Erase un
rico mercader llamado Marko, el hombre más tacaño que pueda existir.
Un día
salió a pasear y vio a un pobre en el camino. El viejo estaba sentado pidiendo:
-Una
limosna, por el amor de Dios, buenos ortodoxos...
Marko el
Rico pasó de largo. Casualmente iba detrás de él un pobre campesino que se
compadeció del pordiosero y le dio un kópek. A Marko le entró vergüenza, se
detuvo y le dijo al campesino:
-Escucha,
paisano: préstame un kópek. Quiero darle algo a ese pobre, pero no llevo
suelto.
El
campesino le dio la moneda y preguntó:
-¿Cuándo
me lo devolverás?
-Ven
mañana a buscarlo.
El pobre
campesino se presentó al día siguiente en casa del rico mercader a que le
devolviera su kópek. Entró en el patio, que era muy grande, y preguntó:
-¿Está
Marko el Rico en casa?
-Aquí
estoy. ¿Qué quieres? -contestó Marko.
-Vengo a
que me devuelvas mi kópek.
-¡Ay,
hermano! Vuelve más tarde: te aseguro que no tengo suelto.
El pobre
saludó y dijo al retirarse:
-Vendré
mañana.
Al día
siguiente fue, y lo mismo:
-No tengo
nada suelto. Si quieres, dame la vuelta de cien rublos. Pero si no tienes,
vuelve dentro de dos semanas.
A las dos
semanas se encaminó otra vez el pobre a casa del rico. Marko le vio venir por la
ventana y le dijo a su mujer:
-Escucha,
mujer: voy a desnudarme y a tenderme debajo de los iconos. Tú cúbreme con un
lienzo blanco y siéntate al lado a llorar como se llora a los difuntos. Cuando
venga el campesino a cobrar lo que le debo, dile que me he muerto hoy.
La mujer
lo hizo todo como le había mandado el marido, y cuando el campesino entró en la
sala la encontró anegada en amargo llanto.
-¿Qué
quieres? -preguntó la mujer.
-Vengo a
cobrar lo que me debe Marko el Rico.
-¡Ay,
buen hombre! Marko el Rico acaba de morirse.
-¡Dios le
acoja en su seno! Si me lo permites, a cuenta de mi kópek le prestaré el
servicio de lavar su cuerpo pecador.
Con estas
palabras agarró un caldero de agua caliente y se puso a escaldar a Marko el
Rico. El mercader casi no podía resistirlo, arrugaba la cara y pataleaba.
-Por
mucho que patalees, tú me devuelves mi kópek -rezongó el campesino y, después
de lavarle, le amortajó.
-Ahora
-le dijo a la mujer- encarga un ataúd, haz que lo lleven a la iglesia y yo
rezaré las oraciones de los difuntos a su lado.
Metieron
a Marko el Rico en un ataúd, le llevaron a la iglesia y el campesino se puso a
rezar a su lado.
Era noche
cerrada cuando se abrió de pronto una ventana de la iglesia y aparecieron unos
ladrones. El campesino se escondió detrás del altar. Entraron los ladrones y se
pusieron a repartirse el botín. Todo lo repartieron por igual hasta que sólo
quedó un sable de oro: cada uno estaba empeñado en quedárselo él.
Entonces
apareció el campesino gritando:
-¿A qué
viene tanta discusión? El que le corte la cabeza al muerto, que se quede con el
sable.
Marko el
Rico pegó un salto, enloquecido, los ladrones se asustaron, tiraron allí todo
el botín y echaron a correr.
-Bueno,
hombre, vamos a repartirnos esto.
Se lo
repartieron por partes iguales y los dos sacaron un gran botín.
-¿Y el
kópek? -preguntó el campesino.
-Ya lo
ves, hermano: no tengo suelto.
De manera
que Marko el Rico acabó no devolviendo el kópek.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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