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domingo, 11 de agosto de 2013

El tonto y el abedul

En cierto reino, en cierto país, vivía un viejo que tenía tres hijos. Dos eran listos y el otro tonto.
Murió el viejo, y los hijos echaron a suertes para repartirse su herencia. A los listos les correspondieron muchos bienes, y en cambio al tonto solamente un buey de mala muerte.
Llegó el día de la feria, y los hermanos listos se prepararon para ir. Entonces dijo el tonto:
-También iré yo a vender mi buey, hermanos.
Ató una cuerda a los cuernos del buey y emprendió el camino de la ciudad. Tenía que cruzar el bosque, y en el bosque había un viejo abedul seco. Cuando soplaba el viento, la madera seca crujía. «¿Qué me dirá el abedul? -se preguntó el tonto-. ¿Será que quiere comprarme el buey?» Y le dijo:
-Bueno, pues si lo quieres, cómpralo. Estoy dispuesto a venderlo. Quiero veinte rublos por él. No puede ser menos. Conque venga el dinero.
El abedul, claro, no contestó nada; pero siguió crujiendo. Le pareció al tonto que se lo pedía fiado.
-Bueno, de acuerdo: esperaré hasta mañana.
Ató el buey al abedul, se,despidió de él y volvió a su casa. Los hermanos listos le preguntaron:
-¿Qué, tonto? ¿Has vendido el buey?
-Sí.
-¿A buen precio?
-Por veinte rublos.
-¿Y el dinero?
-No lo he cobrado todavía. Me ha dicho que vuelva mañana.
-¡Cuidado que eres pánfilo!
A la mañana siguiente se levantó el tonto, se vistió y fue a pedirle el dinero al abedul. Llegó al bosque, y allí estaba el abedul, mecido por el viento, pero el buey había desaparecido: por la noche lo habían devorado los lobos.
-Bueno, paisano, afloja el dinero. Tú mismo me prometiste pagarme hoy.
Sopló el viento, el abedul se meció crujiendo y dijo el tonto:
-¡Qué poca formalidad! Ayer me dijiste que me pagarías hoy y hoy dices que mañana. En fin... Esperaré otro día, pero nada más, porque yo necesito el dinero.
Volvió a su casa, y otra vez los hermanos a preguntar:
-¿Has cobrado tu dinero?
-Pues, no. Tendré que esperar otro día.
-¿Pero a quién se lo has vendido?
-A un abedul seco que hay en el bosque.
-¡Valiente tonto!
Al tercer día agarró el tonto un hacha y se encaminó al bosque. Llegó y le exigió su dinero al abedul, que no hacía más que crujir.
-¡Quia, paisano! Si vas a darme largas un día tras otro, no cobraré nunca. Y como no me gustan las bromas pesadas, ahora verás cómo las gasto yo.
La emprendió a hachazos con el abedul haciendo volar astillas hacia todos los lados. Pero en el tronco de aquel abedul había un agujero donde unos salteadores habían escondido un caldero lleno de monedas de oro.
Cuando el árbol se partió por la mitad, el tonto descubrió aquel tesoro. Arrambló con todo lo que pudo amontonar en el faldón de la camisa, lo llevó a su casa y se lo enseñó a sus hermanos.
-¿Dónde has conseguido todo eso?
-Me lo ha dado el paisano que me compró el buey. Y no está todo aquí. Ni siquiera he traído la mitad. Vamos a buscar el resto.
Fueron los tres al bosque, recogieron todo el dinero y se encaminaron de vuelta a su casa.
-Oye, tonto: no se te ocurra decirle a nadie que tenemos tantas monedas de oro -advirtieron los hermanos listos.
-Claro que no...
En esto se encontraron con el sacristán.
-¿Qué traéis del bosque, muchachos?
-Setas -contestaron los listos.
Pero el tonto protestó:
-Están mintiendo. Lo que traemos es dinero: mira.
El sacristán se quedó primero sin respiración, pero luego cayó sobre las monedas y empezó a meterse puñados en los bolsillos.
El tonto, indignado, le atizó con el hacha y lo dejó allí tieso.
-¡Este tonto! ¿Te das cuenta de lo que has hecho? -gritaron los hermanos-. Estás perdido y nos has perdido a nosotros. ¿Qué hacemos ahora con el cadáver?
Después de pensarlo mucho, lo arrastraron hasta una cueva vacía y allí lo abandonaron.
Ya de noche, le dijo el hermano mayor al mediano:
-Esto no me gusta nada. Cuando empiecen a buscar al sacristán, el tonto lo contará todo. Vamos a matar al chivo, lo tiramos en la cueva y enterramos el cadáver del sacristán en otra parte.
Esperaron todavía y, en plena noche, mataron al chivo, lo arrojaron a la cueva y el cadáver del sacristán lo enterraron en otra parte.
Pasaron unos días, la gente empezó a buscar al sacristán y a preguntar por todas partes... Hasta que saltó el tonto:
-¿Y para qué lo queréis? Porque yo le maté hace unos días con el hacha, y mis hermanos lo tiraron a una cueva.
Inmediatamente le exigieron al tonto:
-Llévanos donde sea...
El tonto se metió en la cueva, encontró la cabeza del chivo y preguntó:
-¿Tenía el pelo negro vuestro sacristán?
-Sí.
-¿Y tenía barba?
-Sí que la tenía.
-¿Y cuernos?
-¿Qué dices de cuernos, tonto?
-No tenéis más que verlos... -y lanzó fuera la cabeza del chivo.
La gente, viendo que se trataba de un chivo, puso al tonto de vuelta y media y luego cada cual se fue a su casa.
Aquí termina el cuento. Conque dame de miel un cuenco.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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