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viernes, 27 de diciembre de 2013

La sala numero 6 - Cap. XVII

Ya anochecía. Iván Dmítrich estaba tumbado en su camastro, con la cara hundida en la almohada; el paralítico, inmóvil, lloraba dulcemente y movía los labios. El mujik gordo y el antiguo seleccionador de cartas dormían. La calma era completa.
Andrei Efímich se había sentado en la cama de Iván Dmítrich y esperaba. Pero transcurrió media hora y, en vez de Jobótov, en la sala entró Nikita, que traía una bata, ropa interior y unos zapatos.
-Tenga la bondad de vestirse, señoría -dijo a media voz. Aquí tiene su cama, venga -añadió, indicando un camastro vacío que, al parecer, habían traído poco antes. No es nada; Dios querrá que recobre la salud.
Andrei Efímich lo comprendió todo; sin decir una sola palabra, se trasladó al camastro que Nikita le indicaba y se sentó en él. Al ver que el guardián seguía ante él esperando, se desnudó por completo y le invadió una sensación de vergüenza. Luego se puso la ropa del hospital; los calzoncillos le estaban cortos, y la camisa, larga; la bata olía a pescado ahumado.
-Dios querrá que recobre la salud -repitió Nikita.
Recogió la ropa de Andrei Efímich, salió y cerró la puerta tras él.
«Es lo mismo... -pensó Andrei Efímich, envolviéndose avergonzado en la bata y advirtiendo que con su nueva indumentaria ofrecía el aspecto de un preso. Es lo mismo... Da igual un frac que un uniforme o que esta bata...»
Pero ¿y el reloj? ¿Y el cuaderno de notas que guardaba en el bolsillo? ¿Y los cigarrillos? ¿Qué había hecho Nikita de la ropa? Ahora, probablemente, no volvería a ponerse un pantalón, un chaleco ni unas botas. Todo esto parecía extraño y hasta incomprensible en un primer momento. Andrei Efímich seguía convencido de que entre la casa de la Vielova y la sala número seis no había diferencia alguna, que en este mundo todo era un absurdo, vanidad de vanida-des; pero las manos le temblaban, los pies se le quedaban fríos y le producía horror pensar que Iván Dmítrich se levantaría pronto y le vería con semejante bata. Se puso en pie, dio unas vueltas y se sentó de nuevo.
Así estuvo media hora, una hora. Aquello le cansaba hasta producirle una sensación de angustia.
¿Sería posible pasar allí un día, una semana, incluso años, como aquella gente? Siguió sentado, se levantó de nuevo para dar un paseo y volvió a sentarse.
Podía acercarse a mirar por la ventana y reemprender sus paseos de un rincón a otro. ¿Y después? ¿Seguir allí eternamente, como una estatua, y pensar? No, apenas sería posible.
Andrei Efímich se tendió en la cama, pero inmediatamente se puso en pie, se limpió con la manga el sudor frío de la frente y notó que toda la cara le olía a pescado ahumado. De nuevo volvió a sus paseos.
-Aquí hay un malentendido... -articuló, abriendo perplejo los brazos. Hay que poner en claro las cosas, se trata de una confusión...
En este momento se despertó Iván Dmítrich. Se sentó y apoyó la cara en los dos puños. Lanzó un escupitajo. Luego, perezosamente, miró al doctor, sin que en un primer momento pareciera haber comprendido nada. Pero pronto su semblante soñoliento adquirió una expresión rencorosa y burlona.
-¡Hola! ¿También a usted le han encerrado, amigo? -dijo con una voz ronca, como de quien acaba de despertarse, y guiñando un ojo. Lo celebro mucho.
Antes chupaba usted la sangre de la gente y ahora le chuparán la suya. ¡Magnífico!
-Se trata de un mal entendido... -murmuró Andrei Efímich, a quien las palabras de Iván Dmítrich habían asustado. Es un mal entendido... -repitió, encogiéndose de hombros.
Iván Dmítrich lanzó otro escupitajo y se tumbó.
-¡Maldita vida! -gruñó. Y lo peor de todo es que no terminará con una recompensa por calamidades sufridas, no con una apoteosis, como en la ópera, sino con la muerte. Vendrán los mozos del hospital, agarrarán al muerto de los brazos y las piernas y se lo llevarán al sótano. ¡Brrr! ¡Qué le vamos a hacer! ... Por el contrario, en el otro mundo tendremos nuestra fiesta... Desde el otro mundo vendré aquí como una sombra y asustaré a estos canallas. Haré que les salgan canas.
Volvió Moiseika y, al ver al doctor, alargó la mano.
-Dame un kópek -dijo.

1.014. Chejov (Anton)

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