He pasado un tiempo seriamente enfermo aunque,
gracias al amable cuidado de los hermanos, me he recuperado lo suficiente como
para dejar mi cama. Es evidente que la voluntad de Dios es que viva para servirlo,
ya que no hice lo más mínimo para merecer aquel extraordinario presente que me
otorgó al devolverme la salud. En mi alma arde el sincero deseo de consagrar
mi vida miserable a Él y a Su servicio. En este instante, mi único anhelo es
unirme a Él y entregarme en manos de Su amor. En cuanto me sean impuestos en la
frente los santos óleo s, estas
esperanzas se verán colmadas; y una vez purificado de mi pasión terrenal y
desesperanza por Benedicta, seré llevado hasta una vida nueva y divina. Puede
que entonces, sin ofender al Cielo o hacer peligrar mi alma, me sea permitido
vigilarla y protegerla mejor que ahora, en que soy tan solo un desdichado
monje.
He sucumbido a una extrema debilidad. Mis pies, como
si fuesen los de un niño, no lograban sostener mi cuerpo. Los hermanos me
condujeron hasta el huerto. Allí, ¡con qué agradecimiento elevé mi mirada hacia
arriba y contemplé nuevamente el firmamento azul! ¡Qué éxtasis me embriagó
cuando logré mirar hacia los picos nevados de las montañas, y hacia los negros
bosques escalonados de sus laderas! Cada brizna de hierba suscita en mí un
interés especial, y termino saludando a cualquier insecto que pasa a mi lado
como si fuese un antiguo amigo.
Mis ojos se desvían inevitablemente hacia el sur, en
dirección al Monte de los Ahorcados, y pienso constantemente en la desgraciada
hija del verdugo. ¿Qué habrá sido de ella? ¿Habrá logrado sobrevivir al
terrible suplicio de la plaza pública? ¿Qué estará haciendo en este momento?
¡Ah, si tuviese energías suficientes para llegar hasta el Monte de los
Ahorcados! Pero no me dejan abandonar el monasterio, y aquí no hay nadie con
quien tenga tanta confianza como para preguntarle por la suerte de la doncella.
Noto en los frailes algo extraño, como si ya no me encarasen como uno de
ellos. ¿Por qué será? A mí me siguen inspirando afecto y deseo vivir en
armonía con ellos. Son buenos y afables aunque, pese a ello, parece como si me
evitasen lo más posible. ¿Qué quiere decir todo esto?
1.007. Briece (Ambrose)
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