Translate

domingo, 19 de enero de 2014

El monje y la hija del verdugo - Cap. V

Ya llevo algunas semanas en esta inhóspita comarca, que a pesar de todo cuenta también con la presencia del Todopoderoso, como en todas partes. Me encuen­tro bien de salud y esta casa dedicada a nuestro amado Santo es como un baluarte de la Fe, una morada de paz, un balneario para quienes desean huir de la furia del Maligno, o para quienes soportan sobre sus hom­bros cualquier tipo de angustia o pesar. Respecto a mí, no puedo decir tanto. Soy joven, a pesar de lo cual mi mente está en paz, tengo tan poca experiencia del mundo y de sus hábitos que me siento especialmente propenso a incurrir en cualquier error o a convertirme en alguien propenso al pecado. El transcurso de mi vida se parece a un riachuelo cuyo plateado caudal se desliza suave y sigilosamente entre campiñas apacibles y praderas llenas de flores; a pesar de ello, no ignoro que cuando se formen las tormentas y se desaten los truenos, puede que las lluvias lo transformen en un co­lérico torrente, sucio de barro, que arrastra impetuosa­mente hacia el mar los restos que atestiguan lo corrup­to de su pasión y su poder.
No me empujaron a alejarme del mundo ni el en­trar en el sagrado retiro de la Iglesia, ni la pesadumbre o la desesperación; sino el sincero deseo de servir a mi Señor. Mi único afán es pertenecer a mi bienamado Santo, obedecer los adorados mandatos de la Iglesia y, como esclavo de Dios, ser humilde y caritativo, virtudes que me inspiran el mayor de los afectos. En reali­dad, la Iglesia es mi querida madre: mis padres fallecie­ron en mi infancia, y también yo podría haber muerto por falta de cuidado, si Ella no se hubiese apiadado de mí, alimentándome, vistiéndome y criándome como si fuera su propio hijo. ¡Cómo será mi felicidad cuando yo, miserable monje, sea ordenado, y reciba así el santo sacramento que me ungirá como sacerdote del Todo­poderoso Dios! Siempre medito sobre ello y sueño con ese instante; intento preparar mi alma para merecer ese elevado y sagrado don. Sé que jamás llegaré a ser digno de tan enorme alegría, pero espero llegar a ser un sacer­dote honesto y sincero que sirva a Dios y al Hombre conforme a la luz que me será otorgada desde lo Alto. Con frecuencia le pido al Cielo que me someta a la prueba de la tentación, que me vea obligado a atravesar ese fuego, finalmente indemne y purificado en cuerpo y alma. De hecho, en mi soledad experimento una cal­ma total que incita a mi espíritu al sosiego; se diría que todos los avatares y engaños de la vida se encuentran a mucha distancia, así como las estratagemas del mar le resultan remotas a quien únicamente escucha el lejano bramido de las olas al estrellarse contra la playa.

1.007. Briece (Ambrose)

No hay comentarios:

Publicar un comentario