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viernes, 27 de diciembre de 2013

Kashtanka - Cap II. El misteriosos desconocido

Pero no pensaba en nada y se limitaba a llorar.
Cuando la nieve suave y esponjosa hubo cubierto su lomo y su cabeza, y, exhausto, se había sumido en una pesada modorra, la puerta en que se hallaba apoyado hizo un ruido, chirrió y le golpeó en un costado. Dio un salto. Por la puerta salió un hombre que pertenecía a la categoría de los clientes.
Como Kashtanka había lanzado un chillido, enredándosele entre las piernas, aquel hombre no pudo por menos que advertir su presencia. Se inclinó y preguntó:
-¿De dónde vienes, perrito? ¿Te he hecho daño?
Bueno, no te enfades, no te enfades... Perdóname.
Kashtanka miró al desconocido a través de los copos que colgaban de sus pestañas y vio ante sí a un hombrecillo bajo y regordete, de cara redonda y afeitada, con sombrero de copa y el abrigo desa-brochado.
-¿De qué te quejas? -prosiguió él, mientras con un dedo le quitaba la nieve del lomo. ¿Dónde está tu amo? Te has perdido, ¿verdad? ¡Pobre perrito! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Percibiendo en la voz del desconocido un matiz cordial y cariñoso, Kashtanka le lamió la mano y aulló más lastimeramente todavía.
-¡Resulta muy divertido! -dijo el hombre. ¡Eres totalmente un zorro! En fin, no hay otro remedio: vente conmigo. Tal vez sirvas para algo... ¡Ea, vamos!
Chasqueó la lengua e hizo a Kashtanka una señal que únicamente podía significar una cosa: «Ven.» Y Kashtanka le siguió.
Media hora más tarde estaba ya sentado sobre sus cuartos traseros en el suelo de una habitación espaciosa y bien iluminada, con la cabeza inclinada a un costado y contemplando con ternura y curiosidad al desconocido, que daba buena cuenta de su cena. A la vez que comía le echaba algún trozo... En un principio le dio pan y una corteza verde de queso, luego un pedazo de carne, medio pastelillo y unos huesos de
pollo; el perro, hambriento, lo devoraba todo con tal rapidez, que ni siquiera llegaba a advertir el sabor de lo que engullía. Cuanto más comía, mayor era su hambre.
-iParece que no te alimentan muy bien tus amos! -dijo el desconocido, viendo con qué ansia feroz tragaba sin masticar. iY qué flaco estás! No tienes más que piel y huesos...
Kashtanka comió mucho, aunque sin llegar a hartarse; sentíase como borracho. Después de la cena se tumbó en el suelo, estiró las patas y meneó el rabo, sintiendo en todo su cuerpo una agradable languidez. Mientras su nuevo amo, retrepado en el sillón, fumaba un cigarro, él meneaba el rabo y trataba de dilucidar un problema: ¿Dónde se estaba mejor, con el desconocido o con el ebanista? La vivienda del desconocido era pobre y fea; quitando los sillones, el diván, el quinqué y las alfombras, no había nada, y la habitación parecía vacía. En casa del ebanista, en cambio, todo se encontraba repleto de cosas; estaban la mesa, el banco de carpintero, montones de virutas, cepillos, garlopas, sierras, la jaula del jilguero, el barreño... La habitación del desconocido no olía a nada, mientras que en la casa del ebanista siempre había un espléndido olor a cola, barniz y virutas. Pero la vivienda del desconocido ofrecía una gran ventaja. Le daban abundante comida y, había que hacerle justicia, cuando Kashtanka estaba ante la mesa y le miraba enternecido, no le golpeó ni una sola vez, no pataleó ni llegó a gritar siquiera: «iVete de ahí, maldito!»
Terminado su cigarro, el nuevo amo salió por unos instantes para volver con una pequeña colchoneta en las manos.
-iEh, perro, acércate! -dijo, poniendo la colchoneta en un rincón, al pie del diván. Echate aquí, duérmete.
Luego apagó el quinqué y se marchó.
Kashtanka se tendió en la colchoneta y cerró los ojos; de la calle llegó un ladrido que sintió deseos de contestar, pero de pronto, cuando menos lo esperaba, le invadió una oleada de tristeza. Recordó a Luká Alexándrich, a su hijo Fiédiushka, el confortable rinconcito de debajo del banco... Recordó las largas tardes de invierno, cuando el ebanista cepillaba sus maderas o leía en voz alta el periódico y Fiédiushka solía jugar con él... Le agarraba las patas traseras, lo sacaba de debajo del banco y hacía con él tales diabluras, que se le nublaba la vista y llegaba a sentir dolor en todas las articulaciones. Le hacía andar a dos patas, lo convertía en campana, es decir, le tiraba fuertemente del rabo hasta que el animal empezaba a chillar y a ladrar, le daba a oler tabaco... 
Resultaba verdaderamente horrorosa una de las travesuras de Fiédiushka: ataba a una cuerda un trozo de carne, se lo daba a Kashtanka y, cuando éste lo había tragado, entre grandes risas, se lo sacaba del estómago. Y cuanto más vivos eran los recuerdos, tanto más fuertes y lastimeros eran los aullidos de Kashtanka.
Pero la fatiga y el calorcillo no tardaron en vencer la tristeza... Quedóse amodorrado. Creyó ver perros que pasaban corriendo; entre otros, vio el lulú con el cual se había encontrado aquel día en la calle, muy lanudo, con una catarata en un ojo y un mechón que le caía junto a la nariz. Fiédiushka, con una barra de hierro en la mano, perseguía al lulú; luego se cubrió de pronto de lanas, ladró alegremente y se fue a reunir con Kashtanka. Uno y otro se olisquearon las narices y corrieron a la calle...

1.014. Chejov (Anton)

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