Erase un campesino que
tenía un perro muy bueno, pero tan viejo ya, que había dejado de ladrar y
vigilar el corral y los graneros. El campesino no quiso seguir manteniéndolo con
su pan y lo echó a la calle.
El perro se marchó entonces
al bosque y se acostó debajo de un árbol para morir allí. En esto llega un oso
y le pregunta:
-¿Por qué estás acostado
aquí?
-Porque he venido a morirme
de hambre. Ya ves cómo son ahora los hombres: mientras tienes fuerzas, te dan
la comida y el agua, pero te echan de casa en cuanto la vejez te debilita.
-Entonces, tienes hambre,
¿verdad?
-¡Claro que sí!
-Ven conmigo y comerás.
Echaron a andar juntos
hasta que se encontraron con un potro.
-Mira lo que hago -dijo el
oso al perro, y se puso a arañar la tierra con las garras.
-¡Oye, perro!
-¿Qué?
-¿Tengo los ojos
enrojecidos?
-Sí mucho.
El oso se puso a arañar la
tierra con más fuerza todavía.
-Oye, perro, ¿tengo el pelo
erizado?
-Sí, mucho.
-¿Tengo el rabo tieso?
-Sí.
El oso agarró al potro por
la panza, lo derribó y, después de degollarlo, dijo al perro:
-Ahí tienes. Come cuanto
quieras y, cuando se te acabe, ve a buscarme.
El perro se quedó allí
viviendo, sin preocupaciones. Cuando se le acabó la comida y empezó a sentir
hambre, acudió al oso.
-¿Te lo has comido todo,
hermano?
-Sí. Y de nuevo tengo
hambre.
-Eso tiene remedio. ¿Sabes
dónde están segando las mujeres del pueblo?
-Sí.
-Vamos, pues. Yo me
acercaré con mucho cuidado a tu ama y agarraré el niño que tiene en la cuna.
Entonces, tu corres detrás de mí hasta que me alcances y me lo quitas. Nada más
quitármelo, vuelves con él donde tu ama. Verás como vuelve a tratarte igual que
antes.
Dicho y hecho. El oso se
puso en marcha, llegó furtivamente hasta donde estaba el niño y se lo llevó. El
niño rompió a llorar, las mujeres corrieron detrás del oso; pero, por mucho que
se esforzaron, no pudieron darle alcance. Volvieron al campo, la madre llorando
y las otras mujeres lamentándose.
De pronto apareció el
perro, dio alcance al oso, le quitó al niño y volvió con él.
-¡Mirad, mirad! -gritaron
las mujeres. ¡Ese perro viejo ha salvado al niño!
Corrieron a su encuentro, y
la madre dijo loca de contento:
-Ahora no abandonaré a este
perro por nada en el mundo.
Volvió con él a su casa, le
dio leche con pan en una escudilla y a su marido le dijo:
-Tenemos que cuidar y
alimentar bien a este perro: ha salvado a nuestro hijo de las garras de un oso.
Y tu decías que no tenía ya fuerzas...
Tan bien tratado, el perro
engordó, se puso lustroso. Pensando en el oso, de quien se había hecho el mejor
amigo, solía decir:
-Dios le dé salud por no
haber consentido que me muriese de hambre.
Una vez que el campesino
estaba de fiesta en su casa vino precisamente el oso a visitar al perro.
-Hola. ¿Cómo estás, qué tal
vives?
-A Dios gracias, vivo a
pedir de boca -contestó el perro. ¿Te apetece tomar alguna cosa? Entremos en
la casa. Los amos están ya algo alegres, y ni se fijarán en ti cuando pases.
Nada más entrar, tú te metes debajo de la estufa y yo te llevaré lo que
consiga.
Conque entraron en la isba y el perro aprovechó que tanto los
amos como los invitados estaban a medios pelos para agasajar a su amigo. El oso
apuró un vaso, luego otro, y la bebida se le subió a la cabeza. La gente empezó
a cantar, y el oso, por no ser menos, quiso hacer lo mismo.
-Mejor será que tú no
cantes -intentó disuadirle el perro. Podría ocurrir cualquier contratiempo.
Pero ¡como si nada! El oso
siguió cantando, cada vez más fuerte, hasta que los invitados oyeron sus
rugidos, empuñaron estacas y se pusieron a apalearle. Por fin pudoo escapar
medio muerto.
El campesino aquél tenía,
además, una gata que ya no les daba caza a los ratones y, en cambio, siempre
estaba haciendo trastadas: tan pronto rompía un cacharro como volcaba un
puchero.
El campesino echó a la gata
de casa. Entonces el perro, viendo que pasaba hambre, empezó a llevarle a
hurtadillas pan y carne para alimentarla. Pero el ama se dio cuenta de lo que
hacía y se puso a pegar al perro repitiendo:
-No le lleves carne a la
gata... No le lleves pan a la gata...
Conque al cabo de unos tres
días salió el perro al corral y vio
que la gata estaba casi
muriéndose de hambre.
-¿Qué te pasa?
-Que me muero de hambre.
Sólo me he alimentado mientras tú me has traído comida.
-Ven conmigo.
Seguido de la gata llegó el
perro hasta donde pastaban los caballos y empezó a remover la tierra con las
garras.
-Oye, gata -preguntó al
rato, ¿tengo los ojos enrojecidos?
-No.
-¡Tú di que sí!
-Sí que lo están.
-Oye, gata, ¿tengo el pelo
erizado?
-No.
-¡Tú di que sí, estúpida!
-Bueno, pues sí.
-Oye, gata, ¿tengo el rabo
tieso?
-No.
-¡Tú di que sí, estúpida!
-Bueno, pues sí.
Entonces el perro se lanzó
contra una yegua, pero ésta le pegó tal golpe con los cuartos traseros que lo
dejó en el sitio. La gata dijo:
-Ahora sí que tienes los
ojos inyectados en sangre, el pelo erizado y el rabo tieso. ¡Adiós, hermano
perro! Yo voy a buscar un sitio donde morir.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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