En un
lugar apartado había un pequeño caserío. Vivía en ese caserío una familia poco
numerosa: un abuelo viejecito, su hijo casado, que se llamaba Nichipor, y un
hijo de Nichipor todavía pequeño.
El abuelo
había perdido ya todas sus fuerzas, andaba casi doblado en dos y tenía la
cabeza blanca, muy blanca, como si le hubieran vertido leche encima. Y el pobre
no podía hacer ya ningún trabajo, claro.
A
Nichipor, eso le tenía muy disgustado. El hubiera querido que su padre
trabajara algo. Hasta que pensó un día:
-Tengo
que deshacerme de mi padre. Es ya demasiado viejo. ¡Bastante debo afanarme yo
para ganar el pan!
Llegó el
invierno. Nichipor bajó del desván un serón ancho y muy largo, llamó a su hijo
y le dijo a su anciano padre:
-Vamos al
campo, padre. Tú has vivido ya bastante. Así, ni sufrirás tú ni harás sufrir a
los demás.
Y se
llevaron al viejo abuelo. Al oír aquellas palabras, el abuelo no hizo más que
ponerse a llorar amargamente.
Nichipor
condujo al abuelo hasta el borde de un barranco muy profundo, metió al pobre
viejo en el serón que había traído, bajó al padre en él hasta el fondo y dijo:
-Ahora,
padre, adiós. Y no me guardes rencor.
Se
disponía a volver a su casa cuando el nieto de aquel abuelo le dijo a su padre:
-Hay que
recoger el serón, padre.
-¿Para
qué? Puede quedarse ahí.
-¿Cómo
que para qué? Para que yo te eche también a ti al barranco cuando seas tan
viejo como el abuelo.
Nichipor
se llevó entonces las manos a la cabeza.
-¡Estúpido
de mí! ¿Qué he hecho? -exclamó. Gracias, hijo mío, por haberme dado esta
lección.
Y bajó
corriendo al barranco, sacó de allí a su anciano padre, le pidió perdón y le
mantuvo hasta el día de su muerte para que tampoco a él le abandonara su hijo.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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