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domingo, 11 de agosto de 2013

El zarevich ivan y campero blanco

En cierto reino, en cierto país, vivía un zar que tenía tres hijas y un hijo: el zarévich Iván. El zar llegó a viejo, falleció, y heredó la corona su hijo, el zarévich Iván.
Apenas se enteraron los reyes vecinos, aprestaron un número infinito de soldados y le declararon la guerra.
Perplejo, el zarévich Iván fue a consultar con sus hermanas.
-Hermanas queridas, ¿qué debo hacer? -les preguntó. To­dos los reyes han aprestado tropas contra mí.
-¡Vaya guerrero valiente! ¡De poco te asustas! ¿No sabes que Campero Blanco lleva treinta años luchando contra la bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse dell caballo ni tomar ningún reposo? ¿Y tú te asustas antes de haber visto nada?
El zarévich Iván ensilló al instante su recio caballo, revistió su armadura, tomó la espada mágica, una larga pica y una fusta de seda, hizo sus oraciones y partió contra el enemigo. Todos sus ad­versarios perecieron: tantos como segó su espada machacaron los cascos de su caballo. El zarévich Ivánn volvió a la ciudad, se acostó y estuvo durmiendo tres días y tres noches de un tirón.
Se despertó al cuarto día, salió al balcón y cuando miró hacia los campos vio que los reyes enemigos habían aprestado mayor número de tropas todavía y acampaban de nuevo al pie de los muros de la ciudad.
Muy preocupado, el zarévich fue a consultar con sus herma­nas:
-Hermanas mías -les dijo-: no sé qué hacer. Destruí los primeros ejércitos; pero ahora hay otros delante de la ciudad, y representan una amenaza mayor todavía.
-¡Vaya guerrero valiente! Has combatido un día y has dormi­do tres. ¿No sabes que Campero Blanco lleva treinta años luchan­do contra la bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse del caballo ni to­mar ningún reposo?
El zarévich Iván corrió a las suntuosas caballerizas, ensilló su recio caballo de bogatir, revistió su armadura de combate, se ciñó la espada mágica, agarró con una mano la larga pica y con la otra la fusta de seda, hizo sus oraciones y partió contra el enemigo. No acomete el halcón a una bandada de gansos, cisnes y patos grises con tanto ímpetu como acometió el zarévich Iván a las tropas de sus adversarios: si muchos segó su espada, más machacaron los cascos de su caballo.
Después de vencer aquella fuerza incalculable, el zarévich Iván volvió a su casa, se acostó y estuvo durmiendo seis días y seis no­ches de un tirón.
Se despertó al séptimo día, salió al balcón y cuando miró hacia los campos vio que los reyes enemigos habían aprestado mayor número aún de tropas y de nuevo rodeaban toda la ciudad.
El zarévich Iván acudió a sus hermanas.
-Amables hermanas mías -les dijo: no sé qué hacer. Des­truí los primeros ejércitos, he destruido los segundos, pero hay otros delante de la ciudad, y representan una amenaza mayor todavía.
-¡Vaya guerrero valiente! Has combatido un día y has dormi­do seis de un tirón. ¿No sabes que Campero Blanco lleva treinta años luchando contra la bruja Yagá Pata-de-oro sin bajarse del ca­ballo ni tomar ningún reposo?
Aquellas palabras le parecieron amargas al zarévich Iván. Co­rrió a las suntuosas caballerizas, ensilló su recio caballo de bogatir. revistió su arma-dura de combate, se ciñó la espada mágica, agarró con una mano la larga pica y con la otra la fusta de seda, hizo sus oraciones y partió contra el enemigo. No acomete el halcón a una bandada de gansos, cisnes y patos grises con tanto ímpetu como acometió el zarévich Iván a las tropas de sus adversarios: si mu­chos segó su espada, más machacaron los cascos de su caballo.
Venció a aquellas fuerzas tan numerosas, volvió a su casa, se acostó y estuvo durmiendo nueve días y nueve noches de un ti­rón.
Se despertó al décimo día y convocó a todos los ministros y los senadores.
-Señores ministros y senadores míos: tengo el propósito de marchar a países extranjeros para conocer a Campero Blanco. Os pido que en mi ausencia llevéis todos los asuntos con tiento y sabi­duría, rigiéndoos siempre por la justicia.
Dicho lo cual, se despidió de sus hermanas, montó a caballo y se puso en camino.
Llevaba ya cierto tiempo cabalgando -poco o mucho, no lo sé, cuando penetró en un bosque oscuro y se encontró con una casita donde habitaba un hombre muy viejo.
-Salud te deseo, abuelo.
-Lo mismo te digo, zarévich Iván. ¿Hacia dónde conduce Dios tus pasos?
-Busco a Campero Blanco. ¿No sabes tú dónde está? -Pues no; yo no lo sé. Pero aguarda un poco: llamaré a to­dos mis fieles servidores y se lo preguntaré.
El viejo salió al porche, tañó un caramillo de plata, y al instante empe-zaron a acudir avecillas desde todas partes. Acudieron tan­tas, que ocultaron el cielo entero como una nube negra.
El viejo lanzó un grito sonoro y luego un silbido estridente.
-Avecillas viajeras; fieles servidoras mías: ¿habéis visto a Cam­pero Blanco o habéis oído hablar de él?
-No. Ni le hemos visto ni hemos oído hablar de él.
-Entonces, zarévich Iván -dijo el viejo, te recomiendo que vayas a ver a mi hermano mayor. Quizá pueda él decirte algo. To­ma este ovillo, arrójalo delante de ti y dirige tu caballo hacia donde ruede él.
El zarévich Iván montó en su recio caballo, arrojó el ovillo al suelo y cabalgó detrás de él. El bosque iba haciéndose más oscuro por momentos.
Llegó el zarévich frente a una casita, entró y se halló ante un viejecito canoso como un gerifalte.
-Salud te deseo, abuelo.
-Igual te digo, zarévich ruso. ¿Qué camino llevas?
-Ando buscando a Campero Blanco. ¿No sabrías tú dónde está?
-Espera un momento que llame a todos mis fieles servidores para preguntarles a ellos.
El viejecito salió al porche, tañó un caramillo de plata y, de pron­to, se reunieron a su alrededor animales de todas clases venidos de distintos lugares.
El viejo gritó con fuerza y lanzó un silbido estridente:
-Animales veloces, fieles servidores míos, ¿habéis visto a Cam­pero Blanco o habéis oído hablar de él?
-No -contestaron los animales: ni le hemos visto hi hemos oído hablar de él.
-A ver: contaos vosotros para tener la seguridad de que ha­béis venido todos.
Los animales se contaron, y así descubrieron que faltaba la lo­ba tuerta. El viejecito ordenó que fueran a buscarla. Partieron in­mediatamente unos corredores y la trajeron.
-Vamos a ver, loba tuerta, ¿conoces tú a Campero Blanco?
-¿Cómo no le voy a conocer, si nunca me aparto de él? El destruye las tropas y yo me alimento de los cadáveres.
-¿Y dónde se encuentra ahora?
-En pleno campo, durmiendo en una tienda montada sobre un alto cerro. Ha luchado contra la bruja Yagá Pata-de-oro y lue­go se ha acostado a dormir doce días y doce noches.
-Enséñale el camino al zarévich Iván.
La loba tuerta emprendió la carrera y el zarévich la siguió al ga­lope.
Cuando llegó al alto cerro, entró en la tienda y encontró allí a Campero Blanco profundamente dormido.
«¡Tanto como decían mis hermanas que él lucha sin reposo, -se dijo, y resulta que se ha acostado a dormir doce días! ¿Y si echara yo también un sueño?»
Después de pensarlo un poco, el zarévich Iván se tendió al la­do de Campero Blanco. En esto se coló en la tienda un pajarillo que se puso a revolotear sobre la cabecera pronunciando estas pa­labras:
-Despierta y levántate, Campero Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un salto, agarró al pajarillo, le arrancó la pata derecha, lo arrojó fuera de la tienda y se acostó otra vez al lado de Campero Blanco.
No había conciliado aún el sueño cuando penetró otro pajarillo y se puso a revolotear sobre la cabecera diciendo:
-Despierta y levántate, Campero Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un salto, agarró al pajarillo, le arrancó el ala derecha, lo arrojó fuera de la tienda y se acostó otra vez en el mismo sitio.
Pero detrás del segundo vino un tercer pajarillo, que se puso a revolotear sobre la cabecera diciendo:
-Despierta y levántate, Campero Blanco, y dale la peor de las muertes a mi hermano el zarévich Iván, si no quieres que te mate él a ti cuando se levante.
El zarévich Iván se incorporó de un salto, agarró al pajarillo, le arrancó el pico, luego lo arroj6 fuera y volvió a acostarse, que­dando profundamente dormido.
Cuando le llegó la hora de despertar, Campero Blanco descu­brió a su lado a un bogatir desconocido. Empuñó su afilada espa­da para matarle, pero se contuvo a tiempo pensando: «No. El me ha encontrado a mí dormido y no ha querido mancillar su espada. A mí, que soy un hombre valiente, no me cuadra ni me haría nin­gún honor matarle así. Un hombre dormido es igual que un hom­bre muerto. Mejor será que le despierte.»
Despertó, efectivamente, al zarévich Iván y le preguntó:
-¿Eres o no un hombre de bien? ¿Cómo te llamas, di, y a qué vienes?
-Soy el zarévich Iván y he venido a verte y a medir mis fuer­zas con las tuyas.
-Osadía no te falta, zarévich Iván. Has entrado en la tienda sin pedir permiso a nadie, te has echado a dormir tan campante... Con eso bastaría para darte muerte.
-¡Para, Campero Blanco! No te jactes antes de saltar el foso, porque puedes tropezar. Tú tienes dos brazos, pero tampoco a mí me parió mi madre manco.
Montaron en sus recios caballos, arremetieron el uno contra el otro y chocaron con tanta fuerza, que las lanzas volaron hechas pedazos y los nobles caballos doblaron las rodillas.
El zarévich Iván tiró abajo de su caballo a Campero Blanco y alzó la afilada espada sobre su cabeza.
-No me quites la vida -profirió Campero Blanco. Te acepto por hermano mayor y he de respetarte como a un padre.
El zarévich Iván tomó su mano, le alzó del suelo y le besó en los labios llamándole hermano menor.
-He oído decir -observó luego- que llevas treinta años pe­leando contra la bruja Yagá Pata-de-oro. ¿Por qué motivo?
-Tiene una hija bellísima y yo quiero quitársela para casarme con ella.
-Bueno, pues si dos hombres se consideran hermanos como tú y yo -opinó el zarévich, es para todas las ocasiones. Iremos juntos a luchar.
Montaron en sus caballos y se lanzaron al campo, donde la bruja Yagá Pata-de-oro había emplazado un número de tropas infinito. No acomete el halcón a una bandada de palomas con tanto ímpe­tu como acometieron los imponentes bogatires a sus adversarios: si muchos segaron sus espadas, más machacaron los cascos de sus caballos. ¡Fueron miles los que aniquilaron!
La bruja Yagá escapó precipitadamente, pero el zarévich Iván se lanzó tras ella. Estaba ya a punto de alcanzarla, cuando la vio correr hacia el borde de un precipicio, levantar una trampilla de hierro y desaparecer bajo tierra.
El zarévich Iván y Campero Blanco compraron gran número de bueyes, fueron sacrificándolos y desollándolos para hacer tiras sus pellejos y con esas tiras trenzar una cuerda. Pero una cuerda tan larga, que un extremo estaba allí y el extremo opuesto llegaba al otro mundo.
-Bájame en seguida -le dijo el zarévich Iván a Campero Blanco- y no retires la cuerda hasta que yo te haga una señal ti­rando desde abajo.
Campero Blanco le descendió hasta el fondo del precipicio. Cuando estuvo abajo, el zarévich Iván miró a su alrededor y mar­chó en busca de la bruja Yagá.
Al cabo de mucho andar, vio a unos sastres trabajando detrás de una reja.
-¿Qué estáis haciendo? -les preguntó.
-Ya lo ves, zarévich Iván: estamos enjaretando tropas para la bruja Yagá.
-¡Ah! ¿Y cómo os apañáis?
-Muy sencillo: en cuanto clavamos una aguja, sea donde sea. un cosaco monta a caballo con su pica, va a ocupar su sitio en las filas y marcha a guerrear contra Campero Blanco.
-¡Caramba, muchachos! No se puede negar que trabajáis de­prisa, pero todo esto es una chapuza. A ver: poneos en fila y ve­réis qué pronto os enseño yo a trabajar bien.
Todos se alinearon al momento. El zarévich enarboló su espa­da y, de un tajo, todas las cabezas salieron disparadas. Después de acabar con los sastres, reanudó su marcha.
Al cabo de mucho andar, vio a unos zapateros trabajando de­trás de una reja.
-¿Qué hacéis? -preguntó.
-Estamos preparando tropas para la bruja Yagá Pata-de-oro.
-¡Ah! ¿Y cómo os apañáis, muchachos?
-Muy sencillo: en cuanto clavamos una lezna en un objeto cual­quiera, un soldado con fusil monta a caballo, va a ocupar su sitio en las filas y marcha a guerrear contra Campero Blanco.
-¡Caramba, muchachos! No se puede negar que trabajáis de­prisa, pero todo esto es una chapuza. A ver: poneos en fila y yo os enseñaré a hacerlo mejor.
Todos se alinearon al momento. El zarévich enarboló su espa­da y, de un tajo, todas las cabezas salieron disparadas. Después de acabar con los zapateros, reanudó su marcha.
Caminando -no sé si poco o mucho- llegó a una gran ciu­dad muy bella. En aquella ciudad había una morada principesca y en aquella morada vivía una doncella de indescriptible belleza. Desde su ventana vio pasar al zarévich Iván y se prendó de sus cabellos negros, de sus ojos de azor, de sus cejas sedosas y su por­te de bogatir. Le invitó a entrar en su casa, le preguntó a dónde iba y qué empeño le llevaba. El zarévich le explicó que buscaba a la bruja Yagá Pata-de-oro.
-¡Ay, zarévich Iván! Si yo soy su hija... Ahora estará durmiendo con sueño de plomo porque se ha acostado a descansar durante doce días.
Le acompañó hasta fuera de la ciudad y le explicó el camino que debía seguir.
El zarévich Iván fue hasta donde estaba la bruja Yagá Pata-de­oro, la encontró dormida y le cortó el cuello de un tajo de su espa­da. La cabeza salió rodando a la vez que decía:
-¡Pega otro tajo, zarévich Iván!
-No. Cuando pega un bogatir, con un golpe basta.
Volvió a la morada de la hermosa doncella, que le recibió a manteles puestos. Cuando terminaron su colación, el zarévich pre­guntó:
-¿Hay alguien en el mundo más fuerte que yo o más bella que tú?
-¡Por Dios, zarévich Iván! Yo no soy ni bonita comparada con la princesa que tiene encerrada el zar de las serpientes allá en los confines del mundo, en el más remoto de los países. Ella sí que es una beldad indescriptible. En cuanto a mi belleza, es lo que hu­biera podido conseguir lavándome la cara con el agua en que ella se refresca los pies.
El zarévich tomó a la linda doncella por su blanca mano, la con­dujo hasta el lugar donde colgaba la cuerda y le hizo la señal con­venida a Campero Blanco, que empezó a tirar, y venga a tirar, hasta que sacó a la luz del día al zarévich Iván y a la hermosa doncella.
-Ya estoy de vuelta, Campero Blanco, y aquí te traigo a tu prometida. Disfruta de la vida, diviértete y no sufras por nada. En cuanto a mí, voy al reino de las serpientes.
Montó en su caballo, se despidió de Campero Blanco y de su prometida y galopó hacia los confines de la tierra.
No sé si galopó mucho o poco tiempo, si bajó o subió monta­ñas, porque las cosas se dicen muy pronto, pero se tarda mucho en hacerlas... Sin embargo, el hecho es que llegó al reino de las serpientes, mató al zar de todas ellas, rescató a la hermosa prince­sa y se casó con ella.
Luego volvió a su casa con su joven esposa, y allí vivieron mu­chos años felices y en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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