El domingo, después de comer,
recibí la visita de mi hermana. Tomamos juntos el te.
-Ahora leo
mucho -me dijo,
enseñándome los libros que había llevado de la biblioteca municipal. Se
lo debo a tu mujer y a Vladimiro: ellos despertaron mi espíritu. Me han
salvado, y gracias a ellos me siento ahora un ser humano digno de serlo. Antes
estaba siempre preocupada con cosas fútiles; pensaba en que consumía-mos demasiada
azúcar, que era
preciso aliñar pepinos, comprar
coles para el
invierno, etc., etc. Estas ideas
me inquietaban y me quitaban el sueño.
Ahora tengo también
preocupaciones, pero son de otra naturaleza: mi alma está conturbada
porque he pasado de esa manera estúpida toda la vida. Siento menosprecio por mi
pa-sado, siento pesar de este pasado, y a mi padre lo considero un enemigo.
¡Ah, qué agradecida estoy a tu mujer! ¡Y Vladimiro! Es un hombre
admirable. Entre los
dos me han
abierto los ojos...
-Es peligroso que sufras insomnios
-le dije.
-¿Tú crees tal vez que estoy
enferma? Nada de eso. Vladimiro me ha reconocido escrupulosamente como
médico y dice que mi salud es excelente.
Además, no es lo único que me interesa: quiero estar segura de que marcho por
el buen camino. Dime, ¿tengo razón, o no?
Mi
hermana tenía necesidad
de un apoyo moral,
esto era evidente
para mí. Macha
se habla marchado y
el doctor Blagovo
también; no quedaba en la ciudad nadie, excepto yo, que pudiera decirle
que hacía bien.
Me
dirigió una mirada
escrutadora, esforzándose en leer
en mi rostro mis pensamientos.
Si yo guardaba ante ella silencio o
me sumía en mis reflexiones, creería que era a causa de ella y se pondría
triste. Era preciso
prestar mucha atención a su
mirada, y cuando me preguntara si tenía razón, apresurarme a contestarle que sí
y que la quería entrañablemente.
-¿No sabes?
En casa de
Achoguin me han repartido un papel -me dijo. Quiero tomar
parte en los espectáculos de aficionados. Quiero vivir, gozar plenamente la
vida. Naturalmente, yo no tengo talento; por lo tanto, el papel que me han
repartido es insignificante -unas diez líneas en total; pero, al menos, eso es
infinitamente más noble y elevado que ocuparse del hogar, hacer economías y
vigilar a la servidumbre para que no se consuma demasiado pan o azúcar. Pero lo
que me interesa sobre todo es demostrar a papá que soy
capaz de protestar
contra la tiranía
a que ha querido someterme.
Después de
tomar el té
se acostó en
cama largo rato, sumamente pálida, los ojos cerrados.
-¡Me siento muy débil! -dijo
levantándose. Vladimiro afirma que
todas las mujeres y las
jóvenes que habitan en las ciudades están anémicas debido a la inactividad.
¡Tiene razón! Es preciso trabajar: esto es la sola y única salud. Sí, es preciso
trabajar. Vladimiro tiene
mil veces razón. Es un hombre de
una inteligencia extra-ordinaria.
Dos días después fue a casa de
Achoguin para tomar parte
en el ensayo.
Llevaba vestido negro, collar de
corales al cuello con un gran broche pasado de moda; en las orejas, grandes
pendientes con gruesos brillantes. Sentí angustia al mirarla: de tal manera su
toilette carecía de gusto. ¡Qué desdichada idea la de ponerse joyas para
ensayar: Los demás se fijaron en su toilette, de mal gusto e inoportuna; lo comprendí
en las miradas y sonrisas.
-¡Cleopatra de Egipto! -dijo
alguien a media voz, riendo.
Tenía en la mano un cuaderno con un
papel.
Se esforzaba en parecer una
señorita distinguida, bien educada,
que sabía perfectamente presentarse en sociedad, pero
no lo lograba; al contrario, su aspecto era amanerado y ridículo.
No había ya en ella la sencillez y
gentileza natural que le eran habituales.
-Le he dicho a papá que venía al ensayo -comenzó a
decirme- y me
ha gritado que me
niega su bendición paternal, y tenía también la intención de pegarme.
Miró un momento su cuaderno y
agregó:
-Figúrate, no sé mi papel.
Seguramente tendré muchas equivocaciones en escena. Pero, en fin, ¡la
suerte está echada!
Sí, la suerte
está echada; estoy decidida...
Me parecía que todo el mundo la
miraba, y me asusté de la grave determinación que acababa de tomar. Estaba
convencida de que esperaban de ella algo extraordinario. Habría sido inútil
tratar de persuadirla de que nadie se ocupaba de gente tan humilde y poco
interesante como ella y yo.
Antes del tercer acto no tenía nada
que hacer.
En este acto representaba el papel
de una comadre de provincias, que
debía permanecer un instante
tras la puerta
para escuchar, y
luego entrar en escena y decir un breve monólogo.
Antes de salir a escena, durante
más de hora y media, en tanto que el ensayo de los dos primeros actos
seguía su curso,
ella siguió a mi
lado, musitando sin cesar su papel y apretando con mano nerviosa el cuaderno.
Pensaba que la atención de todo el mundo estaba fija en ella y que todos
esperaban con impaciencia su salida a escena. Con mano temblorosa alisaba sus
cabellos y decía:
-Ya verás, no recordaré el papel.
Tengo un presentimiento... mi corazón late con violencia.
Si lo oyeses... Tengo tanto miedo
como si me fueran a ahorcar...
Al fin llegó el momento:
-¡Cleopatra Alexeyevna,
prevenida! -le dijo el segundo apunte.
Salió hasta mitad de la escena. En
su rostro se pintaba el terror. En aquel momento estaba fea, torpe.
Durante un minuto permaneció
inmóvil, como paralizada y sólo sus
pendientes se balanceaban.
-Por la primera vez es permitido
leer el cuaderno -le dijo alguien.
Yo la veía temblar de pies a
cabeza, de tal modo que no
podía abrir el
cuaderno. Iba a aproximarme
a ella para
sacarla de escena
y calmarla; pero en aquel momento cayó de improviso de rodillas y
comenzó a llorar como una loca.
Todos estaban
confusos, emocionados, llenos de agitación. Mi hermana fue rodeada
por todos lados. Sólo yo permanecí como clavado en mi sitio junto a los
bastidores, lleno de espanto, sin comprender nada de lo que acababa de pasar ni
saber qué debía hacer.
La levantaron y se la llevaron de la escena.
Ana Blagovo se aproximó a mí. Yo no
la había visto antes, y surgió ante mí como si brotase de la tierra. Llevaba
sombrero y un velo sobre la cara y, como siempre, su actitud era la de una
persona que sólo iba allí por unos instantes.
-Le recomendé que no aceptara el
papel -dijo con voz alterada,
ruborizándose ligeramente.
Ha sido una locura, que usted ha
debido impedir...
En aquel momento se acercó a
nosotros, con paso rápido y agitado, la señora Achoguin, con una blusita de
mangas cortas, manchada de ceniza, delgada y derecha como una tabla.
-¡Es horrible, amigo mío! -me dijo
retorciéndose las manos y mirándome, según su costumbre, a los ojos. ¡Es
terrible! Su hermana está en una
situación... ¡Está embarazada!
¡Llévesela, se lo ruego!
Estaba tan turbada, que casi se
ahogaba.
Algo separadas, permanecían sus
tres hijas, delgadas y rectas como ella, apretadas una con otra, pintado en sus
rostros el terror. Diríase que acababan de detener en su casa
a un terrible criminal y que su casa estaba
deshonrada para toda la vida.
¡Y pensar que esta familia habla
luchado toda su vida contra los prejuicios! Estos infelices creían
candorosamente que todos los prejuicios y errores de la humanidad sólo
consisten en las tres bujías, en la fecha 13 y en el martes...
-¡Le ruego a usted, le
suplico! -repetía sin cesar
la señora Achoguin,
mirándome con la expresión
de una mujer
agobiada por horrible desgracia. ¡Le suplico se lleve de aquí a su hermana!...
1.014. Chejov (Anton)
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