de que
tú...
-Descuida quelido.
Con mil pesos,
tú no tienes
hijo.
-Y
se fué escaleras abajo con el
recién nacido, no osando volver la cara hacia atrás.
No tardó en aparecer Manolito, que
le dijo.
-He visto ahora mismo una negraza,
que me ha dejado patidifuso.
Aún
sigues sosteniendo, que
no te gustan
las negras? -Guasón, inquirió.
-Sigo pensando -refunfuñó Josefín-
que si no te quitas de mi lado, cometo un asesinato.
Por la calle, los vendedores
pregonaban a voz en grito:
-¡El tamalero se va!... ¡Al rico mango, mangüe!... ¡Ay, que rico
mango!... Llevo mamey, aguacate!...
-Bonito pregón, Josefín. Afuera la
vida, sigue lo mismo. ¿Te das cuenta?
-Sí. Y
también me doy
cuenta, que en
mí Asturias en
la que pienso más
que nunca, no
existen preocupaciones de
negras, esclavitud de tiendas,
ni avaros desgraciados.
Maldito pregón.
¡Sardinas! ¡Sardinas frescas, es el
canto alegre de las pescadoras de nuestra tierra!...
La
rueda incansable de
la vida, siguió
en su girar
vertiginoso.
Josefín, llegó a morir para la Habana y en su lugar quedó,
D. José
López Argüelles.
¡Poder del dinero!
La "Casona" fué
transformada, ampliada y ocupaba
toda una cuadra.
De la primitiva
Bodega, transformóse en el
mayor Almacén de la
Habana. Pero su
dueño seguía como en los primeros años, cuando luchaba por lograr una
fortuna, esclavo total de su trabajo, esclavo total de su avaricia, que pedía
más y más.
Pero hete
aquí, que una
desdichada tarde del
mes de marzo, patrullas de
criollos, de descamisados,
de algún que
otro militar, iniciaron una gran
algarabía en la calle. Los vivas y mueras a Zaya y Machado, mezcláronse
con tiroteos intermitentes. Sobre
el pavimento, no tardaron en aparecer los primeros muertos. De siempre
es sabido que, la sangre pide más sangre y es el mayor acicate de los
combates. Un orador
improvisado, pidió la
destrucción de todos los
patronos. ¡Vivan los parias!
-Resonó un grito continuo.
Fué
la consigna. En
alud incontenible, aquellos revolucionarios asaltaron las
tiendas, prendiendo fuego a algunas.
Panchito llegó nervioso y fuera dé
sí a D. José.
-¡Mi amo, huya! ¡La Levolución! ¡Piden
muelte patlones! iMalche
mi amo! ¡Yo quedal aquí y molil pol mí tienda!
Pero fué tarde. Un centenar de
hombres armados, entremezcla-dos
con mujerucas que
debían bastante dineto
al gran Almacén, arremetieron contra las lunas,
haciéndolas añicos. Otros, entraron y robaban
o destrozaban con la mayor
osadía. Josefín, arremetió contra los asaltantes. Entonces, un
culatazo le abrió una brecha en la cabeza. Inerte en el suelo, fué pisoteado por un negrazo,
hasta romperle la columna vertebral,
-¡Cochino blanco. Neglelo.
Climinal!
Panchito llegóse
a su mano
presto a defenderlo.
El negrazo azuzado por las
mujeres, decíale.
-Toma tú helmano. Lemátalo. Este
ela quién te tilanizaba.
Panchito, tomó a su amo en brazos y
lanzóse a correr entre la turba. A grandes voces, entre lágrimas y lamentos,
exclamaba:
-A mi amo no mal. Yo no esclavo de
mi patlón. Yo hijo...
Jadeante, agotado, llevóle al
Hospital, donde la calma, en virtud de
un elemental principio
de caridad. prevalecía.
Allí, le dejó a
merced de los médicos.
Cuando Panchito
volvió a los
almacenes, hallóse con
sólo las paredes en pie. Todo
había desaparecido.
¡Josefín! ¡D.
José! El rico
propietario del Prado,
había quedado arruinado en unas
horas, víctima de la misma vida, exasperada en una revolución!
¿En qué quedó
todo su sacrificio,
privaciones, renunciación a cuerpo y alma? A nada. A la más negra
pobreza. Todo su esfuerzo quedó compendiado, en dos hernias de sus comienzos y
en la columna vertebral rota, cuando la opulencia le sonreía.
Luchó entre la vida y la muerte
largos días. A su lado D. Manolito, era
el consuelo y la esperanza.
Cuando pudo hablar,
Josefín reconocido, díjole:
-Eres mi hermano, Manolito. Así
haría Monzón conmigo. Llevamos el alma de Asturias dentro y en los momentos de
infortunio, somos un sólo sufrimiento.
-Somos Josefín,
desertores de aquel
paraíso; reos del
mismo pecado, justo es
que unidos llevemos
la misma penitencia.-Seriamente replicó el viajante.
-Y tú, ¿saliste indemne de la
revolución? -Inquirió Josefín.
Ante cuya
pregunta, el buen
humor e intranscendencia ante
la vida, revivió en Manolito, que jovialmente repuso.
-Naturalmente. Otra vez supe
sortear y vencer a la vida. ¿No te he
dicho siempre, que en esto
estaba el secreto?
Pues mira, me cogió
la iniciación del Movimiento, en
Murallas. Allí, predominaban los Zayistas y yo grité a todo
pulmón: ¡Viva Zayai Más tarde, en la parte Nueva, me hallé encerrado por el
triunfo de los Machadistas y con más fuerzas aún, exclamé: ¡Viva Machado! Una
vez renacida la calma, atravesé todas
las calles de la
Habana
gritando, a pleno pulmón, ¡Viva la Pepa!
La robusta naturaleza de Josefín,
sobrepudo con la enfermedad.
En
unos meses recuperóse
valientemente, y no tardó en
pasear entre dos muletas
por los grandes
jardines del Hospital.
Sin embargo, de la
arrogancia, y hombría
del primitivo hombre,
no quedaba más que un guiñapo. Después de tanto dolor e infortunio, el
tronco se inclinó, el cabello blanqueó totalmente y aquellos ojos de mirar
vivo, eran la imagen amarga de la desilusión. Una nostalgia grandísima, aproximaba
la lejana tierra
de Asturias, hasta
tenerla casi a su lado; ¡Poderoso influjo del dolor! ¡El dolor más que
el amor, une a los
seres que se
quieren! ¡Asturias! ¡Asturias!
¡Cuán duramente pago el
crimen de haberte
abandonado! ¡Enviaste a la Habana a un hombre y ahora
cuando vaya, recibirás a un ser muerto e inservible!...
Fué a Manolito, en una tarde de
paseo, a quien hizo la confesión.
Ayudóle aquél solícito, a sentarse
sobre un banco de madera y entre lágrimas de amargura, le dijo Josefín:
-Toda mi vida ha sido deshecha.
Ahora, aquí no soy nadie más que uno de tantos desgraciados, que vienen con
ilusión y sueños de riqueza a la América y se encuentran con dolores y desengaños.
Luché incansablemente, tú lo sabes.
Perdí mi condición de humano y me hice duro y malo. Malo hasta para mi alma.
Enriquecí. ¿Pero es algo la riqueza,
si al primer
soplo de aire,
vuela como cosa inconsistente? Manolito y ¿ahora qué?
Volver a Asturias a pedir a mi hermano
la caridad, de
que cuide a
este ser impotente,
pobre, miserable y lleno de desengaños. ¡A pedir caridad a mi hermano!
-No, Josefín. -Con entereza
interrumpía aquél. Quién fué capaz en años de juventud a renunciar a todo lo
bello de la vida, tiene que ser capaz a recuperarse.
-¡Recuperarse! ¿Cómo,
si no tengo
ni fuerzas musculares,
ni impulso del espíritu? ¿Cómo, si pobre, nada puedo emprender?
-Pero tienes -de nuevo hablaba
aquél -algo que vale más que el dinero.
Tienes aquí a un amigo
de verdad. Manolito
el borrachín.
Manolito, es persona de corazón.
Gozo de la confianza de las mejores casas de la Isla y yo me encargo de ponerte la
"Casona" tan repleta, como
cuando pagabas con
dinero contante... Tu
garantía, tu honradez, vale más
que todo el dinero. No desfallezcas. ¿Qué tenías cuando llegaste?
-¡Juventud! Repuso aquél.
-Y
ahora experiencia y
camino abierto. No
hay que entregarse jamás. La vida pasa. Pero hay dos
cosas inmutables. El cielo en lo alto y la voluntad del hombre en la tierra.
Adelante Josefín.
-¡No me creo con fuerzas!
Tristemente comentó aquél.
-Es preciso. Para cuando sanes, ya
tu "Casona" estará repleta. Te lo dice Manolito. A Asturias no irás a
pedir caridad. Irás a entregar tu vida a la tierra donde has nacido, con la
alegría del luchador que no ha sucumbido en el camino.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)