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domingo, 11 de agosto de 2013

El silvano

La hija de un pope se marchó un día a pasear por el bosque sin pedir permiso a nadie. Y no se volvió a saber de ella.
Transcurrieron tres años.
En la misma aldea donde vivían sus padres había un cazador muy audaz que cada día de Dios andaba por los bosques oscuros con su perro y su escopeta.
Una vez, en el bosque, su perro de pronto empezó a ladrar con todo el pelo erizado. Entonces vio el cazador que había un tocho en medio del sendero y, sentado en el tocho, un hombre remendando un lápot al tiempo que decía en tono de amenaza:
-¡Alumbra, luna clara, alumbra!
El cazador se sorprendió de que, siendo todavía joven, el hombre aquel tuviera el cabello blanco. El hombre pareció adivinarle el pensamiento.
-Si tengo blanco el cabello es porque soy del diablo abuelo.
Comprendió el cazador que no se trataba de un hombre como todos, sino de un silvano. Se echó la escopeta a la cara, apuntó, ¡pum!, y le pegó en la barriga. El silvano lanzó un gemido, casi dio la vuelta por encima del tocho, pero en seguida se incorporó y se adentró en la espesura. El perro corrió detrás y el cazador detrás del perro.
Anda que te anda, llegó hasta una montaña. En la montaña había una cueva y en la cueva una casita. Entró el cazador en la casita y vio al silvano tendido encima de un banco, ya muerto, y a su lado una muchacha que se lamentaba llorando:
-¡Ay! ¿Quién me alimentará a mí ahora?
-Hola, buena moza -saludó el cazador. ¿Quién eres y de dónde?
-¡Ay! Ni yo misma podría decirlo. Me parece que no he estado nunca al aire libre ni he conocido a mi padre ni a mi madre...
-Salgamos pronto de aquí y yo te llevaré hasta la santa Rus.
El cazador se llevó a la muchacha y, mientras caminaban por el bosque, iba haciendo señales en los árboles.
Resulta que a la moza la había robado el silvano, en cuya casa pasó tres años enteros. Tenía la ropa hecha jirones, dejando ver el cuerpo por todas partes, pero ella no sentía vergüenza.
Llegaron a la aldea y el cazador se puso a indagar por las casas si no había desaparecido alguna muchacha. Hasta que llegó donde el pope, y éste gritó:
-¡Es mi hija!
Acudió también la madre.
-¡Hijita mía querida! ¿Dónde has estado tanto tiempo? Yo pensaba que no volvería a verte nunca.
La hija lo miraba todo como alelada, sin entender nada. Sólo al cabo de un rato comenzó a recobrarse poco a poco.
El pope y su mujer casaron a la hija con el cazador, a quien hicieron muchos regalos.
La gente se fue a buscar la casita del silvano donde había vivido, pero no la encontraron por mucho que batieron el bosque.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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