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domingo, 11 de agosto de 2013

El vampiro

En cierto reino, en cierto país, vivía un viejo con su mujer y su hija Marusia.
Por San Andrés era costumbre en aquella aldea que se reunieran las mozas en alguna de las casas. Cocían dulces y se pasaban una semana o más de fiesta.
Conque una vez, por esas fechas, se reunieron las mozas, prepararon como de costumbre los dulces y los pastelillos. Por la tarde llegaron los muchachos con un caramillo, con algo de bebida y empezaron los bailes y la diversión con gran alborozo. Todas las muchachas bailaban con donaire, pero Marusia mejor que todas. Al poco rato se presentó en la casa un mozo que daba gusto verle: la tez blanca, buenos colores, vestido con lujo y pulcritud.
-Buenas tardes, hermosas muchachas -saludó.
-Buenas tardes, apuesto mancebo.
-Veo que os divertís mucho.
-Quédate tú también.
El recién llegado sacó una bolsa llena de oro, mandó traer bebidas, nueces, galletas de miel... Luego convidó a todos, chicos y chicas, y cuando se puso a bailar dejó a todos admirados, pero en particular a Marusia, a quien también estuvo él cortejando durante la velada entera.
Llegó el momento de volver cada cual a su casa, y entonces dijo el joven:
-¿No quieres salir a despedirme, Marusia?
Ella salió a despedirle, y entonces preguntó él:
-Marusia, corazón, ¿te casarías conmigo?
-Si me lo pides, yo encantada. Y tú, ¿de dónde eres?
-Pues vivo en tal sitio y trabajo de dependiente en casa de un mercader.
Así se despidieron, y cada cual se fue por su lado. Regresó Marusia a su casa y le preguntó su madre:
-¿Te has divertido, hijita?
-Sí, mátushka. Además, voy a darte una buena noticia: vino a la velada un mozo forastero, muy apuesto, bien parecido y con mucho dinero y ha prometido casarse conmigo.
-Escucha, Marusia: mañana te llevas un ovillo de hilo a la velada. Cuando salgas a despedir a ese mozo, le atas un extremo del hilo a un botón y vas soltando la hebra con cuidado. De esa manera, siguiendo luego el hilo, te enterarás de dónde vive.
A la tarde siguiente, Marusia se llevó un ovillo de hilo a la velada. Acudió también el apuesto mozo.
-Buenas tardes, Marusia.
-Buenas tardes.
Comenzaron los juegos, los bailes, y el mozo buscaba la compañía de Marusia más aún que la primera vez, sin apartarse ni un paso de ella.
Llegó el momento de volver cada cual a su casa.
-Sal a despedirme, Marusia -rogó el mozo.
Marusia salió con él y, al despedirse, le ató con mucha habilidad un extremo del hilo a un botón. El mozo echó a andar, y ella fue soltando con mucho cuidado la hebra. Cuando se terminó el hilo, Marusia lo siguió corriendo para enterarse de dónde vivía su prometido.
El hilo seguía primero el camino, pero luego empezó a pasar por encima de tapias y zanjas hasta conducirla a la entrada principal de una iglesia. Marusia quiso entrar, pero la puerta estaba cerrada. Echó a andar a lo largo de la pared hasta que encontró una escalera y, apoyándola junto a una ventana, trepó para ver lo que allí ocurría.
Subió por la escalera, se asomó y vio a su prometido, de pie junto a un féretro, devorando a un difunto que estaba aquella noche en la iglesia para ser enterrado al día siguiente. Marusia quiso bajar con mucho cuidado de la escalera; pero estaba tan asustada, que hizo ruido. Emprendió la carrera hacia su casa, aterrada, todo el tiempo con la impresión de que alguien la perseguía, hasta que llegó más muerta que viva.
-¿Viste ayer al mozo de la otra vez? -le preguntó su madre por la mañana.
-Sí, mátushka -contestó, pero sin más explicaciones.
Llegó la tarde, y Marusia dudaba entre si ir o no ir a la velada.
-Debes ir -le aconsejó la madre. Diviértete ahora que eres joven.
Al llegar Marusia a la velada, el otro ya estaba allí. Como siempre, empeza-ron los juegos, las risas, los bailes... Las otras muchachas no sospechaban nada. Cuando todos se despedían ya, dijo el vampiro.
-Sal a acompañarme, Marusia.
Pero a ella le daba miedo y se resistía. Entonces intervinieron todas las otras:
-¿Qué te ocurre? ¿Te ha entrado cortedad de pronto? Anda, sal a despedir a este buen mozo.
Y ella salió, encomendándose a Dios. Apenas en la calle, preguntó él:
-¿Fuiste anoche a la iglesia?
-No.
-¿Viste lo que yo hacía allí?
-No.
-Bueno, pues mañana se morirá tu padre -dijo él, y desapareció.
Marusia volvió a su casa, triste y preocupada. Cuando se despertó por la mañana supo que su padre había amanecido muerto. Le lloraron, le depositaron en un ataúd y, al atardecer, la madre fue a apalabrar los funerales con el pope.
Marusia se quedó sola y, como sentía miedo, pensó: «Iré a ver a mis amigas.»
Llegó a la casa donde se reunían, y allí estaba el vampiro.
-Hola, Marusia. ¿Por qué estás tan triste? -le preguntaron las muchachas.
-¿Cómo no voy a estar triste si se ha muerto mi padre?
-¡Ay, pobrecilla!
Todos se lamentaron con ella, y también el maldito vampiro, como si no fuera cosa suya lo ocurrido. A la hora de deshacerse la reunión dijo como siempre:
-Sal a despedirme, Marusia.
Ella no quería. Le daba miedo.
-¡Ni que fueras una niña pequeña! -intervinieron las otras mozas. ¿Qué temes? Ve a despedirle, mujer.
Salió por fin a despedirle, y cuando estuvieron fuera preguntó él: 
-Dime, Marusia, ¿estuviste en la iglesia?
-No.
-¿Y viste lo que yo hacía?
-No.
-Bueno, pues mañana se morirá tu madre -dijo él, y desapareció.
Regresó Marusia a su casa más triste todavía. Cuando se despertó por la mañana supo que su madre había muerto. Se pasó el día llorando; pero, cuando se puso el sol y oscureció, le dio miedo quedarse sola. Fue donde sus amigas.
-Hola. ¿Qué te pasa? Estás demudada -le dijeron las mozas.
-¿Y cómo voy a estar? Ayer se murió mi padre y hoy se ha muerto mi madre.
-iPobrecilla! ¡Qué pena...! -se lamentaban todos.
Llegó el momento de separarse.
-Sal a acompañarme, Marusia -pidio él. Marusia salió a acompañarle.
-Dime, ¿estuviste en la iglesia?
-No.
-¿Y viste lo que yo hacía?
-No.
-Bueno, pues mañana por la noche te morirás tú.
Marusia se quedó a dormir en casa de sus amigas. Por la mañana, al despertarse, empezó a pensar lo que podría hacer y entonces se acordó de una abuela muy viejecita, tan vieja que se había quedado ya ciega. «Iré a pedirle consejo», decidió, y en seguida se puso en camino.
-Hola, abuelita.
-Hola, nietecita mía. ¿Cómo vives, con ayuda del Señor? ¿Y tus padres?
-Se han muerto, abuelita -contestó, y le refirió todo lo ocurrido.
Después de escucharla dijo la anciana:
-¡Pobrecita mía! Anda corriendo a casa del pope y pídele que, si te mueres, excaven un hoyo debajo del umbral y, al sacarte de casa, te hagan pasar por ese agujero y no por la puerta. Pídele también que te entierren en la encrucijada, allí donde se cruzan dos caminos.
Fue Marusia a casa del pope y, llorando a todo llorar, le pidió que lo hiciera todo tal y como había dicho la abuela. De regreso a su casa, compró un ataúd, se metió dentro y al instante quedó muerta.
Avisado el sacerdote, enterró primero al padre y a la madre de Marusia y luego a la muchacha. A ella la sacaron por debajo del umbral y le dieron tierra en la encrucijada.
Al poco tiempo pasaba el hijo de un boyardo por delante de la tumba de Marusia y descubrió allí una florecilla maravillosa como no había visto nunca otra igual.
-Coge esa florecilla con raíz y todo -le dijo a su criado. La llevaremos a casa y la plantaremos en un tiesto para que florezca allí.
Conque cogieron la florecilla, la llevaron a su casa, la plantaron en un tiesto de colores y la colocaron sobre el alféizar de la ventana. Allí siguió creciendo la flor tan hermosa.
Pero, una noche en que no tenía sueño, se fijó el criado en la ventana y vio una cosa prodigiosa. La florecilla se agitó de pronto, cayó del tiesto al suelo y se convirtió en una linda doncella. Si hermosa era la florecilla, más lo era la muchacha.
La linda doncella echó a andar por los aposentos, buscó comida y bebida y, una vez saciadas el hambre y la sed, pegó contra el suelo, quedando convertida en florecilla, y trepó a la ventana para posarse en su rama.
Al día siguiente le refirió el criado a su señor el prodigio que había presenciado.
-¡Muchacho! ¿Cómo no me has despertado? Esta noche velaremos los dos.
Llegó la noche, y ellos se quedaron en vela, esperando. A las doce en punto, la florecilla empezó a agitarse, revoloteó de un lado a otro, luego pegó contra el suelo y apareció una linda doncella. Buscó comida y bebida y se sentó a cenar. El joven señor corrió a ella, la tomó de las blancas manos y la condujo a su aposento, donde estuvo contemplándola embelesado. Por la mañana les dijo a sus padres:
-Dadme vuestra venia para casarme: he encontrado novia. Los padres dieron su consen-timiento. Pero Marusia advirtió:
-Me casaré contigo, pero a condición de no ir a la iglesia en cuatro años.
-De acuerdo.
Se casaron, pues, vivieron felices un año, luego dos, y les nació un niño.
Un día en que tenían invitados, y después de beber y divertirse, cada cual empezó a jactarse de su esposa: si la de uno valía mucho, la del otro valía más aún...
-Vosotros diréis lo que queráis -intervino el señor de la casa, pero no hay en el mundo ninguna mejor que mi esposa.
-Será muy buena, pero no está bautizada. -¿Cómo que no?
-Por lo menos, no va a la iglesia.
Aquellas palabras le parecieron ofensivas al marido. Esperó al domingo y le ordenó a su mujer vestirse para asistir a misa.
-Ya lo sabes: no acepto ninguna razón. Quiero verte lista al instante.
Conque fueron a la iglesia. El marido entró y no vio nada de particular, pero ella descubrió en seguida al vampiro sentado en el alféizar de una ventana.
-¡Ah! Conque has venido, ¿eh? Pues volvamos a lo pasado. ¿Estuviste aquella noche en la iglesia?
-No.
-¿Y viste lo que yo hacía allí?
  No.
-Bueno, pues mañana se morirán tu marido y tu hijo.
A la salida de la iglesia, Marusia corrió a casa de su abuela. Esta le dio agua bendita en un frasquito, agua de la vida en otro y le explicó lo que debía hacer.
El marido y el hijo de Marusia murieron al día siguiente. Acudió el vampiro y preguntó:
-Dime, ¿estuviste en la iglesia?
-Sí.
-¿Y viste lo que yo hacía?
-Estabas devorando a un difunto.
Nada más pronunciar estas palabras, Marusia le echó encima el agua bendita, dejándole reducido a cenizas.
Luego salpicó con el agua de la vida a su marido y a su hijo, que resucitaron en seguida.
Desde entonces no conocieron ya pesares ni separaciones y vivieron juntos largos años felices.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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