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viernes, 27 de diciembre de 2013

Historia de mi vida - Cap. XV

La edificación de la escuela terminó. Yo y Macha nos encamina-mos a Kurilovka para asistir a la inauguración.
-Ha llegado el otoño -decía Macha tristemente, mirando el paisaje- El verano ha pasado. Ya no hay pájaros... Casi todos los árboles están sin hoja...
Sí, el verano había pasado. Los días eran aún claros, soleados; pero por la mañana hacía frío; los pastores se ponían ya ropa de abrigo para ir a los prados con los rebaños. Sobre las flores de nuestro jardín temblaba todo el día el rocío. Se oían los ruidos del otoño: el viento, agitando los postigos y el ramaje de la arboleda, los cantos de los pájaros prestos a emigrar.
Me encanta el otoño: en esa época del año siento un deseo más intenso de vivir.
-El  verano  ha  pasado  -continuó  Macha.
Ahora podemos echar la cuenta de lo que hemos hecho  y  de  lo  que  hemos  dejado  de  hacer.
Hemos  trabajado  mucho,  hemos  pensado  mucho, nos hemos hecho mejores que éramos. Personalmente,  es  decir,  en  lo  que  concierne  a nuestra  educación  personal,  hemos  adelantado bastante.  Pero  ese  progreso  ¿ha  ejercido  una influencia  más  o  menos  grande  sobre  la  vida que nos rodea? ¿Le ha sido útil a alguien? No.
En torno nuestro todo sigue en el mismo estado: la  embriaguez,  la  suciedad,  la  ignorancia,  la mortalidad  de  la  infancia  no  han  disminuido entre los campesinos. ¡No se ha operado el menor cambio! Tú has trabajado rudamente en el campo como un simple bracero; yo he gastado un dineral, en la esperanza de mejorar un poco la  vida  campesina,  y  los  resultados  han  sido nulos.  La  conclusión  es  bien  triste:  no  hemos trabajado sino para nosotros mismos, para nuestro consuelo.
Las palabras de Macha producían en mi corazón un efecto penoso y me desconcertaban.
   -Nuestras  aspiraciones  y  nuestros  actos siempre han sido sinceros -le contesté-. No tenemos nada que reprocharnos, creo que hemos obrado bien.
-Sí. Hemos sido sinceros; pero el camino que hemos elegido no es el que conduce al fin que perseguimos.  Los  procedimientos  no  han  sido acertados. Hemos comenzado a trabajar por esa gente como propietarios, poseyendo mucha tierra, una gran casa, un hermoso jardín; en suma, todo lo que ella no posee. Eso provoca la des-confianza entre los campesinos. Nos consideran privilegiados,  señores,  descendientes  de  hombres que oprimían a los campesinos brutalmente y se enriquecían a su costa. Por otra parte, en vez de elevar el nivel de su vida, tú desciendes hasta ellos, vives como ellos, apruebas, en cierta manera, sus costumbres, la poca limpieza de sus casas, la estupidez y la incomodidad de sus vestidos.
   -Claro, si la intentona sólo dura unos cuantos meses, no pasa de ser un juego, una especie de «sport» filantrópico -objeté.
-Aunque trabajes con ellos y como ellos mucho tiempo, toda tu vida, será igual... Sin duda obtendrás  algunos  resultados  prácticos;  pero... serán casi nulos en comparación con el mal que reina en la aldea, con la ignorancia, el hambre, el frío, la degeneración. Será una gota de agua en el mar. Contra ese mal son necesarios otros medios  de  lucha,  medios  violentos,  enérgicos, heroicos,  rápidos.  Si  quieres  realmente  hacer algo útil debes ensanchar de un modo considerable tu círculo de acción, obrar sobre la masa campesina  de  fuera.  Por  de  pronto,  es  precisa una propaganda enérgica, ruidosa, como la de la música, que obra al mismo tiempo sobre miles y miles de seres humanos...
Durante unos instantes guardó silencio y miró, soñadoramente, al cielo.
-Sí, el arte... -continuó. Lo único es el arte.
Sólo él dota al hombre de alas, le levanta sobre la tierra y le lleva muy lejos. Quien está cansado de ver en torno suyo la suciedad cotidiana y las preocupaciones  mezquinas,  quien  se  siente ofendido,  indignado  por  la  prosa  de  la  vida, puede  hallar  el  reposo  y  la  satisfacción  en  el arte, en lo bello...
Llegábamos ya a Kurilovka.
El  tiempo  era  hermoso  y  alegre.  Por  todas partes se veían campesinos aventando el trigo.
Tras  los  setos  de  los  jardines  gualdeaban  las hojas aún no desprendidas de los árboles. Las campanas de la iglesia sonaban solemnes en la áurea paz de la mañana.
Grupos  de  campesinos  se  dirigían  llevando iconos, a la iglesia, en cuyo interior sonaba un dulce  rumor  de  cantos  religiosos.  En  la  clara limpidez del aire volaban palomas.
Se nos esperaba. La escuela no tardó en llenarse de gente. Se celebró una misa en el salón de  estudio.  Los  campesinos  de  Kurilovka  le regalaron a Macha un icono, y los de Dubechnia, un gran pastel y un salero dorado. Macha, conmovida, se echó a llorar.
-¡Si hemos pronunciado alguna vez una mala palabra, perdonadnos! -le dijo un anciano, saludándonos a los dos muy humildemente.
Cuando regresábamos a casa, Macha volvía a cada instante la cabeza para ver la escuela. El tejado verde, que había pintado yo mismo, brillaba al sol y se divisaba a gran distancia.
Las miradas que Macha dirigía a la escuela no tardé en percatarme de que eran miradas de adiós.

1.014. Chejov (Anton)

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