Mandaron
por un coche. Nadia, ya con el sombrero y el abrigo puestos, fue arriba para
echar la última mirada a su madre y a todo lo suyo; en su cuarto se quedó un
rato parada junto a la cama, todavía tibia, miró en derredor y luego pasó con
sigilo a la habitación de su madre. Ésta dormía y el cuarto estaba silencioso.
Nadia besó a su madre, le arregló los cabellos y permaneció cerca de ella unos
dos minutos... Luego, sin prisa, volvió abajo.
Afuera
caía una lluvia fuerte. El coche, todo mojado, y con la capota levantada,
esperaba junto al portón.
-No
vas a caber, Nadia -dijo la abuela cuando el criado se puso a cargar las maletas.
¡Y cómo se te ocurre ir a la estación con este tiempo! ¡Mejor te hubieras
quedado en casa! ¡Mira cómo llueve!
Nadia
quiso decir algo y no pudo. Ya Sasha le ayudó a subir al coche; ya le cubrió
las piernas con una manta. Ya él mismo sentóse a su lado.
-¡Buen
viaje! ¡Que Dios te bendiga! -gritaba la abuela desde el pórtico. ¡Escríbenos,
Sasha!
-Bueno.
¡Adiós, abuelita!
-¡Que
te guarde la reina de los cielos!
-¡Qué
tiempo! -dijo Sasha.
Sólo
ahora Nadia empezó a llorar. Ahora vio con claridad que iba a partir sin
falta, cosa que no creía del todo al despedirse de la abuela y al mirar a su
madre. a su padre, el nuevo apartamento y la desnuda dama con el jarrón; y todo
ello ya no la atemorizaba ni la oprimía, sino que resultaba ingenuo y pequeño y
se alejaba, retrocediendo más y más. Y cuando se instalaron en el vagón y el
tren se puso en marcha, todo el pasado, tan grande y serio, se encogió,
convirtiéndose en una bolita, en tanto desplegábase un enorme y ancho futuro,
que hasta ahora se hallaba apenas visible. La lluvia golpeaba en las
ventanillas del vagón, por las cuales no se veía más que el verde campo y el
raudo pasar de lass postes telegráficos y de los pájaros posados sobre los
alambres; de repente, la alegría le cortó la respiración: recordó que avanzaba
hacia la Gibertad ,
que iba a estudiar y este era igual a lo que antaño se llamaba «irse con los cosacos».
Ella reía, lloraba y rezaba.
-¡No
es na-ada! -decía Sasha, sonriendo. ¡No es na-ada!
La novia - Cap. V
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