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domingo, 11 de agosto de 2013

El zarevich ivan y la zarevna marfa

Durante muchos años mantuvo encarcelado un zar a un hom­brecillo, muy astuto y de alto linaje, que era todo él de cobre, con los brazos de acero y la cabeza de hierro colado.
El zarévich Iván, hijo del zar, pasaba un día por delante de la cárcel, cuando el hombrecillo le pidió que se acercara y luego suplicó:
-Por favor, zarévich Iván, dame un poco de agua.
Como el zarévich tenía pocos años, desconocía muchas cosas. De manera que fue a buscar agua y se la dio, con lo cual el hom­brecillo desapareció de la cárcel. Cuando la noticia llegó a sus oídos, el zar ordenó que, en castigo, el zarévich fuese expulsado del rei­no. Como las reales órdenes son ley, el zarévich tuvo que mar­charse a la buena de Dios.
Anduvo mucho tiempo hasta llegar a otro reino, y allí se pre­sentó al zar para que le admitiera a su servicio. El zar accedió, or­denando que se le empleara en las caballerizas. En realidad, lo que hacía el zarévich era dormir, sin cuidar de los caballos. Por eso, el caballerizo mayor le había pegado más de una vez. Pero el zaré­vich Iván lo soportaba todo.
En esto, el soberano de otro reino pidió la mano de la hija del zar; como no se la concedieron, declaró la guerra. El zar del reino donde se encontraba Iván se puso en campaña con sus ejércitos, dejando que su hija, la zarevna Marfa, gobernase mientras él estu­viera ausente. La zarevna se había fijado ya en que el zarévich Iván tenía el porte de ser noble y, por ello, le envió de gobernador a una provincia.
El zarévich Iván partió, y en su lugar de destino estuvo vivien­do y gobernando. Un día que fue de caza vio aparecer súbitamen­te, nada más salir de la ciudad, al hombrecillo todo de cobre, con los brazos de acero y la cabeza de hierro colado.
-Pero, ¡hola, zarévich Iván!
El zarévich contestó cortésmente a su saludo.
-Ven, vamos a mi casa -invitó el hombrecillo.
Allá fueron. El hombrecillo le condujo a una casa de aspecto lujoso. Nada más entrar, llamó a la menor de sus hijas:
-¡A ver! Sírvenos de beber y de comer y trae, para el vodka, una copa de medio cubo*.
Empezaron a picar los entremeses, y al instante apareció la hija menor del hombrecillo con una copa de vodka de medio cubo de capacidad, que presentó al zarévich Iván. El quiso rechazarla alegando que no sería capaz de bebérsela; pero, como el hombrecillo insistió, la tomó en sus manos y la apuró de un trago, sorprendién­dose él mismo de su propia resistencia.
Luego el hombrecillo le propuso dar un paseo. Así llegaron hasta una piedra que pesaría sus quinientos puds.
-Levanta esa piedra, zarévich Iván -dijo el hombrecillo.
«Yo soy incapaz de levantar esta piedra -pensó el zarévich para sus adentros. En fin, probaré.» Pero, cuando la agarró y la le­vantó con toda facilidad, volvió a preguntarse: «¿De dónde he sa­cado yo tantas fuerzas? Seguro que es cosa del vino que me ofrece este hombre.»
Anduvieron paseando un poco de tiempo y regresaron a la ca­sa. Nada más entrar, el hombrecillo llamó a la segunda de sus hijas para que trajera un cubo de vodka. El zarévich agarró muy decidi­do la copa y la apuró de un trago. De nuevo salieron a dar un pa­seo. Llegaron junto a una piedra de mil puds.
-A ver si puedes echar esa piedra a un lado -le dijo el hom­brecillo.
El zarévich Iván agarró la piedra y la tiró a un lado pensando: «¡Qué fuerza se ha despertado en mí!»
Regresaron otra vez a la casa y el hombrecillo llamó a la mayor de sus hijas para que trajera una copa de vodka de un cubo y me­dio. El zarévich Iván la apuró también de un trago. Salieron juntos a dar un paseo, y el zarévich Iván lanzó con toda facilidad una pie­dra de mil quinientos puds. Entonces el hombrecillo le dio un mantel mágico, que siempre estaba servido, advirtién-dole:
-Ahora, zarévich Iván, tienes muchas fuerzas. Ningún caballo podrá sostenerte. Ordena que retoquen el porche de tu casa, por­que no aguantará tu peso. También necesitas otras sillas. En cuan­to a los suelos, se les pueden poner puntales por debajo. Ahora, ve con Dios.
Toda la gente se rió mucho viendo al gobernador que regresa­ba de la caza a pie y llevando el caballo por la brida.
Ya en su casa, ordenó colocar puntales debajo del suelo y cam­biar las sillas. Luego despidió a las cocineras y las doncellas, que­dándose solo, igual que un anacoreta. La gente se preguntaba có­mo se las arreglaría sin comer, puesto que nadie le guisaba. No sabían, claro, que él tenía el mantel mágico siempre servido. No visitaba a nadie, porque ¿cómo iba a hacer visitas si no había en las casas mueble bastante recio para él?
Entre tanto, el zar regresó de su campaña. Enterado de que el zarévich Iván estaba de gobernador, ordenó que fuera sustituido, volviendo a su trabajo en las caballerizas. Al zarévich no le quedó más remedio que obedecer. Un día el caballerizo mayor le golpeó al darle una orden. El zarévich Iván no pudo contenerse y le pegó tal golpe, que le arrancó la cabeza. El suceso llegó a conocimiento del zar, que hizo comparecer al zarévich Iván.
-¿Por qué has matado a tu superior? -inquirió el zar.
-El me golpeó primero. Yo no hice más que pagarle con la misma moneda; pero se conoce que le pillé mal y se le desprendió la cabeza.
Los otros caballerizos dijeron lo mismo: que había empezado el otro y que el zarévich Iván no le había pegado muy fuerte. Por todo castigo, el zarévich Iván fue retirado de las caballerizas y en­viado a servir en el ejército. Allá se marchó él.
Había pasado poco tiempo, cuando se presentó al zar un hom­brecito del tamaño de una uña, con una barba de un codo. De parte del Zar de las Aguas le entregó una carta lacrada con tres sellos negros diciendo que si para tal día no enviaba a tal isla a su hija, la zarevna Marfa, para desposarla con el hijo del Zar de las Aguas, le mataría a todos sus súbditos y destruiría su reino con el fuego. Y la zarevna Marfa debía casarse con un culebrón de tres cabezas.
El zar leyó la carta y le dio al mensajero otra para el Zar de las Aguas diciendo que estaba conforme. Despidió al hombrecito y con­vocó a los senadores y los consejeros para buscar el modo de evi­tar que su hija se casara con el culebrón de tres cabezas. Porque, si no la enviaba a aquella isla, el Zar de las Aguas destruiría todo el país. También hizo saber que si alguien se ofrecía a salvar a la zarevna Marfa del culebrón, a ese hombre le daría la mano de su hija.
Hubo un presuntuoso que se presentó, tomó una compañía de soldados y partió con la zarevna Marfa. En la isla, la dejó en una cabaña y él se quedó fuera esperando al culebrón. Entre tanto, el zarévich Iván se enteró de que habían llevado a la zarevna para entregársela al Zar de las Aguas. En seguida partió para la isla. Llegó a la cabaña donde la zarevna Marfa estaba llorando.
-No llores, zarevna -le dijo. Dios es misericordioso.
Se acostó encima de un banco, colocó la cabeza sobre las rodi­llas de la zarevna Marfa, y se quedó dormido. De pronto comenzó a surgir de las olas el culebrón, haciendo que el agua subiera tres arshinas detrás de él. El noble señor estaba allí con sus soldados; pero, en cuanto el agua comenzó a subir, ordenó que se refugia­ran en el bosque.
El culebrón salió del agua y fue derechito hacia la cabaña. Al ver la zarevna Marfa que el culebrón venía a buscarla, despertó al zarévich Iván. Este se levantó, le cortó de un tajo las tres cabezas al culebrón y se marchó. Entonces el noble señor volvió con la zarevna al palacio de su padre.
No había transcurrido mucho tiempo cuando el hombrecito del tamaño de una uña y con una barba de un codo salió nuevamente de las olas con una carta del Zar de las Aguas, lacrada con seis sellos negros, diciendo que el zar condujera a su hija a la misma isla para casarla con el culebrón de las seis cabezas. De lo contra­rio, el reino entero sería sepultado bajo las aguas. Como la prime­ra vez, el zar contestó con un mensaje que estaba conforme. El hom­brecito se marchó.
El zar lanzó un llamamiento y envió escritos a todas partes pre­guntando si no habría alguien que se ofreciera a salvar a la zarevna del culebrón. Se presentó el mismo señor diciendo:
-Yo la salvaré, majestad. Pero dadme una compañía de sol­dados.
-¿No necesitarás más? Ahora es un culebrón de seis cabezas.
-No importa. Me sobra con una compañía.
Se reunieron todos y partieron con la zarevna Marfa. Al ente­rarse el zarévich Iván de que la zarevna estaba nuevamente en pe­ligro, partió en su ayuda. No olvidaba lo buena que había sido al nombrarle gobernador. Entró en la cabaña y encontró a la zarevna, que ya estaba esperándole y se alegró mucho al verle. El se acostó a dormir encima de un banco.
De pronto comenzó a surgir de las olas el culebrón de las seis cabezas, y el agua subió seis arshinas. El noble señor estaba escon­dido con sus soldados en el bosque desde que llegaron. El cule­brón entró en la cabaña. La zarevna Marfa despertó al zarévich Iván, que se enfrentó con el culebrón. Estuvieron luchando mucho tiem­po. El zarévich Iván le cortó al culebrón una cabeza, luego otra, luego otra... Hasta que le cortó las seis y las tiró al mar. Después se marchó como si tal cosa.
El noble señor salió del bosque con sus soldados y volvió al pa­lacio, donde informó al zar de que, con la ayuda de Dios, había salvado a la zarevna. Se conoce que de alguna manera la tenía ate­morizada, porque no se atrevió a decirle a su padre que no la ha­bía salvado él. Entonces el noble señor pidió que se celebrara la boda, pero la zarevna quiso que esperasen un poco.
-Primero quiero recobrarme del susto tan tremendo que he pasado -dijo.
De pronto salió nuevamente del agua el mismo hombrecito del tamaño de una uña con una barba de un codo, portador de una carta lacrada con nueve sellos negros exigiendo del zar que envia­ra inmediatamente a la zarevna Marfa a tal isla y tal día para casar­la con el culebrón de las nueve cabezas. De lo contrario, todo el reino quedaría inundado. Como las otras veces, el zar contestó con un mensaje diciendo que estaba conforme, aunque en realidad se puso a buscar a un hombre que salvara a la zarevna del culebrón de las nueve cabezas. De nuevo se brindó el mismo noble señor, que partió con una compañía de soldados acompañando a la zarevna Marfa.
Enterado de todo ello, el zarévich se equipó y fue también a la isla, donde la zarevna Marfa estaba esperándole ya. Cuando lle­gó, la zarevna se alegró mucho y empezó a preguntarle quién era, de qué linaje, cómo se llamaba... El no dijo nada, y se acostó a dormir.
Al poco empezó a salir de las olas el culebrón de las nueve ca­bezas. El agua subió nueve arshinas. El noble señor ordenó otra vez a los soldados que se refugiaran en el bosque. La zarevna Mar­fa quiso despertar al zarévich Iván, pero sin conseguirlo. El cule­brón se acercaba ya al umbral. La zarevna lloraba a lágrima viva porque no conseguía despertar al zarévich. El culebrón se desliza­ba ya cerca, a punto de caer sobre el zarévich, y él continuaba dur­miendo. La zarevna se acordó de que tenía una navajita, y con ella le dio un corte en una mejilla al zarévich Iván. Este se incorpo­ró de un salto, arremetió contra el culebrón y entablaron una lucha feroz. Cuando parecía que el culebrón iba a poder más que el za­révich, apareció el hombrecillo todo de cobre, con los brazos de acero y la cabeza de hierro fundido. Entre los dos le cortaron todas las cabezas al culebrón, las arrojaron al mar y se fueron de allí. El noble señor se puso contentísimo, salió del bosque con sus solda­dos y volvió a la capital del reino pidiendo insistentemente que se celebrara la boda. Pero la zarevna se negaba.
-Esperad un poco -decía. Dejad que me reponga después de tanto miedo como he pasado.
El hombrecito del tamaño de una uña y con una barba de un codo trajo de nuevo una carta donde el Zar de las Aguas pedía que le fuera entregado el culpable. El noble señor no tenía ningún deseo de ir, pero no le quedó otro remedio. Fue aparejado un bar­co con el que se hizo a la mar. Precisamente a ese barco fue a parar el zarévich Iván, que servía en la marina. Iban navegando, cuando vieron un barco que acudía hacia ellos tan raudo como si tuviera alas y del que partían voces de «¡el culpable, el culpable!». Y pasó a toda velocidad por su lado. Habían navegado un poco más, cuan­do vieron venir otro barco desde donde también gritaban «¡el cul­pable, el culpable!». El zarévich Iván señaló al noble señor, y los del barco le pegaron una tremenda paliza. Luego se marcharon.
Cuando el noble señor y su séquito llegaron donde estaba el Zar de las Aguas, éste ordenó que calentasen al rojo un baño, no sé si de hierro colado o de otro metal, y metieran dentro al culpa­ble. El noble señor se quedó horro-rizado pensando en la muerte que le esperaba.
Pero en el barco iba con el zarévich Iván un hombre que había entrado a su servicio, notando que se trataba de una persona prin­cipal. El zarévich Iván le mandó que se metiera él en el baño. El hombre obedeció en seguida y, como era un diablo, no le sucedió nada. Volvió sano y salvo ál poco tiempo. Los servidores del Zar de las Aguas exigieron nuevamente que les entregasen al culpa­ble, esta vez para que compareciese ante su soberano. Se llevaron al noble señor. Después de insultarle y pegarle cuanto quiso, el Zar de las Aguas mandó que le expulsaran de allí. El noble señor y su séquito emprendieron el regreso.
Ya en su tierra, el noble señor andaba más orgulloso que nun­ca y no dejaba al zar ni a sol ni a sombra, pidiendo que se celebra­se la boda. Hasta que el zar fijó la fecha. El noble señor no cabía en sí de engreimiento. ¡No había ni quien se acercara a él!
En esto, la zarevna le pidió a su padre:
-Bátiushka: ordena que formen todos los soldados. Quisiera pasarles revista.
En seguida formaron todos los soldados, y la zarevna Marfa fue pasándoles revista hasta que llegó al zarévich Iván y vio en su me­jilla la cicatriz del corte que le había hecho con su navajita. Enton­ces le tomó de la mano y le condujo delante de su padre.
-Este soldado es, bátiushka, quien me salvó de los culebro­nes. Yo no sabía quién era, pero ahora le he reconocido por la cicatriz de la mejilla. Ese noble señor estuvo todas las veces escon­dido en el bosque con sus soldados.
Preguntaron a los soldados si habían estado escondidos en el bosque, y los soldados contestaron:
-Es cierto, majestad. En cuanto a este noble señor, estaba me­dio muerto de miedo, y no sirvió para nada.
El noble señor fue inmediatamente destituido y confinado.
El zarévich Iván se casó con la zarevna Marfa y fueron muy fe­lices.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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