En cierto reino, en cierto país,
vivía un zar que tenía tres hijas y un hijo: el zarévich Iván. El zar llegó a
viejo, falleció, y heredó la corona su hijo, el zarévich Iván.
Apenas se enteraron los reyes
vecinos, aprestaron un número infinito de soldados y le declararon la guerra.
Perplejo, el zarévich Iván fue a
consultar con sus hermanas.
-Hermanas queridas, ¿qué debo
hacer? -les preguntó. Todos los reyes han aprestado tropas contra mí.
-¡Vaya guerrero valiente! ¡De poco
te asustas! ¿No sabes que Campero Blanco lleva treinta años luchando contra la
bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse dell caballo ni tomar ningún reposo? ¿Y tú
te asustas antes de haber visto nada?
El zarévich Iván ensilló al
instante su recio caballo, revistió su armadura, tomó la espada mágica, una
larga pica y una fusta de seda, hizo sus oraciones y partió contra el enemigo.
Todos sus adversarios perecieron: tantos como segó su espada machacaron los cascos
de su caballo. El zarévich Ivánn volvió a la ciudad, se acostó y estuvo
durmiendo tres días y tres noches de un tirón.
Se despertó al cuarto día, salió al
balcón y cuando miró hacia los campos vio que los reyes enemigos habían
aprestado mayor número de tropas todavía y acampaban de nuevo al pie de los
muros de la ciudad.
Muy preocupado, el zarévich fue a
consultar con sus hermanas:
-Hermanas mías -les dijo-: no sé
qué hacer. Destruí los primeros ejércitos; pero ahora hay otros delante de la
ciudad, y representan una amenaza mayor todavía.
-¡Vaya guerrero valiente! Has
combatido un día y has dormido tres. ¿No sabes que Campero Blanco lleva
treinta años luchando contra la bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse del caballo
ni tomar ningún reposo?
El zarévich Iván corrió a las
suntuosas caballerizas, ensilló su recio caballo de bogatir, revistió su
armadura de combate, se ciñó la espada mágica, agarró con una mano la larga
pica y con la otra la fusta de seda, hizo sus oraciones y partió contra el
enemigo. No acomete el halcón a una bandada de gansos, cisnes y patos grises
con tanto ímpetu como acometió el zarévich Iván a las tropas de sus
adversarios: si muchos segó su espada, más machacaron los cascos de su caballo.
Después de vencer aquella fuerza
incalculable, el zarévich Iván volvió a su casa, se acostó y estuvo durmiendo
seis días y seis noches de un tirón.
Se despertó al séptimo día, salió
al balcón y cuando miró hacia los campos vio que los reyes enemigos habían
aprestado mayor número aún de tropas y de nuevo rodeaban toda la ciudad.
El zarévich Iván acudió a sus
hermanas.
-Amables hermanas mías -les dijo:
no sé qué hacer. Destruí los primeros ejércitos, he destruido los segundos,
pero hay otros delante de la ciudad, y representan una amenaza mayor todavía.
-¡Vaya guerrero valiente! Has
combatido un día y has dormido seis de un tirón. ¿No sabes que Campero Blanco
lleva treinta años luchando contra la bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse del caballo
ni tomar ningún reposo?
Aquellas palabras le parecieron
amargas al zarévich Iván. Corrió a las suntuosas caballerizas, ensilló su
recio caballo de bogatir. revistió su arma-dura de combate, se ciñó la espada
mágica, agarró con una mano la larga pica y con la otra la fusta de seda, hizo
sus oraciones y partió contra el enemigo. No acomete el halcón a una bandada de
gansos, cisnes y patos grises con tanto ímpetu como acometió el zarévich Iván a
las tropas de sus adversarios: si muchos segó su espada, más machacaron los
cascos de su caballo.
Venció a aquellas fuerzas tan
numerosas, volvió a su casa, se acostó y estuvo durmiendo nueve días y nueve
noches de un tirón.
Se despertó al décimo día y convocó
a todos los ministros y los senadores.
-Señores ministros y senadores
míos: tengo el propósito de marchar a países extranjeros para conocer a Campero
Blanco. Os pido que en mi ausencia llevéis todos los asuntos con tiento y sabiduría,
rigiéndoos siempre por la justicia.
Dicho lo cual, se despidió de sus
hermanas, montó a caballo y se puso en camino.
Llevaba ya cierto tiempo cabalgando
-poco o mucho, no lo sé, cuando penetró en un bosque oscuro y se encontró con
una casita donde habitaba un hombre muy viejo.
-Salud te deseo, abuelo.
-Lo mismo te digo, zarévich Iván.
¿Hacia dónde conduce Dios tus pasos?
-Busco a Campero Blanco. ¿No sabes
tú dónde está? -Pues no; yo no lo sé. Pero aguarda un poco: llamaré a todos
mis fieles servidores y se lo preguntaré.
El viejo salió al porche, tañó un
caramillo de plata, y al instante empe-zaron a acudir avecillas desde todas partes.
Acudieron tantas, que ocultaron el cielo entero como una nube negra.
El viejo lanzó un grito sonoro y
luego un silbido estridente.
-Avecillas viajeras; fieles
servidoras mías: ¿habéis visto a Campero Blanco o habéis oído hablar de él?
-No. Ni le hemos visto ni hemos
oído hablar de él.
-Entonces, zarévich Iván -dijo el
viejo, te recomiendo que vayas a ver a mi hermano mayor. Quizá pueda él
decirte algo. Toma este ovillo, arrójalo delante de ti y dirige tu caballo
hacia donde ruede él.
El zarévich Iván montó en su recio
caballo, arrojó el ovillo al suelo y cabalgó detrás de él. El bosque iba
haciéndose más oscuro por momentos.
Llegó el zarévich frente a una
casita, entró y se halló ante un viejecito canoso como un gerifalte.
-Salud te deseo, abuelo.
-Igual te digo, zarévich ruso. ¿Qué
camino llevas?
-Ando buscando a Campero Blanco.
¿No sabrías tú dónde está?
-Espera un momento que llame a
todos mis fieles servidores para preguntarles a ellos.
El viejecito salió al porche, tañó
un caramillo de plata y, de pronto, se reunieron a su alrededor animales de
todas clases venidos de distintos lugares.
El viejo gritó con fuerza y lanzó
un silbido estridente:
-Animales veloces, fieles
servidores míos, ¿habéis visto a Campero Blanco o habéis oído hablar de él?
-No -contestaron los animales: ni
le hemos visto hi hemos oído hablar de él.
-A ver: contaos vosotros para tener
la seguridad de que habéis venido todos.
Los animales se contaron, y así
descubrieron que faltaba la loba tuerta. El viejecito ordenó que fueran a
buscarla. Partieron inmediatamente unos corredores y la trajeron.
-Vamos a ver, loba tuerta, ¿conoces
tú a Campero Blanco?
-¿Cómo no le voy a conocer, si
nunca me aparto de él? El destruye las tropas y yo me alimento de los
cadáveres.
-¿Y dónde se encuentra ahora?
-En pleno campo, durmiendo en una
tienda montada sobre un alto cerro. Ha luchado contra la bruja Yagá Pata-de-oro
y luego se ha acostado a dormir doce días y doce noches.
-Enséñale el camino al zarévich
Iván.
La loba tuerta emprendió la carrera
y el zarévich la siguió al galope.
Cuando llegó al alto cerro, entró
en la tienda y encontró allí a Campero Blanco profundamente dormido.
«¡Tanto como decían mis hermanas
que él lucha sin reposo, -se dijo, y resulta que se ha acostado a dormir doce
días! ¿Y si echara yo también un sueño?»
Después de pensarlo un poco, el
zarévich Iván se tendió al lado de Campero Blanco. En esto se coló en la
tienda un pajarillo que se puso a revolotear sobre la cabecera pronunciando
estas palabras:
-Despierta y levántate, Campero
Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no
quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un
salto, agarró al pajarillo, le arrancó la pata derecha, lo arrojó fuera de la
tienda y se acostó otra vez al lado de Campero Blanco.
No había conciliado aún el sueño
cuando penetró otro pajarillo y se puso a revolotear sobre la cabecera
diciendo:
-Despierta y levántate, Campero
Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no
quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un
salto, agarró al pajarillo, le arrancó el ala derecha, lo arrojó fuera de la
tienda y se acostó otra vez en el mismo sitio.
Pero detrás del segundo vino un
tercer pajarillo, que se puso a revolotear sobre la cabecera diciendo:
-Despierta y levántate, Campero
Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no
quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un
salto, agarró al pajarillo, le arrancó el pico, luego lo arroj6 fuera y volvió
a acostarse, quedando profundamente dormido.
Cuando le llegó la hora de
despertar, Campero Blanco descubrió a su lado a un bogatir desconocido. Empuñó
su afilada espada para matarle, pero se contuvo a tiempo pensando: «No. El me
ha encontrado a mí dormido y no ha querido mancillar su espada. A mí, que soy
un hombre valiente, no me cuadra ni me haría ningún honor matarle así. Un
hombre dormido es igual que un hombre muerto. Mejor será que le despierte.»
Despertó, efectivamente, al
zarévich Iván y le preguntó:
-¿Eres o no un hombre de bien?
¿Cómo te llamas, di, y a qué vienes?
-Soy el zarévich Iván y he venido a
verte y a medir mis fuerzas con las tuyas.
-Osadía no te falta, zarévich Iván.
Has entrado en la tienda sin pedir permiso a nadie, te has echado a dormir tan
campante... Con eso bastaría para darte muerte.
-¡Para, Campero Blanco! No te
jactes antes de saltar el foso, porque puedes tropezar. Tú tienes dos brazos,
pero tampoco a mí me parió mi madre manco.
Montaron en sus recios caballos,
arremetieron el uno contra el otro y chocaron con tanta fuerza, que las lanzas
volaron hechas pedazos y los nobles caballos doblaron las rodillas.
El zarévich Iván tiró abajo de su
caballo a Campero Blanco y alzó la afilada espada sobre su cabeza.
-No me quites la vida -profirió
Campero Blanco. Te acepto por hermano mayor y he de respetarte como a un
padre.
El zarévich Iván tomó su mano, le
alzó del suelo y le besó en los labios llamándole hermano menor.
-He oído decir -observó luego- que
llevas treinta años peleando contra la bruja Yagá Pata-de-oro. ¿Por qué
motivo?
-Tiene una hija bellísima y yo
quiero quitársela para casarme con ella.
-Bueno, pues si dos hombres se
consideran hermanos como tú y yo -opinó el zarévich, es para todas las
ocasiones. Iremos juntos a luchar.
Montaron en sus caballos y se
lanzaron al campo, donde la bruja Yagá Pata-de-oro había emplazado un número de
tropas infinito. No acomete el halcón a una bandada de palomas con tanto ímpetu
como acometieron los imponentes bogatires a sus adversarios: si muchos segaron
sus espadas, más machacaron los cascos de sus caballos. ¡Fueron miles los que
aniquilaron!
La bruja Yagá escapó
precipitadamente, pero el zarévich Iván se lanzó tras ella. Estaba ya a punto
de alcanzarla, cuando la vio correr hacia el borde de un precipicio, levantar
una trampilla de hierro y desaparecer bajo tierra.
El zarévich Iván y Campero Blanco
compraron gran número de bueyes, fueron sacrificándolos y desollándolos para
hacer tiras sus pellejos y con esas tiras trenzar una cuerda. Pero una cuerda
tan larga, que un extremo estaba allí y el extremo opuesto llegaba al otro
mundo.
-Bájame en seguida -le dijo el
zarévich Iván a Campero Blanco- y no retires la cuerda hasta que yo te haga una
señal tirando desde abajo.
Campero Blanco le descendió hasta
el fondo del precipicio. Cuando estuvo abajo, el zarévich Iván miró a su
alrededor y marchó en busca de la bruja Yagá.
Al cabo de mucho andar, vio a unos
sastres trabajando detrás de una reja.
-¿Qué estáis haciendo? -les
preguntó.
-Ya lo ves, zarévich Iván: estamos
enjaretando tropas para la bruja Yagá.
-¡Ah! ¿Y cómo os apañáis?
-Muy sencillo: en cuanto clavamos
una aguja, sea donde sea. un cosaco monta a caballo con su pica, va a ocupar su
sitio en las filas y marcha a guerrear contra Campero Blanco.
-¡Caramba, muchachos! No se puede
negar que trabajáis deprisa, pero todo esto es una chapuza. A ver: poneos en
fila y veréis qué pronto os enseño yo a trabajar bien.
Todos se alinearon al momento. El
zarévich enarboló su espada y, de un tajo, todas las cabezas salieron
disparadas. Después de acabar con los sastres, reanudó su marcha.
Al cabo de mucho andar, vio a unos
zapateros trabajando detrás de una reja.
-¿Qué hacéis? -preguntó.
-Estamos preparando tropas para la
bruja Yagá Pata-de-oro.
-¡Ah! ¿Y cómo os apañáis,
muchachos?
-Muy sencillo: en cuanto clavamos
una lezna en un objeto cualquiera, un soldado con fusil monta a caballo, va a
ocupar su sitio en las filas y marcha a guerrear contra Campero Blanco.
-¡Caramba, muchachos! No se puede
negar que trabajáis deprisa, pero todo esto es una chapuza. A ver: poneos en
fila y yo os enseñaré a hacerlo mejor.
Todos se alinearon al momento. El
zarévich enarboló su espada y, de un tajo, todas las cabezas salieron
disparadas. Después de acabar con los zapateros, reanudó su marcha.
Caminando -no sé si poco o mucho-
llegó a una gran ciudad muy bella. En aquella ciudad había una morada
principesca y en aquella morada vivía una doncella de indescriptible belleza.
Desde su ventana vio pasar al zarévich Iván y se prendó de sus cabellos negros,
de sus ojos de azor, de sus cejas sedosas y su porte de bogatir. Le invitó a
entrar en su casa, le preguntó a dónde iba y qué empeño le llevaba. El zarévich
le explicó que buscaba a la bruja Yagá Pata-de-oro.
-¡Ay, zarévich Iván! Si yo soy su
hija... Ahora estará durmiendo con sueño de plomo porque se ha acostado a
descansar durante doce días.
Le acompañó hasta fuera de la ciudad
y le explicó el camino que debía seguir.
El zarévich Iván fue hasta donde
estaba la bruja Yagá Pata-deoro, la encontró dormida y le cortó el cuello de
un tajo de su espada. La cabeza salió rodando a la vez que decía:
-¡Pega otro tajo, zarévich Iván!
-No. Cuando pega un bogatir, con un
golpe basta.
Volvió a la morada de la hermosa
doncella, que le recibió a manteles puestos. Cuando terminaron su colación, el
zarévich preguntó:
-¿Hay alguien en el mundo más
fuerte que yo o más bella que tú?
-¡Por Dios, zarévich Iván! Yo no
soy ni bonita comparada con la princesa que tiene encerrada el zar de las
serpientes allá en los confines del mundo, en el más remoto de los países. Ella
sí que es una beldad indescriptible. En cuanto a mi belleza, es lo que hubiera
podido conseguir lavándome la cara con el agua en que ella se refresca los
pies.
El zarévich tomó a la linda
doncella por su blanca mano, la condujo hasta el lugar donde colgaba la cuerda
y le hizo la señal convenida a Campero Blanco, que empezó a tirar, y venga a
tirar, hasta que sacó a la luz del día al zarévich Iván y a la hermosa
doncella.
-Ya estoy de vuelta, Campero
Blanco, y aquí te traigo a tu prometida. Disfruta de la vida, diviértete y no
sufras por nada. En cuanto a mí, voy al reino de las serpientes.
Montó en su caballo, se despidió de
Campero Blanco y de su prometida y galopó hacia los confines de la tierra.
No sé si galopó mucho o poco
tiempo, si bajó o subió montañas, porque las cosas se dicen muy pronto, pero
se tarda mucho en hacerlas... Sin embargo, el hecho es que llegó al reino de
las serpientes, mató al zar de todas ellas, rescató a la hermosa princesa y se
casó con ella.
Luego volvió a su casa con su joven
esposa, y allí vivieron muchos años felices y en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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