¡Santísima Virgen María! ¿Es que puede haber algo
peor que la caída de un ángel? ¡Comprendí inmediatamente que, después de
dejarnos a mí y a su padre, Benedicta había ido voluntariamente al encuentro
de un destino del que precisamente me había esforzado por salvarla!
-La maldita se echó en los brazos de Roque -murmuró
rabiosamente alguien a mi lado y, al girarme, vi a la joven alta y morena que
me había guiado por el bosque, con su rostro completamente deformado por el
odio. Debí matarla cuando pude. Maldito monje, ¿cómo puede permitir que se
burle de nosotros de esta forma?
La alejé de mi lado y me lancé hacia la pareja sin
darme cuenta de lo que hacía. Pero, ¿qué podía hacer? Incluso en ese momento,
como si quisieran deshacerse de mi presencia, aunque en verdad ni siquiera la
habían notado, los jóvenes borrachos formaron un apretado círculo alrededor
de Roque y Benedicta, dando rienda suelta a su admiración y aplaudiendo para remarcar
el ritmo.
Lo cierto es que aquellas dos bellas figuras danzantes
formaban una imag en espléndida. Él,
gallardo y ágil, parecía un dios griego, mientras que Benedicta semejaba un
hada del brisque. A través de la tenue neblina que flotaba sobre el prado, su
delicada figura, moviéndose rápidamente y desplazándose de un sitio a otro,
parecía estar velada por una tela sutil de púrpura y oro. Permanecía con su
mirada fija en el suelo; sus movimientos, aunque vivos, eran naturales y
encantadores; su cara brillaba por la excitación y habría podido decirse que
toda su alma se concentraba en aquella danza. ¡Pobre y dulce niña!, su falta me
hizo llorar, aunque la perdoné inmediata-mente. ¡Su vida había sido siempre tan
difícil y exenta de alegrías!, ¿es que no tenía el derecho de bailar con quien
se le antojara? ¡Que Dios la bendiga! Y respecto a Roque..., ¡ah, que Dios le
perdone!
Mientras la miraba y meditaba sobre cuál era mi
deber ante una situación como aquella, la joven celosa -que se llama Amelia - se había quedado a mi lado, maldiciendo y
blasfemando Cuando los otros jóvenes aprobaron con aplausos la destreza con que
danzaba Benedicta, Amelia hizo un
gesto como si se preparase a saltar sobre ella para matarla. Sujeté a la airada
criatura, e inmediatamente, avanzando unos pocos pasos, llamé en voz alta a la joven:
-¡Benedicta!
Pareció sobresaltarse al escuchar mi voz pero,
aunque reclinó un poco más la cabeza, continuó bailando. Amelia no logró contener su enfado por más tiempo y
se abalanzó hacia delante, lanzando un furioso rugido, al tiempo que
intentaba penetrar en el círculo. Pero los muchachos borrachos se lo,
impidieron. Se rieron de ella, lo que contribuyó a enloquecerla
más aún. Intentó entonces alcanzar a su víctima de nuevo. Los jóvenes la
alejaban con gritos, maldiciones y carcajadas. ¡Amado Francisco, intercede por nosotros:
cuando noté el odio en los ojos de Amelia ,
un escalofrío estremecedor me recorrió todo el: cuerpo! ¡Que Dios se apiade de
todos nosotros! ¡Creo que habría sido capaz de asesinar a Benedicta con sus
propias manos y después regocijarse de su
crimen!
En ese instante debería haber vuelto al monasterio,
pero permanecí allí. Reflexioné sobre lo que podría ocurrir al terminar el
baile, ya que me habían dicho que normalmente los jóvenes acompañaban de regreso a casa a
sus consortes, y me horrorizó pensar en Benedicta y Roque regresando solos, en
medio del bosque por la noche.
Imag inad
cuál no: sería mi asombro cuando Benedicta levantó
inesperadamente la cabeza, paró de bailar y, mirando a Roque amistosamente,
dijo con una voz suave y melodiosa, semejante al sonido de unas campanillas de
plata:
-Le agradezco, señor, que me haya
elegido tan gentilmente como compa-ñera de
baile.
Y de inmediato saludo al hijo del Administrador, se
deslizó rápidamente en medio del círculo, y antes de que nadie pudiese
comprender nada, desapareció entre las oscuras profundidades del bosque Al
principios Roque se dejó dominar por el estupor, pero cuando comprendió que
Benedicta ya no se encontraba a su lado, se enfureció como un loco: y gritó:
«¡Benedicta!» La llamó entonces cariñosamente, aunque con el mismo resultado:
Benedicta había desaparecido. Se lanzo entonces en busca de ella, dispuesto a
registrar el bosque antorcha en mano, pero los demás jóvenes le indujeron a
desistir de su propósito. Al percibir mi presencia, concentró su ira en mi persona y creo que
de haberse atrevido, habría llegado a golpearme. En lugar de eso, gritó:
-¡Maldito aprendiz de santurrón! ¡Me las pagarás por
esto!
Pero no me asustó en absoluto. ¡Alabado sea el
Señor! Benedicta no cometió ninguna falta, y puedo venerarla como antes. No
obstante, me estremece siquiera sospechar los múltiples peligros que la
acechan. Se encuentra completamente indefensa, no sólo ante
el odio de Amelia , sino también
frente a la lujuria de Roque. ¡Ah, si pudiese permanecer. siempre atento a su
lado, para vigilarla y protegerla! A Ti te encomiendo, ¡oh, Señor!, a esta
pobre niña huérfana de madre, cuya confianza en Ti obtendrá sus frutos.
1.007. Briece (Ambrose)
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