Erase un
campesino que tenía tres hijos. Vivía bien acomodado y había juntado dos
calderos de monedas. Uno lo enterró en el granero y el otro debajo del portón.
Murió el
campesino sin decirle a nadie nada del dinero.
Una vez
que había fiesta en la aldea, iba un violinista por la calle para tocar en ella
cuando, de repente, se lo tragó la tierra. Se lo tragó la tierra y fue a parar
al infierno, precisamente en el sitio donde estaba purgando sus culpas el rico
campesino.
-¡Hola,
hombre! Yo a ti te conozco -dijo el violinista.
-A mal
sitio has venido a parar -contestó el campesino. Esto es el infierno y yo
estoy en el infierno.
-¿Y por
qué razón estás aquí?
-Por
culpa del dinero. Yo tenía mucho dinero. Nunca le di limosna a un pobre. Antes
de morir, enterré dos calderos llenos de monedas. Y ahora empezarán a
atormentarme, a apalearme, a despedazarme con sus garras...
-¿Y qué
hago yo? Son capaces de atormentarme a mí también.
-Mira:
escóndete encima de la estufa, detrás de la chimenea, y pásate tres años sin
comer. Así te salvarás.
El
violinista se escondió detrás de la chimenea. Llegaron los demonios y se
pusieron a golpear al rico campesino.
-Toma,
toma, ricachón -decían al pegarle. Después de juntar tanto dinero, no has sido
capaz de esconderlo en un sitio adecuado. Lo has enterrado donde nosotros no lo
podemos sacar. Por el portón están entrando constantemente carros y las
caballerías nos tienen las cabezas machacadas con sus cascos y, en el granero,
nos atizan con sus mayales los trilladores.
Apenas se
alejaron los demonios, le dijo el campesino al violinista:
-Si
logras escapar de aquí, diles a mis hijos que saquen el dinero: un caldero está
enterrado debajo del portón y otro en el granero. Y que lo repartan entre los
pobres.
Luego
acudieron muchos demonios y le preguntaron al rico campesino:
-¿Cómo es
que huele aquí a ruso?
-Será
que, como habéis andado por Rusia, os ha quedado a vosotros el olor -contestó
el campesino.
-¡Qué va!
Empezaron
a buscar, dieron con el violinista y gritaron:
-Ja, ja!
¡Pero si hay aquí un violinista!
Le
echaron abajo de la estufa y le obligaron a tocar el violín. Tres años se pasó
tocando, y a él le parecieron tres días. Rendido ya, dijo:
-¡Qué
cosa tan rara! A veces, con una velada que estuviera tocando, reventaba todas
la cuerdas. Ahora, en cambio, llevo tres días tocando y no se ha roto ninguna.
¡Alabado sea Dios!
No había
terminado de hablar cuando saltaron todas la cuerdas.
-Amigos
-les dijo entonces a los diablos: ya veis que han saltado todas las cuerdas.
No puedo seguir tocando.
-Aguarda
-dijo uno de los demonios: yo tengo dos mazos de cuerdas. Ahora te las traeré.
Efectivamente,
las trajo al momento. El violinista las puso en su sitio y no hizo más que
decir: «¡Alabado sea Dios!», cuando también reventaron.
-Estas
cuerdas vuestras no me sirven, amigos. Yo tengo otras en mi casa. Dejadme que
vaya a buscarlas.
Pero los
demonios no querían dejarle marchar.
-Te
escaparás -decían.
-Bueno,
pues si no me creéis, que venga alguno de vosotros conmigo.
Los
diablos eligieron a uno de ellos para que acompañara al violinista. El
violinista llegó a la aldea y oyó que en la primera casa estaban de boda.
-Vamos a
entrar -le propuso al diablo.
-Bueno.
Entraron
en la casa. Al reconocer al violinista, todo el mundo empezó a preguntarle:
-¿Dónde
has andado estos tres años, muchacho?
-En el
otro mundo.
Estuvieron
allí un rato divirtiéndose y el diablo le dijo al violinista:
-Ya es
hora de volver.
-Espera
todavía un poco. Deja que toque el violín en honor de los recién casados.
Allí
estuvieron hasta que cantaron los gallos y el diablo desapareció. Entonces les
explicó el violinista a los hijos del rico campesino:
-Vuestro
padre os manda sacar el dinero (un caldero está enterrado debajo del portón y
el otro en el granero) y repartirlo entre los pobres.
Conque
desenterraron los dos calderos y empezaron a repartir el dinero entre los
pobres. Pero cuantas más monedas repartían más monedas aparecían,
Terminaron
colocando aquellos dos calderos en una encrucijada para que todo el que pasara
por allí se llevara un puñado de monedas. Pero el dinero no mermaba.
Fueron a
presentarle humildemente un escrito al zar diciendo lo que ocurría. Y él
encontró la solución. Porque el caso es que había una ciudad a la que sólo se
podía llegar dando un rodeo de cincuenta verstas, aunque en línea recta sólo
distaba cinco de la capital. De manera que el soberano mandó construir un
puente recto de cinco verstas, y en esa obra se invirtió todo el contenido de
los calderos.
Precisamente
por entonces una muchacha soltera dio a luz un niño y lo dejó abandonado. La
criatura se pasó tres años sin comer ni beber, acompañado siempre por un ángel
de Dios. Un día llegó ese niño al puente y exclamó:
-¡Qué
puente tan hermoso! Dios conceda el reino de los cielos a la persona que dio el
dinero para construirlo.
Dios
escuchó esta plegaria y mandó a sus ángeles que dejaran salir del infierno al
rico campesino.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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