No hay duda de que empalidecí, cuando uno de los
hermanos comentó a la hora de la cena, que frente a la imag en
de San Francisco se había encontrado un ramillete de Edelweiss de una
especie tan extraordinariamente hermosa que en la región sólo florece en la
cumbre de un promontorio que se levanta a más de mil pies de altura y se eleva
por encima de un lago de malos presagios. Los hermanos hablan de
acontecimientos asombrosos relacionados con las horrendas peculiaridades de
ese lago, que hacen referencia a sus profundas y turbulentas aguas; y
asegu ran también que los más
repugnantes fantasmas se aparecen en sus playa s
o brotan de sus aguas.
Las flores de Benedicta han provocado gran conmoción
y sorpresa, ya que incluso entre los más audaces cazadores, muy pocos se
atreverían a escalar ese promontorio que existe junto al lago hechizado... ¡y
la dulce muchacha realizó esa proeza! Fue absolutamente sola a este lugar
terrible y escaló su ladera casi vertical, hasta alcanzar la tierra fértil
donde crecen aquellas flores con las que sintió el impulso de agasajarme.
Estoy seguro de que fue el Cielo quien la preservó de contratiempos para que
yo pudiese encontrar en ello el signo inequívoco de que me ha sido encomendada
la labor de salvarla.
¡Oh, tú, pobre niña inocente, maldita para el pueblo,
Dios ha declarado que debo cuidar de ti! ¡Mi pecho ya siente de alguna forma
esa veneración que habrá de darte cuando, en reconocimiento de tu pureza y
santidad, Él le conceda a tus reliquias un signo evidente de Su favor, y la Iglesia te reconozca
bienaventurada!
He tenido noticias acerca de otra circunstancia que
debo referir a continuación: en esta región, esas flores son consideradas el
símbolo del amor fiel: los jóvenes se las entregan a sus amadas y estas
doncellas adornan los sombreros de sus galanes con ellas. Es evidente que, al
expresar su gratitud a un humilde siervo de la Iglesia , Benedicta fue
movida, quizá sin darse cuenta, a manifestar al mismo tiempo su amor a la Iglesia , a pesar de que
desgraciadamente tiene muy pocos motivos que justifiquen ese afecto.
Paseando de forma errante por las inmediaciones del
monasterio, he llegado a familiarizarme con todos y cada uno de los senderos
que hay en estos bosques, en el siniestro desfiladero y en las escarpadas
laderas de las montañas.
Con frecuencia soy enviado a hogares de campesinos,
cazadores y pastores, para dar medicinas a los enfermos o llevar consuelo a
quienes más lo necesitan. El muy reverendo Superior me ha informado de que
cuando reciba las sagradas órdenes habré también de llevar los sacramentos a
los moribundos, ya que soy el más joven y vigoroso de los hermanos. En estas
altitudes, sucede en ocasiones que un cazador o un pastor se despeña, y
después de varios días se le encuentra todavía con vida. El deber de todo
sacerdote es justamente el de cumplir los ritos de nuestra santa religión junto
al lecho del herido, de forma que nuestro bendito Salvador se, encuentre allí
presente para recibir -el alma que regresa hasta El.
¡Espero que para poder merecer una gracia tan elevada,
nuestro bienamado Santo logre conservar mi alma purificada de toda pasión y
deseo terrenal!
1.007. Briece (Ambrose)
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