Eranse un
hombre y una mujer. El hombre se dedicaba a asaltar a la gente por los caminos,
y su mujer le ayudaba. Un día que se marchó él a robar como siempre, la mujer
se quedó sola en casa. Precisamente entonces pasaba por la aldea un soldado.
Llamó a la ventana pidiendo:
-¿Podría
pasar aquí la noche, buena mujer?
-Pasa.
El
soldado entró en la casa, se quitó la mochila y se acostó. Al poco rato volvió
el marido. Al ver al soldado, dijo:
-Gracias
a Dios, se ha entrado por la puerta lo que no he encontrado en el gran camino.
Se sentó
a cenar y le mandó a la mujer:
-Despierta
al soldado. Quiero que cene conmigo.
Conque el
soldado se sentó a la mesa. El hombre le sirvió un vaso de vino, que él se
bebió, luego le sirvió otro que también se bebió, pero al tercero se negó a
seguir bebiendo.
-¡Déjate
de artimañas! Bebas o no bebas, de todas formas morirás -advirtió el hombre.
Luego
sacó un hacha de debajo de la mesa y dijo:
-Encomiéndate
a Dios, soldado, porque poco te queda de vida.
El
soldado se puso a pedir y a suplicar casi de rodillas que no lo matara, pero el
otro no se ablandaba. Entonces cayó de hinojos ante los santos iconos y empezó
a rezar con gran celo y devoción, arrepintiéndose de todos sus pecados.
-Termina
de rezar, que ya es hora.
Pero el
soldado continuaba con sus oraciones.
Alguien
golpeó de pronto en la ventana, y una voz desconocida gritó:
-¡Eh,
soldado! ¿Por qué tardas tanto? Llevo mucho tiempo esperándote.
El hombre
soltó el hacha del susto. Entonces el soldado se puso la mochila, salió al
porche, donde encontró una carreta tirada por tres recios caballos que
arrancaron en cuanto subió él y, en nada de tiempo, lo dejaron delante de la
casa de su padre. Carreta y caballos desaparecieron entonces como por ensalmo.
El
soldado dio las gracias a Dios por haberle salvado.Entró en la casa. El padre y
la madre se llevaron una gran alegría al verle. Todo se les hacía poco para
agasajarle.
Llevaba
dos días el soldado en casa de sus padres cuando, al tercero, llegó el mismo
hombre que había querido matarle. Resultó que aquel bandolero estaba casado con
una hermana del soldado, pero éste no lo sabía ni ella le había reconocido.
La madre
puso en seguida la mesa, empezaron a comer, a beber... Pero el bandolero
comprendió que las cosas se ponían feas para él y no probaba la bebida que le
ofrecía el soldado. Entonces dijo éste:
-Bebas o
no bebas, de todas formas morirás.
¡Por Dios santo, hijo! ¿A qué vienen esas
amenazas? -le reprendieron el padre y la madre.
El
soldado les refirió todo lo ocurrido. Entonces agarraron al bandolero, le
pusieron grilletes y le mandaron a la cárcel.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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