Caaba, s. Piedra de gran tamaño
ofrecida por el arcángel Gabriel al patriarca Abraham, que se conserva en La Meca. Es posible que el
patriarca le haya pedido al arcángel un pedazo de pan.
Cabezas Redondas, s. Miembros del partido
parlamentario en la guerra civil inglesa, llamados así por su costumbre de usar
el cabello corto, mientras que sus enemigos, los Caballeros, los llevaban
largos.
Había otras diferencias entre
ellos, pero la moda en el peinado constituía la causa fundamental de sus
reyertas. Los Caballeros eran realistas porque su rey, un individuo indolente,
prefería dejarse crecer el pelo antes que lavarse el cuello. Los Cabezas
Redondas, en su mayoría barberos y fabricantes de jabón, consideraban eso como
un insulto a su profesión; es natural que el cuello del monarca fuese el objeto
de su particular indignación. Hoy, los descendientes de los beligerantes se
peinan todos igual, pero las brasas del odio encendido en aquel antiguo
conflicto siguen ardiendo bajo las cenizas de la cortesía británica.
Cabo, s. Hombre que ocupa el último
peldaño de la escalera militar; cuando un cabo cae en combate, el golpe es
menor.
Cagada de mosca, s. Prototipo de la puntuación.
Observa Garvinus que los sistemas de puntuación usados por los distintos
pueblos que cultivan una literatura, dependían originalmente de los hábitos
sociales y la alimentación general de las moscas que infestaban los diversos
países. Estos animalitos, que siempre se han caracterizado por su amistosa
familiaridad con los autores, embellecen con mayor o menor generosidad, según
los hábitos corporales, los manuscritos que crecen bajo la pluma, haciendo
surgir el sentido de la obra por una especie de interpretación superior a, e
independiente de, los poderes del escritor. Los “viejos maestros” de la
literatura, -es decir los escritores primitivos cuya obra es tan estimada por
los escribas y críticos que usan luego el mismo idioma- jamás puntuaban, sino
que escribían a vuelapluma sin esa interrupción del pensamiento que produce la
puntuación. (Lo mismo observamos en los niños de hoy, lo que constituye una
notable y hermosa aplicación de la ley según la cual la infancia de los
individuos reproduce los métodos y estadios de desarrollo que caracterizan a la
infancia de las razas.). Los modernos investiga-dores, con sus instrumentos
ópticos y ensayos químicos, han descubierto que toda la puntuación de esos
antiguos escritos, ha sido insertada por la ingeniosa y servicial colaboradora
de los escritores, la mosca doméstica o “Musca maledicta”. Al transcribir esos
viejos manuscritos,
ya sea para apropiarse de las obras
o para preservar lo que naturalmente consideraban como revelaciones divinas,
los literatos posteriores copian reverente y minuciosamente todas las marcas
que encuentran en los papiros y pergaminos, y de ese modo la lucidez del
pensamiento y el valor general de la obra se ven milagrosamente realzados. Los
autores contemporáneos de los copistas, por supuesto, aprovechan esas marcas
para su propia creación, y con la ayuda que les prestan las moscas de su propia
casa, a menudo rivalizan y hasta sobrepasan las viejas composiciones, por lo
menos en lo que atañe a la puntuación, que no es una gloria desdeñable. Para
comprender plenamente los importantes servicios que la mosca presta a la
literatura, basta dejar una página de cualquier novelista popular junto a un
platillo con crema y melaza, en una habitación soleada, y observar cómo el
ingenio se hace más brillante y el estilo más refinado, en proporción directa
al tiempo de exposición.
Cagatintas, s. Funcionario útil que con
frecuencia dirige un periódico.
En esta función está estrechamente
ligado al chantajista por el vínculo de la ocasional identidad; en realidad el
cagatintas no es más que el chantajista bajo otro aspecto, aunque este último
aparece a menudo como una especie independiente. El cagatintismo es más
despreciable que el chantaje, así como el estafador es más despreciable que el
asaltante de caminos.
Caimán, s. Cocodrilo de América,
superior, en todo, al cocodrilo de las decadentes monarquías del Viejo Mundo.
Herodoto dice que, el Indus es, con una excepción, el único río que produce
cocodrilos; estos, sin embargo, parecen haberse trasladado al Oeste, y haber
crecido con los otros ríos.
Calamidad, s. Recordatorio evidente e
incon-fundible de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad.
Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena.
Camello, s. Cuadrúpedo (“Palmipes
Joro-bidorsus”) muy apreciado en el negocio circense. Hay dos clases de
camellos: el camello propiamente dicho y el camello impropiamente dicho. Este
último es el que siempre se exhibe.
Camino, s. Faja de tierra que permite
ir de donde uno está cansado a donde es inútil ir.
Candidatear, s. Someter a alguien al más
elevado impuesto político. Proponer una persona adecuada para que sea enlodada
y abucheada por la oposición.
Candidato, s. Caballero modesto que
renuncia a la distinción de la vida privada y busca afanosamente la honorable
oscuridad de la función pública.
Cangrejo, s. Pequeño crustáceo
parecido a la langosta, aunque menos indigerible.
En este animalito está
admirablemente figurada y simbolizada la sabiduría humana; porque así como el
cangrejo se mueve sólo hacia atrás, y sólo puede tener una mirada
retrospectiva, no viendo otra cosa que los peligros ya pasados, así la
sabiduría del hombre no le permite eludir las locuras que asedian su marcha,
sino únicamente aprender su naturaleza con posterioridad.
Sir James Merrivale.
Caníbal, s. Gastrónomo de la vieja
escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la época
preporcina.
Cáñamo, s. Planta con cuya corteza
fibrosa se hacen collares, que suelen usarse al aire libre en una ceremonia
precedida de oratoria; el que se pone uno de esos collares, deja de tener frío.
Cañón, s. Instrumento usado en la
rectificación de las fronteras.
Capacidad, s. Conjunto de dotes naturales
que permiten realizar una pequeña parte de las ambiciones más mezquinas que
distinguen a los hombres capaces de los muertos. En último análisis, la capacidad
consiste, por lo general, en un alto grado de solemnidad. Es posible, sin
embargo, que esta notable cualidad sea apreciada a justo título; ser solemne,
no es tarea fácil.
Capital, s. Sede del desgobierno. Lo
que provee el fuego, la olla, la cena, la mesa, el cuchillo y el tenedor al
anarquista, quien sólo contribuye con la desgracia antes de la comida.
Carcaj, s. Vaina portátil en que el
antiguo estadista y el abnegado aborigen transportaban su argumento más
liviano.
Carnada, s. Preparado que hace más
apetitoso el anzuelo. La belleza es la mejor de las carnadas.
Carne, s. Segunda Persona de la Trinidad secular.
Carne de gusano, s. Producto terminado del que
somos la materia prima. Contenido del Taj Mahal, el Monumento a Napoleón y el
Grantarium. La estructura que la alberga suele sobrevivirle, aunque también
ella “ha de irse con el tiempo”. Probablemente la tarea más necia que puede
ocupar a un ser humano es la construcción de su propia tumba; el propósito
solemne que lo anima en tales casos acentúa por contraste la previsible
futilidad de su empresa.
Carnívoro, adj. Dícese del que cruelmente
acostumbra devorar al tímido vegetariano, a sus herederos y derechohabientes.
Carro fúnebre, s. Cochecito de niños de la
muerte.
Cartesiano, adj. Relativo a Descartes,
famoso filósofo, autor de la célebre sentencia “Cogito, ergo sum”, con
la que pretende demostrar la realidad de la existencia humana. Esa máxima
podría ser perfeccionada en la siguiente forma: “Cogito, cogito, ergo cogito
sum” (“Pienso que pienso, luego pienso que existo”), con lo que se estaría
más cerca de la verdad que ningún filósofo hasta ahora.
Casa, s. Estructura hueca construida
para habitación del hombre, la rata, el escarabajo, la cucaracha, la mosca, el
mosquito, la pulga, el bacilo y el microbio. “Casa de corrección”: lugar de
recompensa por servicios políticos o personales. “Casa de Dios”: edificio
coronado por un campanario y una hipoteca. “Perro Guardián de la Casa ”: bestia pestilente
encargada de insultar a los transeúntes y aterrar a los visitantes.
“Sirvienta de la Casa ”: persona joven, del
sexo opuesto, a quien se emplea para que se muestre variadamente desagradable e
ingeniosamente desalineada en la situación que el bondadoso Dios le ha dado.
Castigo, s. Lluvia de fuego y azufre que
cae sobre los justos e igualmente sobre los injustos que no se han protegido
expulsando a los primeros.
Celo, s. Cierto desorden nervioso
que afecta a los jóvenes e inexpertos.
Pasión que precede a una
prosternación.
Celoso, adj. Indebidamente preocupado
por conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.
Cementerio, s. Terreno suburbano aislado
donde los deudos conciertan mentiras,
los poetas escriben contra una víctima indefensa y los lapidarios apuestan
sobre la ortografía. Los siguientes epitafios demuestran el éxito alcanzado por
estos juegos olímpicos: “Sus virtudes eran tan notorias que sus enemigos,
incapaces de pasarlas por alto, las negaron, y sus amigos, refutados por ellas
en sus vidas insensatas, las arguyeron por vicios. Esas virtudes son aquí
conmemoradas por su familia, que las compartió.” “Aquí en la tierra nuestro
amor prepara.
Un lugarcito a la pequeña Clara.
Que todos compadezcan nuestro duelo Y el arcángel Gabriel la lleve al cielo.”
Cenobita, s. Hombre que piadosamente se
encierra para meditar en el pecado; y que para mantenerlo fresco en la memoria,
se une a una comunidad de atroces pecadores.
Centauro, s. Miembro de una raza de
personas que existió antes que la división del trabajo alcanzara su grado
actual de diferenciación, y que obedecían la primitiva máxima económica. “A
cada hombre su propio caballo”. El mejor fue Quirón, que unía la sabiduría y
las virtudes del caballo a la rapidez del hombre.
Cerbero, s. El perro guardián del
Hades, que custodiaba su entrada, no se sabe contra quién, puesto que todo el
mundo, tarde o temprano, debía franquearla, y nadie deseaba forzarla. Es sabido
que Cerbero tuvo tres cabezas, pero algunos poetas le atribuyeron hasta un
centenar. El profesor Graybill, cuyo erudito y profundo conocimiento del griego
da a su opinión un peso enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la
conclusión de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que sería decisivo
si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo de
aritmética.
Cerdo, s. Ave notable por la
universalidad de su apetito, y que sirve para ilustrar la universalidad del
nuestro. Los mahometanos y judíos no favorecen al cerdo como producto
alimenticio, pero lo respetan por la delicadeza de sus costumbres, la belleza
de su plumaje y la melodía de su voz. Esta ave es particularmente apreciada
como cantante: una jaula llena, puede hacer llorar a más de cuatro. El nombre
científico de este pajarito es Porcus Rockefelleri. El señor Rockefeller no
descubrió el cerdo, pero se lo considera suyo por derecho de semejanza.
Cerebro, s. Aparato con que pensamos
que pensamos. Lo que distingue al hombre contento, con “ser” algo del que
quiere “hacer” algo. Un hombre de mucho dinero, o de posición prominente, tiene
por lo común tanto cerebro en la cabeza que sus vecinos no pueden conservar el
sombrero puesto. En nuestra civilización y bajo nuestra forma republicana de
gobierno, el cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien lo posee
eximiéndolo de las preocupaciones del poder.
Cerradura, s. Divisa de la civilización y
el progreso.
Cetro, s. Bastón de mando de un rey,
signo y símbolo de su autoridad.
Originariamente era una maza con
que el soberano reprendía a su bufón y vetaba las medidas ministeriales,
rompiendo los huesos a sus pro-ponentes.
Cimitarra, s. Espada curva de extremado
filo en cuyo manejo ciertos orientales alcanzan extraordinario virtuosismo,
como ilustra el incidente que narraremos, traducido del japonés de Shushi
Itama, famoso escritor del siglo trece: Cuando el gran GichiKuktai era Mikado,
condenó a la decapitación a Jijiji Ri, alto funcionario de la Corte. Poco después
del momento señalado para la ceremonia, ¡cuál no sería la sorpresa de Su
Majestad al ver que el hombre que debió morir diez minutos antes, se acercaba
tranquilamente al trono!
-¡Mil setecientos dragones!-
exclamó el enfurecido monarca. ¿No te condené a presentarte en la plaza del
mercado, para que el verdugo público te cortara la cabeza a las tres? ¿Y no son
ahora las tres y diez?
-Hijo de mil ilustres deidades -respondió
el ministro condenado-, todo lo que dices es tan cierto, que en comparación la
verdad es mentira. Pero los soleados y vivificantes deseos de Vuestra Majestad
han sido pestilentemente descuidados. Con alegría corrí y coloqué mi cuerpo
indigno en la plaza del mercado. Apareció el verdugo con su desnuda cimitarra,
ostentosamente la floreó en el aire y luego, dándome un suave toquecito en el
cuello, se marchó, apedreado por la plebe, de quien siempre he sido un
favorito. Vengo a reclamar que caiga la justicia sobre su deshonorable y
traicionera cabeza.
-¿A qué regimiento de verdugos
pertenece ese miserable de negras entrañas?
-Al gallardo Nueve mil Ochocientos
Treinta y Siete.
Lo conozco. Se llama SakkoSamshi.
-Que lo traigan ante mí -dijo el
Mikado a un ayudante, y media hora después el culpable estaba en su Presencia.
-¡Oh, bastardo, hijo de un jorobado
de tres patas sin pulgares! -rugió el soberano. ¿Por qué has dado un suave
toquecito al cuello que debiste tener el placer de cercenar?
-Señor de las Cigüeñas y de los
Cerezos-respondió, inmutable, el verdugo-, ordénale que se suene las narices
con los dedos.
Ordenólo el rey. Jijiji Ri sujetóse
la nariz y resopló como un elefante.
Todos esperaban ver cómo la cabeza
cercenada saltaba con violencia, pero nada ocurrió. La ceremonia prosperó
pacíficamente hasta su fin.
Todos los ojos se volvieron
entonces al verdugo, quien se había puesto tan blanco como las nieves que
coronan el Fujiyama. Le temblaban las piernas y respiraba con un jadeo de
terror.
-¡Por mil leones de colas de
bronce! -gritó. ¡Soy un espadachín arruinado y deshonrado! ¡Golpeé sin fuerza
al villano, porque al florear la cimitarra la hice atravesar por accidente mi
propio cuello! Padre de la Luna ,
renuncio a mi cargo.
Dicho esto, agarró su coleta,
levantó su cabeza y avanzando hacia el trono, la depositó humildemente a los
pies del Mikado.
Cínico, s. Miserable cuya defectuosa
vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas
acostumbran arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.
Circo, s. Lugar donde se permite a
caballos, “ponies” y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y niños
en el papel de tontos.
Cita, s. Repetición errónea de
palabras ajenas.
Clarinete, s. Instrumento de tortura
manejado por un ejecutor con algodón en los oídos. Hay instrumentos peores que
un clarinete: dos clarinetes.
Cleptómano, s. Ladrón rico.
Clérigo, s. Hombre que se encarga de
administrar nuestros negocios espirituales, como método de favorecer sus
negocios temporales.
Clio, s. Una de las Nueve Musas. La
función de Clio era presidir la
Historia. Lo hizo con gran dignidad. Muchos de los ciudadanos
prominentes de Atenas ocuparon asientos en el estrado cuando hablaban los
señores Jenofonte, Herodoto y otros oradores populares.
Cobarde, adj. Dícese del que en una
emergencia peligrosa piensa con las piernas.
Cociente, s. Número que expresa la
cantidad de veces que una suma de dinero perteneciente a una persona está
contenida en el bolsillo de la otra; la cifra exacta depende de la capacidad
del bolsillo.
Col, s. Legumbre familiar
comestible, similar en tamaño e inteligencia a la cabeza de un hombre.
La col deriva su nombre del
príncipe Colius, que al subir al trono nombró por decreto un Supremo Consejo
Imperial formado por los ministros del gabinete anterior y por las coles del
jardín real. Cada vez que una medida política de Su Majestad fracasaba
rotundamente, se anunciaba con toda solemnidad que varios miembros del Supremo
Consejo habían sido decapitados, y con esto se acallaban las murmuraciones de
los súbditos.
Cola, s. Parte del espinazo de un
animal que ha trascendido sus limitaciones naturales para llevar una existencia
independiente en un mundo propio. Salvo en el estado fetal, el hombre carece de
cola, privación cuya conciencia hereditaria se manifiesta en los faldones de la
levita masculina y la “cola” del vestido femenino, así como en una tendencia a
adornar esa parte de su vestimenta donde debería estar -indudablemente estuvo
alguna vez- la cola. Esta tendencia es más observable en la hembra de la
especie, en quien ese sentimiento ancestral es fuerte y persistente. Los
hombres coludos que describe Lord Monboddo son, según se cree ahora, el
producto de una imaginación extraordinariamente susceptible a influencias
generadas en la edad dorada de nuestro pasado piteco.
Comer, v.i. Realizar sucesivamente (y
con éxito) las funciones de la masticación, salivación y deglución.
-Me encontraba en mi salón, gozando
de la cena... -dijo un día Bri Savarin, comenzando una anécdota.
-¡Qué! -interrumpió Rochebriant.
¿Cenando en el salón? Le ruego observar, señor, -explicó el gran gastrónomo,
que yo no dije que estaba cenando, sino gozando de la cena. Había cenado una
hora antes.
Comercio, s. Especie de transacción en
que A roba a B los bienes de C, y en compensación B sustrae del bolsillo de D
dinero perteneciente a E.
Comestible, adj. Dícese de lo que es bueno
para comer, y fácil de digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una
víbora, una víbora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un
gusano.
Complacer, v. t. Poner los cimientos para
una superestructura de imposiciones.
Cómplice, s. El que con pleno
conocimiento de causa se asocia al crimen de otro; como un abogado que defiende
a un criminal, sabiéndolo culpable. Este punto de vista no ha merecido hasta
ahora la aprobación de los abogados, porque nadie les ofreció honorarios para
que lo aprobaran.
Comprometido, adj. Provisto de un aro en el
tobillo para sujetar la cadena y los grilletes.
Compromiso, s. Arreglo de intereses en
conflicto que da a cada adversario la satisfacción de pensar que ha conseguido
lo que no debió conseguir, y que no le han despojado de nada salvo lo que en
justicia le correspondía.
Compulsión, s. La elocuencia del poder.
Condolerse, v. r. Demostrar que el luto es un
mal menor que la simpatía.
Conferencista, s. Alguien que le pone a usted
la mano en su bolsillo, la lengua en su oído, y la fe en su paciencia.
Confidente, s. Aquél a quien A confía los
secretos de B, que le fueron confiados por C.
Confort, s. Estado de ánimo producido
por la contemplación de la desgracia ajena.
Congratulaciones, s. Cortesía de la envidia.
Congreso, s. Grupo de hombres que se
reúnen para abrogar las leyes.
Conocedor, s. Especialista que sabe todo
acerca de algo, y nada acerca de lo demás.
Se cuenta de un viejo ebrio que
resultó gravemente herido en un choque de trenes; para revivirlo, le vertieron
un poco de vino sobre los labios. “Pauillac, 1873”, murmuró, y expiró.
Conocido, s. Persona a quien conocemos
lo bastante para pedirle dinero prestado, pero no lo suficiente para prestarle.
Grado de amistad que llamamos superficial cuando su objeto es pobre y oscuro, e
íntimo cuando es rico y famoso.
Consejo, s. La más pequeña de las
monedas en curso.
Conservador, adj. Dícese del estadista
enamorado de los males existentes, por oposición al liberal, que desea
reemplazarlos por otros.
Cónsul, s. En política americana,
persona que no habiendo podido obtener un cargo público por elección del pueblo,
lo consigue del gobierno a condición de abandonar el país.
Consultar, v.l. Requerir la aprobación de
otro para tomar una actitud ya resuelta.
Controversia, s. Batalla en que la saliva o
la tinta reemplazan al insultante cañonazo o la desconsiderada bayoneta.
Convencido, adj. Equivocado a voz en cuello.
Conventillo, s. Fruto de una flor llamada
Palacio.
Convento, s. Lugar de retiro para las
mujeres que desean tener tiempo libre para meditar sobre el vicio de la pereza.
Conversación, s. Feria donde se exhibe la
mercancía mental menuda, y donde cada exhibidor está demasiado preocupado en
arreglar sus artículos como para observar los del vecino.
Corazón, s. Bomba muscular automática
que hace circular la sangre. Figuradamente se dice que este útil órgano es la
sede de las emociones y los sentimientos: bonita fantasía que no es más que el
resabio de una creencia antaño universal. Sabemos ahora que sentimientos y
emociones residen en el estómago y son extraídos de los alimentos mediante la
acción química del jugo gástrico. El proceso exacto que convierte el biftec en
un sentimiento (tierno o no, según la edad del animal); las sucesivas etapas de
elaboración por las que un sandwich de caviar se transmuta en rara fantasía y
reaparece convertido en punzante epigrama; los maravillosos métodos funcionales
de convertir un huevo duro en contrición religiosa o una bomba de crema en
suspiro sensible: todas estas cosas han sido pacientemente investigadas y
expuestas con persuasiva lucidez por Monsieur Pasteur. (Ver también mi
monografía “Identidad Esencial de los Afectos Espirituales con Ciertos Gases
Intestinales Liberados en la
Digestión " págs. 4 a 687). En una obra titulada según
creo Delectatio Demonorum (Londres 1873) esta teoría de los sentimientos es
ilustrada de modo sorprendente; para más información se puede consultar el
famoso tratado del profesor Dam sobre “El amor como producto de la Maceración Alimentaria ”.
Coronación, s. Ceremonia de investir a un
soberano con los signos externos y visibles de su derecho divino a ser volado
hasta el cielo por una bomba.
Corrector de pruebas, s. Malhechor que nos hace
escribir tonterías. Afortunadamente el linotipista las vuelve ininteligibles.
Corporación, s. Ingenioso artificio para
obtener ganancia individual sin responsabilidad individual.
Corsario, s. Político de los mares.
Costumbre, s. Cadena de los libres.
Cremona, s. Violín de alto precio
fabricado en Connecticut.
Cristiano, s. El que cree que el Nuevo
Testamento es un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las
necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en
la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado.
Crítico, s. Persona que se jacta de lo
difícil que es satisfacerlo, porque nadie pretende satisfacerlo.
Cruz, s. Antiguo símbolo religioso
cuya significación se atribuye erróneamente al más solemne acontecimiento en la
historia de la Cristiandad ,
pero que en realidad es anterior en milenios. Muchos la han creído idéntica a
la “crux ansata” del viejo culto fálico, pero su origen se ha rastreado
mucho más lejos, hasta los ritos de los pueblos primitivos.
En nuestros días tenemos la Cruz Blanca , símbolo
de castidad y la Cruz Roja ,
emblema de benévola neutralidad en tiempos de guerra.
Cuadro, s. Representación en dos
dimensiones de un aburrimiento que tiene tres.
Cuartel, s. Edificio en que los
soldados disfrutan de parte de lo que profesionalmente despojan a otros.
¿Cui bono? (Expresión latina). ¿De qué
me serviría, “a mí”?
Cupido, s. El llamado dios del amor. Esta creación bastarda de una bárbara fantasía fue indudablemente infligida a la mitología para que purgara los pecados de sus dioses. De todas las concepciones desprovistas de belleza y de verdad, esta es la más irracional y ofensiva.
Cupido, s. El llamado dios del amor. Esta creación bastarda de una bárbara fantasía fue indudablemente infligida a la mitología para que purgara los pecados de sus dioses. De todas las concepciones desprovistas de belleza y de verdad, esta es la más irracional y ofensiva.
La ocurrencia de simbolizar el amor
sexual mediante un bebé semi-asexuado, de comparar los dolores de la pasión con
flechazos, de introducir en el arte este homúnculo gordito para materializar el
sutil espíritu y la sugestión de una obra, todo esto es digno de una época que,
después de darlo a luz, lo abandonó en el umbral de la posteridad.
Curiosidad, s. Reprensible cualidad de la
mente femenina. El deseo de saber si una mujer es, o no, víctima de esa
maldición, es una de las pasiones más activas e insaciables del alma masculina.
1.007. Briece (Ambrose)
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