Ladrón, s. Comerciante candoroso.
Se cuenta de Voltaire que una noche
se alojó, con algunos compañeros de viaje, en una posada del camino. Después de
cenar, empezaron a contar historias de ladrones. Cuando le llegó el turno a
Voltaire dijo:
-Hubo una vez un Recaudador General
de Impuestos -y se calló.
Como los demás lo alentaron a
proseguir, añadió:
-Ese es el cuento.
Ladrón de cadáveres, s. El que despoja de gusanos
los sepulcros. El que provee a los médicos jóvenes lo que los médicos viejos
han provisto al enterrador. La hiena.
Lamentable, adj. Estado de un enemigo o
adversario después de un encuentro imaginario con uno mismo.
Laocoonte, s. Famosa escultura antigua
que representa a un sacerdote de ese nombre y a sus dos hijos entre los anillos
de dos monstruosas serpientes. El arte y diligencia con que el anciano y sus
muchachos sostienen a las serpientes y las obligan a realizar su tarea
constituyen una de las más nobles ilustraciones artísticas del dominio de la
inteligencia humana sobre la inercia bruta.
Lástima, s. Sensación de inmunidad,
inspirada por el contraste.
Legal, adj. Compatible con la voluntad
del juez competente.
Lenguaje, s. Música con que encantamos
las serpientes que custodian el tesoro ajeno.
Lexicógrafo, s. Individuo pestilente que so
pretexto de registrar un determinado estadio en el desarrollo de una lengua,
hace lo que puede para detener su crecimiento, quitarle flexibilidad y
mecanizar sus métodos. El lexicógrafo, después de escribir su diccionario, se
convierte en “autoridad”, cuando su función es simplemente hacer una
recopilación y no dictar una ley. El natural servilismo de la inteligencia
humana, al investirlo de un poder judicial, renuncia a su derecho a la razón y
se somete a una mera crónica como si fuera un estatuto legal.
Basta, por ejemplo, que el
diccionario catalogue a una palabra de buena ley como “obsoleta” u
“obsolescente”, para que pocos hombres se atrevan a usarla en adelante, por
mucho que la necesiten y por conveniente que sea. De este modo el empobre-cimiento
se acelera y el idioma decae. Por el contrario, el escritor audaz y cultivado
que sabe que el idioma crece por innovación -cuando crece, y fabrica nuevas
palabras o usa las viejas en un sentido poco familiar, encuentra pocos adeptos.
Enseguida le señalan agriamente que “eso no está en el diccionario”, aunque
antes de aparecer el primer lexicógrafo (¡que Dios lo perdone!) nadie había
usado una palabra que estuviera en el diccionario.
En la época de oro del idioma
inglés, cuando de labios de los grandes isabelinos brotaban palabras que
formaban su propio significado, evidente en su sonido mismo, cuando eran
posibles un Shakespeare y un Bacon, y el idioma, que hoy muere rápidamente por
una punta y se renueva despacio por la otra, crecía vigoroso y se conservaba dulce
como la miel y fuerte como un león, el lexicógrafo era una persona desconocida,
y el diccionario una obra para cuya creación el Creador no lo había creado.
Libertad, s. Uno de los bienes más
preciosos de la
Imaginación , que permite eludir cinco o seis entre los
infinitos métodos de coerción con que se ejerce la autoridad. Condición
política de la que cada nación cree tener un virtual monopolio. Independencia.
La distinción entre libertad e independencia es más bien vaga, los naturalistas
no han encontrado especímenes vivos de ninguna de las dos.
Libertino, s. El que ha corrido tras el
placer con tanto ardor, que tuvo la desgracia de pasarlo de largo.
Libro de recortes, s. Libro editado por un tonto
con las tonterías que se dicen sobre él.
Ligas, s. Bandas elásticas destinadas
a impedir que una mujer salga de sus medias y devaste el país.
Lío, s. Salario de la coherencia.
Lira, s. Antiguo instrumento de
tortura. Hoy la palabra se usa figuradamente con el sentido de facultad
poética.
Litigante, s. Persona que está por
entregar la piel con la esperanza de conservar los huesos.
Lobisón, s. Lobo que fue una vez, o es
a veces, un hombre. Todos los lobisones tienen un carácter maligno, pues han
asumido una forma bestial para gratificar un apetito bestial; pero algunos,
transformados por artes de brujería, son tan humanos como lo permite su gusto
adquirido por la carne humana.
En cierta oportunidad, unos
campesinos bávaros capturaron un lobo, lo ataron por la cola a un poste y como
era de noche, se fueron a dormir. A la mañana siguiente, el lobo había
desaparecido.
Muy perplejos, consultaron al cura
local, quien les dijo que el cautivo era indudablemente un lobisón, y que había
reasumido su forma humana durante la noche.
-La próxima vez que atrapéis un
lobo -dijo el buen hombre- encadenadlo por la pata, y a la mañana siguiente
encontraréis un luterano.
Loco, adj. Dícese de quien está
afectado de un alto nivel de independencia intelectual; del que no se conforma
a las normas de pensamiento, lenguaje y acción que los conformantes han
establecido observándose a sí mismos; del que no está de acuerdo con la
mayoría; en suma, de todo lo que es inusitado. Vale la pena señalar que una
persona es declarada loca por funcionarios carentes de pruebas de su propia
cordura. Por ejemplo, el ilustre autor de este Diccionario no se siente más
convencido de su salud mental que cualquier internado en un manicomio, y -salvo
demostración en contrario- es posible que en vez de la sublime ocupación a que
cree dedicar sus facultades, esté golpeando los puños contra los barrotes de un
asilo y afirmando ser Noé Webster,[1]
ante la inocente delectación de muchos espectadores desprevenidos.
Locuacidad, s. Dolencia que vuelve al
paciente incapaz de contener la lengua cuando uno quiere hablar.
Locura, s. Ese “don y divina facultad”
cuya energía creadora y ordenadora inspira el espíritu del hombre, guía sus
actos y adorna su vida.
Locomaquia, s. Guerra en que las armas son
palabras y las heridas, pinchazos en la vejiga natatoria de la autoestima; especie
de lucha en que al vencedor se le niega la recompensa de la victoria porque el
vencido es inconsciente de su derrota.
Longevidad, s. Prolongación poco común del
temor a la muerte.
Lord, s. En la sociedad
norteamericana, turista inglés de rango superior al de un viajante de comercio.
La palabra “Lord”, que significa Señor, se usa también a veces como título del
Supremo Hacedor; pero en esto prima la lisonja sobre la reverencia.
Luminaria, s. El que arroja luz sobre un
tema; verbigracia, un secretario de redacción cuando no escribe sobre ese tema.
Lunario, s. Habitante de la luna. No
debe confundirse con el lunático, que es habitado por la luna. Los lunarios han
sido descritos por Luciano, Locke y otros observadores, que no se han puesto
mayormente de acuerdo. Bragellos, por ejemplo, afirma que son anatómicamente
idénticos al hombre, mientras que el profesor Newcomb asegura que se parecen
más a los tribeños de Vermont.
Lunes, s. En los países cristianos,
el día que sigue al partido de béisbol.
LL.D. Letras que designan el
título de “Legumastuciorum Doctor”, o sea erudito en leyes, provisto de astucia
legal.[2]
Pero esta derivación resulta sospechosa si se tiene en cuenta que antigua-mente
el título se abreviaba ££.d.[3],
y era conferido solamente a caballeros adinerados.
Actualmente, la Universidad de
Columbia considera la posibilidad de crear otro título para clérigos, en lugar
del antiguo D.D.[4]
o “Damnator Diaboli”. El nuevo honor será conocido como “Sanctorum Custus”, y
se escribirá $$ cts. El reverendo John Satán ha sido propuesto como primer
destinatario del título.
Lógica, s. Arte de pensar y razonar en
estricta concordancia con los límites e incapacidades de la incomprensión
humana. La base lógica es el silogismo, que consiste en una premisa mayor, una
menor y una conclusión, por ejemplo:
“Mayor”: Sesenta hombres pueden
realizar un trabajo sesenta veces más rápido que un solo hombre.
“Menor”: Un hombre puede cavar un
pozo para un poste en sesenta segundos.
“Conclusión”: Sesenta hombres
pueden cavar un pozo para un poste en un segundo.
Esto es lo que puede llamarse el
silogismo matemático, con el cual, combinando lógica y matemática, obtenemos
una doble certeza y somos dos veces benditos.
1.007. Briece (Ambrose)
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