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domingo, 11 de agosto de 2013

El zarevich embrujado

Erase un mercader que tenía tres hijas. Iba a emprender un viaje a otras tierras para comprar mercaderías y les preguntó:
-¿Qué queréis que os traiga de allende los mares, hijas?
La mayor pidió un traje nuevo, la mediana también, pero la menor tomó una hoja de papel, dibujó una flor y dijo:
-A mí, bátiushka, tráeme una flor como ésta.
El mercader anduvo mucho tiempo por distintos países, pero no encontró ninguna flor igual.
Regresaba a su casa, cuando por el camino vio un palacio magnífico, con sus miradores y torres, rodeado de un jardín. Entró a dar un paseo por allí. Había multitud de árboles y de flores. Las flores eran a cual más bella, y al fijarse descubrió una igualita a la que le dibujó su hija. «Voy a arrancarla para mi hija querida -pensó. Por aquí no hay alma viviente, conque nadie me verá.»
Se agachó, arrancó la flor, pero en ese mismo momento se levantó un vendaval, retumbaron truenos y el mercader se encontró ante un monstruo espantoso: un horrible culebrón con alas y tres cabezas.
-¿Cómo te atreves a robar en mi jardín? -le gritó el culebrón al mercader. ¿Por qué has arrancado esa flor?
Asustado, el mercader cayó de rodillas y le pidió que le perdonara.
-Está bien -contestó el culebrón. Voy a perdonarte, pero con una condición: a la primera persona que acuda a recibirte cuando vuelvas a tu casa, tienes que mandármela a mí para toda la vida. Y no olvides que, si me engañas, no te librarás de mí, porque te encontraré dondequiera que te escondas.
El mercader aceptó. Cuando iba llegando a su casa, la hija menor le vio por la ventana y salió corriendo a su encuentro. Al comerciante se le cayó el alma a los pies. No pudo contener las lágrimas amargas al ver a su hija preferida.
-¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras, bátiushka?
El padre le entregó la florecilla y le explicó lo que le había sucedido.
-¡No te preocupes, bátiushka! Dios mediante, también allí me encontraré a gusto. Llévame al culebrón.
El padre fue a llevarla. La dejó en el palacio, se despidió de ella y regresó a su casa.
La linda doncella, hija del mercader, recorrió distintos aposentos, donde todo eran dorados y terciopelos, pero no vio a nadie. Allí no había alma viviente. Sin embargo, corría el tiempo y la muchacha pensó al sentir apetito: «De buena gana comería yo algo.» Sólo le había pasado la idea por la imaginación cuando ya tenía delante una mesa servida con manjares, bebidas y dulces. La muchacha se sentó, comió, bebió y, cuando se levantó, desapareció todo.
Luego anocheció. La hija del mercader entró en su dormitorio para acostarse. De pronto se levantó un vendaval y apareció delante de ella el culebrón de las tres cabezas.
-Buenas noches, hermosa doncella. Prepárame un lecho junto a esta puerta.
La muchacha obedeció, le preparó un lecho junto a la puerta y ella se acostó en la cama.
Se despertó por la mañana. Tampoco había alma viviente en todo el palacio. Lo bueno era que, apenas deseaba una cosa, ya la tenía delante. Al anochecer llegó el culebrón volando y ordenó:
-Ahora, hermosa doncella, prepárame un lecho al lado de tu cama.
La muchacha le preparó un lecho al lado de su cama. Transcurrió la noche. Cuando se despertó la muchacha, el palacio estaba otra vez desierto.
Por tercera vez llegó el culebrón al caer la noche y dijo:
-Ahora, hermosa doncella, me acostaré contigo en tu cama. Aunque a la hija del mercader le daba miedo acostarse en la misma cama que aquel monstruo espantoso, no le quedó más remedio que obedecer. Haciendo un gran esfuerzo, se acostó con él.
Por la mañana le dijo el culebrón:
-Si te aburres, preciosa, ve a ver a tu padre y a tus hermanas. Pasa el día con ellos, pero vuelve al anochecer. Y no te retrases. Mira que, si te retrasas, aunque sea un minuto, me moriré de pena.
-No me retrasaré, no -contestó la hija del mercader.
Salió al porche. Hacía ya tiempo que la esperaba una carroza. Nada más subir a ella, se encontró delante de la casa paterna.
-¡Hija querida! ¿Cómo vives con el amparo de Dios? ¿Te en cuentras bien? -preguntó el padre abrazándola y besándola.
-Sí, bátiushka. Todo va bien.
Luego se puso a contar que el palacio era fastuoso, que el culebrón la quería mucho, que todos sus deseos se cumplían al instante...
Las hermanas, al escucharla, rabiaban de envidia. Cuando empezó a oscurecer, la muchacha se dispuso a volver al palacio.
-Ya es hora -dijo, despidiéndose del padre y de las hermanas. No me puedo retrasar.
Las hermanas, envidiosas, se frotaron los ojos con cebollas para fingir que lloraban.
-¡No te marches todavía! ¡Quédate hasta mañana!
Le dio pena de sus hermanas y se quedó hasta el día siguiente. Por la mañana se despidió de todos y volvió al palacio. Lo encontró desierto como de costumbre. Salió al jardín y descubrió al culebrón muerto en un estanque, al que se había arrojado de pena.
-¡Dios mío! -gritó la muchacha. ¿Qué he hecho yo?
Corrió al estanque, sacó al culebrón del agua, abrazó una de sus cabezas y le dio un beso muy fuerte. El culebrón se estremeció y en el mismo instante se convirtió en un apuesto mancebo.
-Gracias, preciosa doncella -exclamó. Me has salvado de un horrible maleficio. Yo no soy un culebrón, sino un zarévich embrujado.
Inmediatamente fueron a casa del mercader, se casaron y vivieron felices y en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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