El
viento golpeaba en las ventanas y en el techo; se oían silbidos y en la
chimenea el duende casero, con voz quejumbrosa y melancólica, canterreaba una
tonadilla. Eran las doce de la noche pasadas. Todos se habían acostado ya en
la casa, pero nadie dormía y a Nadia le parecía que abajo alguien tocaba el
violín. Se oyó un golpe fuerte, debía ser un postigo, arrancado por el viento.
Un minuto después entró Nina Ivánovna, en camisón, con una vela.
-¿Oíste
el golpe, Nadia? ¿Qué habrá sido? -preguntó.
La
madre, con los cabellos atados en una trenza y con una tímida sonrisa, en esta
noche tormentosa parecía mayor, más fea y más baja. Nadia recordó que no hacía
mucho consideraba a su madre como a una mujer extraordinaria y escuchaba
orgullosa las palabras que ella decía; pero ahora no podía recordar esas
palabras y lo que acudía a su memoria era flojo, innecesario.
En
la chimenea resonó el canto de varias voces bajas y hasta oyóse un «¡A-ah,
Dio-o-os mío!» Nadia se sentó en la cama y, de repente, asiendo con fuerza sus
cabellos, rompió a llorar.
-¡Mamá,
mamá querida -balbució, si supieras todo lo que me pasa! ¡Te ruego que me dejes
partir! ¡Te lo supllico!
-¿A
dónde? -preguntó Nina Ivánovna, sin entender, y se sentó sobre la cama. ¿Partir
a dónde?
Nadia
siguió llorando durante un rato sin poder pronunciar una sola palabra.
-¡Deja
que me vaya! -dijo, por fia. No debe haber boda ni la habrá, ¡compréndeme! No
quiero a este hombre... Ni siquiera puedo hablar de él.
-No,
querida, no -se puso a hablar rápidamente Nina Ivánovna, muy asustada.
Tranquilízate, esto te ocurre porque estás de mal humor. Pero va a pasar. Esto
le ocurre a cualquiera. Seguramente has reñido con Andrey, pero ya se sabe:
los que se aman, pelean.
-Bueno,
mamá, vete. ¡Vete! -lloró Nadia con más fuerza aún.
-Sí
-dijo Nina Ivánovna al cabo de un minuto. No hace mucho eras una criatura, una
niña, y ahora ya eres una novia. En la naturaleza se realiza una continua
transformación. Ni te darás cuenta cuando tú misma te conviertas en madre y en
una vieja y tengas una hija tan rebelde como la que tengo yo.
-Mi
querida mamá, mi buena mamá: eres inteligente y también eres desgraciada -dijo
Nadia. Eres muy desgraciada... ¿Para qué, entonces, dices trivialidades? Dime,
por Dios, ¿para qué?
Nina
Ivánovna iba a decir algo, pero no pudo pronunciar ni una sola palabra y se
retiró a su cuarto, sollozando. Las voces bajas volvieron a cantar en la
chimenea. Nadie empezó a sentir miedo, saltó de la cama y se dirigió de prisa
a da habitación de su madre. Ésta se hallaba tendida en la cama, con la cara
llorosa; cubierta con un colcha celeste, sostenía en la mano un libro.
-¡Mamá,
escúchame! -dijo Nadia. Te ruego, piénsalo bien y compréndeme. Comprende hasta
qué grado es vacía y humillante nuestra vida. Se me han abierto los ojos, ahora
lo veo todo. ¿Qué es este Andrey Andreich? Ni siquiera es inteligente, mamá...
¡Dios mío! ¡Comprende, mamá, es un estúpido!
Nina
Ivánovna se sentó con brusquedad.
-¡Tú
y tu abuela me torturáis! -dijo, volviendo a llorar. ¡Yo quiero vivir! ¡Vivir!
-repitió, golpeando dos veces dl pecho con su pequeño puño. ¡Dadme libertad,
pues! Soy joven aún y tengo ganas de vivir, pero vosotras habéis hecho de mí
una anciana...
Lloró
con amargura, se recostó y encogióse bajo la colcha, pareciendo pequeña,
lastimera y tontita. Nadia fue a su cuarto, se vistió y, sentada junto a la
ventana, se puso a esperar el amanecer. Estuvo pensando toda la noche, mientras
alguien golpeaba siempre en los postigos, silbando.
Por
la mañana, la abuela se quejó de que durante la noche el viento había abatido
todas las manzanas en el jardín y quebrado un viejo ciruelo. Comenzaba un día
gris, opaco y desagradable, que hasta incitaba a prender la luz; todo el mundo
se quejaba del frío, y la lluvia golpeaba en las ventanas. Después del té,
Nadia entró en el cuarto de Sasha y, sin decir una palabra, se puso de rodillas
en el rincón, junto a la butaca, cubriéndose la cara con las manos.
-¿Qué
pasa? -preguntó Sasha.
-No
puedo... -murmuró ella. ¡No comprendo, no concibo cómo he podido vivir aquí
antes! Desprecio a mi novio, me desprecio a mí misma, desprecio toda esta vida
ociosa y sin sentido.
-Bueno,
bueno... -observó Sasha, sin saber todavía de qué se trataba. No es nada...
Eso está bien.
-Estoy
harta de esta vida -prosiguió Nadia. No la soportaré ni un día más. Mañana
mismo me iré de aquí. ¡Lléveme consigo, por amor de Dios!
Durante
un minuto Sasha. se quedó mirándola con sorpresa; al fin, comprendió y se
alegró como un niño. Agitó los brazos y se puso a taconear como si bailara de
alegría.
-¡Magnífico!
-exclamaba, frotándose las manos. ¡Dios, esto sí que es bueno!
Ella,
en tanto, lo miraba sin pestañear, con sus grandes ojos enamorados, esperando,
como hechizada, que Sasha no tardaría en decirle algo significativo, ilimitado
enn su importancia; él no le dijo nada todavía, pero ella veía ya abrirse ante
sí algo nuevo y amplio, algo que ella no conocía antes y por eso lo miraba,
lleno de esperanza, dispuesta a todo, inclusive a morir.
-Mañana
me voy -dijo Sasha, después de pensar- y usted dirá que quiere acompañarme
hasta la estación... Sus casas las meteré en mi baúl y le compraré el boleto;
después de la tercera campanada usted subirá al vagón y listo. Viajaremos
juntos hasta Moscú y luego usted seguirá sola hasta Petersburgo. ¿Tiene usted
el pasaporte?
-Tengo.
-Le
juro que no se va usted a lamentar ni arrepentir -dijo Sasha, entusiasmada...
Irá usted a la capital, se dedicará al estudio y; luego que la lleve el destino
adonde quiera. Cuando le dé vuelta a su vida, todo cambiará. Lo principal es
dar vuelta a la vida, el resto no tiene importancia. Así que ¿mañana en
camino?
-¡Oh,
sí! ¡Por amor de Dios!
A
Nadia le parecía que estaba muy emocionada, que un peso le oprimía el alma y
que hasta el momento de partir habría que sufrir y debatirse en dolorosas meditaciones;
empero, apenas, de vuelta en su cuarto, recostóse en la cama, se durmió en
seguida, y siguió durmiendo, con cara llorosa y con una sonrisa, hasta la
noche.
1.014. Chejov (Anton)
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