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sábado, 18 de enero de 2014

El monje y la hija del verdugo - Cap. XXXVII

Bajé de la montaña por empinados atajos, pero como el propio Dios guió mis pasos no me tropecé una sola vez, ni me precipité por el abismo. Amanecía ya cuan­do finalmente llegué al monasterio. Hice sonar la cam­pana y aguardé a que abrieran el portal. Evidentemen­te, el hermano que me abrió pensó que yo era el diablo, porque lanzó un alarido que consiguió despertar a la comunidad entera. Me dirigí directamente hasta los aposentos del Superior y permanecí en pie a su lado. Con mis ropas todavía bañadas en sangre le expliqué la tarea que me había encomendado el Señor y le dije que ahora ya era un sacerdote ordenado. Como respuesta me detuvieron, me encerraron en la torre, formaron un tribunal y me condenaron a muerte... ¡a muerte, como si fuese un vulgar asesino! ¡Ah, necios..., pobres y locos necios!

Hoy una persona acudió a visitarme a mi mazmorra. Se arrodilló frente a mí y besó mis manos por ser el ins­trumento elegido por Dios... Se trataba de Amelia, la joven morena. Parece que ella fue la única que enten­dió lo noble y glorioso de mi acto.
Le pedí a Amelia que espantara a los buitres de mi cuerpo, ya que Benedicta se encontraba en el Cielo.
Enseguida me uniré a ella. ¡Loado sea el Señor! ¡Hosanna! ¡Amén!

A este antiguo manuscrito se le añadieron los siguientes párrafos, escritos por otra mano:

En el día quince del mes de octubre del año de nuestro Señor de 1680, y en este lugar, fue ahorcado el herma­no Ambrosio. A la mañana siguiente enterraron su cuerpo bajo el patíbulo, al lado de la tumba de la joven Benedicta, a la que él asesinó. Conocida como la hija del verdugo, esa tal Benedicta era -tal y como se ha po­dido saber ahora gracias a las declaraciones del joven Roque- la hija ilegítima del Administrador y la esposa del verdugo. El propio joven asegura vehementemente que la doncella alimentaba una pasión secreta y prohi­bida, precisamente por el hombre que la mató, sin sa­ber que ella le amaba. En todo lo restante, el hermano Ambrosio fue un digno servidor del Señor. ¡Rezad por él! ¡Pedid que la misericordia del Todopoderoso se apiade de su espíritu!

1.007. Briece (Ambrose)

El don de la estrella - Cap. I

La vida de cada hombre es un cuento de
hadas... escrito por la mano de Dios
 
                         Hans Cristian Andersen

Algunos tienden a ver siempre el lado negro de las cosas; toda compasión por sí mismo les parece poca. Otros saben sonreír a los acontecimientos, son capaces  de  sacar  optimismo  del  infortunio.  Los  primeros  viven siempre  bajo  un  cielo  sombrío  que  presagia tormenta;  los  segundos  saben  descubrir  el brillo de las estrellas aun a través de los nubarrones  más  negros.  Hay  quien  lucha  con denuedo por engrandecerse, adquirir poder y riqueza.  Y hay  quien  se  propone  dejar  a  su paso un mundo mejor del que se encontró al llegar. La nieve es una tumba fría en la que sepultan las más  bellas  ilusiones,  donde  se congelan los más caros ensueños. Para otros es una pista tersa por la que pueden deslizarse sin tropiezos, mientras gozan de su sedante blancura que palpita  en  nuestro  interior.
Todos tenemos ojos para  ver  brillar  luz  en medio de la tormenta. Todos somos capaces de  enriquecer  el  patrimonio  del  género humano. 

Cap.I

Los iracundos vientos del invierno llegaron prematuramente a las desoladas extensiones del reno, al norte del Círculo Polar Ártico. Por encima de sus estridentes ráfagas pudo escucharse el eco del aullido quejumbroso de un lobo  solitario  en  medio  de  las  densas  nieblas... y aquel temible ruido, heraldo del peligro, penetró las paredes de todos los hogares y cabañas en la remota ciudad lapona de Kalvala. 
Tulo Mattis dejó caer su lápiz e hizo a un lado el gran libro con cubierta de piel verde.
Contuvo la respiración y escuchó. El lobo aulló de nuevo, hasta que se oyó un solo estallido, era el disparo de un rifle, a través de la tundra helada. 
Con  un  suspiro  de  alivio,  Tulo  se  levantó de la mesa y avanzó  cojeando  con  esfuerzo hacia la pequeña recámara de su hermana. Al pasar, se detuvo para acariciar la gruesa piel gris de su Nikku, su perro de confianza que dormitaba indolente.  
-Perro -le dijo, estás volviéndote viejo y perezoso. Todavía recuerdo cuando el aullido de un lobo, te había hecho arañar la puerta hasta agujerearla. Al acercarse a la cama de Jaana,  la  voz  asustada  de  la  niña  salió  de debajo de un cúmulo de frazadas. 
-Tulo, ¿oíste al lobo? 
-Sí. Estoy seguro de que tío Varno le disparó. Nada podrá jamás hacer daño a nuestro reno,  mientras  él  esté  haciendo  guardia.  Y nadie podrá dañarte a ti tampoco... así que...a dormir pequeñita. 
El gran libro verde estaba todavía abierto cuando Tulo volvió a la mesa de la cocina. Se le acercó hasta ponerlo directamente bajo el foco  sin  pantalla,  y  leyó  las  palabras  que había  escrito  para  consignar  su  catorceavo cumpleaños... 
   
12 de diciembre
El periodo de oscuridad ha caído ya sobre nosotros.  
Faltan dos meses para la salida del sol. 
Pero aun cuando el sol de medianoche del verano  estuviera  brillando,  y  la  brecina  y  la vara de oro cubrieran toda nuestra pradera, éste habría sido el cumpleaños más triste de mi vida. Lo que mi hermana y yo hemos perdido  en  los  doce  últimos  meses,  no  puede recuperarse nunca. 
He leído que uno puede siempre encontrar un  germen  de  felicidad  en  toda  adversidad, con tal que quiera buscarlo. Yo he buscado en vano, y lo único que mis esfuerzos han logrado es un dolor en el corazón, que no quiere abandonarme. 
No  debo  perder  la  esperanza.  Debo  permanecer fuerte por el bien de Jaana. 
Tulo cerró el gran libro con mucha calma.
Se enjugó los grandes ojos cafés, y se volvió hacia  el  retrato  ovalado  de  su  madre,  en marco  dorado,  que  siempre  estaba  sobre  la mesa. Tomó en el hueco de las manos la venerada imagen... estaba seguro de que el susurro  del  viento  volvería  a  traerle  una  vez más el sonido familiar de su cálida voz... 
"Hijo mío, Dios debe tener planes especiales  para  ti.  ¿De  qué  otra  manera  podría  alguien  explicar  ese  don  tuyo  de  la  palabra?
Algún  día  nuestro  pueblo  entero  honrará  tu nombre,  y  las  palabras  que  escribas  se  encuadernarán  en  piel,  para  que  su  verdad  y hermo-sura  sean  perdurables  e  iluminen  a todo el mundo como una estrella de esperanza".   
Los sollozos hicieron estremecer el cuerpecito de Tulo. Se llevó la fotografía a los labios y  besó  el  vidrio  una  y  otra  vez. 
-¡Mamá... mamá... te extraño... te extraño... te extraño! 
El  arañar  impaciente  de  Nikku  sobre  la puerta  interrumpió  el  monólogo  autocompasivo  de  Tulo.  Por  mera  costumbre,  se  echó encima su capa de lana y la gorra de cuatro picos  que  Jaana  le  había  tejido,  y  siguió  al perro en su recorrido nocturno por la pradera. 
La nieve había cesado, las nubes se habían disipado,  y  el  viento  no  era  ya  más  que  un suave  murmullo.  En  lo  alto,  en  lugar  de  su acostum-brado pigmento azul oscuro, con flecos  de  estrellas,  el  firmamento  lucía  como una  manta  ondulante  hecha  de  retazos  de colores  fosforescentes.  Brillantes  llamaradas de inten-sidad solar se levantaban de repente, oleadas de resplan-decientes centellas verdes caían como cascada sobre erupciones soberbias de alhucema y oro. El muchacho nunca había visto los resplandores nocturnos en un acto tan brillante. Aun la nieve bajo sus pies rielaba a la luz de una trémula aurora, transformando  la  pradera  en  un  mágico  lago  tachonado  de  rubíes  y  esmeraldas,  ópalos  y diamantes. 
A Tulo lo había cautivado a tal punto aquella  danza  de  luces,  que  olvidó  sus  tristezas.
Olvidó incluso su rodilla herida, al ponerse a galopar y bailar a través de pequeños ventisqueros  aislados,  mientras  reía  y  cantaba  y recogía grandes puñados de blancos cristales que res-plandecían como polvo de diamantes cuando  los  dejaba  caer  sobre  Nikku.  Por  fin llegó al gran árbol. Allí se dejó caer. Su respiración era anhelante. Su animal empapado de nieve  se  agazapó  junto  a  él  ladrándole  con impaciencia,  incitándolo  al  retozo  una  vez más.  Pero  Tulo  se  acostó  boca  arriba  para contemplar las tambaleantes coronas de fuegos  celestiales  en  su  constante  cambio  de colores por entre la espesa silueta de las ramas de los árboles. 
El gran árbol había sido una piedra milenaria de la aldea durante tanto tiempo que aun el  más  anciano  no  podía  recordar  cuándo había  empezado  esa  tradición.  Su  robusto tronco se erguía hacia lo alto más de quince metros en un territorio en el que la oscuridad y  los  interminables  inviernos  bajo  cero,  con sus  cortos  veranos,  no  dejaban  crecer  más que sauces enanos, retorcidos abedules, abetos  y  pinos  atrofiados.  Las  agujas  del  árbol eran largas y verdes y sus ramas se multiplicaban y crecían sin cesar, como si sus raíces estuvieran medrando  en medio de una exuberante selva tropical. Algunos decían que lo había  plantado,  muchos  siglos  antes,  Stallo, el gigante legendario del pueblo Sami. En un costado del tronco cerca del suelo, la creencia de la gente de que el contacto con su madera traía buena suerte, había hecho que acabaran con  la  corteza  a  base  de  frotarla.  Jaana  lo llamaba su árbol de las estrellas porque insistía  con  inocencia  en  afirmar  que  al  menos desde  su  altura  poco  ventajosa,  ellas  colgaban realmente como frutos de la maciza enramada. Nadie se lo discutía. 
Por encima de todo el árbol de las estrellas se había convertido en un símbolo de esperanza, tanto para los jóvenes como para los ancianos  de  Kalvala,  en  un  ejemplo  vivo  de que no sólo era posible sobrevivir, sino incluso  crecer y alcanzar buena estatura aun en medio de las peores condiciones.  
De pronto Tulo se sentó, recargándose sobre la áspera corteza. Un extraño pensamiento había pasado por  su mente, mientras las luces del Septentrión continuaban sus evoluciones formando dibujos irisados a través de la bóveda del firmamento. 
-Anciano perro, ¿crees que aquellos sabios antepasados  nuestros,  aquellos  venerables maestros  que  en  otra  época  protegían  a nuestro pueblo con sus tambores y palabras mágicas, ¿crees que decían la verdad cuando afirmaban que si uno silbaba a las luces del Norte podía invocar a los muertos? 
Nikku ladró, demostrando que estaba listo para seguir jugando con su joven amo. 
-Me lo pregunto... Me lo pregunto. 
Con mucha suavidad, Tulo empezó a silbar la tonada de una canción de cuna que su madre solía cantar a Jaana cuando aún yacía en su cama de madera. Juntó las pequeñas manos en forma de cuerno y lanzó agudas notas hacia lo alto, en dirección del gallardete más de vivos colores.  
Luego  cerró los  ojos... y mientras la melancólica tonada de la canción de cuna seguía flotando, hacia el firmamento, a través de las vibrantes  agujas  del  pino,  los  pensamientos de Tulo retrocedieron en el tiempo hasta los sucesos  de  su  corto  pasado  que  ya  habían dado alguna forma a su vida y que en un futuro  acabarían  por  sellar  su  destino  en  una forma que él no podía prever al estar sentado bajo el árbol de las estrellas... silbando en la dirección del cielo... 

1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. II

Pedar Mattis talló en madera un pequeño par de esquís para su hijo, tan pronto como el pequeño pudo dar los primeros pasos vacilantes. Lo mismo que todos los niños lapones, Tulo  logró  dominar  en  poco  tiempo  los  pequeños patines de madera, y antes de cumplir  los  tres  años  ya  podía  recorrer  todo  el camino de ida y vuelta hasta la tienda de la aldea del señor LaVeeg, sin ayuda de nadie.  
Al cumplir cinco años, Tulo ya podía manejar el lazo con suficiente destreza para sujetar a cualquier reno rebelde. Pedar le enseñó también a pescar a través del hielo, a utilizar y cuidar su cuchillo, a curar la piel del reno, a masticar la fibra para hacer cordel y armar su tienda de verano. Después, Pedar le enseñó el arte de controlar un trineo de fondo plano, y  las  técnicas  para  perseguir  a  su  odiado enemigo, el lobo. Incluso lo entrenó para que supiera usar su bastón de esquiar como arma para defenderse a sí mismo y a sus renos de cualquier atacante. 
Para Pedar e Irga Mattis, que conservaban con orgullo las costumbres del pueblo Sami, conocido  en  el  mundo  como  los  lapones,  el reno  era  el  elemento  más  importante  para vivir. A pesar de ser un animal que de pie no medía más de un metro veinte, y de no pesar más  de  unos  ciento  treinta  kilos  al  alcanzar su  máximo  desarrollo,  esa  asombrosa  pero tímida  criatura  podía  soportar  un  clima  que habría  matado  a  cualquier  otro  animal  doméstico. El rebaño de los Mattis, que sumaba casi  doscientos  animales,  les  proporcionaba leche,  carne,  ropa  y  hasta  dinero  cuando vendían  algunos  en  la  feria  anual  de  otoño.
Jamás se desperdiciaba nada del animal. Su lengua se aprovechaba para estofado, la sangre se secaba para darla a los perros, el tuétano de sus huesos era manjar exquisito para los niños en el periodo de la dentición, y sus cuernos  se  tallaban  para  hacer  mangos  de cuchillo y objetos de arte. 
Los años pasaron rápidamente y la fortuna de  la  familia  Mattis  era  sumamente  buena. Cada  verano  emigraban  con  sus  animales  a las  verdes  y  abundantes  laderas  situadas  a varios días de camino de Kalvala, y mientras ellos  acampaban  sobre  la  pendiente  montañosa al calor del sol de medianoche, su ganado daba a luz numerosas terneras.  Tanto el rebaño como los recuerdos felices se multiplicaban con el paso de las estaciones. 
Sin embargo, lo que Tulo rememoraba con mayor  fruición  no  eran  esos  días  y  noches, bañados de sol sobre las montañas, sino los oscuros días y noches del invierno, cuando el sol desaparecía más de dos meses, y padre e hijo cuidaban de sus renos en las colinas ondulantes llamadas dunas, cerca de su cabaña de aldea en Kalvala. 
Acurrucados muy dentro de la nieve para huir de los vientos feroces y de los fríos glaciales, padre e hijo se sentaban junto a una pequeña  hoguera  donde  se  preparaban  el sabroso  café.  Allí  Pedar  veía  con  regocijo, nada  disimulado,  cómo  el  joven  trataba  de imitarlo, sujetando entre los dientes un cubo de azúcar mientras bebía el hirviente líquido.
Como  todas  las  demás  cosas  que  Tulo  se proponía,  bien  pronto  llegó  a  dominar  esta difícil costumbre Sami. 
Una  noche  tranquila,  mientras  los  renos merodeaban  sin  cesar  y  hurgaban  entre  la nieve, en busca de su liquen predilecto, Tulo se tendió junto a su padre, apoyando la cabeza en el muslo de él. Después de observar fijamente el cielo durante un rato, preguntó: 
-Papá, ¿cuántas estrellas hay? 
-No sé, hijo. Supongo que son trillones. 
-¿Están muy lejos? 
-Están tan lejos, que si el buitre más veloz volara hacia una de ellas desde aquí, no lograría llegar en toda la vida. 
-¿De qué tamaño son las estrellas? 
-Tu abuelo, que era un hombre muy sabio, me  dijo  una  vez  que  aunque  nuestro  sol  es más de cien veces mayor que la Tierra, todavía  se  le  considera  una  estrella  pequeña comparada  con  algunas  de  las  que  ves  allá arriba. 
-Papá, ¿por qué nuestro sol se retira y nos deja a oscuras durante tantas semanas cada invierno, y luego vuelve a brillar en nuestra tierra de día y de noche en el verano? 
Pedar sacudió la cabeza derrotado. 
-Tulo, debes recordar que cuando yo tenía tu edad, no había escuelas. No estoy seguro de  la  respuesta  que  debo  darte,  pero  creo que tiene algo que ver con la forma en que nuestro planeta se inclina hacia el sol y luego se aleja de él en diferentes épocas del año, y con el hecho de que nosotros estamos situados casi en la cima del globo. 
Pedar extendió el brazo y pasó con ternura los dedos por la cara del niño. 
-Tu mamá dice que los meses de oscuridad y frío son un precio mínimo que pagamos por vivir sobre el techo del mundo, tan cerca de Dios. 
-Sí. Eso ya lo sé... Papá, ¿qué nos sucedería si un invierno el sol se fuera y no regresara durante la primavera? 
-Pedar llenó su pipa con toda calma y desperdició  varios  fósforos  antes  de  lograr  encenderla.  Después  de  una  larga  espiral  de humo agrio, respondió: 
-Temo que si el sol no volviera pereceríamos muy pronto. 
-Porque ninguna planta podría crecer en la oscuridad,  y  sin  plantas,  sauces  y  musgo, nuestros  renos,  morirían  de  hambre.  Sin ellos,  no  tendríamos  comida,  ni  vestido,  ni dinero. La vida aquí sería imposible para una familia que vive del reno.  
Tulo  meditó  las  palabras  de  su  padre  y luego, interrogó: 
-Si Dios quisiera, ¿podría evitar que el  sol  volviera  a  brillar  para  nosotros en primavera? 
-Para Dios todo es posible, hijo mío. 
Después de otra breve pausa, el chico insistió: 
-Papá,  acabo  de  ver  a  una  estrella  volar por el firmamento y luego desaparecer. ¿Son estrellas muy pequeñas las que hacen eso? 
-Sí, creo que sí. 
-Si  son  pequeñas, ¿aterrizan  alguna  vez aquí, de modo que podamos verlas y tal vez hasta tocarlas? 
Pedar suspiró.
-No sé Tulo. 
-Papá, yo quisiera saber más acerca de las estrellas... el Sol... Dios... todas las cosas.  
La mañana siguiente después que su hijo se fue a la cama, Pedar se apoyó en la mesa y tomó las dos manos de su mujer. Sorprendida  por  el  inusitado  silencio  de  su  esposo durante el desayuno, Inga ladeó la cabeza y esperó. 
-Inga, no sé si es porque su mente es tan brillante o porque yo soy tan tonto... el hecho es que Tulo me hace preguntas que soy inca-paz de contestar. Sé que según los planes, él no debe entrar a la escuela antes del próximo año, pero creo que no conviene esperar. Vamos a inscribirlo ahora mismo. 
-Si así lo deseas, Pedar. Pero ustedes dos han  estado  muy  unidos.  La  separación  no será fácil para él ni para ti.   
-Lo que es preciso hacer hay que hacerlo.
Aquí  nuestro  mundo  está  cambiando.  Nuestras  tierras  de  pastoreo  van  reduciéndose más y más, y nuestra gente no puede avanzar más hacia el norte, porque nos encontraríamos en aguas heladas. Los turistas empiezan a venir con la nueva carretera. Las fábricas, los mineros y las plantas de energía ya están cerca. Ahora utilizamos electricidad en vez de aceite para nuestras lámparas,  y los aviones vuelan sobre nuestros rebaños. Ayer oí hablar de una cosa que llaman trineo motorizado,  capaz  de  viajar  sobre  la  nieve  con más  rapidez  que  cualquier  reno  o  cualquier hombre con esquís. A Tulo hay que instruirlo cuanto antes para que pueda hacer frente a un nuevo género de vida que no podrá evitar. 
-¿Y tú? 
-Yo  ya  no  puedo  cambiar.  Seré hombre de renos hasta que muera. 
-Pero no un solitario... 
-¿Qué quieres decir? 
Inga  se  levantó  de  la  mesa  y  empezó  a apilar  los  platos.  Luego  se  inclinó  sobre  su ceñudo esposo, le tomó la nariz entre el pulgar y el índice y la apretó con suavidad. 
-Lo  que  quiero  decir,  señor  profesor,  es que  pronto  tendrá  otro  alumno  que  ande detrás de usted mientras Tulo está en la escuela. 

1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. III

Arrol  Nobis,  el  joven  maestro  de  escuela de  Kalvala,  medía  casi  treinta  centímetros más que la mayoría de los lapones, que rara vez pasan de un metro y medio de estatura.
Estiró su alta y esbelta estructura delante del fuego de la chimenea, mientras Pedar e Inga mantenían un respetuoso silencio. 
-He venido a hablarles de Tulo. 
Pedar se sacó la pipa de la boca y la sostuvo en alto. 
-¿Ha estado causando problemas? 
-Oh, no. Es un chico bien educado y cortés,  y  no  hay  ningún problema  en  cuanto  a disciplina. Es su mente la que... 
-¿Su mente?, -interrumpió Pedar
-¿Qué hay de malo en su mente? 
-No hay nada malo, Pedar. En la universidad nos enseñaron a no desesperar nunca de un  estudiante  mientras  tuviera  siquiera  una idea  clara.  ¡Tulo  las  tiene  a  calderadas!  Yo nunca había tenido un estudiante que superara a sus condiscípulos tanto como este hijo de ustedes. A Tulo... le basta con leer la lección  una  sola  vez...  ¡Y  las  preguntas  que hace! Siempre está buscando una explicación para todo. Por qué, por qué... ¡es su expresión  favorita!  Ya  devoró,  todos  los  libros  de nuestra  pequeña  biblioteca.  Ahora  está  leyéndolos  por  segunda  vez.  ¡La  Biblia  la  ha leído ya tres veces! Nunca conocí un muchacho como su hijo. 
Pedar dirigió una mirada a Inga y asintió con  la  cabeza,  satisfecho  de  que  la  opinión del  maestro  confirmara  su  juicio  personal sobre la inscripción prematura del hijo. 
Mientras tanto, Arrol ya se había levantado e iba y venía agitando los brazos. 
-Y eso no es todo. Como Tulo ya está adelantado  en  cuanto  a  leer  y  escribir  el  Sami, ahora quiere que le enseñe sueco y finlandés.
Pedar,  esas  disciplinas  ya  no  son  parte  del curso optativo de un estudiante, mientras no llegue a los diez años. Pero Tulo me dice, y lamentablemente  tiene  razón,  que  no  encuentra  suficientes  libros  impresos  en  Sami para aprender todas las cosas que quiere saber.  ¡Es  lo  que  les  digo...  Tulo  es  tan...  tan diferente! La mayoría de los niños asisten a la escuela porque tienen que hacerlo. Preferirían mil  veces  andar  esquiando,  pescando  o  cazando. ¡Tulo no! Y sus cuentos y poemas... 
Inga rompió su silencio. 
-¿Cuentos y poemas? 
-Su hijo está escribiendo poemas y cuentos superiores a todo lo que hasta ahora se ha hecho en mi escuela. 
Tiene una mente capaz de crear una fantasía  a  partir  del  hecho  más  sencillo  de  la naturaleza. Sus composiciones, además hechas con mucha belleza, hacen que nuestras  leyendas  y  cuentos  populares  parezcan insípidos. Si continúa por ese camino, un día será un gran escritor... una rareza en medio de nuestro pueblo. 
Pedar, que ya no se sentía tan satisfecho, sacudió la cabeza desconcertado. 
-¿Y qué debemos hacer, Arrol?  
-No hay más que una cosa que hacer amigos: regar la planta.  Fertilizarla.  Protegerla, amarla y ayudarla todo lo que puedan, para que logre crecer en toda su plenitud. 
-Pero, ¿cómo?, usted nos conoce. Tanto Inga como yo no tenemos  más  que  un  pequeño rebaño y muy poca instrucción. 
-¡Libros, Pedar, libros!. Los grandes talentos necesitan libros en que alimentarse; tanto como el reno necesita el musgo para sobrevivir  en  nuestros  inviernos.  Déle  libros...  más libros. Si quiere, yo revisaré los catálogos que nuestra escuela recibe de los editores de Rovaniemi y Helsinki. Haré una lista de los que yo recomendaría, y si está dispuesto a comprárselos a Tulo, los mandaré a pedir. Así él podrá leer y aprender  al ritmo de su propiamente. Es algo muy especial este hijo suyo.
Oh, Oh... casi se me olvidaba. Hay una cosa más... 
-¿Más?  -preguntó  Pedar,  riendo  con  nerviosismo. Acaba de decirnos que nuestro hijo es un niño prodigio, ¿y todavía hay más? 
Arrol  sonrió  por  primera  vez  y  palmeó  el hombro de su amigo en actitud comprensiva. 
-Pedar, ¿alguna vez ha volado usted cometas? 
-¿Cometas? ¿Cometas? ¿Qué tiempo tengo yo  de  volar cometas?  ¡Ni  siquiera  he  visto una en mi vida! 
-Bueno, amigo mío, muy pronto las verá a montones. 
Pedar se dirigió a Irga y señaló el fuego. 
-Creo  que  nuestro  maestro  necesita  otra taza de café caliente que le ayude a volver en sí. Temo que el esfuerzo de gobernar a cuarenta muchachos ha acabado por afectar su inteligencia, y todavía  le  faltan  seis  meses para las vacaciones. 
-Pedar, escúcheme, Tulo encontró un viejo libro traducido del inglés por un misionero del siglo  XVII  que  hablaba  de  la  historia  de  las cometas  y  de  la  forma  de  construirlas  y hacerlas volar. La idea de volar una cometa propia  se  ha  posesionado  del  chico.  Ahora mismo, mientras estoy hablando con ustedes,
Tulo está de nuevo en la escuela construyendo  una  cometa,  según  las  instrucciones  del libro. Entre otras cosas, se ha vuelto un experto en cometas. Puede decirles todo lo relacionado  con  las  primeras  cometas  que  se hicieron volar en China, explicarles cómo las cometas gigantes del Japón pueden levantarse  del  suelo,  a  pesar  de  que  muchas  pesan más de una tonelada. Sabe todo lo relacionado a la cometa lanzada al aire por el norteamericano Benjamín Franklin, cuando hizo su experimento  con  el  relámpago.  ¡Cometas, Pedar, cometas! 
-¿Está usted diciéndonos que hemos dado a  luz  un  hijo  que  quiere  escribir  cuentos  y poemas y volar cometas, en vez de pastorear renos?  
-¡Sí! 
El joven padre se levantó, vació la pipa en el  fuego,  golpeándola  ruidosamente  contra los  ladrillos  de  la  chimenea  y  se  quedó  mirando los troncos que se consumían, mientras Inga y Arrol lo observaban en silencio. Al fin se encogió de hombros y dijo: 
-Muy bien. Vamos a regar esta planta sorprendente  que  ha  surgido  en  nuestro  pobre jardín. Arrol, por favor, pida lo que usted crea que Tulo debe leer. Yo se lo pagaré con mucho gusto. 
-Gracias, Podar. 
-No, no, mi querido amigo. Somos Inga y yo los que le damos las gracias de todo corazón por el interés lleno de afecto que usted ha puesto en nuestro hijo. Somos muy afortunados en tenerlo aquí con nosotros. 
-Pedar, la oportunidad de trabajar con un chico  especialmente  talentoso  y  el  desafío que esto significa, rara vez se presentan en la vida de un maestro. Dios nos ha confiado a ese muchachito para algo que desconocemos. 
No debemos fallarles, ni a Tulo... ni a Dios. 
Todavía mucho después que el maestro se había  retirado,  la  joven  pareja  seguía  reflexionando sobre el sentido de sus palabras de despedida. 
Cuando volvió la primavera y el reno emigró hacia el norte, Inga iba, una vez más en el  trineo  delantero,  mientras  su  esposo  esquiaba adelante y su niña, todavía un bebé, iba acurrucada bien protegida en su regazo. 
Detrás de la madre, avanzaba el trineo de Tulo lleno de cajas de libros. Durante todo el verano, mientras sus deberes se lo permitían, el  muchacho  leía,  estudiaba  y  escribía...  Y cuando  no  tenía  la  nariz  hundida  entre  las páginas de un libro o las hojas de un cuaderno,  podía  encontrársele  en  alguna  de  las pendientes  rocosas  sujeto  con  fuerza  a  una gruesa rama de sauce envuelta en un cordel. 
El cordel entonaba su canto al ser agitado por el viento, mientras subía y subía... Atada a  su  extremo  volaba  una  pequeña  cometa roja.  Cuando  Tulo  la  contemplaba  retorciéndose  y  meciéndose  bajo  las  llamaradas  del Sol, no tenía más que transformar aquel diamante  escarlata  ascendente  en  un  dragón bélico o en una mariposa gigante... o incluso en un voluptuoso cisne... 
¡Mientras no acabara por ser presa de una traidora  ráfaga  descendente,  que  lo  hacía precipitarse  hacia  abajo,  como  se  lanza  un buitre  al  ataque,  y  terminara  estrellándose contra el suelo! 
Con un grito de angustia, el orgulloso fabricante corría siempre a través de los campos a rescatar su ángel caído, lo estrechaba contra su delgado pecho y le susurraba palabras  reconfortantes.  Luego  lo  llevaba  con cariño  a  la  tienda  familiar,  para  curar  sus heridas. 
¡Mañana volvería a volar! 

1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. IV

Los  cuatro  años  siguientes  transcurrieron rápida y alegremente. El punto culminante de cada  uno  había  sido  siempre  la  feria,  en  la que participaban los Oords y todas las demás familias dedicadas a la cría del reno. 
El último año, mientras el primer grupo de renos amedrentados se encaminaba hacia el corral central, Inga se acercó un poco más a su  esposo  con  un  aire  de  preocupación.  Le tiró del manto y le habló al oído en un tono tan bajo, que Tulo, a unos cuantos pasos no podía oírla: 
-¿Estará listo para esto? 
Pedar se volvió a mirar a Tulo, que hacía ejercicios con su mangana, y asintió con seguridad: 
-Tiene  ya  doce  años.  Yo  era  más  joven cuando  pude  habérmelas  con  mi  primer  rodeo. 
-Sí, pero los renos eran toda tu vida cuando eras niño. Nuestro hijo ha pasado mucho más tiempo con sus libros y sus escritos que con los animales. 
-Es cierto... y puede manejar mucho mejor el cordel de la cometa que el lazo. Sin embargo, no tengo valor para rechazar su ayuda. Se sentiría desolado si lo hiciéramos parecer menos que los demás chicos que están trabajando con sus padres. 
-¿Has oído cómo le dicen? 
-No. 
-¡Niño cometa! Así llaman a muestro hijo.
¡Niño cometa! Incluso Erkki, el hijo mayor de Varno, le preguntó si no traía una estela en su  lazo,  y  los  dos  muchachos  de  Raimo  comentaban  si  Tulo  pensaría  en  sujetar  algún reno con un marcador de libro en vez de usar la cuerda. No me gusta esto Pedar. 
-¿Y qué dijo Tulo? 
-Nada. Se limitó a sonreír y a alejarse. 
Pedar apretó las mandíbulas. 
-Muy bien. Les haremos una demostración.
¿Estás lista? Veo algunos de nuestros animales en este grupo. 
Durante los días de esparcimiento del verano,  los  renos  se  habían  paseado  a  gusto sobre las pendientes, pastando, y mezclándose  libre-mente  con  sus  congéneres  de  otros rebaños de la aldea. Pero ahora, después de la redada de todo el ganado por las pendientes, cada familia tenía que separar los propios de  los  demás,  antes  de  emprender  el  largo recorrido de regreso a Kalvala, para el invierno.  Inga  avanzó  de  prisa  hacia  el  pequeño corral que se les había asignado y esperó. 
Pedar y Tulo treparon a la tosca cerca, y de  un  brinco  cayeron  en  el  polvoriento  piso del corral principal. De pie junto a los tablones,  observaron  y  esperaron,  mientras  los animales  amedrentados  pasaban  con  estruendo. Su cornamenta se agitaba sin freno en  todas  direcciones,  y  sus  agudas  pezuñas escarbaban el suelo arrojando muy alto arena y piedrecillas. De pronto, Pedar gritó: 
-¡Allí  va  uno  de  los  nuestros...  atrápalo hijo! 
Tulo  descubrió  el  distintivo  familiar  en  la oreja  del  gran  animal.  Con  toda  calma  hizo girar su lazo sobre la cabeza de éste cuando lo  vio  acercarse  bufando.  Una  ágil  sacudida de la muñeca y el lazo salió silbando por el aire, para caer con suavidad sobre la cabeza oscilante.  El  reno  dio  un  tirón  y  se  sacudió con  violencia.  Casi  levantó  a  Tulo  del  suelo antes de darse por vencido y empezar a caminar con docilidad hacia su aprehensor, que con gran júbilo empezaba a enrollar su cuerda. 
Pedar palmeó con orgullo el hombro de su hijo. Éste aceptó el cumplido con un guiño y condujo a su presa hacia el corral familiar. Al verlo venir, Inga quitó el seguro de la puerta y le dejó el paso libre. 
-¡Fue perfecto, hijo! -lo felicitó, gritando. 
-Gracias mamá. Volveré con muchos más. 
La  separación  de  los  animales  prosiguió durante  todo  el  día.  Padre  e  hijo  trabajaron sin cesar, interrumpiendo sólo unos minutos para  comer.  Siempre  que  ataban  a  uno  de sus animales hembras, el ternerito la seguía.
Pedar  la  sujetaba  con  suavidad,  mientras
Tulo ponía la marca en la oreja izquierda del espantadizo  animal.  Después  acariciaba  al pequeño de piernas largas, antes de llevarlo también al corral. 
El último grupo de animales se recogió en el  gran  ruedo,  precisamente  cuando  el  sol empezaba a ponerse. El humo de las numerosas fogatas familiares se mezcló con la arena que salía de los corrales y  empezó a levantarse  en  densas  nubes  ondulantes  por encima  de  la  ronca  gritería  de  hombres  y animales, mientras los lazos seguían atravesándose entre el ganado procedentes de todos lados. Los ganaderos, ya cansados, tenían prisa de apoderarse del resto de sus animales, antes que la oscuridad los cubriera por completo. 
Pedar, agotado por la fatiga del día, hizo una seña a su hijo. 
-Allí está nuestro monstruo, con el cuerno roto. ¡Yo me encargo de él! 
-Por favor, papá -suplicó Tulo, déjamelo a mí. Todo el día has estado encomendándome los fáciles para lazarlos. ¡Fíjate en mí! ¡Voy a demostrarte  lo  que  puedo!  Soy  tan  capaz como cualquiera otro de los chicos. ¡Mira! 
Pedar  retrocedió  de  mala  gana,  pero  con una  sonrisa  de  admiración  que  le  hinchaba las  mejillas,  asintió.  Su  joven  hijo  aferró  la cuerda y esperó. Tulo no tardó en localizar de nuevo  la  averiada  cornamenta  a  través  del polvo. Con la cabeza vacilante y los ojos saltones el voluminoso animal avanzaba hacia la cerca.  Tulo  retrocedió  con  calma,  como  el mejor  de  los  matadores,  lanzó  la  cuerda hacia lo alto y la vio caer con suavidad sobre la cabeza del animal que no dejaba de bufar.
Pero en el momento preciso en que Tulo tiraba del lazo, un ternerito aterrorizado que balaba  buscando  a  su  madre  perdida  entre  el rebaño, pasó por en medio de las piernas del muchacho.  Perdido  el  equilibrio,  Tulo  ya  no pudo mantenerse en pie, debido a un tirón de la  cuerda  sujeta  a  su  muñeca  izquierda.  La bestia ya lazada se sacudió y reparó, arrastrando al muchacho por la áspera superficie, hasta la ruta por la que se precipitaba el ganado. 
-Tulo alcanzó a oír el grito de angustia de su padre. Luego sintió dolores agudos en los brazos,  cuando  la  grava  del  piso  empezó  a desgarrarle la camisa de lana. Su débil complexión  le  hizo  tambalearse  y  sacudirse  en todas direcciones, mientras el animal desesperado  seguía  agitando  la  cabeza  con  furor, para librarse de la cuerda. 
Pedar  ya  se  había  precipitado  hacia  su hijo,  cuando  vio  la  cuerda  romperse.  Brincó repentinamente  hacia  adelante,  para  caer sobre la espalda sangrante de Tulo, cubriendo con  su  humanidad  el  cuerpecito  del  chico.
Montones de pezuñas duras como  rocas pasaron en el acto por encima de ambos. 
La mañana siguiente, el tío Varno llevó el cuerpo maltratado de Tulo a su trineo, procurando que la pierna derecha del chico con su entablillado  de  madera  quedara  acojinada entre un bulto de cubiertas de cama. Entregó la rienda suelta de cuero a Tulo y todo el resto del enjaezamiento lo llevó hasta el trineo posterior, donde se sentaba Inga con la cabeza inclinada y Jaana delante de ella. Por último Varno sujetó las riendas a los dos últimos trineos y golpeó con suavidad al reno principal. 
Tulo  se  sentó  sin  moverse.  La  correa  del freno  estaba  sujeta  sin  esfuerzo  a  su  mano derecha. Las lágrimas le rodaron por las mejillas, pero él no les hizo caso. Se dio vuelta en el trineo hasta donde su pierna entablillada lo permitía e hizo un guiño afirmativo a su madre, que respondió también con la mirada.
Jaana agitó con emoción una manita y llamó a Tulo por su nombre. En su infantil inocencia no se daba cuenta de que detrás de ella, en un tercer trineo, iba cuidadosamente envuelto el cuerpo de su padre que viajaba a Kalvala, para recibir sepultura. 

1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap. V

Cuando Tulo abrió los ojos pudo ver a su madre que con ternura le ponía aceite en la pierna,  aunque  no  podía  sentir  sus  manos.
Por  tener  la  cabeza  baja,  Inga  no  se  dio cuenta de que su hijo estaba despierto, mientras  ella  le  frotaba  la  pálida  rodilla.  Era  un tratamiento  que  había  estado  repitiéndose dos veces al día desde que el doctor Malni, de la  clínica,  le  había  quitado  el  entablillado, justamente antes de Navidad. 
Con su voz suave, Inga hablaba en voz alta: 
-Dios  mío,  él  es  tan  pequeño  y  tú  tan grande. Él tan frágil y tú tan poderoso. No lo abandones  ahora  Señor.  Que  vuelva  caminar... por favor. 
Tulo sintió que algo fresco le tocaba la rodilla...  luego  otra  vez...  y  una  vez  más.  Su madre  lloraba  y  las  lágrimas  caían  sobre  la pierna retorcida del chico como gotas de un bloque de hielo que se derrite en primavera. 
-¡Mamá, puedo sentirte! ¡Siento tus lágrimas!  ¡Ahora  siento  tu  mano!  ¡Por  favor,  no llores! 
El cuenco con aceite salpicó el piso. Inga se cubrió las pálidas mejillas con las mantas y gritó:  
-¡Tulo, Tulo! ¿De veras? ¡Dios bendito! 
-¡Sí! Y mira, puedo mover un poco los dedos de los pies. 
Inga se arrodilló y besó la rodilla herida. 
-Pronto estarás caminando y corriendo tan bien como siempre. ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! 
Más tarde, cuando le llevó de comer, había una  extraña expresión  en  la  cara  del  chico.
Después,  de  colocarle  la  fuente  sobre  las piernas, le preguntó: 
-¿Qué sucede, hijo? 
-Mamá, cuando pides ayuda a Dios, ¿crees que te oye? 
-Por  supuesto.  Él  oye  a  todos,  ya  hablen en voz alta o con el corazón. 
-¿Te ha contestado alguna vez? 
-Siempre.  Mira  lo  que  ha  sucedido  hoy aquí. 
-¿Él siempre hace lo que le pides?  
-¡Oh... no! 
Tulo se sentía confundido. 
-Entonces, no siempre te contesta... 
Inga  sonrió  y  sus  ojos  se  abrieron  más aún. 
-Siempre  recibo  una  respuesta...  pero  como  los  planes  de  Dios  no  son  reconocidos para  ninguno  de  nosotros,  a  veces  su  respuesta es "no". 
En los días de prueba que siguieron, Tulo trató de caminar, apoyando la pierna herida, pero cada  vez que  ésta se doblaba, Tulo se dejaba  caer  sobre  la  cama  desanimado.  Sin embargo, Inga no le permitía estar compadeciéndose. Le aseguraba que si persistía lograría  hacerlo.  Mañana  sería  mejor.  Dios,  que estaba muy ocupado,  no tardaría en oír sus plegarias. Lo único que tenían que hacer era esperar... seguir intentándolo... y creer. 
Mientras  esperaba,  Tulo  tuvo  cuatro  visitas. La primera fue del Pastor Bjork, un hombre  regordete,  de  pelo  cano  y  anteojos  de armazón  dorada,  que  había  presidido  la  ceremonia  del  matrimonio  de  Inga  y  Pedar, hacía quince años. La pequeña iglesia de Erno Bjork  estaba  siempre  necesitada  de  reparaciones  materiales,  pero  él  afirmaba  que  las pequeñas cantidades de dinero que recibía de sus  parroquianos  estaban  mejor  empleadas cuando ayudaba a los necesitados, que cuando compraba cosas tan sin importancia como pintura o clavos. Una vez dijo en un sermón que  siempre  que  se  veía  una iglesia  grande fastuosa, uno podía estar seguro de que era un monumento a la vanidad del pastor más que un altar para Dios. 
El Pastor Bjork le llevó a Tulo un libro: "La historia del pueblo Sami". Tulo lo leyó en tres días,  sorprendido  y  fascinado  al  saber  que más de dieciocho siglos antes, el historiador romano  Tácito  había  escrito  sobre  las  tribus bárbaras de los Fennis, los antepasados de su familia, y que Ottar, un explorador noruego, había llamado en 892 al pueblo Sami "cazadores que también crían renos". 
Por  vez  primera  desde  el  accidente,  Tulo quiso  escribir  un  poema  sobre  el  soberbio patrimonio del pueblo Sami. El regalo sabiamente escogido por el Pastor Bjork habla sido mucho más benéfico que las frases comunes que pudiera haberle dicho. 
Los dos visitantes siguientes fueron el tío Varno y su hijo Erkki. Aunque Inga recibía la visita de su cuñado casi todos los días para ofrecer  ayuda  en  cualquier  forma  posible, aquel era el primer encuentro de Erkki y Tulo desde que el primero lo había embromado en el corral, por no traer una estela de cometa en la punta de su lazada. 
Varno  e  Inga  observaban  con  ansiedad desde la puerta de la recámara, al apenado Erkki acercarse a la cama de Tulo y musitar: 
-Espero que pronto estés caminando, primo Tulo. 
Mientras  lo  decía,  dejaba  caer  con  cierta torpeza, junto a la rodilla herida del menor, un paquete envuelto en papel café. Luego dio unos  pasos  atrás.  Tulo  desgarró  con  impaciencia la envoltura y puso al descubierto un gran libro verde encuadernado en piel. 
-Es un diario -explicó Erkki. En él puedes escribir  lo  que  te  acontece  cada  día.  Tiene más de mil páginas si las cuentas por los dos lados.  
Tulo hojeó el libro y pudo ver sus hojas rayadas.  Dio  las  gracias  a  Erkki,  y  no  quiso herir los sentimientos del tío Varno explicándoles que no era un diario sino una especie de libro mayor de contabilidad. Cuando ya se habían marchado, el chico dijo a Inga en qué consistía el regalo, y por vez primera desde que habían vuelto a Kalvala pudo oírse el sonido alegre de la risa en casa de los Mattis.
Inga  tuvo  que  sujetarse  el  estómago  para poder reír a carcajadas cuando Tulo observó en tono serio: 
-Mamá, con todo nuestro dinero, este libro llega en el momento oportuno. 
A medida que la primavera se acercaba de nuevo, el sentimiento de frustración de Tulo crecía. A pesar de sus tenaces esfuerzos y de los estímulos maternos, no podía mantenerse en pie y caminar siquiera un paso sin caer. Y sin  embargo,  rechazaba  con  obstinación  los servicios de un viejo bastón, que Inga había descubierto  en  la  buhardilla.  Decía  que  los bastones eran para los ancianos.  
El  cuarto  visitante  fue  Arrol  Nobis,  el maestro de la escuela. Cuando Inga lo saludó, llevaba bajo el brazo un periódico. A diferencia de sus predecesores, no quiso entrar a la recámara del muchacho. Prefirió colocarse fuera, e hizo señas a la madre del joven inválido para que retirara la cortina que cubría el claro de la puerta, para que Tulo pudiera verlo. 
-Tulo Mattis -anunció, ¿sabes qué es esto? 
-Es  un  periódico -fue  la  respuesta insegura que se oyó desde la recámara.  
-¿Cómo se llama? 
-Sabmelas. 
-Exacto...  y  este  es  el  último  número.  Tú ahora no puedes verlo desde allí, pero tiene un magnífico artículo en estas dos columnas, a la derecha de la plana principal. Silencio... -lo escribió una persona muy talentosa. Silencio. 
-Tú, en especial, podrías apreciar su estilo de escritor y  su forma de emplear las palabras.  Es  un  artículo  maravilloso  sobre  los amores del hombre con las cometas. 
 El maestro hizo una pausa y sonrió. Luego añadió: 
-Me  tomé  la  libertad  de  presentarte  este trabajo sin permiso del autor. 
Inga  miró  fijamente  a  Arrol.  Al  fin  comprendió  el  propósito  de  sus  palabras.  Con ojos asombrados volvió la cabeza en el momento preciso en que Tulo salía de su recámara  y  avanzaba  inseguro,  con  los  brazos extendidos  en  busca  de  apoyo.  Cuando  ya estaba  cerca,  apoyó  ambas  manos  sobre  el pecho del maestro para mantenerse en pie. 
Mientras  sostenía  al  chico  con  un  brazo, Arrol Nobis hizo una galante inclinación hacia Inga y, haciendo un movimiento semicircular hacia Tulo añadió: 
-Querida señora, tengo el gusto de presentarle a nuestro propio y verdadero Lázaro. 
Esa noche, convencido de que en realidad le  habían  devuelto  la  vida,  Tulo  redactó  su primera  nota  en  el  gran libro  verde,  que  se convirtió en su fiel diario. 
   
1.003. Andersen (Hans Christian)

El don de la estrella - Cap VI. Recuerdos

Son como estrellas, siempre con nosotros, día  y  noche,  esperando  con  paciencia  su próxima aparición. 
Tulo  había  sido  capaz  de  recordar,  y  con viveza,  las  tempranas  piedras  milenarias  de su  corta  vida,  mientras  permanecía  sentado bajo  el  árbol  de  las  estrellas  y  silbaba  sus melodías a las luces del Septentrión. Pero ni siquiera  los  poderes  celestiales  de  ellas  le habían  valido,  al  tratar  de  recordar  lo  que había pasado después de aquel día, hacía casi un  año,  cuando  había  avanzado  cojeando, vacilante hasta Arrol Nobis, y había leído con orgullo su primera obra publicada. Su mente había  levantado  un  muro  oportuno,  dejando fuera los sucesos dolorosos. 
-¡El gran libro verde! ¡Claro! Desde que su primo  Erkki  le  había  dado  aquel  respetable volumen encuadernado en piel, con sus páginas a media tinta y rayadas, sujetas por tres broches de acero, él había redactado sus notas todos los días, con la fidelidad de un tenedor de libros. ¡Allí estaba todo! 
Tulo regresó de prisa a la cabaña. A partir de la primera página del gran libro, fue repasándolas y haciendo una pausa siempre que un  nombre  o  una  frase  le  llamaba  la  atención... 
                     
16 de marzo
Fue un día feliz. El doctor Malni vino a revisarme la rodilla y dijo a mi mamá que no creía que tuviera que vender nuestro rebaño para pagar a los especialistas del hospital de Inari.  Él  espera  que  pronto  pueda  caminar, cojeando  ligeramente.  Cuando  se  marchó, mamá  se  arrodilló  a  dar  gracias  a  Dios.  Yo también. 

25 de marzo
Mi mamá me hizo una broma cuando me vio escribiendo en el gran libro, esta mañana.
Dijo que cuando había vaticinado que un día mis palabras se encuadernarían en piel para que todo el mundo las compartiera, pensaba en algo más que un libro mayor de contador.
Supongo que aun el señor Nobis está decep-cionado de que mi artículo en el periódico no me haya servido de inspiración para escribir mucho  más.  Algún  día,  bien  pronto,  daré  a los dos la gran sorpresa. 

2 de abril 
Mi mamá estuvo ausente otra vez durante muchas  horas.  Trae  algo  entre  manos,  porque  cada  vez  que  vuelve  lleva  consigo  una caja cubierta que sube a la buhardilla, adonde por ahora nos tiene prohibido ir. Siempre que le pregunto qué está haciendo, se limita a sonreír y cambia de tema. 
  
9 de abril 
El señor Nobis me mandó un libro lleno de sabios refranes.  En la página 9 encerró uno de ellos en un círculo rojo, es de Séneca. Dice así:  "Nada  hay  en  el  mundo  tan  admirado como un hombre que sabe sobrellevar la desgracia  con  valor".  Me  gustaría  poder  hablar con Séneca, pero sé que murió hace mucho, mucho tiempo. 

11 de abril 
En  la  aldea  se  tuvieron  hoy  las  carreras anuales de renos. Me alegro de que mi papá no haya estado aquí para verme hacer el tonto. Con Reino delante de mí, yo iba al frente en la primera carrera, hasta que llegamos a la  señal  de  mitad  del  trayecto.  Al  darnos vuelta para recorrer la recta final, mi rodilla enferma cedió y Reino llegó a la meta sin mí.
Todavía no se lo he dicho a mamá, pero ya guardé mis esquís. 
  
14 de abril 
Estoy escribiendo esto sentado bajo nuestro árbol de las estrellas en el prado. Sé que nuestro árbol se considera dotado de un poder mágico para ayudar a cualquiera que trate  de  cambiar  su  suerte,  pero  hasta  ahora, aunque sigo frotando su corteza con frecuencia, nada nuevo parece acontecer. Mamá dice que la magia del árbol solamente da resultado  a  la  gente  dispuesta  a  hacer  algo  por  sí misma. 
  
18 de abril 
El  tío  Varno  y  mamá  han  estado  conversando muchas veces. Ya sé por qué. Mi tío va a llevar nuestro ganado, junto con el suyo, a las montañas este verano, y mi mamá le pagará por este servicio con la tercera parte de las terneritas que nazcan. Ella no me ha dicho  sus  razones,  pero  estoy  seguro  de  que piensa  que  no  puede  hacerse  cargo  de  una hija pequeña, un rebaño de renos y un hijo que  le  ayudaría  muy  poco  en  los  grados  de las laderas montañosas. Hoy extrañé mucho a papá. 
    
23 de abril 
Esta mañana corrí al árbol de las estrellas y regresé en la misma forma. Mañana lo haré dos  veces  y  al  día  siguiente  tres.  Pronto  mi pierna estará tan fuerte como antes del accidente. Es tanto lo que mamá hace por nosotros, que yo no puedo decepcionarla. Quiero ser  capaz  de  ayudarla  como  papá  acostumbraba hacerlo. Si soy el hombre de la familia, como  dice  mi  mamá,  ya  es  tiempo  de  que empiece a comportarme como tal. 
  
2 de mayo 
Los terribles mosquitos han llegado y hoy todos  los  renos  empezaron  a  irse  hacia  el norte. El tío Varno nos dejó al viejo Kala para transportación,  y  tres  animales  para  carne, pero se llevó todos nuestros perros, con excepción de Nikku. Mamá lloró cuando toda la comitiva empezó a alejarse. Todos lloramos.
Fue  la  primera  vez  en  nuestra  vida  que  no íbamos  a  las  montañas  con  nuestro  ganado durante el verano. 

19 de mayo 
Encontré mi vieja cometa en el cobertizo y la llevé conmigo a la pradera. Vuela tan bien como  siempre  y  fue  muy  divertido  dejar  el cordel  fuera  saliendo  del  carrete  de  madera que  papá  había  hecho,  y  ver  aquel  bonito juguete rojo volar tan alto que casi se perdía de vista. Me pregunto hasta qué altura habrá podido volar una cometa. Me duele ahora la rodilla,  pero  fue  muy  bueno  encontrar  algo que todavía puedo hacer bien. 
  
27 de mayo 
Nos hemos mudado de casa para pasar el verano. La tienda que usábamos en las laderas de las montañas ahora se levanta junto a la carretera, a unos doce kilómetros de Kalvala.  Parece  que  aquellas  cajas  que  mamá había estado juntando estaban llenas de artesanías hechas por la gente de nuestra aldea.
Ahora las tiene arregladas en anaqueles a la orilla del camino, para venderlas a los turistas. 
Tenemos hileras de cucharas de cuerno labradas, cinturones, mocasines, sombreros de piel  de  antílope  y  centenares  de  minúsculos animales de madera. Mamá lleva una cuenta exacta  de  todas  las  piezas  que  se  venden.
Cuando  volvamos  a  la  aldea,  en  el  otoño, devolverá los artículos que no se vendieron, junto con la mitad del precio que reciba por los que se vendan. 
Mamá  dijo  que  si  todos  trabajamos  con ahínco,  podríamos  ahorrar  lo  suficiente  para que yo todavía lograra inscribirme en la universidad  dentro  de  dos  años.  Tal  vez  todos mis  deseos  formulados  bajo  el  árbol  de  las estrellas no han sido en vano. 
  
6 de junio 
Nuestro nuevo negocio marcha muy bien.
Un camión entero de pescadores, camino a la península de Yarangar, se detuvo hoy aquí y nos  pidió  café.  A  toda  prisa,  mamá  preparó una  jarra  y  ahora  también  vendemos  café.
Después hizo parada un autobús de turismo, y  algunos  de  los  pasajeros  preguntaron  si querríamos posar para una fotografía enfrente  de  nuestra  tienda.  Mamá  cobró  cinco markkas a cada uno. No deja de decirnos que podemos  hacer  realidad  cualquier  sueño,  si trabajarnos  con  ahínco,  pedimos  ayuda  a
Dios y nunca darnos por vencidos.  
    
13 de julio 
Mamá ha estado tosiendo los últimos días.
Creo que trabaja demasiado. Como tenemos veinticuatro  horas  de  luz  solar,  el  tráfico  es ininterrumpido a todas horas, y mamá duerme muy poco por temor de ir a perder una buena venta. Jaana y yo tratamos de ayudarla realmente, pero ella quiere atender en persona a los clientes.  Hoy en la noche  estaba tan  cansada,  que  dejó  que  Jaana  cocinara para  los  tres.  Jaana  será  una  buena  esposa cuando crezca. 
  
29 de julio 
El negocio va muy bien, pero mamá está enferma.  Ha  adelgazado  mucho  y  tiene  un color extraño, casi gris. Ahora tose más que nunca, pero no me hace caso cuando le pido que  descanse.  Estoy  atemorizado.  Lo  más cercano  a  nosotros  es  la  aldea,  en  caso  de que le sucediera algo. No es fácil ser el hombre de la casa. 

30 de septiembre 
Mamá ha muerto. No tuve valor de escribir estas palabras hasta hoy. Murió la noche del 2 de agosto durante el sueño. Poco antes, al anochecer, por vez primera nos pidió a Jaana y a mí que atendiéramos a los clientes mientras dormía un rato. Después la oí llamarme y corrí a la tienda. Extendió el brazo, me tomó la mano y la apretó contra su corazón. Luego hizo que me acercara, me besó y me dijo: 
"Te amo, Tulo. Cuida a tu hermanita, pero recuerda que tu destino está más allá de Kalvala.  Mira  siempre  adelante.  Esfuérzate.
Dios...  y  el  árbol  de  las  estrellas  te  ayudarán". 
Luego se quedó dormida. Cuando despertamos la mañana siguiente había muerto. 
No recuerdo nada del funeral, excepto que la sepultaron junto a papá en el cementerio.
El tío Varno y la tía Stina nos han invitado a ir a vivir con ellos, pero Jaana y yo hemos decidido  quedarnos  en  nuestra  propia  cabaña  y cuidar el uno del otro. 
Con un gesto de agotamiento, Tulo hizo a un  lado  el  gran  libro  verde.  Era  cierto  que había  silbado  a  las  luces  del  Septentrión  y que, al menos en la mente, había recordado el pasado... y los muertos. Pero ¿qué sería del mañana -se preguntaba-... y del día siguiente...  ¿qué  les  tenía  reservado  el  futuro  a  su hermanita y a él? 
Se  levantó,  caminó  hasta  la  puerta  del frente  y  la  abrió  a  la  negrura  de  la  noche.
Cúmulos de nubes oscuras y bajas del oeste habían borrado toda traza de luz celestial. El viento aullaba con furor a través de la tundra y la nieve caía una vez más. 
Oprimido por una sensación de extravío, el muchachito  volvió  a  acariciar  con  ternura  la pequeña  fotografía  de  su  madre,  mientras avanzaba cojeando hacia la cama. 

1.003. Andersen (Hans Christian)