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domingo, 19 de enero de 2014

El monje y la hija del verdugo - Cap. XIX

He pasado un tiempo seriamente enfermo aunque, gracias al amable cuidado de los hermanos, me he re­cuperado lo suficiente como para dejar mi cama. Es evidente que la voluntad de Dios es que viva para ser­virlo, ya que no hice lo más mínimo para merecer aquel extraordinario presente que me otorgó al devol­verme la salud. En mi alma arde el sincero deseo de consagrar mi vida miserable a Él y a Su servicio. En este instante, mi único anhelo es unirme a Él y entregarme en manos de Su amor. En cuanto me sean impuestos en la frente los santos óleos, estas esperanzas se verán colmadas; y una vez purificado de mi pasión terrenal y desesperanza por Benedicta, seré llevado hasta una vida nueva y divina. Puede que entonces, sin ofender al Cielo o hacer peligrar mi alma, me sea permitido vigi­larla y protegerla mejor que ahora, en que soy tan solo un desdichado monje.
He sucumbido a una extrema debilidad. Mis pies, como si fuesen los de un niño, no lograban sostener mi cuerpo. Los hermanos me condujeron hasta el huerto. Allí, ¡con qué agradecimiento elevé mi mirada hacia arriba y contemplé nuevamente el firmamento azul! ¡Qué éxtasis me embriagó cuando logré mirar hacia los picos nevados de las montañas, y hacia los negros bos­ques escalonados de sus laderas! Cada brizna de hierba suscita en mí un interés especial, y termino saludando a cualquier insecto que pasa a mi lado como si fuese un antiguo amigo.
Mis ojos se desvían inevitablemente hacia el sur, en dirección al Monte de los Ahorcados, y pienso cons­tantemente en la desgraciada hija del verdugo. ¿Qué habrá sido de ella? ¿Habrá logrado sobrevivir al terrible suplicio de la plaza pública? ¿Qué estará haciendo en este momento? ¡Ah, si tuviese energías suficientes para llegar hasta el Monte de los Ahorcados! Pero no me de­jan abandonar el monasterio, y aquí no hay nadie con quien tenga tanta confianza como para preguntarle por la suerte de la doncella. Noto en los frailes algo ex­traño, como si ya no me encarasen como uno de ellos. ¿Por qué será? A mí me siguen inspirando afecto y de­seo vivir en armonía con ellos. Son buenos y afables aunque, pese a ello, parece como si me evitasen lo más posible. ¿Qué quiere decir todo esto?

1.007. Briece (Ambrose)

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