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domingo, 11 de agosto de 2013

El tesoro

En cierto reino vivía un viejo matrimonio muy pobre. Llegada su hora, falleció la mujer. Hacía un invierno muy frío, con grandes heladas. El viejo fue a casa de los vecinos y los conocidos a pedirles que le ayudaran a cavar una fosa para la vieja. Pero, conociendo su gran pobreza, los vecinos y los conocidos se negaron todos. Acudió el viejo al pope, pero el pope que tenían en aquella aldea era de lo más avaricioso y de lo más desaprensivo que se puede imaginar.
-Quisiera encargar el funeral de mi vieja, bátiushka -dijo.
-¿Y tienes dinero para pagarlo? Debe ser por adelantado.
-A decir verdad, porque a ti no voy a engañarte, no tengo en casa ni un solo kópek. Espera un poco, y en cuanto gane algo te lo pagaré con creces. ¡Palabra que te lo pagaré! El pope no quiso ni oír al viejo.
-Pues si no tienes dinero, aquí estás de más.
«¿Qué hacer -pensó el viejo. Iré al cementerio, abriré una sepultura y la enterraré yo solo.»
Conque, provisto de hacha y pala, fue al cementerio y se dispuso a cavar la sepultura. Primero partió con el hacha la capa superior de tierra helada, luego empuñó la pala y, cava que te cava, desenterró un puchero. Miró dentro: estaba lleno de monedas de oro que relucían como ascuas. El viejo se llevó una gran alegría.
-¡Alabado sea Dios! Ahora tengo para el entierro y para la comida de recordatorio.
Dejó de cavar la sepultura, agarró el puchero y lo llevó ,a su casa.
Teniendo dinero, pronto se arreglan las cosas. En seguida apareció gente dispuesta a cavar la sepultura, a fabricar el ataúd... El viejo envió a una cuñada a comprar bebida, aperitivos... Todo lo necesario para una comida de recordatorio. Por su parte, tomó una moneda de oro y volvió a casa del pope. Nada más verle, el pope arremetió contra él.
-Ya te he dicho, viejo estúpido, que no vinieras sin dinero. ¿Qué haces otra vez aquí?
-No te enfades, bátiushka -rogó el viejo. Aquí tienes una moneda de oro para los funerales de mi vieja. Hazlo, y te lo agradeceré toda la vida.
Con la moneda en la mano, el pope se volvió todo mieles. Le hizo pasar, le ofreció asiento, le habló con gran afabilidad...
-Puedes estar seguro de que todo se hará del mejor modo.
El viejo se despidió con un profundo saludo y volvió a su casa mientras el pope le comentaba a su mujer:
-¿Has visto el viejo del demonio? Tanto hablar de su pobreza, y luego trae una moneda de oro. Muchos difuntos de campanillas he enterrado yo en mi vida, pero por ningún oficio me pagaron tanto...
El pope, con todo el capítulo, ofició un gran funeral para la vieja. Después del entierro, el viejo le rogó que los acompañara en la comida de recordatorio. En la isba, la mesa se venía abajo de tantos manjares y bebidas como había. El pope engullía por tres, mirando todo aquello con envidia.
Cuando los asistentes empezaron a despedirse, también se levantó el pope. El viejo salió a acompañarle. En cuanto el pope se vio a solas con él, empezó a preguntarle:
-Escucha: tienes que confesarme la verdad, sin ocultar ningún pecado, lo mismo que si estuvieras ante Dios nuestro Señor. ¿Cómo te has enriquecido tan de repente? Eras un pobretón y, de pronto, resulta que tienes de todo. Confiesa: ¿a quién has matado, a quién has robado?
-¿Qué dices, bátiushka? Te aseguro, y es la pura verdad, que no he robado ni he matado a nadie. Es que se me ha venido un tesoro a las manos...
Y refirió todo lo sucedido.
Conforme le escuchaba, el pope se estremecía de codicia. Ya en su casa, no hacía más que pensar día y noche: «¡Que haya encontrado esa cantidad de dinero un estúpido palurdo!... Alguna manera tiene que haber de quitarle el puchero de las monedas de oro.» Finalmente se lo contó todo a su mujer, y juntos se pusieron a cavilar.
-Escucha -exclamó de pronto el pope: nosotros tenemos un macho cabrío, ¿verdad?
-Sí.
-Bueno. Entonces vamos a esperar a que se haga de noche, y verás cómo lo arreglamos todo.
Llegada la noche, el pope metió al macho cabrío en la isba, lo degolló, le quitó la piel entera, con los cuernos y la barba, se la puso él encima y le dijo a su mujer:
-Agarra hilo y aguja y dale unas puntadas todo alrededor a la piel para que no se caiga.
La popesa enhebró una aguja gruesa con hilo fuerte y recosió la piel del macho cabrío.
Al filo de la medianoche, cuando mayor era la oscuridad, el pope se fue derecho a la isba del viejo y se puso a hacer ruido y arañar la pared al pie de la ventana. El viejo, que lo oyó, se incorporó preguntando:
-¿Quién anda ahí?
-El demonio.
-¡Vade retro! -clamó el viejo, y empezó a santiguarse y a rezar.
-Escucha, viejo -dijo el pope: de mí no te vas a librar por mucho que reces y te santigües. Devuélveme el puchero del dinero o acabaré contigo. ¡Habráse visto!... Te dejé descubrir el tesoro, compadecido de ti, pensando que sólo te llevarías un poco para el funeral, y tú has arramblado con todo...
El viejo se asomó a la ventana, vio los cuernos y la barba del macho cabrío, y se quedó convencido de que era el demonio.
«¡Anda y que se lo lleve! -pensó el viejo-. Si antes he vivido sin dinero, lo mismo viviré en adelante.» Agarró el puchero de las monedas de oro, lo sacó a la calle y, arrojándolo al suelo, se metió dentro a toda prisa. El pope le echó mano, emprendió la carrera y volvió a su casa.
-¡Ya tenemos el dinero! -exclamó. Ahora escóndelo bien, coge un cuchillo afilado, corta los hilos y quítame la piel de macho cabrío antes de que nadie me vea.
La popesa tomó un cuchillo, pero en cuanto quiso cortar el hilo de las puntadas, brotó sangre y el pope gritó:
-¡Eh, cuidado, que me cortas a mí!
La mujer probó en otro sitio, pero ocurrió igual. La piel del macho cabrío había prendido en el cuerpo del pope. Por muchas cosas que intentaron, por muchas vueltas que le dieron -incluso le devolvieron el dinero al viejo-, nada les dio resultado y el pope se quedó con la piel del macho cabrío pegada a la suya.
Seguro que le castigó Dios por su codicia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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