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domingo, 11 de agosto de 2013

Ivanko de la osera

En cierta aldea vivían un rico campesino y su esposa. Una vez, la mujer fue al bosque a recoger setas, se extravió y fue a parar a una osera. El oso que la habitaba se quedó con ella y, al cabo de un tiempo -no sé si mucho o poco, la mujer tuvo un hijo que era una persona de cintura para arriba y un oso de cintura pa­ra abajo. La madre le puso por nombre Ivanko de la Osera. Fue­ron pasando años y más años. Ivanko creció, y él y su madre sin­tieron el deseo de volver a la aldea, con las personas. Un día que el oso había ido al colmenar, aprovecharon la ocasión y se escapa­ron. Mucho corrieron, pero al fin llegaron al pueblo.
El campesino se llevó una gran alegría al ver a su mujer, pues había perdido ya las esperanzas de que regresara algún día. Luego miró al hijo que traía y preguntó:
-¿Y este bicho qué es?
La mujer le refirió entonces todo lo ocurrido: que se extravió, que luego vivió con un oso en su guarida y con él había tenido un hijo, mitad persona y mitad oso.
-Bueno, Ivanko -dijo el campesino, ve al corral y mata una oveja para haceros una buena comida.
-¿Cuál mato?
-Cualquiera. La que se vuelva a mirarte.
Ivanko de la Osera agarró un cuchillo, fue al corral y, en cuan­to les pegó un grito a las ovejas, todas como una se volvieron a mirarle. Ivanko las degolló inmediatamente a todas, las desolló y fue a preguntar dónde tenía que guardar la carne y las pieles.
-¿Qué dices? -rugió el hombre. Yo te mandé matar una oveja, y no todas.
-¡No, padre! Me mandaste matar a la que se volviera a mirar­me. Y cuando fui al corral, todas a una se volvieron a mirarme. Podían muy bien no haberlo hecho...
-¡Pero, qué listo! Vete, anda, mete toda la carne y las pielesen el cobertizo y vigila esta noche la puerta del cobertizo, no vaya a ser que se cuelen los ladrones o se coman algo los perros.
-Está bien. La vigilaré.
Como si fuera a propósito, aquella noche estalló una tormenta y se puso a llover a cántaros. Ivanko de la Osera arrancó la puerta del cobertizo, se la llevó al edificio del baño y allí se quedó a dor­mir. La noche era oscura, el cobertizo estaba abierto, nadie vigila­ba... No era posible ponerles mejor las cosas a los ladrones para que se llevaran lo que quisieran.
El campesino se despertó por la mañana, fue a ver si todo es­taba en orden, y se encontró con que no quedaba nada: parte se la habían comido los perros y otra parte se la habían llevado los ladrones. Se puso a buscar al vigilante, le encontró en el baño y empezó a regañarle todavía más que la víspera.
-¡Pero, padre! -protestó Ivanko. ¿Qué culpa tengo yo? Tú mismo me mandaste vigilar la puerta, y eso he hecho: mírala ahí. Ni la han robado los ladrones ni se la han comido los perros.
«¿Quién le pide cuentas a un tonto? -pensó el campesino. Pero, si continúa así, me arruina en un par de meses. ¿Cómo me lo quitaría de encima?»
Y se le ocurrió una idea. Al día siguiente, sin esperar a más, envió a Ivanko de la Osera a trenzar cuerdas de arena junto a un lago donde habitaban muchos espíritus malignos. Porque, ¿y si le arrastraban los demonios a alguna hoya...?
Ivanko fue al lago, se sentó en la orilla y empezó a trenzar cuer­das de arena. De pronto salió un diablillo del agua.
-¿Qué estás haciendo, Ivanko?
-¿Quién? ¿Yo? Pues estoy trenzando cuerdas. Quiero remo­ver el lago y haceros brincar bien a vosotros para que aprendáis a pagar tributo si queréis vivir aquí.
-¡Aguarda un poco, Ivanko! Deja que vaya a consultar con mi abuelo en un instante.
Al decir estas palabras, se zambulló en el agua. Cinco minutos después volvió a salir.
-Dice mi abuelo que, si me ganas a correr, pagará el tributo. Pero, si no me ganas, me ha ordenado que te arrastre al fondo.
-¿Ganarme a mí? ¡Tú estás soñando! Mira: tengo yo un nieto que ha nacido ayer mismo y que también es capaz de ganarte.
-¿Qué nieto es ése?
-Al pie de aquellas matas está, mírale -dijo Ivanko de la Ose­ra, y le gritó a una liebre que había allí: ¡Eh! ¡Abre el ojo!
La liebre salió disparada a campo traviesa y desapareció en un instante. El diablillo hizo intención de correr detrás, pero se había quedado a la zaga lo menos media uersta.
-Y ahora, si quieres, podemos correr tú y yo. Pero con una condición, amigo: si te quedas rezagado, te pego una paliza que te mato.
-¡Quia, hombre! -exclamó el diablillo, y se zambulló en el agua.
Poco después volvió a emerger llevando en la mano el báculo de hierro de su abuelo.
-Dice mi abuelo que, si lanzas este báculo más alto que lo lance yo, pagará el tributo.
Ivanko de la Osera adelantó la mano hacia el báculo, y no pu­do ni moverlo.
-Aguarda un poco. Dentro de nada estará aquí aquella nube y yo arrojaré el báculo por encima de ella.
-¡Quia, hombre! ¿Cómo se las iba a arreglar mi abuelo sin bá­culo? -protestó el diablillo y, agarrando el báculo del viejo demo­nio, se zambulló en el agua a toda velocidad.
Poco después salió de nuevo.
-Dice mi abuelo que, si eres capaz de llevar este caballo a cues­tas alrededor del lago una vez más que yo por lo menos, pagará el tributo. De lo contrario, irás tú a parar al fondo.
-¡Valiente cosa! Empieza tú, anda.
El diablillo se cargó el caballo a la espalda y empezó a correr alrededor del lago, dio lo menos diez vueltas y el maldito se quedó derrengado. El sudor le caía a chorros de los hocicos.
-Ahora me toca a mí -dijo Ivanko de la Osera.
Se montó en el caballo y estuvo dando vueltas al lago hasta que se desplomó el caballo.
-¿Qué tal, amigo? -preguntó luego.
-Lo has llevado tú más tiempo que yo -reconoció el diabillo. Además, ¡de qué manera! ¡Entre las piernas! Así, yo no habría sido capaz de llevarlo ni una vuelta. ¿Qué tributo tenemos que pagar?
-Mira: me basta con que me llenes el gorro de monedas de oro y me sirvas de bracero un año.
El diablillo se zambulló para recoger el dinero. Ivanko de la Ose­ra, mientras tanto, le recortó el fondo al gorro y lo colocó vuelto hacia arriba, sobre un hoyo muy profundo. El diablillo empezó a subir monedas del fondo del lago y a echarlas en el gorro. Así se pasó el día entero y únicamente a la caída de la tarde logró ver el gorro lleno.
Ivanko buscó entonces un carro, lo cargó con las monedas y enganchó al diablillo entre las varas para transportarlo a su casa.
-Aquí te traigo esto, padre, y que te aproveche: un bracero y un carro de monedas de oro.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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