En cierto reino, en cierto
país, habitaba un campesino que tenía un macho cabrío y un camero. En verano le
dio pereza segar hierba para ellos, de modo que los pobres animales no tenían
comida cuando llegó el invierno. Empezaron a balar a voz en grito, hasta que
el campesino agarró un látigo y se puso a pegarlos a los dos. Entonces le dijo
el macho cabrío al carnero:
-Vámonos al bosque,
hermano. Encontraremos algún almiar y nos queda-remos allí a vivir.
-Tienes razón: vámonos.
Peor que aquí no lo vamos a pasar...
El macho cabrío le quitó al
amo la escopeta, el carnero se llevó un saco, y se marcharon juntos. Iban
caminando, cuando se encontra-ron una vieja cabeza de lobo.
-Cógela, hermano carnero
-dijo el macho cabrío, y métela en el saco.
-¿Para qué demonios la
queremos? Bastante trabajo cuesta caminar sin ella...
-¡Cógela, hombre! Cuando
hagamos alto, la coceremos y la pondremos en galantina.
El carnero agarró la cabeza
de lobo, la metió en el saco y se echó éste al hombro. Siguieron anda que te
anda, y por fin llegaron al bosque.
-Estoy aterido -dijo el
carnero.
Precisamente en ese momento
vio el macho cabrío un resplandor a lo lejos.
-Mira -dijo-, aquello
parece lumbre. Vamos allá.
Fueron hacia el resplandor
hasta dar derechitos con unos lobos que estaban calentándose en torno a una
hoguera.
El carnero se asustó tanto,
que se quedó casi sin resuello. Pero el macho cabrío le tranquilizó en seguida.
-Tú no temas, carnero -le
dijo, y él mismo se encaminó hacia los lobos saludando-: Hola, muchachos.
-Hola -contestaron los
lobos, que ya estaban relamiéndose de pensar en el festín que iban a darse con
el carnero y el macho cabrío que se les venían solos a las manos.
Pero el macho cabrío lo
tenía todo muy bien pensado.
-A ver, hermano carnero,
trae acá una cabeza de lobo y la pondremos en galantina. Pero, que sea la de un
lobo viejo para que dé más sustancia.
El carnero extrajo del saco
la cabeza de lobo y se la dio.
-¡No es ésta! -le reprendió
el macho cabrío. En el saco hay otra, la del lobo más viejo: ésa es la que
quiero.
El carnero hizo como si
rebuscara en el saco y, después de mucho revolver, le presentó la misma cabeza.
-¡Tú eres tonto! -gritó el
macho cabrío pegando con las pezuñas en el suelo-. ¡Tampoco es ésta! Mira bien
y dame la que está debajo de todas...
El carnero revolvió otra
vez en el saco, y otra vez le dio la única que había.
-¡Por fin la has
encontrado! -exclamó el macho cabrío. Esta es la que yo quería.
Viendo aquello, los lobos
pensaban:
-Sí que han hecho una buena
matanza con los nuestros... Sólo de cabezas, llevan un saco entero.
-¿No tendríais vosotros,
hermanos -preguntó en tanto el macho cabrío-, lo necesario para cocinar nuestra
cena?
Los lobos se levantaron en
seguida y echaron a correr con el pretexto de traer leña, agua o un caldero,
aunque en realidad sólo pensaban en salvar la pelleja mientras era tiempo.
Cuando escapaban, se
encontraron con un oso.
-¿A dónde vais tan
corriendo, lobos grises?
-¡Ah, eres tú! No sabes en
qué apuro estamos. Se han presentado aquí un macho cabrío y un carnero con un
saco lleno de cabezas de lobo y quieren ponerlas en galantina. Conque nos hemos
escapado, no quieran hacer lo mismo con nosotros.
-¡Valientes estúpidos!
-exclamó el oso. El macho cabrío y el carnero se os vienen ellos solitos a las
manos, no tenéis más que coméroslos, y a vosotros os entra miedo. Venid
conmigo.
-Vamos.
Cuando el macho cabrío y el
carnero vieron que volvían los lobos, empezaron a correr de aquí para allá, muy
apurados. El macho trepó a un árbol y se las ingenió para acomodarse en lo
alto; pero el carnero, por mucho que quiso, no pudo subir tanto, y se quedó
colgado de una rama con las patas delanteras. Al llegar el oso y los lobos, se
encontraron con que habían desaparecido el macho cabrío y el carnero. No se los
veía por ninguna parte.
-Hermanos -les dijo el oso
a los lobos-, traedme bellotas para que yo pueda adivinar por ellas dónde se
han metido.
Obedecieron los lobos, y el
oso se sentó debajo del árbol y fue colocando las bellotas en el suelo como
hacen las mujeres cuando echan la buenaventura con habas.
Entre tanto, el carnero le
dijo al macho cabrío:
-Yo no puedo más: me voy a
caer de tanto como me duelen las patas.
-Aguanta un poco, o estamos
perdidos y nos comerán.
El carnero resistió todo lo
que pudo, pero al fin se cayó. En el mismo instante, viendo que todo iba a
echarse a perder, el macho cabrío disparó la escopeta y gritó con todas sus
fuerzas:
-¡Agarra al adivino!
¡Agárralo!
Del susto, el oso echó a
correr como loco, y los lobos detrás. Hasta que desaparecieron todos. Entonces
se bajó el macho cabrío del árbol y no quiso quedarse ya en el bosque.
El carnero y él volvieron a
casa, y allí siguieron viviendo sin más sobresaltos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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