En cierta aldea vivían un rico
campesino y su esposa. Una vez, la mujer fue al bosque a recoger setas, se
extravió y fue a parar a una osera. El oso que la habitaba se quedó con ella y,
al cabo de un tiempo -no sé si mucho o poco, la mujer tuvo un hijo que era una
persona de cintura para arriba y un oso de cintura para abajo. La madre le
puso por nombre Ivanko de la
Osera. Fue ron pasando años y más años. Ivanko creció, y él y
su madre sintieron el deseo de volver a la aldea, con las personas. Un día que
el oso había ido al colmenar, aprovecharon la ocasión y se escaparon. Mucho
corrieron, pero al fin llegaron al pueblo.
El campesino se llevó una gran
alegría al ver a su mujer, pues había perdido ya las esperanzas de que
regresara algún día. Luego miró al hijo que traía y preguntó:
-¿Y este bicho qué es?
La mujer le refirió entonces todo
lo ocurrido: que se extravió, que luego vivió con un oso en su guarida y con él
había tenido un hijo, mitad persona y mitad oso.
-Bueno, Ivanko -dijo el campesino,
ve al corral y mata una oveja para haceros una buena comida.
-¿Cuál mato?
-Cualquiera. La que se vuelva a
mirarte.
Ivanko de la Osera agarró un cuchillo,
fue al corral y, en cuanto les pegó un grito a las ovejas, todas como una se
volvieron a mirarle. Ivanko las degolló inmediatamente a todas, las desolló y
fue a preguntar dónde tenía que guardar la carne y las pieles.
-¿Qué dices? -rugió el hombre. Yo
te mandé matar una oveja, y no todas.
-¡No, padre! Me mandaste matar a la
que se volviera a mirarme. Y cuando fui al corral, todas a una se volvieron a
mirarme. Podían muy bien no haberlo hecho...
-¡Pero, qué listo! Vete, anda, mete
toda la carne y las pielesen el cobertizo y vigila esta noche la puerta del
cobertizo, no vaya a ser que se cuelen los ladrones o se coman algo los perros.
-Está bien. La vigilaré.
Como si fuera a propósito, aquella
noche estalló una tormenta y se puso a llover a cántaros. Ivanko de la Osera arrancó la puerta del
cobertizo, se la llevó al edificio del baño y allí se quedó a dormir. La noche
era oscura, el cobertizo estaba abierto, nadie vigilaba... No era posible
ponerles mejor las cosas a los ladrones para que se llevaran lo que quisieran.
El campesino se despertó por la
mañana, fue a ver si todo estaba en orden, y se encontró con que no quedaba
nada: parte se la habían comido los perros y otra parte se la habían llevado
los ladrones. Se puso a buscar al vigilante, le encontró en el baño y empezó a
regañarle todavía más que la víspera.
-¡Pero, padre! -protestó Ivanko.
¿Qué culpa tengo yo? Tú mismo me mandaste vigilar la puerta, y eso he hecho:
mírala ahí. Ni la han robado los ladrones ni se la han comido los perros.
«¿Quién le pide cuentas a un tonto?
-pensó el campesino. Pero, si continúa así, me arruina en un par de meses.
¿Cómo me lo quitaría de encima?»
Y se le ocurrió una idea. Al día
siguiente, sin esperar a más, envió a Ivanko de la Osera a trenzar cuerdas de
arena junto a un lago donde habitaban muchos espíritus malignos. Porque, ¿y si
le arrastraban los demonios a alguna hoya...?
Ivanko fue al lago, se sentó en la
orilla y empezó a trenzar cuerdas de arena. De pronto salió un diablillo del
agua.
-¿Qué estás haciendo, Ivanko?
-¿Quién? ¿Yo? Pues estoy trenzando
cuerdas. Quiero remover el lago y haceros brincar bien a vosotros para que
aprendáis a pagar tributo si queréis vivir aquí.
-¡Aguarda un poco, Ivanko! Deja que
vaya a consultar con mi abuelo en un instante.
Al decir estas palabras, se
zambulló en el agua. Cinco minutos después volvió a salir.
-Dice mi abuelo que, si me ganas a
correr, pagará el tributo. Pero, si no me ganas, me ha ordenado que te arrastre
al fondo.
-¿Ganarme a mí? ¡Tú estás soñando!
Mira: tengo yo un nieto que ha nacido ayer mismo y que también es capaz de
ganarte.
-¿Qué nieto es ése?
-Al pie de aquellas matas está,
mírale -dijo Ivanko de la Ose ra,
y le gritó a una liebre que había allí: ¡Eh! ¡Abre el ojo!
La liebre salió disparada a campo
traviesa y desapareció en un instante. El diablillo hizo intención de correr
detrás, pero se había quedado a la zaga lo menos media uersta.
-Y ahora, si quieres, podemos
correr tú y yo. Pero con una condición, amigo: si te quedas rezagado, te pego
una paliza que te mato.
-¡Quia, hombre! -exclamó el
diablillo, y se zambulló en el agua.
Poco después volvió a emerger
llevando en la mano el báculo de hierro de su abuelo.
-Dice mi abuelo que, si lanzas este
báculo más alto que lo lance yo, pagará el tributo.
Ivanko de la Osera adelantó la mano hacia
el báculo, y no pudo ni moverlo.
-Aguarda un poco. Dentro de nada
estará aquí aquella nube y yo arrojaré el báculo por encima de ella.
-¡Quia, hombre! ¿Cómo se las iba a
arreglar mi abuelo sin báculo? -protestó el diablillo y, agarrando el báculo
del viejo demonio, se zambulló en el agua a toda velocidad.
Poco después salió de nuevo.
-Dice mi abuelo que, si eres capaz
de llevar este caballo a cuestas alrededor del lago una vez más que yo por lo
menos, pagará el tributo. De lo contrario, irás tú a parar al fondo.
-¡Valiente cosa! Empieza tú, anda.
El diablillo se cargó el caballo a
la espalda y empezó a correr alrededor del lago, dio lo menos diez vueltas y el
maldito se quedó derrengado. El sudor le caía a chorros de los hocicos.
-Ahora me toca a mí -dijo Ivanko de
la Osera.
Se montó en el caballo y estuvo
dando vueltas al lago hasta que se desplomó el caballo.
-¿Qué tal, amigo? -preguntó luego.
-Lo has llevado tú más tiempo que
yo -reconoció el diabillo. Además, ¡de qué manera! ¡Entre las piernas! Así, yo
no habría sido capaz de llevarlo ni una vuelta. ¿Qué tributo tenemos que pagar?
-Mira: me basta con que me llenes
el gorro de monedas de oro y me sirvas de bracero un año.
El diablillo se zambulló para
recoger el dinero. Ivanko de la
Ose ra, mientras tanto, le recortó el fondo al gorro y lo
colocó vuelto hacia arriba, sobre un hoyo muy profundo. El diablillo empezó a
subir monedas del fondo del lago y a echarlas en el gorro. Así se pasó el día
entero y únicamente a la caída de la tarde logró ver el gorro lleno.
Ivanko buscó entonces un carro, lo
cargó con las monedas y enganchó al diablillo entre las varas para
transportarlo a su casa.
-Aquí te traigo esto, padre, y que
te aproveche: un bracero y un carro de monedas de oro.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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