Eranse un
zar y una zarina que no tenían hijos. El zar
salió un día a cazar animales de pelo y aves de paso. Estaba acalorado y tenía
sed, cuando vio un pozo allí cerca. Fue hasta él, se inclinó para beber, pero
el zar-oso le agarró de la barba.
-Suéltame
-rogó el zar.
-Te
soltaré si me das lo que hay en tu casa y tú no lo sabes. «¿Qué puede haber en
mi casa que yo no sepa? -se dijo el zar.
Me parece que nada...» Y luego ofreció en voz alta:
-Mejor
será que te dé un rebaño de vacas.
-No. No
quiero un rebaño ni dos.
-Entonces,
llévate una yeguada.
-No. Ni
una yeguada ni dos. Quiero lo que hay en tu casa y tú no lo sabes.
El zar aceptó, liberó la barba y volvió a
su casa. Nada más entrar en palacio, se enteró de que su esposa había dado a
luz dos mellizos: el zarévich Iván y
la zarevna María. ¡Eso era lo que
había en su casa sin que él lo supiera! Se llevó las manos a la cabeza,
llorando amargamente.
-¿Porqué
te afliges tanto? -preguntó la zarina.
-¿Cómo no
voy a afligirme? Le he entregado al zar-oso
mis propios hijos.
-¿Cómo ha
sido eso?
El zar se lo explicó todo a su esposa.
-¡No se
los daremos!
-¡Imposible!
Asolará nuestro reino y de todas maneras se los llevará.
Estuvieron
pensando en lo que podrían hacer, hasta que se les ocurrió una idea. Excavaron
un hoyo muy profundo, lo amueblaron y adornaron como los más lujosos aposentos,
llevaron provisiones de todas clases para que no faltara comida ni bebida,
instalaron allí a sus hijos, techaron el hoyo y lo recubrieron de tierra que
alisaron muy bien.
Al poco
tiempo fallecieron el zar y su
esposa, pero los niños siguieron creciendo. Llegó por fin a buscarlos el zar-oso y miró por todas partes sin
encontrar a nadie. El palacio estaba desierto. Anduvo de un lado para otro,
recorrió la casa entera preguntándose quién podría decirle lo que había sido de
los hijos del zar. En esto vio un
buril clavado en una pared.
-Dime,
buril: ¿sabes dónde están los hijos del zar?
-preguntó el zar-oso.
-Sácame
fuera, tírame al suelo y cava la tierra donde yo me clave.
El zar-oso tomó el buril, salió y lo tiró
al suelo. El buril giró sobre sí mismo, dio unas vueltas y fue a clavarse
precisamente donde estaban escondidos el zarévich
y su hermana María. El zar-oso
escarbó la tierra con las patas, arrancó el techo y exclamó:
-¡Ah!
Conque aquí están el zarévich Iván y
la zarevna María, ¿eh? ¡Os escondíais
de mí! Vuestros padres me engañaron y por eso os voy a devorar.
-No nos
devores, zar-oso. Han quedado muchas
gallinas, muchos gansos y otros animales en los corrales que tenía nuestro
padre. Hay comida de sobra para ti.
-Bueno,
así sea. Ahora montaos encima de mí, que os llevaré a mi casa para que me
sirváis de criados.
Los dos
se montaron en el zar-oso, que los
llevó hasta unas montañas abruptas y tan altas que llegaban hasta el cielo.
Todo en torno estaba desierto. No vivía nadie por allí.
-Tenemos
hambre y sed -dijeron los hermanos.
-Iré a
buscar comida y bebida mientras descansáis aquí un poco -contestó el zar-oso; y se fue, dejando al zarévich y a la zarevna anegados en llanto.
En esto
apareció un hermoso halcón que agitó las alas y pronunció estas palabras:
-¡Oh, zarévich Iván, zarevna María! ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
Ellos se
lo contaron todo.
-¿Y para
qué os ha traído el oso?
-Para que
le sirvamos de criados.
-¿Queréis
que os saque de aquí? Subíos a mis alas.
Ellos
obedecieron, el halcón se remontó por encima de los altos árboles, a ras de la
nube andarina, dirigiéndose hacia países lejanos. Pero en esto regresó el zar-oso, descubrió al halcón allá en lo
alto, pegó con la cabeza contra la tierra húmeda y lanzó una llamarada que le
chamuscó las alas. El halcón tuvo que dejar al zarévich y a la zarevna
en tierra.
-¿Queríais
huir de mí? -dijo el oso. Pues ahora os devoraré sin dejar ni los huesos.
-No nos
devores, y te serviremos fielmente.
El oso
los perdonó y continuó el camino hacia su reino por montañas más altas y más
abruptas aún. Pasó algún tiempo -no sé si poco o mucho- y el zarévich Iván suspiró:
-Tengo
hambre.
-Yo
también -quejóse la zareuna María.
El zar-oso partió en busca de comida,
ordenándoles terminantemente que no se movieran de aquel sitio. Estaban los
dos sentados sobre la hierba verde y llorando a todo llorar, cuando apareció de
pronto un águila, bajó desde más allá de las nubes y les preguntó:
-Zarévich Iván, zarevna María, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
Ellos se
lo contaron todo.
-¿Queréis
que os saque de aquí?
-¡No
podrás! El halcón quiso sacarnos y no lo consiguió. Conque tampoco tú lo
conseguirás.
-El
halcón es un pájaro pequeño. Yo me remontaré más alto que él. Subíos en mis
alas.
El zarévich y la zarevna obedecieron, el águila agitó las alas y se remontó más alto
todavía. En esto regresó el oso, descubrió al águila allá en el cielo, pegó con
la cabeza contra la tierra húmeda y lanzó una llamarada que le chamuscó las
alas. El águila tuvo que dejar al zarévich
y a la zarevna en tierra.
-¿Queríais
escaparos otra vez? -preguntó el oso. Pues ahora os devoraré.
-No nos
devores, por favor. Ha sido cosa del águila. Nosotros te serviremos con toda
fidelidad.
El zar-oso los perdonó por última vez, les
dio de comer y de beber y siguió adelante con ellos...
Pasó
algún tiempo -no sé si poco o mucho- y el zarévich
Iván suspiró:
-Tengo
hambre.
-Yo
también -quejóse la zarevna María.
El zar-oso los dejó allí y fue en busca de
comida. Estaban sentados sobre la hierba verde y llorando a todo llorar, cuando
apareció un novillo-cagalón que les preguntó sacudiendo la cabeza:
-Zarévich Iván, zarevna María, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
Ellos se
lo contaron todo.
-¿Queréis
que os saque de aquí?
-¡No
podrás! El halcón y el águila quisieron sacarnos y no lo consiguieron. Conque
menos lo conseguirás tú -contestaron, y tanto lloraban que apenas se entendían
sus palabras.
-Si esos
pájaros no lo consiguieron, lo conseguiré yo. Subíos encima de mí.
Ellos
obedecieron y el novillo-cagalón echó a correr, aunque no muy de prisa. El oso
se dio cuenta de que el zarévich y la
zarevna se escapaban y se lanzó tras
ellos.
-Novillo-cagalón
-gritaron los hijos del zar: el oso
viene detrás de nosotros.
-¿Está
lejos?
-No.
¡Está muy cerca!
El oso
iba ya a dar un salto para echarles la garra cuando el novillo-cagalón pegó un
apretón... y le dejó los dos ojos tapados. El oso corrió al mar azul a lavarse
los ojos y el novillo-cagalón siguió adelante. Después de lavarse, el zar-oso
se lanzó de nuevo tras él.
-Novillo-cagalón:
el oso viene detrás de nosotros.
-¿Está lejos?
-¿Está lejos?
-No.
¡Está muy cerca!
El oso
les alcanzaba ya, cuando el novillo pegó otro apretón... y le dejó los dos ojos
tapados. Mientras el oso corría a lavarse los ojos, el novillo siguió adelante.
A la tercera vez también le dejó los ojos tapados al oso, pero después le dio
al zarévich Iván un peine y una
toalla diciéndole:
-Si ves que
nos alcanza el zar-oso, tira primero
el peine; a la segunda vez, agita la toalla.
El
novillo-cagalón siguió adelante. Volvió la cabeza el zarévich Iván y vio que el oso corría tras ellos y estaba a punto
de alcan-zarles. Entonces agarró el peine y lo arrojó hacia atrás. De pronto
surgió un bosque tan tupido y frondoso que no habría podido cruzarlo ningún
animal, ni volando ni a rastras, como tampoco ningún hombre, ni a pie ni a
caballo. A fuerza de dentelladas se abrió el oso una trocha, atravesó aquel bosque
virgen y reanudó su carrera en pos de los hijos del zar, que estaban ya muy
lejos, muy lejos. Poco a poco iba dándoles alcance cuando el zarévich Iván miró hacia atrás y agitó
la toalla a sus espaldas, haciendo surgir de pronto un lago de fuego muy ancho,
anchísimo, con olas que iban de una orilla a otra. El zar-oso permaneció allí unos instantes y dio media vuelta, mientras
el novillo-cagalón llegaba a una pradera con el zarévich Iván y la zarevna
María.
En
aquella pradera se alzaba una gran casa espléndida.
-Esta es
vuestra casa -dijo el novillo. Aquí viviréis sin preocupa-ciones. Ahora debéis
hacer una hoguera en el patio y quemarme a mí en ella después de degollarme.
-¡Oh!
-protestaron los hijos del zar. ¿Por
qué vamos a degollarte? Mejor será que te quedes a vivir con nosotros. Te
cuidaremos muy bien, te traeremos hierba fresca y agua de la fuente.
-No.
Tenéis que quemarme y sembrar luego mis cenizas en tres surcos. De uno surgirá
un caballo, de otro un perro y del tercero crecerá un manzano. Ese caballo lo
montarás tú, zarévich Iván, y con ese
perro irás de caza.
Todo se
hizo de esa manera.
Una vez
se le ocurrió al zarévich Iván salir
de caza. Se despidió de su hermana, montó en el caballo y se marchó al bosque.
Mató un ganso, mató una pata y capturó a un lobato vivo, que llevó a su casa.
Viendo el zarévich que estaba en vena
para la caza, se marchó otra vez, mató diversas aves y capturó a un osezno
vivo. A la tercera vez que el zarévich
Iván salió de caza, se le olvidó llevarse al perro.
Mientras
tanto fue la zarevna María a lavar la
ropa. Caminaba junto al lago de fuego, cuando en la otra orilla se posó un
culebrón de seis cabezas que se transformó en un gallardo muchacho y saludó muy
dulcemente a la zarevna:
-Hola,
hermosa doncella.
-Hola,
buen mozo.
-He oído
contar a personas ancianas que este lago no existía en otros tiempos. Si
hubiera un puente bastante alto para cruzarlo, yo pasaría a esa orilla y me
casaría contigo.
-Espera,
que en seguida habrá un puente -contestó la zarevna
María, y agitó la toalla, que al instante formó un arco sobre el lago,
transformándose en bello puente.
El
culebrón pasó por el puente, recobró su forma anterior, encerró al perro del zarévich Iván bajo candado y arrojó la
llave al lago. Después agarró a la zarevna
y se la llevó.
Volvió el
zarévich Iván de la caza y se
encontró con que su hermana había desaparecido y el perro aullaba, encerrado.
Luego vio el puente sobre el lago y se dijo:
«Seguro
que el culebrón se ha llevado a mi hermana.»
Partió en
su busca y, al cabo de mucho andar, encontró en medio del campo una casita
montada sobre patas de gallina.
-Casita, casita -le dijo: vuélvete de espaldas al bosque y de cara hacia mí.
-Casita, casita -le dijo: vuélvete de espaldas al bosque y de cara hacia mí.
La casita
giró sobre sí misma. El zarévich
entró y allí vio a la bruja Yagá acostada, con la pata de hueso estirada de una
esquina a otra y la nariz clavada en el techo.
-F-f-f...
F-f-f... -exclamó la bruja. Nunca se había notado aquí el olor a ruso, pero
ahora se palpa y se mete por la nariz. ¿A qué has venido, zarévich Iván?
-He
venido por si puedes remediar mi pena.
-¿Y qué
pena es ésa?
El zarévich se lo contó todo.
-Bueno,
pues vuelve a tu casa. Al manzano que crece en el huerto, arráncale tres
varitas verdes y trénzalas. Luego pega con ellas en el candado de la puerta
donde está encerrado el perro, y el candado saltará hecho pedazos. Marcha
entonces valientemente contra el culebrón, que no podrá nada contra ti.
El zarévich Iván volvió a su casa, liberó
al perro, que salió de su encierro hecho una fiera, y llevándose también al
lobato y al osezno fue a luchar contra el culebrón. Los tres animales se
lanzaron sobre él y lo despedazaron. El zarévich
Iván se llevó a la zarevna María y
los hermanos vivieron desde entonces tan tranquilos y en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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