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domingo, 19 de enero de 2014

El monje y la hija del verdugo - Cap. VI

Nuestro Superior, el padre Andrés, es un gentilhom­bre campechano y piadoso. Nuestros hermanos viven en completa armonía. No son ociosos, ni mundanos o soberbios. Son personas sobrias, que tampoco se dejan seducir excesivamente por los placeres de la mesa. Se trata de una moderación digna de elogio, ya que la comarca entera, a lo ancho y a lo largo, sus ce­rros y valles, el río y el bosque y todo cuanto contiene, pertenece al monasterio. Los bosques están llenos de la más variada caza: las más selectas son servidas en nuestra mesa, y nosotros las apreciamos en toda su maravilla. En nuestro monasterio se confecciona una bebida con malta y cebada, de sabor fuerte y amargo, aunque muy refrescante cuando uno se encuentra ex­hausto o fatigado; a pesar de lo cual, no le resulta muy agradable a mi paladar.
La característica más llamativa de esta región son sus minas de sal. Me han comentado que las montañas se encuentran repletas de este mineral; ¡qué magníficas son las obras del Señor! En busca de este condimento, el Hombre ha penetrado profundamente en las entra­ñas de la tierra, excavando pozos y túneles y sacando a la luz del sol las amargas vísceras de estos cerros.
Yo mismo he visto esos cristalillos rojizos, amarillos o tostados. Excavaciones que dan trabajo a nuestros campesinos y a sus hijos, así como a algunos trabajado­res de otras regiones; todos a las órdenes de un funcio­nario conocido como «el Administrador de la Sal». Se trata de un individuo inflexible y de gran poder, a pesar de que nuestro Superior y los demás hermanos no ha­blan muy bien de él. Comentarios que no obedecen a la falta de espíritu cristiano, sino a la perversidad de las acciones de este hombre. El Administrador sólo tiene un hijo, llamado Roque, que es un joven gallardo, aun­que irritable y malvado.

1.007. Briece (Ambrose)

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