Pero continuemos el relato.
Los muchachos lanzaron hojas secas al fuego; las
llamas iluminaron la pradera lanzando resplandores rojizos al bosque. Entonces
cogieron en brazos a las jóvenes de la aldea y comenzaron a hacerlas
girar y bailar sin interrupción. ¡Santo Cielo, cómo danzaban, dando
vueltas y lanzando sus sombreros al aire, saltando y levantando
a las jóvenes del suelo como si las doncellas fuesen tan ligeras como plumas!
¡Al oírles gritar y aullar poseídos por todos los espíritus perversos, me
dieron ganas de que apareciese una piara de cerdos, para que los demonios
abandonasen a esos rudos humanos y se alojaran en las bestias de cuatro patas!
Los muchachos estaban completamente hartos de cerveza oscura, cuya fuerza y
acidez la transformaba en una bebida brutal.
No. pasó demasiado tiempo sin que se desatara la
locura de la borrachera; se abalanzaron entonces unos sobre otros, a puñetazos
y cuchilladas, dando la impresión de encontrarse al
borde del asesinato. Inesperadamente, el hijo del Administrador, que estaba
contemplando lo que ocurría, se lanzó en medio des los
luchadores, tomó a dos por los cabellos e hizo chocar sus
cabezas con tanta violencia que comenzó a manarles sangre por la nariz, y no me
cupo la menor duda de que sus cráneos se habían
aplastado igual que cáscaras de huevo; aunque probablemente estaban
dotados con cabezas bien recias, porque cuando Roque los soltó no parecieron
mostrarse muy doloridos por aquel castigo. Lanzando gritos y alaridos de
energúmeno, Roque logró establecer la paz de una forma que a mí, pobre hormiga,
me pareció incluso heroica. Comenzó nuevamente la música; los violines
inundaron, el aire con su melodía, los caramillos proferían sus quejidos, y
mientras los jóvenes, con las ropas hechas jirones y, sus rostros arañados y
sangrantes, reiniciaban la danza como si no hubiese pasado nada. ¡Sin duda que
estos mozalbetes llenarían de júbilo el corazón de un Bramarbás o. de un
Holofernes!
Casi no me había recuperado del terror que me
inspiró Roque, cuando tuve que enfrentar un miedo aún superior. Roque bailaba
con una joven alta y bella que parecía ser la pareja adecuada para ese juvenil
monarca. Saltaba con tanta agilidad y giraba de forma tan frenética, pero al
mismo tiempo con tanto estilo, que todos los admiraban con asombro y agrado. En
los labios de la muchacha relucía
una sonrisa sensual y su rostro moreno exhibía una expresión de
triunfo que parecía proclamar: «¡Fijaos, yo soy la dueña de su
corazón!» Pero inesperadamente Roque la apartó de un empujón, como si estuviese
enojado, y se abrió paso entre el círculo de bailarines, gritando a sus amigos:
-Voy a buscarme una compañera apropiada. ¿Quién se
viene conmigo?
La joven alta, enfurecida por aquella ofensa, se
quedó parada, mirándolo con una expresión diabólica, mientras-sus ojos oscuros ardían como brasas infernales. Pero aquel despecho, divirtió aún
más a los jóvenes borrachos, que prorrumpieron en atronadoras carcajadas.
Roque levantó una antorcha alrededor de su cabeza
hasta que las brasas cayeron, como de una cascada. Gritó nuevamente: «¿Quién
se viene conmigo?», y se adentró inmediatamente en el bosque. Los demás se
hicieron también con antorchas y se precipitaron tras él, y enseguida sus voces
resonaron lejanas en medio de la noche, mientras se perdían de vista. Aún
miraba en la dirección en que habían desaparecido, cuando la doncella alta a
quien Roque había ofendida se me acercó y me susurró algo al oído. Noté su cálido
aliento en mi mejilla.
-Si tiene usted alguna consideración por la hija del
verdugo, dése prisa y sálvela de ese maldito borracho: ¡No hay mujer que pueda
resistírsele!
¡Dios es testigo de cómo me espantaron aquellas
vehementes palabras! Sin dudar de su veracidad, y ansioso por la seguridad de
la muchacha, le pregunté:
-¿Qué puedo hacer para salvarla?
-Corra y avísela de lo que ocurre -replicó. Ella le
hará caso a usted, monje.
-¡Pero ellos llegarán hasta ella antes que yo!
-Están borrachos, y no andan muy rápido. Además,
conozco un atajo para llegar antes a la cabaña del verdugo.
-¡Entonces dígame enseguida por dónde debo ir!
Se encaminó hacia los árboles y me hizo señas para
que la siguiera. Inmediatamente nos encontramos en el bosque, rodeados por una
oscuridad tan impenetrable que apenas lograba distinguir a mi guía, a pesar de
lo cual ésta se desplazaba con pasos tan rápidos y firmes como si fuese pleno
día. Podíamos distinguir a lo alto las antorchas de los jóvenes, señal que
indicaba que se movían por el camino más largo que discurría por la ladera de
la montaña. Pude escuchar sus salvajes alaridos, e inmediatamente sentí miedo
por la niña. Llevábamos un tiempo caminando en silencio, dejando a los demás
participantes de la fiesta atrás, cuando la guía comenzó a hablar consigo
misma. Al principio no entendí una palabra, pero pronto mi oído captó nítidamente
su apasionado monólogo.
-¡J amás
la conseguirá! ¡Al infierno con la hija del verdugo! Todos la desprecian y la
escupen a su paso. Esto es muy típico de él... no le importa lo que la gente
diga o piense. Y como todos la odian, él la ama. Encima ella tiene un rostro
hermoso. ¡Bonito se lo voy a dejar yo! ¡La marcaré con mis propias manos!
Aunque fuese la hija del propio diablo, él no descansaría hasta tenerla. ¡Pero
jamás la conseguirá!
Levantó los brazos y profirió bestiales carcajadas,
capaces de estremecer a cualquiera. Pensé en los oscuros poderes que habitan
en lo más profundo del corazón humano, a pesar de que, gracias a Dios, yo sé
tan poco de ellos como un niño.
Finalmente alcanzamos el Monte de los Ahorcados,
donde se encontraba la cabaña del verdugo. Después de descender un breve
trecho, llegamos junto a su puerta.
-Es aquí -dijo mi guía, señalando la choza a través
de cuyas ventanas podía verse la macilenta luz de una vela de sebo; vaya a advertirles. El verdugo se encuentra enfermo,
y no está en condiciones de proteger a su hija, aunque quisiera. Lo mejor será
que usted se la lleve de aquí. Condúzcala hasta el Alpfield en el Göll, donde
está la casa de mi padre. Nunca la buscarían allí.
Y con aquellas palabras se marchó, desapareciendo
nuevamente en la oscuridad.
1.007. Briece (Ambrose)
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