Fui a ver a Benedicta.
-Benedicta -le dije, me voy de esta región..., debo
abandonar las montañas..., y alejarme de tu lado.
Empalideció, aunque sin decir nada. Por un-
momento le embriagó la emoción, ya que me pareció como si se sofocara, y no
fui capaz de continuar. Pero logré recobrarme.
-¡Pobre muchacha! ¿Qué va a ser de ti? Sé que tu
amor por Roque es profundo, y el amor es como un torrente impetuoso al que nada
logra detener. Tu única posibilidad de salvación es aferrarte a la cruz de nuestro
Salvador. Prométeme que lo harás..., no dejes que me vaya
anonadado por el sufrimiento.
-De modo que, ¿soy tan depravada? -me preguntó sin
levantar la mirada del suelo. ¿Ni siquiera puede depositar su confianza en mí?
-¡Ah, Benedicta! El enemigo es muy poderoso, y
tienes un traidor que abrirá los cerrojos de todas tus puertas en medio de la
noche: tu corazón.
-Roque no me hará daño -susurró. No hay duda de que
usted está siendo injusto con él.
Yo sabía sin embargo que no estaba siendo injusto, y
por eso me preocupaba más todavía saber que el lobo utilizaría las estratagemas
del zorro. Ante la sagrada pureza de la niña, las miserables pasiones de Roque
aún no habían sido descubiertas. Pero yo sabía que habría de llegar el momento
en que Benedicta necesitaría de todas sus fuerzas, y también sabía que en ese
momento le fallarían. La cogí por el brazo y le pedí un juramento: que se
arrojaría en medio del Lago Negro antes de hacerlo en los brazos de Roque.
Pero se negó a contestarme. Permaneció en silencio, mirándome fijamente, con
unos ojos tan llenos de tristeza y censura que mis pensamientos se perdieron
por los más sombríos derroteros. Entonces, volviéndole la espalda, me alejé de
su lado.
1.007. Briece (Ambrose)
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