Ya llevo algunas semanas en esta inhóspita comarca,
que a pesar de todo cuenta también con la presencia del Todopoderoso, como en
todas partes. Me encuentro bien de salud y esta casa dedicada a nuestro amado
Santo es como un baluarte de la Fe ,
una morada de paz, un balneario para quienes desean huir de la furia del
Maligno, o para quienes soportan sobre sus hombros cualquier tipo de angustia
o pesar. Respecto a mí, no puedo decir tanto. Soy joven, a pesar de lo cual mi
mente está en paz, tengo tan poca experiencia del mundo y de sus hábitos que me
siento especialmente propenso a incurrir en cualquier error o a convertirme en
alguien propenso al pecado. El transcurso de mi vida se parece a un riachuelo
cuyo plateado caudal se desliza suave y sigilosamente entre campiñas apacibles
y praderas llenas de flores; a pesar de ello, no ignoro que cuando se formen
las tormentas y se desaten los truenos, puede que las lluvias lo transformen en
un colérico torrente, sucio de barro, que arrastra impetuosamente hacia el
mar los restos que atestiguan lo corrupto de su pasión y su poder.
No me empujaron a alejarme del mundo ni el entrar
en el sagrado retiro de la
Iglesia , ni la pesadumbre o la desesperación; sino el sincero
deseo de servir a mi Señor. Mi único afán es pertenecer a mi bienamado Santo,
obedecer los adorados mandatos de la
Iglesia y, como esclavo de Dios, ser humilde y caritativo,
virtudes que me inspiran el mayor de los afectos. En realidad, la Iglesia es mi querida
madre: mis padres fallecieron en mi infancia, y también yo podría haber muerto
por falta de cuidado, si Ella no se hubiese apiadado de mí, alimentándome,
vistiéndome y criándome como si fuera su propio hijo. ¡Cómo será mi felicidad
cuando yo, miserable monje, sea ordenado, y reciba así el santo sacramento que
me ungirá como sacerdote del Todopoderoso Dios! Siempre medito sobre ello y
sueño con ese instante; intento preparar mi alma para merecer ese elevado y
sagrado don. Sé que jamás llegaré a ser digno de tan enorme alegría, pero espero
llegar a ser un sacerdote honesto y sincero que sirva a Dios y al
Hombre conforme a la luz que me será otorgada desde lo Alto. Con frecuencia le
pido al Cielo que me someta a la prueba de la tentación, que me vea obligado a
atravesar ese fuego, finalmente indemne y purificado en cuerpo y alma. De
hecho, en mi soledad experimento una calma total que incita a mi espíritu al
sosiego; se diría que todos los avatares y engaños de la vida se encuentran a
mucha distancia, así como las estratagemas del mar le resultan remotas a quien
únicamente escucha el lejano bramido de las olas al estrellarse contra la playa .
1.007. Briece (Ambrose)
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