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viernes, 27 de diciembre de 2013

La novia - Cap. V

Mandaron por un coche. Nadia, ya con el sombrero y el abrigo puestos, fue arriba para echar la última mirada a su madre y a todo lo suyo; en su cuarto se quedó un rato parada junto a la cama, todavía tibia, miró en de­rredor y luego pasó con sigilo a la habitación de su ma­dre. Ésta dormía y el cuarto estaba silencioso. Nadia besó a su madre, le arregló los cabellos y permaneció cerca de ella unos dos minutos... Luego, sin prisa, vol­vió abajo.
Afuera caía una lluvia fuerte. El coche, todo mojado, y con la capota levantada, esperaba junto al portón.
-No vas a caber, Nadia -dijo la abuela cuando el criado se puso a cargar las maletas. ¡Y cómo se te ocurre ir a la estación con este tiempo! ¡Mejor te hubieras quedado en casa! ¡Mira cómo llueve!
Nadia quiso decir algo y no pudo. Ya Sasha le ayudó a subir al coche; ya le cubrió las piernas con una manta. Ya él mismo sentóse a su lado.
-¡Buen viaje! ¡Que Dios te bendiga! -gritaba la abuela desde el pórtico. ¡Escríbenos, Sasha!
-Bueno. ¡Adiós, abuelita!
-¡Que te guarde la reina de los cielos!
-¡Qué tiempo! -dijo Sasha.
Sólo ahora Nadia empezó a llorar. Ahora vio con cla­ridad que iba a partir sin falta, cosa que no creía del todo al despedirse de la abuela y al mirar a su madre. a su padre, el nuevo apartamento y la desnuda dama con el jarrón; y todo ello ya no la atemorizaba ni la oprimía, sino que resultaba ingenuo y pequeño y se ale­jaba, retrocediendo más y más. Y cuando se instalaron en el vagón y el tren se puso en marcha, todo el pasado, tan grande y serio, se encogió, convirtiéndose en una bolita, en tanto desplegábase un enorme y ancho futuro, que hasta ahora se hallaba apenas visible. La lluvia golpeaba en las ventanillas del vagón, por las cuales no se veía más que el verde campo y el raudo pasar de lass postes telegráficos y de los pájaros posados sobre los alambres; de repente, la alegría le cortó la respiración: recordó que avanzaba hacia la Gibertad, que iba a estudiar y este era igual a lo que antaño se llamaba «irse con los co­sacos». Ella reía, lloraba y rezaba.
-¡No es na-ada! -decía Sasha, sonriendo. ¡No es na-ada!

La novia - Cap. V

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