El
segundo día de la Trinidad ,
después de almorzar, Dímov compró bocadillos y caramelos y partió a la dacha para reunirse con su mujer. Hacía
dos semanas que no se veían y la extrañaba mucho. Sentado en el vagón y luego
buscando su dacha en el bosquecillo, no dejaba de sentir hambre y cansancio y
gozaba al pensar que iba a cenar, en libertad, con su mujer, y a echarse a
dormir luego. Y le causaba alegría mirar el paquete en que llevaba envueltos el
caviar, el queso y el salmón blanco.
Cuando
encontró y reconoció su dacha, el sol
se ponía ya. La vieja criada le dijo que la señora no estaba pera que debía
regresar pronto. La dacha, de aspecto
muy poco confortable, con cielos rasos bajos, recubiertos de papel blanco, y
con pisos desparejados y agrietados, sólo tenía tres habitaciones. En una
estaba la cama; en otra, sobre sillas y ventanas se hallaban desparrama-dos
lienzos, pinceles, papeles con manchas de grasa y abrigos y sombreros masculinos;
en la tercera Dímov, encontró a tres hombres descono-cidos. Dos eran morenos,
con barbitas, mientras que el tercero, afeitado y gordo, por lo visto era
actor. Sobre la mesa, en el samovar,
hervía el agua.
-¿Qué
desea usted? -preguntó el actor con voz de bajo, observando a Dímov con
frialdad. ¿Necesita usted ver a Olga Ivánovna? Espere, ella viene enseguida...
Dímov
tomó asiento y se puso a esperar. Uno de los morenos, somnoliento y apático, se
sirvió un vaso de té, lo miró y preguntó:
-¿No
quiere un poco de té?
Dímov
tenía sed y hambre, pero, para no estropearse el apetito, rehusó. Pronto se
oyeron pasos y una risa conocida; resonó un portazo y entró corriendo Olga Ivánovna,
con un sombrero de anchas alas y llevando una caja en la mano; tras ella, con
una sombrilla grande y con una silla plegadiza, entró Riabovsky, alegre y sonrosado.
-¡Dímov!
-exclamó Olga Ivánovna y sus mejillas se encendieron por la alegría. ¡Dímov!
-repitió, poniendo su cabeza y ambas manos sobre el pecho de su marido. ¡Eres
tú! ¿Por qué has estado tanto tiempo sin venir? ¿Por qué?
-¿Y
cuándo iba a venir, mamita? Estoy siempre ocupado y si a veces tengo un poco de
tiempo, ocurre que el horario de los trenes no me conviene.
-¡Pero
cuán contenta estoy de verte! Soñé contigo toda la noche y tuve miedo de que
estuvieras enfermo. ¡Ah, si supieras cuán simpático eres y cuán oportuna es tu
llegada! Serás mi salvador. ¡Únicamente tú puedes salvarme! Mañana habrá aquí
una boda sumamente original -prosiguió ella riendo y anudando la corbata al
marido. Se casa el joven telegrafista de la estación, un tal Chikeldéiev. Buen
mozo, inteligente; en su cara hay algo fuerte, sabes, algo de oso... Puede
servir de modelo para el retrato de un varego. Todos los veraneantes
simpatizamos con él y le hicimos la firme promesa de asistir a su casamiento...
Es un hombre de medios modestos, solo, tímido y, por supuesto, estaría mal negarle
nuestra participación. Imagínate, el casamiento será después de la misa; luego
iremos a pie hasta la casa de la novia... te das cuenta, el bosquecillo, el
canto de los pájaros, las manchas de sol sobre la hierba y todos nosotros como
manchas multicolores sobre el fondo verde... es sumamente original, de acuerdo
con el gusto de los expresionistas franceses. Pero, Dímov, ¿qué me pondré para
ir a la iglesia? -dijo Olga Ivánovna con cara compungida. ¡No tengo nada aquí,
absolutamente nada! Ni vestidos, ni flores, ni guantes... Tú debes salvarme...
Si has venido, quiere decir que el mismo destino dispone que me salves. Llévate
las llaves, querido, vuelve a casa y saca del guardarropa mi vestido rosado. Tú
lo conoces, está colgado en primer lugar... Luego, en el depósito, del lado
derecho verás en el suelo dos cajas de cartón. Cuando abras la de arriba,
verás que todo son tules, tules y tules y toda clase de trapitos, pero debajo
están las flores. Sácalas con cuidado, trata de no arrugarlas, mi amor, que
luego escogeré yo las que necesito... Cómprame también los guantes.
-Bien
-dijo Dimov. Mañana partiré de regreso y te lo mandaré todo.
-¿Cómo
mañana? -preguntó Olga Ivánovna y lo miró sorprendida. ¿Y cómo tendrás tiempo
mañana para hacerlo? El primer tren sale a las nueve y el casamiento es a las
once. No, querido, hay que hacerlo hoy, ¡hoy sin falta! Si mañana no puedes
venir, mándame las cosas con un mandadero. Bueno, vete, pues... Pronto debe
pasar un tren. ¡No vayas a perderlo, mi amor!
-Bien.
-Me
da pena dejarte ir -dijo Olga Ivánovna y las lágrimas. asomaron a sus ojos. ¿Y
para qué le habré dado mi palabra al telegrafista? Soy una tonta...
Dímov
tomó de prisa un vaso de té, guardó en su bolsillo una rosquilla y, sonriendo
mansamente, se encaminó a la estación. En cuanto al cavíar, el queso y el
salmón blanco, se los comieron los dos morenos y el gordo actor.
1.014. Chejov (Anton)
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