Eranse un
rico mercader y su esposa. El mercader negociaba en raros y valiosos artículos
que llevaba todos los años a otros países. Una de las veces que cargaba su
barco para salir de viaje, le preguntó a su mujer:
-Dime,
encanto, qué deseas que te traiga de aquellas tierras.
-Me das
tantos caprichos -contestó la mujer, que de todo tengo de sobra. Pero, si
quieres mimarme todavía más y darme una sorpresa, cómprame un prodigio
prodigioso que sea una maravilla maravillosa.
-Bueno.
Te lo compraré si lo encuentro.
Embarcó
el mercader hacia los confines de la tierra, hacia el más lejano de los países.
Atracó junto a una ciudad grande y próspera donde vendió todas sus mercaderías,
compró otras que cargó en su barco y echó a andar por las calles preguntándose
dónde podría encontrar un prodigio prodigioso que fuera una maravilla
maravillosa. En esto, se cruzó con un viejecillo.
-Muy
triste y pensativo andas, buen hombre -le dijo.
-Sí que
ando triste -contestó el mercader. Quiero comprarle a mi mujer un prodigio
prodigioso, maravilla maravillosa, pero no sé dónde encontrarlo.
-¡Haberlo
dicho en seguida! Ven conmigo: yo tengo ese prodigio prodigioso, maravilla
maravillosa y te lo venderé, ya que tanto lo deseas.
Juntos
fueron hasta casa del viejo.
-¿Ves ese
ganso que anda por el patio? -Sí.
-Pues
verás lo que pasa con él... ¡Eh, ganso, ven aquí!
El ganso
entró en la casa. El viejecillo agarró una sartén.
-¡Eh,
ganso, métete en la sartén!
El ganso
se metió en la sartén. El viejecillo lo puso al fuego, lo asó y luego lo llevó
a la mesa.
-Vamos,
buen hombre, siéntate a comer. Pero no tires los huesos debajo de la mesa.
Júntalos aquí todos en un montón.
Se
sentaron a la mesa y entre los dos se comieron el ganso entero. El viejecillo
recogió los huesos mondos, los envolvió en el mantel y los arrojó al suelo
diciendo:
-¡Eh,
ganso! Levanta, sacúdete las plumas y sal al patio.
El ganso
se levantó, sacudió las plumas y salió al patio como si nunca hubiera estado en
la lumbre.
-¡Verdaderamente,
tienes un prodigio prodigioso que es una maravilla maravillosa! -exclamó el
mercader, que acabó comprándoselo al viejo por un precio muy elevado.
El
mercader llevó el ganso al barco y emprendió la vuelta a su tierra.
Ya en su
casa, abrazó a su mujer y le entregó el ganso, explicándole que con él se
podía comer asado todos los días de balde, porque después de asado revivía.
A la
mañana siguiente se marchó el mercader a su tienda, y el amante de la mujer
aprovechó para visitarla. Ella, tan contenta de ver al amado de su corazón,
quiso ofrecerle un buen asado.
-¡Eh,
ganso, ven aquí. -gritó asomándose a la ventana. El ganso entró en la casa.
-¡Eh,
ganso, métete en la sartén!
Pero el
ganso no obedeció, no se metió en la sartén. Muy enfadada, la mujer le pegó con
el mango; pero un extremo del mango quedó inmediata-mente pegado al ganso y el
otro extremo a ella, tan fuerte que no había modo de arrancarlo.
-¡Querido
mío! -gritó la mujer. Arráncame de este mango de la sartén. Se conoce que ese
maldito ganso está hechizado.
El amante
agarró a la mercadera con las dos manos para arrancarla del mango de la sartén,
pero quedó pegado a ella.
El ganso
salió al patio, luego a la calle, tirando de ellos hacia las tiendas. Los
dependientes que los vieron corrieron a desprenderlos, pero todo el que los
tocaba se quedaba también pegado. La gente comenzó a juntarse alrededor,
contemplando aquel prodigio. Como todos, el mercader salió de su tienda y
comprendió que algo raro pasaba. ¿Qué hacía aquel hombre pegado a su mujer?
-Dime
toda la verdad -exclamó, o te quedarás así para siempre.
La
mercadera tuvo que confesar su culpa. El mercader los separó entonces, le dio
una paliza al amante y se llevó a la mujer a su casa, donde la molió a golpes
diciendo:
-¡Toma
prodigio prodigioso! ¡Toma maravilla maravillosa!
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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