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lunes, 15 de septiembre de 2014

Folletos literarios

No se puede asegurar que las letras españolas valgan hoy más que hace veinte años, y también sería aventurado sostener que valen menos; pero sí me parece indudable que ahora hay más público que entonces para la literatura; que se escribe más y se lee más; que interesan a muchos españoles asuntos de arte que no ha mucho preocupaban sólo a pocos. Muy lejos está de ser la vida literaria española lo que debiera y lo que tiene derecho a pedir la ambición legítima de los escritores verdaderos; sobre todo, si nos comparamos con ciertos países amigos, como Francia, resalta la pobreza de nuestro espíritu literario de tal suerte, que desconsuela; pero, atendiendo sólo a nosotros mismos, a lo que éramos y a lo que somos, el progreso de las letras, en el sentido indicado, es evidente.
Sin que deje la política de ocupar el lugar principal en la atención pública, y por desgracia casi siempre la política de los aventureros, de los jugadores de ventaja del parlamento, algunas veces los sucesos literarios llaman a sí poderosamente el interés del público; y un drama, una novela, un poema, un artículo de crítica, un discurso artístico son materia obligada de las conversaciones; y por algún tiempo consiguen que muchos españoles hablen más de poesía, de arte, de algo puramente ideal, que de ministerios que suben o bajan, partidos que se juntan o se dividen, hombres de estado que se engañan, distritos que se venden, y demás tópicos de la política al uso.
Pues así como el escritor político aprovecha la presencia de algún acontecimiento importante de la vida política para dar a la estampa en un folleto sus ideas y sus impresiones respecto del caso, así yo pretendo, fundándome en ese interés creciente que atribuyo a nuestra vida literaria, publicar de vez en cuando, siempre que la ocasión me parezca oportuna, un opúsculo o folleto literario que tenga por objeto el interés actual de las letras. No se trata de un periódico, porque lo primero que a estos folletos les faltará será la condición de la periodicidad; saldrán a luz cuando convenga, cuando las circunstancias lo aconsejen; no tendrán determinada cantidad de lectura, pues serán de más o menos páginas, según lo pida la materia; ni ésta será siempre la misma, porque unas veces me concretaré a un asunto particular que por sí solo merezca muchas hojas, v. gr., la cuestión del teatro nacional, la de la enseñanza oficial de la literatura, la del estado actual de la prensa, la de la economía literaria, la de nuestra novela, la de nuestra lírica, etc., etc.; y otras veces abrazaré el conjunto de la producción literaria durante un tiempo determinado. En suma, la variedad y la oportunidad son bases de esta publicación que emprendo animado por el buen éxito de empresas análogas antes llevadas a cabo, por el resultado de mis observaciones y además por el calor y entusiasmo con que acoge el proyecto un editor inteligente y valeroso.
Además, si en algunas publicaciones puedo escribir, y suelo hacerlo, con libertad segura, como prueban mis artículos de El Globo, Madrid Cómico y La Ilustración Ibérica, es claro que en ninguna parte he de ser tan independiente como en mi casa, y mi casa vendrán a ser estos folletos.
Sigo pensando que uno de los mayores males de nuestra vida literaria actual es la benevolencia excesiva de la crítica: huyo de ella siempre, y esa benevolencia me persigue, me invade, quiere imponérseme; parece un ambiente que no hay más remedio que respirar si no se quiere morir. Pues estos folletos son un parapeto para defenderme de los ataques de la benevolencia: quiero ser justo, quiero ser franco, quiero ser imparcial; nunca he aspirado a otro mérito en mis humildes trabajos de revistero literario, como con justicia me llama un pobre diablo mi enemigo, y ¿por qué perder esta única cualidad buena? Que me llamen cruel, duro, implacable, apasionado, algunos espíritus blandos y perezosos que acaso me quieren bien, ¿qué importa? Más razón tienen los que dicen que debo seguir los impulsos de mi temperamento. Sí, esto quiero, a esto me decido. Si de aquí puede nacer alguna sorpresa para algún lector, quizá para algún autor, en buen hora; todo menos torcerme, todo menos decir lo que no siento.
Viviendo en Madrid, tal vez un santo podría ser crítico del todo imparcial; pero quien no llegue a tal perfección, aunque pique en beato, no conseguirá librarse de esa influencia maléfica del trato constante, de los escritores, entre los cuales los hay muy malos que son muy buenos, es decir, que tienen excelente corazón, y apenas pecan al día más de las siete veces que peca el justo. Y no librándose de esa influencia no se puede ser imparcial, no se puede llamar tontos a todos los que lo son, no se puede prescindir de achacar al escritor alguna cualidad buena que tiene el hombre. La benevolencia es un abismo en que el crítico madrileño cae tarde o temprano. Mientras se dan batallas contra molinos de viento tomándolos por gigantes, mientras se escriben terribles censuras que nadie lee, mientras se es anónimo, mientras no se conoce a nadie, la severidad no solo es fácil sino muy socorrida; cuando se va siendo conocido, y se ha estrechado la mano de todos los literatos de algún nombre, y se asiste a sus, círculos y tertulias, la severidad (que sigue siendo justa, entendámonos) se convierte en una excentricidad, en una quijotada, casi casi en falta de educación... y no faltará quien diga si usted insiste en ser severo: «Ese es malo.» Senda de flores se abre a los pies del crítico cuyo voto pesa algo y que vota que sí, que aquello, cualquier cosa, es bueno. Cuanto mejor corazón se tiene más seduce la benevolencia: todo hombre sensible y nervioso tiene algo de coqueta, quiere ser querido; las sonrisas, los apretones de manos, los elogios discretos, son las formas de la tentación, la masa resbaladiza con que se unta la cuesta por donde se rueda a la sima de la benevolencia. Todos los literatos de Madrid acuden a una cervecería; todos se conocen, todos se tratan; todos se despellejan verbalmente y se adulan por escrito. Hablar bien de un escritor a otro del mismo género es crearse un enemigo casi siempre y decir algo malo por escrito del antes elogiado de palabra es tener ya dos enemigos. Lo corriente es lo contrario: a Fulano se le habla mal de Mengano y ya hay un amigo, Fulano; en la prensa se alaba a Mengano y ya hay dos amigos. No hacer esto es sembrar culebras o vidrios rotos: cuando se echa a andar los pies chorrean sangre a los pocos pasos. El mejor día, cuando más sol lleváis en el alma, os encontráis con que os odia toda una multitud; habéis hecho, como Abraham, un gran pueblo, pero de enemigos. Porque éstos se engendran unos a otros; el enemigo literario nace también por analogía, si habláis mal de un poeta malo se dan por aludidos todos los que se le parecen. Y además, queda para odiaros aquella muchedumbre de los que os mandan libros que no leéis, a pesar de las dedicatorias en que abunda lo de «ilustre y eminente»; queda para odiaros la turba multa de los periodistas que se creen retratados cuando pintáis al periodista ignorante, atrevido y de intención aviesa; queda para odiaros el pópulo bárbaro de los majaderos que siguen a los necios como otras tantas resonancias del absurdo; y quedan para odiaros el dilettante de la injuria; el amateur de la envidia, que ya aborrecen antes de saber a quién.
¡Es tan suave, tan perfumado el ambiente en que vive el crítico benévolo! Júntanse autores y críticos, la cortesía les impone la alabanza, el amor propio convierte en sustancia las fórmulas de la cortesía, la vanidad se sube a la cabeza, y a poco rato de estar juntos, todos están borrachos de vanagloria; hay luz en todos los ojos, carmín en todas las mejillas; todos ríen, las carcajadas se toman por esprit, cualquier salida de tono pasa por rasgo de ingenio: aquello es una orgía de vanidades...
Y ¿cómo huir de esta vida artificial, y falsa viviendo en Madrid, en ese Madrid literario tan pequeño? Punto menos que imposible. Habría que ser un asceta. Pero, un asceta ¿continuaría siendo crítico?
Yo no sé lo que será de mí si algún día vuelvo a ser vecino de la villa, hoy coronada; pero mientras vivo ausente de ella quiero conservar mi manera de entender la crítica, y en vez de ablandarme más cada día, como me aconsejan

«mi médico, mis amigos
y los que me quieren mal»,

voy a seguir el dictamen de los que piensan que lo poco que valgo, lo valgo por sincero y claro y hasta duro ¿por qué no? con quien lo merece.
Para conseguir tal propósito, me servirán estos folletos míos, en que diré mi opinión con absoluta independencia.
Lo que no haré será ceñir mis trabajos de crítica a la forma clásica del artículo doctrinal, seriote y cachazudo en que muchos entienden se ha de encerrar siempre el que censura. ¡No en mis días! «¡Lealtad y amenidad!» este es mi lema; la lealtad depende de mi albedrío; la amenidad no, pero sí el procurarla.
Así, irá la crítica en estos folletos envuelta muchas veces en formas muy variadas; algunas poco usadas para esta clase de asuntos. Por ejemplo, en este primer opúsculo con que ensayo mi proyecto, se trata de las obras de actualidad en estos últimos meses; pero como en este tiempo el autor ha dado una vuelta por Madrid después de más de dos años de ausencia, mezcladas con la crítica irán las impresiones sentidas al ver de nuevo aquel antiguo teatro de mi vida literaria, donde como tantos otros, gocé y padecí, aprendí algo bueno y mucho malo. La literatura se relaciona estrechamente con otros muchos intereses de la vida, y así, de unas en otras, llegaré muchas veces, sin sentirlo, a tratar de materias que no sean del dominio de la pura crítica. ¿Y qué? El lector no me lo echará en cara si lo que digo, por azar, llega a importarle.
Creo haber dado, aunque sin orden, aproximada idea de mi propósito al emprender la publicación de estos folletos literarios. Ahora dos advertencias para terminar esta especie de prólogo.
Tal vez con los folletos míos alternen los de algunos amigos que se parezcan a mí, por lo menos en lo de proponerse hablar claramente y sin traje de pedagogos.
Tal vez algún día no lejano, estos folletos dejen de publicarse por entrar su autor a formar parte de una empresa parecida, pero mucho más importante, en la que trabajen escritores de verdadero mérito y nombradía indisputable; y entonces se mostrará orgulloso, siendo cola de león, quien ahora se contenta con ser cabeza de este mísero ratoncillo. Vale.

CLARÍN.

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)

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