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domingo, 11 de agosto de 2013

Emelia el bobo

Vivían una vez tres hermanos: dos eran listos y el otro bobo. Los hermanos listos marcharon a otras ciudades a realizar ciertas compras. Antes de partir, le dijeron a Emeliá: Obedece a nuestras esposas y respétalas como se respeta a una madre. Nosotros te com­praremos unas botas rojas, un kaftán rojo y una camisa rosa.
-Está bien. Así lo haré.
Los hermanos explicaron al bobo todos los trabajos que debía hacer mientras estuvieran ellos ausentes, y emprendieron la mar­cha. Inmediata-mente, el bobo se tumbó a descansar en el rellano de la estufa.
-¿Qué haces ahí, so tonto? -se indignaron las cuñadas. Tus hermanos te han dicho que nos obedezcas y que tengas conside­ación con nosotras. Y que si te portas bien te traerán regalos. Eso es lo que han dicho, y no que te estés tumbado sin hacer nada. Trae unos cubos de agua por lo menos.
El bobo agarró dos cubos y fue al río. Los llenó y, al sacarlos, vio que había caído un lucio en uno de ellos. «¡Gracias a Dios! -pensó. Ahora lo guisaré y me regalaré yo solo. Mis cuñadas no lo van a catar. Estoy enfadado con ellas.»
Pero en esto oyó que le decía el lucio con palabra humana:
-No hagas eso, Emeliá. Si no me matas y me echas de nuevo al agua, yo aseguraré tu suerte.
-¿Qué clase de suerte? -quiso saber el bobo.
-Pues... la suerte de que se cumplan todos tus deseos. Para que te quede claro, vamos a hacer una prueba. Repite estas pala­bras: «Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo... que los cubos vuelvan solos a casa y se pongan en su sitio.»
Apenas pronunció el bobo estas palabras, los cubos volvieron solos a la casa y se colocaron en su sitio. Las cuñadas se quedaron asombradas al ver aquello.
-¡Y decían que era bobo! -exclamaron. Este sabe más que nadie. ¿Cómo habrá conseguido que los cubos vinieran solos y se colocaran en su sitio?
Emeliá-el-Bobo volvió del río y se tumbó otra vez. Las cuñadas arremetieron de nuevo contra él.
-¿Qué haces ahí tan repantingado? Se nos ha terminado la leña. Tienes que ir al bosque a cortar más.
El bobo cogió dos hachas, se montó en el trineo sin enganchar el caballo y murmuró:
-Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo... que vaya el trineo al bosque.
Y el trineo partió tan rápido como si tirase de él alguna caballe­ría. El bobo tenía que pasar por la ciudad. A la velocidad que iba el trineo, y sin caballo, atropelló a un montón de gente.
-¡A ése, a ése! -gritaban desde todas partes, pero sin lograr darle alcance.
El bobo llegó al bosque, se apeó del trineo y se sentó en un tronco caído.
-Que un hacha abata los árboles -dijo- y la otra parta la leña.
Así que quedó la leña partida y apilada en el trineo, murmuró el bobo:
-Que un hacha me corte ahora una estaca.
Una de las hachas se apartó y le cortó una estaca. La estaca llegó junto al trineo y se montó en él. El bobo también se subió al trineo, emprendió el camino de vuelta por la ciudad, pero se en­contró con que la gente se había juntado y estaba acechándole ha­cía ya mucho tiempo.
-Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo -dijo entonces el bobo, que la estaca dé una pasada por esas espal­das.
La estaca se apeó del trineo, empezó a pegar de plano y de refilón, y dejó derrengadas a muchas personas, que caían al suelo como fardos. Habiéndose librado así el bobo de los que le acecha­ban, llegó a su casa, ordenó a la leña que se apilara en la leñera. y él se subió al rellano de la estufa.
Las gentes de la ciudad elevaron al rey una querella contra el bobo, diciendo entre otras cosas:
-Dondequiera que se intente su captura, habrá de hacerse con astucia y mesura, aunque lo mejor será prometerle prendas rojas: botas, camisa y kaftán.
Así prevenidos, los guardias reales que fueron a buscarle dije­ron:
-Preséntate al rey, que te quiere dar unas botas rojas. un kaf­tán rojo y una camisa roja.
El bobo murmuró entonces:
-Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo, que la estufa me conduzca ante el rey.
La estufa se puso en marcha y condujo al bobo a presencia del rey. Tenía ya intención el rey de mandarle ejecutar, pero a la prin­cesa, su hija, le gustó el bobo y pidió a su padre que la casara con él. Muy enfadado, el rey los casó, pero en seguida dio orden de que los encerrasen en un barril embreado y echaran el barril al agua. Su orden fue cumplida.
Llevaba mucho tiempo el barril flotando sobre el mar, cuando la mujer del bobo acabó rogándole:
-¿No podrías hacer algo para que este barril salga a la orilla?
Emeliá murmuró:
-Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo, que este barril salga a la orilla y reviente allí.
Cuando salieron del barril, la mujer de Emeliá empezó a pedir­le que construyera una cabaña.
El bobo murmuró:
-Porque así lo manda el lucio, porque así lo quiero yo, que aparezca un palacio de mármol, precisamente frente al palacio del rey
Su deseo quedó cumplido al instante.
Por la mañana, cuando el rey vio aquel palacio nuevo, mandó a preguntar quién lo habitaba. Enterado de que allí estaba su hija, en seguida quiso que fuera a verle en compañía de su esposo. Ellos acudieron y el rey les dio su perdón. Desde entonces vivieron jun­tos, felices y en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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