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domingo, 11 de agosto de 2013

El zarrapastroso

Un soldado que había estado en tres guerras no tenía dónde caerse muerto cuando le dieron la licencia absoluta.
Salió al camino y anduvo hasta que, ya cansado, se sentó junto a un lago. «¿Adónde voy yo ahora -cavilaba, y de qué voy a mantenerme? Si fuera posible, trabajaría hasta para el demonio.»
No había terminado de pensar aquello, y ya tenía delante a un diablillo.
-Buenos días, soldado.
-¿Qué quieres?
-Yo, nada. ¿No has dicho tú que trabajarías para nosotros? Bueno, pues de acuerdo. La paga será muy buena. 
-¿Y el trabajo?
-Sencillísimo. Basta con que te pases quince años sin afeitarte, sin cortarte el pelo, sin sonarte los mocos, sin limpiarte la nariz ni cambiarte de ropa.
-De acuerdo -dijo el soldado. Acepto el trabajo, pero a condición de que tenga todo lo que se me antoje.
-Eso, por sabido se calla... Puedes estar tranquilo, que por nosotros no quedará la cosa.
-Entonces, trato hecho. Trasládame ahora mismo a una gran ciudad capital y proporcióname una buena cantidad de dinero. Ya sabes que, de eso, un soldado tiene siempre menos que nada.
El diablillo se zambulló en el lago, sacó un montón de dinero y trasladó al soldado a una gran ciudad. Le dejó allí y se esfumó.
«He dado con un buen estúpido -murmuró el soldado. No he hecho nada todavía, ni el menor trabajo, y ya tengo dinero...»
Alquiló una casa y fue viviendo, cada día más rico, pero sin afeitarse ni cortarse el pelo, sin limpiarse la nariz ni cambiarse de ropa. Ahora, eso sí: tanto dinero llegó a juntar, que no sabía en qué emplearlo. En efecto, ¿qué hacer con tantas monedas de plata y de oro? Hasta que se le ocurrió: «Voy a ayudar a los pobres. Alguno rogará por mi alma.»
Empezó el soldado a repartir dinero a los pobres  -dando aquí, dando allá; pero no por ello disminuía su riqueza, sino que aumentaba. Su fama se extendió por todo el reino, llegó a toda la gente.
De este modo vivió el soldado catorce años. Al siguiente, el último que debía pasar tan zarrapastroso el soldado, el zar se encontró sin fondos en el Tesoro. Hizo llamar al soldado. Este se presentó sin afeitar, sin lavar, sin peinar, con la nariz sucia y la ropa hecha un desastre.
-¡Salud os deseo, majestad!
-Escucha, soldado. Me han dicho que ayudas a todo el mundo. Préstame a mí algún dinero. No me alcanza para pagar a las tropas. Si me lo das, te hago ahora mismo general.
-No, majestad. Yo no deseo ser general. Pero, si de algún modo queréis recompensarme, dadme a una de vuestras hijas por esposa, y entonces tendréis todo el dinero que necesitéis.
El zar se quedó cavilando. Le daba pena de sus hijas, pero no podía pasarse sin dinero.
-Está bien -dijo por fin. Manda que te hagan un retrato y se lo enseñaré a mis hijas para ver cuál de ellas te acepta.
El soldado dio media vuelta, se mandó hacer un retrato tal y como estaba, y se lo envió al zar.
Aquel zar tenía tres hijas. Las llamó y enseñó el retrato del soldado a la mayor.
-¿Te casarías con él? Me puede sacar de un gran apuro.
La zarevna, que vio el horripilante retrato del soldado, con el pelo hecho una maraña, las uñas largas y la nariz sucia, gritó:
-¡De ninguna manera! Antes me caso con un demonio.
El diablillo, que ya estaba allí con pluma y papel en cuanto le nombraron, la oyó y apuntó su alma.
El padre preguntó entonces a la hija mediana:
-¿Te casarías con este soldado?
-¡En eso estaba pensando yo! Antes me quedo para vestir imágenes o me lío con un demonio.
El diablillo también tomó nota del alma de la hermana mediana.
Por fin preguntó el zar a la menor de sus hijas. Esta le contestó:
-Se conoce que tal es mi destino. Me casaré con él, y Dios dirá.
Encantado, el zar avisó al soldado de que se preparase para la boda y le envió doce carros para que los llenase de oro.
El soldado hizo comparecer al diablillo.
-Aquí tienes doce carros. Quiero verlos ahora mismo llenos de oro.
El diablillo corrió al lago, los demonios pusieron manos a la obra -unos cargando con un saco, otros con dos- y en nada de tiempo llenaron los carros y se los mandaron al zar a su palacio.
Terminaron los apuros del zar, que desde entonces invitaba casi a diario al soldado para que compartiera su mesa.
Mientras se hacían los preparativos de la boda se cumplieron justamente los quince años que marcaban el final del compromiso contraído por el soldado. Hizo comparecer al diablillo y le dijo:
-Ha terminado mi compromiso. Conque conviérteme ahora en un buen mozo.
El diablillo lo despedazó en trozos muy pequeños, que puso a hervir en una caldera. Luego los sacó, los volvió a unir con gran cuidado -los huesos con los huesos, las articulaciones con las articulaciones, los tendones con los tendones-, los salpicó con agua de la muerte y agua de la vida y el soldado se incorporó, tan gallardo, que nadie podría contarlo ni describirlo.
Se casó con la menor de las zarevnas y vivieron felices y en la opulencia. Yo estuve en la boda también, bebí vino, bebí hidromiel y, como había otras muchas cosas de beber, no paré hasta que vi el fondo del último tonel.
En esto tuvo que acudir el diablillo al lago, porque su abuelo quería que le rindiese cuentas.
-¿Qué tal el soldado?
-Ha cumplido su compromiso honradamente, al pie de la letra, sin afeitarse, sin cortarse el pelo, sin limpiarse la nariz ni cambiarse de ropa una sola vez.
Furioso, el abuelo le reprochó:
-¿No has sido capaz de hacerle caer en tentación a lo largo de quince años? ¿Qué clase de diablo eres tú si hemos gastado tanto dinero para nada?
Y mandó que le arrojaran a una caldera de pez hirviendo.
-Un momento, abuelo -pidió el diablillo: gracias al soldado tengo apuntadas dos almas.
-¿Cómo ha sido eso?
-El soldado quiso casarse con una de las zarevnas, pero la mayor y la mediana dijeron a su padre que antes se casarían con un demonio que con el soldado. De manera que son nuestras.
El abuelo dijo que soltaran al diablillo y le dio carta blanca porque sabía muy bien lo que se traía entre manos.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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