Translate

domingo, 19 de enero de 2014

El monje y la hija del verdugo - Cap. XXVIII

La vida en estas altitudes es menos desagradable de lo que me había imaginado. Lo que me parecía un depri­mente aislamiento se ha convertido en algo menos sombrío y desolador. Esta región montañosa, que al principio me sobrecogía de terror, está mostrando pro­gresivamente su índole benigna. Su inmensidad es de­liciosamente bella y está dotada de una perfección que purifica y eleva el espíritu. Es posible leer en ella, con la misma claridad que en un libro, las alabanzas a su Creador. Cada día, mientras recojo raíces de genciana, le presto atención a las voces de esta inhóspita región, y sosiego y corrijo cada vez más mi corazón.
En estas cumbres no hay pájaros cantores. Las aves del lur apenas emiten estridentes chirridos. Las flo­res, aunque exentas de fragancia, son increíble-mente bonitas y brillan con una intensidad semejante a la de las estrellas. Conozco laderas y promontorios que sin duda no fueron jamás profanados por pies humanos. Me dan la impresión de ser sagradas y aún es posible encontrar en ellas el toque final del Creador, como si acabasen de ser colocadas allí por Su santa mano.
Hay abundante caza. En ocasiones las gamuzas for­man manadas tan numerosas que parecería como si la ladera misma de la colina estuviese en movimiento. Hay también machos cabríos salvajes, auténticos monstruos; e incluso osos, aunque hasta ahora, y gra­cias a Dios, no he visto ni uno solo. Las marmotas corretean a mi lado como si fuesen gatitos, y las águilas, que son las aves más nobles en este imperio de las altu­ras, anidan en los riscos para establecer sus hogares lo más cerca posible del cielo.
Cuando me siento cansado me tumbo sobre las aromáticas praderas alpinas, que huelen como si fue­sen valiosas especias. Cierro los ojos y escucho al viento susurrar entre los altos troncos, mientras reina la paz en mi corazón. ¡Alabado sea Dios!

1.007. Briece (Ambrose)

No hay comentarios:

Publicar un comentario