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domingo, 11 de agosto de 2013

El tacaño

Erase un rico mercader llamado Marko, el hombre más tacaño que pueda existir.
Un día salió a pasear y vio a un pobre en el camino. El viejo estaba sentado pidiendo:
-Una limosna, por el amor de Dios, buenos ortodoxos...
Marko el Rico pasó de largo. Casualmente iba detrás de él un pobre campesino que se compadeció del pordiosero y le dio un kópek. A Marko le entró vergüenza, se detuvo y le dijo al campesino:
-Escucha, paisano: préstame un kópek. Quiero darle algo a ese pobre, pero no llevo suelto.
El campesino le dio la moneda y preguntó:
-¿Cuándo me lo devolverás?
-Ven mañana a buscarlo.
El pobre campesino se presentó al día siguiente en casa del rico mercader a que le devolviera su kópek. Entró en el patio, que era muy grande, y preguntó:
-¿Está Marko el Rico en casa?
-Aquí estoy. ¿Qué quieres? -contestó Marko.
-Vengo a que me devuelvas mi kópek.
-¡Ay, hermano! Vuelve más tarde: te aseguro que no tengo suelto.
El pobre saludó y dijo al retirarse:
-Vendré mañana.
Al día siguiente fue, y lo mismo:
-No tengo nada suelto. Si quieres, dame la vuelta de cien rublos. Pero si no tienes, vuelve dentro de dos semanas.
A las dos semanas se encaminó otra vez el pobre a casa del rico. Marko le vio venir por la ventana y le dijo a su mujer:
-Escucha, mujer: voy a desnudarme y a tenderme debajo de los iconos. Tú cúbreme con un lienzo blanco y siéntate al lado a llorar como se llora a los difuntos. Cuando venga el campesino a cobrar lo que le debo, dile que me he muerto hoy.
La mujer lo hizo todo como le había mandado el marido, y cuando el campesino entró en la sala la encontró anegada en amargo llanto.
-¿Qué quieres? -preguntó la mujer.
-Vengo a cobrar lo que me debe Marko el Rico.
-¡Ay, buen hombre! Marko el Rico acaba de morirse.
-¡Dios le acoja en su seno! Si me lo permites, a cuenta de mi kópek le prestaré el servicio de lavar su cuerpo pecador.
Con estas palabras agarró un caldero de agua caliente y se puso a escaldar a Marko el Rico. El mercader casi no podía resistirlo, arrugaba la cara y pataleaba.
-Por mucho que patalees, tú me devuelves mi kópek -rezongó el campesino y, después de lavarle, le amortajó.
-Ahora -le dijo a la mujer- encarga un ataúd, haz que lo lleven a la iglesia y yo rezaré las oraciones de los difuntos a su lado.
Metieron a Marko el Rico en un ataúd, le llevaron a la iglesia y el campesino se puso a rezar a su lado.
Era noche cerrada cuando se abrió de pronto una ventana de la iglesia y aparecieron unos ladrones. El campesino se escondió detrás del altar. Entraron los ladrones y se pusieron a repartirse el botín. Todo lo repartieron por igual hasta que sólo quedó un sable de oro: cada uno estaba empeñado en quedárselo él.
Entonces apareció el campesino gritando:
-¿A qué viene tanta discusión? El que le corte la cabeza al muerto, que se quede con el sable.
Marko el Rico pegó un salto, enloquecido, los ladrones se asustaron, tiraron allí todo el botín y echaron a correr.
-Bueno, hombre, vamos a repartirnos esto.
Se lo repartieron por partes iguales y los dos sacaron un gran botín.
-¿Y el kópek? -preguntó el campesino.
-Ya lo ves, hermano: no tengo suelto.
De manera que Marko el Rico acabó no devolviendo el kópek.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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