Allá en
tiempos muy remotos había un zar que tenía tres hijos, los tres mozos. Un día
les dijo:
-Hijos
míos: haced un arco cada uno y disparad una flecha. La mujer que traiga cada
flecha será la esposa del que la disparó: Si alguna no la trae nadie, ése no se
casará.
El hijo
mayor disparó su flecha, y la trajo la hija de un noble. Disparó el mediano, y
trajo su flecha la hija de un general. En cuanto a la flecha del zarévich Iván,
el menor, la trajo entre los dientes una rana del pantano.
Los
hermanos mayores estaban encantados; pero el zarévich Iván se echó a llorar
pensando:
-¿Cómo
voy a vivir yo con una rana? Y que es para toda la vida...
Pero por
mucho que caviló no tuvo más remedio que tomarla por esposa. Los casaron a
todos según el rito de aquellos lugares. Durante la ceremonia, a la rana la
sostuvieron en una bandeja.
Así
fueron viviendo. El zar quiso un día que las nueras le regalaran alguna prenda
para ver cuál era la más habilidosa. Al oír su deseo, el zarévich Iván se echó
a llorar otra vez pensando: «¿Qué puede hacer mi rana? Voy a ser la risión de
todos.»
La rana,
entre tanto, saltaba por el suelo croando. Pero, cuando el zarévich Iván se
quedó dormido, salió de casa, se despojó de la piel de rana convirtiéndose en
una hermosa doncella y gritó:
-¡Que
vengan mis ayas y mis criadas!
En cuanto
aparecieron les explicó lo que deseaba, y las ayas y las criadas le trajeron al
instante una camisa que era un primor. Ella la cogió, la dobló y la dejó al
lado del zarévich Iván, convirtiéndose de nuevo en rana como si tal cosa.
El
zarévich se llevó una gran alegría al despertarse. Tomó la camisa y se la llevó
al zar, que exclamó después de contemplarla:
-¡Magnífica
camisa! Es digna de llevarla en el día del Señor. El hermano mediano trajo otra
camisa.
-Esta
podría servir, si acaso, para llegarse hasta el baño.
Y de la
camisa que le presentó el mayor, dijo el zar:
-Esta
sólo podría usarse en una mísera isba.
Los hijos
del zar volvieron a sus casas. Los dos mayores iban diciendo:
-No
debíamos habernos reído de la esposa de Iván. Seguro que no es una rana, sino
alguna maga.
El zar
quiso luego que sus nueras cocieran unos panes y se los presen-taran para ver
cuál de ellas cocinaba mejor.
Las nueras
mayores se habían reído de la rana al principio, pero ahora estaban
escarmentadas: mandaron a una sirvienta a espiar lo que hacía.
La rana,
que se lo imaginó, preparó la masa, la extendió con el rodillo y la arrojó a la
estufa por un agujero que abrió arriba.
Después
de observarlo todo, la servidora corrió a contárselo a sus señoras, las nueras
del zar, y ellas hicieron lo mismo. Pero, tras engañarlas con esa treta, la
rana sacó la masa de la estufa, lo limpió todo muy bien, revocó el agujero, lo
dejó impecable... Saltó entonces al porche, se despojó de su piel de rana y
gritó:
-¡Que
vengan mis ayas y mis criadas!
En cuanto
aparecieron ordenó:
-Quiero
un pan como los que mi padre comía sólo los domingos y los días de fiesta.
Las ayas
y las criadas se lo presentaron al instante y ella lo dejó al lado del zarévich
Iván, convirtiéndose de nuevo en rana.
El
zarévich Iván se despertó y llevó el pan a su padre. Precisamente estaba
recibiendo los que le presentaban sus hijos mayores: unos panes horribles, todo
requemados, porque sus esposas habían hecho lo que les contó la sirvienta. El
zar tomó primero el pan que traía el hijo mayor, lo miró y lo mandó a la
cocina. Tomó el del hijo segundo y lo mismo hizo con él. Le llegó el turno al
zarévich Iván. Su padre tomó el pan que traía, lo miró y dijo:
-¡Este sí
es un pan digno de comerse en el día del Señor! No se parece a esos carbones
que han mandado mis otras nueras...
Más
adelante se le ocurrió al zar la idea de dar un baile para ver cuál de sus
nueras bailaba mejor. Acudieron todos los invitados, y también los hijos con
sus esposas, menos el zarévich Iván. «¿Dónde voy yo con una rana?», se
preguntó, y estalló en sollozos. Pero la rana le dijo:
-¡No
llores, zarévich Iván! Tú ve al baile, que dentro de una hora estaré yo allí.
El
zarévich Iván, algo más tranquilo al oír lo que decía la rana, se marchó al
baile. Entonces la rana se despojó de su piel y se atavió maravillosa-mente.
Cuando llegó al baile, estaba tan bella, que el zarévich Iván quedó encantado y
todos los presentes aplaudieron.
Se sirvió
un banquete. La zarevna rana comía, pero iba guardando en una manga los huesos
que le quedaban. Bebía, pero iba echando en la otra manga lo que sobraba en su
copa. Las otras nueras, que la observaban, hicieron lo mismo: fueron echando
los huesos roídos en una manga y los restos de bebida en la otra.
Llegó la
hora del baile. El zar pidió que lo abrieran las nueras mayores; pero ellas le
cedieron el honor a la rana que, sin hacerse de rogar, salió al centro del
salón con el zarévich Iván. Bailó con tanta gracia, tanto giró y taconeó, que
todos quedaron admirados. Luego agitó el brazo derecho y surgieron bosques y
arroyos; agitó el brazo izquierdo y empezaron a revolotear pajarillos...
Terminó de bailar y todo desapareció.
Las otras
nueras salieron también a bailar y quisieron hacer lo mismo. En cuanto una
agitaba el brazo derecho, los huesos que había guardado en la manga salían
disparados contra la gente... En cuanto agitaba el brazo izquierdo, rociaba a
la gente con el agua de la manga. Aquello no le agradó al zar, que gritó:
-¡Basta,
basta ya!
Y las
nueras volvieron a sus sitios.
Terminaba
el baile. El zarévich Iván se marchó por delante. Encontró la piel de rana
tirada en el suelo y le prendió fuego. Cuando volvió su mujer quiso ponerse de
nuevo su piel, pero había ardido. Se acostó con el zarévich y al amanecer le
dijo:
-Te ha
faltado un poco de paciencia, zarévich Iván. Pronto habría sido tuya para
siempre. Ahora, sólo Dios lo sabe... Adiós. Si quieres dar conmigo, búscame en
los confines de la tierra, en el más lejano de los países -y desapareció.
Pasó un
año. El zarévich Iván añoraba a su esposa. Al comenzar el segundo año les pidió
permiso a su padre y a su madre para ir en su busca.
Caminaba
ya mucho tiempo cuando se encontró con una casita colocada de cara al bosque y
de espaldas a él.
-Casita,
casita -pronunció el zarévich: ponte como antes, como te plantó tu madre, de
espaldas al bosque y de cara a mí.
La casita
se dio la vuelta. El zarévich entró.
-F-f-f...
-dijo una vieja que había dentro. Hasta ahora no se habían oído ni visto
huesos rusos; pero hoy se meten ellos en casa. ¿Hacia dónde te diriges,
zarévich Iván?
-Podías
ofrecerme de comer y beber, vieja, y preguntar después.
La vieja
le sirvió comida y bebida y le preparó luego un lecho. El zarévich Iván le dijo
entonces:
-Abuela:
ando buscando a Elena la
Hermosa.
-¡Cuánto
has tardado, criatura! Los primeros tiempos, pensaba mucho en ti, pero ahora no
te recuerda ya. Además, hace mucho que no viene por aquí. Mira: ve a casa de mi
hermana mediana, que ella está más enterada.
Por la
mañana se puso el zarévich Iván en camino, llegó a una casita y dijo:
-Casita,
casita: ponte como antes, como te plantó tu madre, de espaldas al bosque y de
cara a mí.
La casita
se dio la vuelta. El zarévich entró.
-F-f-f...
-dijo una vieja que había dentro. Hasta ahora no se habían oído ni visto
huesos rusos; pero hoy se meten ellos en casa. ¿Hacia donde te diriges,
zarévich Iván?
-Pues...
voy en busca de Elena la
Hermosa.
-¡Oh,
cuánto has tardado, zarévich Iván! Ella empieza ya a olvidarte. Se va a casar
con otro y pronto será la boda. Ahora vive en casa de mi hermana mayor. Ve
allá, pero con cuidado. Cuando estés cerca advertirán tu presencia. Elena, que
tendrá puesto un vestido de hilo de oro, se convertirá en huso. Mi hermana
enrollará el hilo en el huso. Cuando lo haya enrollado todo y veas que guarda
el huso en un cajón y lo cierra, tú busca la llave, abre el cajón y parte el
huso en dos. Arroja entonces la punta hacia atrás y la parte más gruesa a tus
pies. En ese momento aparecerá ella delante de ti.
El
zarévich Iván se puso en camino, llegó a la casa de la otra vieja y entró. La
encontró hilando una hebra de oro. Cuando llenó el huso entero, lo encerró en
un cajón y puso la llave sobre una repisa. El zarévich cogió la llave, abrió el
cajón, sacó el huso y lo partió como le habían dicho, arrojando la punta hacia
atrás y la parte más gruesa a sus pies. En el mismo momento apareció Elena la Hermosa delante de él.
-¿Cómo
has tardado tanto, zarévich Iván? -preguntó. Por poco no he tomado otro
marido.
El nuevo
pretendiente estaba a punto de llegar. Elena la Hermosa cogió una alfombra
voladora de la vieja, se sentó en ella con el zarévich Iván y juntos partieron
por los aires como pájaros.
Al poco
rato llegó el pretendiente, se enteró de que se habían marchado y, como no era
lerdo, se lanzó tras ellos a toda velocidad. Le faltarían unas diez sazhenas
para alcanzarlos, cuando ellos penetraron sobre la alfombra en los límites de
Rus. Y como el pretendiente, por ciertas razones, no tenía entrada en Rus, se
vio obligado a dar media vuelta.
El
zarévich Iván y Elena la
Hermosa llegaron a su casa, donde fueron recibidos con gran
alegría, y allí vivieron y prosperaron para bien de cuantos los rodeaban.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)