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domingo, 11 de agosto de 2013

El seron

En un lugar apartado había un pequeño caserío. Vivía en ese caserío una familia poco numerosa: un abuelo viejecito, su hijo casado, que se llamaba Nichipor, y un hijo de Nichipor todavía pequeño.
El abuelo había perdido ya todas sus fuerzas, andaba casi doblado en dos y tenía la cabeza blanca, muy blanca, como si le hubieran vertido leche encima. Y el pobre no podía hacer ya ningún trabajo, claro.
A Nichipor, eso le tenía muy disgustado. El hubiera querido que su padre trabajara algo. Hasta que pensó un día:
-Tengo que deshacerme de mi padre. Es ya demasiado viejo. ¡Bastante debo afanarme yo para ganar el pan!
Llegó el invierno. Nichipor bajó del desván un serón ancho y muy largo, llamó a su hijo y le dijo a su anciano padre:
-Vamos al campo, padre. Tú has vivido ya bastante. Así, ni sufrirás tú ni harás sufrir a los demás.
Y se llevaron al viejo abuelo. Al oír aquellas palabras, el abuelo no hizo más que ponerse a llorar amargamente.
Nichipor condujo al abuelo hasta el borde de un barranco muy profundo, metió al pobre viejo en el serón que había traído, bajó al padre en él hasta el fondo y dijo:
-Ahora, padre, adiós. Y no me guardes rencor.
Se disponía a volver a su casa cuando el nieto de aquel abuelo le dijo a su padre:
-Hay que recoger el serón, padre.
-¿Para qué? Puede quedarse ahí.
-¿Cómo que para qué? Para que yo te eche también a ti al barranco cuando seas tan viejo como el abuelo.
Nichipor se llevó entonces las manos a la cabeza.
-¡Estúpido de mí! ¿Qué he hecho? -exclamó. Gracias, hijo mío, por haberme dado esta lección.
Y bajó corriendo al barranco, sacó de allí a su anciano padre, le pidió perdón y le mantuvo hasta el día de su muerte para que tampoco a él le abandonara su hijo.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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