Datario, s. Alto dignatario de la Iglesia Católica
Romana, que tiene la importante función de estampar sobre las bulas papales las
palabras “Datum Romae”. Goza de un sueldo principesco y de la amistad de Dios.
Deber, s. Lo que nos impulsa
inflexiblemente en la dirección del lucro, por la vía del deseo.
Deber, v. t. Tener (y conservar) una
deuda. Antiguamente la palabra no significaba deuda sino posesión; en la mente
de muchos deudores existe todavía una gran confusión entre ambas cosas.[1]
Debilidad, s. Facultad innata de la mujer
tiránica que le permite dominar al macho de la especie, sujetándolo a su
voluntad y paralizando sus energías rebeldes.
Decálogo, s. Serie de diez mandamientos:
número suficiente para permitir una selección inteligente de los que se quiere
observar.
Decidir, v. t. Sucumbir a la
preponderancia de un grupo de influencias sobre otro grupo de influencias.
Defeccionar, v. i. Cambiar bruscamente de
opinión y pasarse a otro bando. La defección más notable de que haya constancia
es la de Saulo de Tarso, quien ha sido severamente criticado como tránsfuga por
algunos de nuestros periódicos políticos.
Degenerado, adj. Menos admirable que sus
antepasados. Los contemporáneos de Homero eran notables ejemplos de
degeneración; hacían falta diez de ellos para alzar una roca o promover un
motín que cualquier héroe de la guerra troyana habría alzado o promovido con
facilidad.
Degradación, s. Una de las etapas del
progreso moral y social que lleva de la humilde condición privada al privilegio
político.
Dejeuner, s. El desayuno de un
norteamericano que ha estado en París. Hay varias pronunciaciones.
Delegado, s. Pariente de un funcionario.
El delegado es, por lo general, un bello joven con una corbata roja y un
intrincado sistema de telarañas que bajan de su nariz a su escritorio. Cuando
el ordenanza lo golpea accidentalmente con la escoba, despide una nube de
polvo.
Deliberación, s. Acto de examinar el propio
pan para saber de qué lado tiene manteca.
Dentista, s. Prestidigitador que nos
pone una clase de metal en la boca y nos saca otra clase de metal del bolsillo.
Dependiente, adj. Dícese del que confía en la
generosidad de otro cuando no puede abusar de sus temores.
Derecho, s. Autoridad legítima para
ser, hacer o tener; verbigracia el tener derecho a ser rey, hacer trampas al
prójimo o tener el sarampión.
Desagravio, s. Reparación sin
satisfacción.
Entre los anglosajones, el súbdito
que se creía ofendido por el rey, y demostraba la ofensa, podía azotar una
imagen de bronce del ofensor con una vara que luego era aplicada a su espalda
desnuda. Este rito era oficiado por el verdugo, lo que garantizaba que el
ofendido eligiese una vara de tamaño razonable.
Desgracia, s. Enfermedad que se contrae
al exponerse a la prosperidad de un amigo.
Desmemoria, s. Don que otorga Dios a los
deudores, para compensarlos por su falta de conciencia.
Desobedecer, s. Celebrar con una ceremonia
apropiada la madurez de una orden.
Desobediencia, s. Borde plateado de una nube
de servidumbre.
Desposada, s. Mujer que tiene a su espalda
una brillante perspectiva de felicidad.
Desprecio, s. Sentimiento que experimenta
un hombre prudente ante un enemigo demasiado temible para hacerle frente sin
peligro.
Destino, s. Justificación del crimen de
un tirano; pretexto del fracaso de un imbécil.
Desvencijado, adj. Perteneciente a cierto
orden arquitectónico también llamado Americano Normal. La mayoría de los
edificios públicos de los Estados Unidos pertenecen al Orden Desvencijado.
Los recientes agregados a la Casa Blanca de
Washington pertenecen a Theodórico orden eclesiástica de los dorios... Son muy
hermosos y cuestan un centenar de dólares por ladrillo.
Detener, v. t. Arrestar a alguien acusado
de conducta insólita. “Dios hizo el mundo en seis días y se detuvo el séptimo”
(Versión No Autorizada de la
Biblia )
Devoción, s. Reverencia por el Ser
Supremo basada en su presunta semejanza con el hombre.
Deuda, s. Ingenioso sustituto de la
cadena y el látigo del negrero.
Día, s. Período de veinticuatro
horas en su mayor parte desperdiciado.
Se divide en el día propiamente
dicho y la noche o día impropiamente dicho; el primero se consagra a los
pecados financieros y la segunda a los otros pecados. Estas dos clases de
actividad social se complementan.
Diafragma, s. Tabique muscular que separa
los trastornos del tórax de los trastornos intestinales.
Diagnóstico, s. Pronóstico de enfermedad
que realiza el médico tomando el pulso y la bolsa del paciente.[2]
Diamante, s. Mineral que suele
encontrarse debajo de un corset. Soluble en solicitato de oro.
Diana, s. Señal que se da a los
soldados dormidos para que dejen de soñar con campos de batalla, se levanten y
pongan en fila las narices para ver si falta alguna.
Diario íntimo, s. Registro cotidiano de
aquellos episodios de la vida que uno puede contarse a si mismo sin sonrojo.
Diccionario, s. Perverso artificio
literario que paraliza el crecimiento de una lengua además de quitarle soltura
y elasticidad. El presente diccionario, sin embargo, es una obra útil.
Dictador, s. Mandatario de un país que
prefiere la pestilencia del despotismo a la plaga de la anarquía.
Difamar, v. t. Atribuir maliciosamente a
otro vicios que no hemos tenido la oportunidad ni la tentación de practicar.
Difamar, v. t. Decir mentiras sobre otro.
Decir verdades sobre otro.
Digestión, s. Conversión de vituallas en
virtudes. Cuando el proceso es imperfecto, nacen vicios en lugar de virtudes.
De esta circunstancia infiere maliciosamente el doctor Jeremiah Blenn que las
damas son las que más sufren de dispepsia.
Diluvio, s. El primero y más notable de
los experimentos de bautismo, que lavó todos los pecados (y los pecadores) del
mundo.
Dinero, s. Bien que no nos sirve de
nada hasta que nos separamos de él. Indicio de cultura y pasaporte para una
sociedad elegante. Posesión soportable.
Diplomacia, s. Arte de mentir en nombre
del país.
Discriminar, v. t. Señalar los aspectos en que
una persona o cosa es, si cabe, más criticable que en otros.
Disculparse, v. i. Sentar las bases para una
ofensa futura.
Discusión, s. Método de confirmar a los
demás en sus errores.
Disimular, v. t. e i. Poner camisa limpia al
carácter.
Distancia, s. Único bien que los ricos
permiten conservar a los pobres.
Disuadir, v. t. Proponer a otro un error
mucho más grande que el que está por cometer.
Diversión, s. Cualquier clase de
entretenimiento cuyas incursiones se detienen, por simple tristeza, a corta
distancia de la muerte.
Dolor, s. Estado de ánimo ingrato,
que puede tener una base física, o ser puramente mental y causado por la
felicidad ajena.
Doncella, s. Joven del sexo desagradable,
de conducta imprevisible y opiniones que incitan al crimen. El género tiene una
amplia distribución geográfica: se encuentra a la doncella dondequiera se la
busque, y se la deplora dondequiera se la encuentre. No es totalmente ingrata a
la vista ni (prescindiendo de su piano y de sus ideas) insoportable al oído,
aunque en punto a belleza es netamente inferior al arco iris, y en lo que toca
a su parte audible no admite comparación con el canario, que por añadidura es
más portátil.
Dos veces, adv. Una vez de más. Dragón,
s. Soldado que une el arrojo a la calma en proporciones tan iguales, que
avanza a pie y huye a caballo.
Dramaturgo, s. Dícese del que adapta obras
del francés.
Druidas, s. Sacerdotes de una antigua
religión céltica, que no desdeñaban la humilde ofrenda del sacrificio humano.
En la actualidad se sabe muy poco de los druidas y de su fe. Plinio dice que su
religión, originada en las Islas Británicas, se extendió hacia el este hasta
Persia.
César afirma que los que deseaban
estudiar sus misterios iban a Britania.
El propio César fue a Britania,
pero no parece haber obtenido una posición muy elevada en la Iglesia Druídica ,
a pesar de su talento en materia de sacrificios humanos.
Los druidas practicaban sus ritos
en los bosques, y no sabían nada de hipotecas eclesiásticas, ni del sistema de
abono pago a un reclinatorio del templo. Eran, en suma, paganos e inclusive,
según un distinguido prelado de la iglesia anglicana, disidentes.
Duelo, s. Ceremonia solemne previa a
la reconciliación de dos enemigos. Para cumplirla satisfactoriamente, hace
falta gran habilidad; si se practica con torpeza, pueden sobrevenir las más
imprevistas y deplorables consecuencias. Hace mucho tiempo, un hombre perdió la
vida en un duelo.
1.007. Briece (Ambrose)
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