Erase un
mercader que tenía tres hijas. Iba a emprender un viaje a otras tierras para
comprar mercaderías y les preguntó:
-¿Qué
queréis que os traiga de allende los mares, hijas?
La mayor
pidió un traje nuevo, la mediana también, pero la menor tomó una hoja de papel,
dibujó una flor y dijo:
-A mí,
bátiushka, tráeme una flor como ésta.
El
mercader anduvo mucho tiempo por distintos países, pero no encontró ninguna
flor igual.
Regresaba
a su casa, cuando por el camino vio un palacio magnífico, con sus miradores y
torres, rodeado de un jardín. Entró a dar un paseo por allí. Había multitud de
árboles y de flores. Las flores eran a cual más bella, y al fijarse descubrió
una igualita a la que le dibujó su hija. «Voy a arrancarla para mi hija querida
-pensó. Por aquí no hay alma viviente, conque nadie me verá.»
Se
agachó, arrancó la flor, pero en ese mismo momento se levantó un vendaval,
retumbaron truenos y el mercader se encontró ante un monstruo espantoso: un
horrible culebrón con alas y tres cabezas.
-¿Cómo te
atreves a robar en mi jardín? -le gritó el culebrón al mercader. ¿Por qué has
arrancado esa flor?
Asustado,
el mercader cayó de rodillas y le pidió que le perdonara.
-Está
bien -contestó el culebrón. Voy a perdonarte, pero con una condición: a la
primera persona que acuda a recibirte cuando vuelvas a tu casa, tienes que
mandármela a mí para toda la vida. Y no olvides que, si me engañas, no te
librarás de mí, porque te encontraré dondequiera que te escondas.
El
mercader aceptó. Cuando iba llegando a su casa, la hija menor le vio por la
ventana y salió corriendo a su encuentro. Al comerciante se le cayó el alma a
los pies. No pudo contener las lágrimas amargas al ver a su hija preferida.
-¿Qué te
ocurre? ¿Por qué lloras, bátiushka?
El padre
le entregó la florecilla y le explicó lo que le había sucedido.
-¡No te
preocupes, bátiushka! Dios mediante, también allí me encontraré a gusto.
Llévame al culebrón.
El padre
fue a llevarla. La dejó en el palacio, se despidió de ella y regresó a su casa.
La linda
doncella, hija del mercader, recorrió distintos aposentos, donde todo eran
dorados y terciopelos, pero no vio a nadie. Allí no había alma viviente. Sin
embargo, corría el tiempo y la muchacha pensó al sentir apetito: «De buena gana
comería yo algo.» Sólo le había pasado la idea por la imaginación cuando ya
tenía delante una mesa servida con manjares, bebidas y dulces. La muchacha se
sentó, comió, bebió y, cuando se levantó, desapareció todo.
Luego
anocheció. La hija del mercader entró en su dormitorio para acostarse. De
pronto se levantó un vendaval y apareció delante de ella el culebrón de las
tres cabezas.
-Buenas
noches, hermosa doncella. Prepárame un lecho junto a esta puerta.
La
muchacha obedeció, le preparó un lecho junto a la puerta y ella se acostó en la
cama.
Se
despertó por la mañana. Tampoco había alma viviente en todo el palacio. Lo
bueno era que, apenas deseaba una cosa, ya la tenía delante. Al anochecer llegó
el culebrón volando y ordenó:
-Ahora,
hermosa doncella, prepárame un lecho al lado de tu cama.
La
muchacha le preparó un lecho al lado de su cama. Transcurrió la noche. Cuando
se despertó la muchacha, el palacio estaba otra vez desierto.
Por
tercera vez llegó el culebrón al caer la noche y dijo:
-Ahora,
hermosa doncella, me acostaré contigo en tu cama. Aunque a la hija del mercader
le daba miedo acostarse en la misma cama que aquel monstruo espantoso, no le
quedó más remedio que obedecer. Haciendo un gran esfuerzo, se acostó con él.
Por la
mañana le dijo el culebrón:
-Si te
aburres, preciosa, ve a ver a tu padre y a tus hermanas. Pasa el día con ellos,
pero vuelve al anochecer. Y no te retrases. Mira que, si te retrasas, aunque
sea un minuto, me moriré de pena.
-No me
retrasaré, no -contestó la hija del mercader.
Salió al
porche. Hacía ya tiempo que la esperaba una carroza. Nada más subir a ella, se
encontró delante de la casa paterna.
-¡Hija
querida! ¿Cómo vives con el amparo de Dios? ¿Te en cuentras bien? -preguntó el
padre abrazándola y besándola.
-Sí,
bátiushka. Todo va bien.
Luego se
puso a contar que el palacio era fastuoso, que el culebrón la quería mucho, que
todos sus deseos se cumplían al instante...
Las
hermanas, al escucharla, rabiaban de envidia. Cuando empezó a oscurecer, la
muchacha se dispuso a volver al palacio.
-Ya es
hora -dijo, despidiéndose del padre y de las hermanas. No me puedo retrasar.
Las
hermanas, envidiosas, se frotaron los ojos con cebollas para fingir que
lloraban.
-¡No te
marches todavía! ¡Quédate hasta mañana!
Le dio
pena de sus hermanas y se quedó hasta el día siguiente. Por la mañana se
despidió de todos y volvió al palacio. Lo encontró desierto como de costumbre.
Salió al jardín y descubrió al culebrón muerto en un estanque, al que se había arrojado
de pena.
-¡Dios
mío! -gritó la muchacha. ¿Qué he hecho yo?
Corrió al
estanque, sacó al culebrón del agua, abrazó una de sus cabezas y le dio un beso
muy fuerte. El culebrón se estremeció y en el mismo instante se convirtió en un
apuesto mancebo.
-Gracias,
preciosa doncella -exclamó. Me has salvado de un horrible maleficio. Yo no soy
un culebrón, sino un zarévich embrujado.
Inmediatamente
fueron a casa del mercader, se casaron y vivieron felices y en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario