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domingo, 11 de agosto de 2013

Ivan ceniza

Eranse un hombre y una mujer que tenían tres hijos: dos listos y el otro tonto. Este se llamaba Iván, y de apodo Ceniza. Había estado tendido doce años sobre las cenizas. Cuando al fin se le­vantó y se sacudió, de él se desprendieron seis puds de cenizas.
En el reino donde vivía Iván siempre era de noche por el male­ficio de un culebrón. Conque Iván decidió destruir a aquel cule­brón y le dijo a su padre:
-Hazme una estaca de cinco puds.
Iván agarró la estaca, salió al campo, la lanzó al aire y volvió a su casa. Al día siguiente fue Iván al campo, al mismo sitio donde había lanzado la estaca al aire, levantó la cabeza y, cuando la esta­ca cayó desde lo alto, le pegó en la frente y se partió en dos. Iván regresó a su casa y le dijo al padre:
-Hazme otra estaca, pero de diez puds.
Iván agarró la estaca, salió al campo, la lanzó al aire y la estaca estuvo volando tres días y tres noches. Al cuarto día volvió Iván al mismo sitio y, cuando vio que la estaca bajaba volando, adelan­tó una rodilla: la estaca se partió en tres pedazos. De vuelta a su casa, Iván hizo que su padre le cortara otra estaca, pero de quince puds. Luego la agarró, fue al campo y la lanzó al aire. Esta estaca estuvo volando seis días. Al séptimo marchó Iván al mismo sitio: la estaca bajaba volando, y le pegó en la frente tan fuerte que se la abolló.
  Esta servirá contra el culebrón -dijo entonces Iván.
Hizo sus preparativos y marchó con sus hermanos a luchar con­tra el culebrón. Anda que te anda, llegaron hasta una casa con pa­tas de gallina, que era donde vivía el culebrón. Se detuvieron allí cerca. Iván colgó sus manoplas y les dijo a los hermanos:
-Cuando veáis que mana sangre de mis manoplas, acudid en seguida en mi ayuda.
Luego fue hacia la casa y se escondió debajo de un puente. En esto llegó un culebrón de tres cabezas. El caballo tropezó, el perro ladró y el halcón aleteó.
-¿Por qué tropiezas, caballo, por qué ladra el perro y aletea el halcón? -preguntó el culebrón.
-¿Cómo no voy a tropezar -contestó el caballo, si debajo del puente está Iván Ceniza?
-Sal de ahí, Iván -dijo entonces el culebrón: vamos a me­dir nuestras fuerzas.
Iván salió y empezaron a pelear. Iván mató al culebrón y se escondió otra vez. En esto llegó otro culebrón, éste de seis cabezas, y también lo mató; pero, ya llegaba otro, de doce cabezas. Iván se puso a pelear con él y le cortó nueve cabezas: al culebrón se le agotaron las fuerzas. Pero vieron un cuervo que venía volando y gritando: «¡Sangre! ¡Sangre!». El culebrón le dijo:
-Vuela donde está mi mujer, y ella devorará a Iván Ceniza.
Pero él le dijo:
-Vuela donde están mis hermanos y diles que vengan. Noso­tros mataremos a este culebrón y te daremos su carne.
El cuervo hizo caso a Iván, corrió donde estaban sus hermanos y se puso a graznar sobre sus cabezas. Los hermanos se desperta­ron al oír el grito del cuervo y corrieron en ayuda de Iván. Mataron al culebrón, agarraron una de sus cabezas y entraron con ella en su casa. Allí partieron el cráneo, y entonces se hizo de día en todo el reino.
Después de matar al culebrón, Iván partió para su casa con sus hermanos, pero se le habían olvidado las manoplas. Les pidió a sus hermanos que le esperaran un poco, y volvió a buscarlas. Cer­ca ya de la casa vio que la mujer y las hijas del culebrón estaban hablando entre ellas. Se transformó en gato, empezó a maullar al lado de la puerta y ellas le dejaron entrar, de manera que se ente­ró de todo lo que decían. Luego agarró las manoplas, escapó de allí y se reunió con sus hermanos. Iban galopando cuando, de pron­to, apareció una pradera verde y, en la pradera, unos cojines de seda.
-Vamos a dejar que los caballos pasten un poco mientras no­sotros descansamos -dijeron los hermanos.
-Esperad un poco -advirtió Iván. Agarró la estaca y la des­cargó sobre los cojines, de los que empezó a fluir sangre.
Siguieron su camino hasta encontrarse delante de un manzano cuyos frutos eran de plata y de oro.
-Vamos a comernos una manzana cada uno -dijeron los her­manos.
-Esperad que pruebe yo -advirtió Iván. Agarró la estaca y la descargó sobre el manzano, del que empezó a fluir sangre.
Continuaron adelante hasta que se encontraron delante de una fuente.
-Bebamos de este agua -dijeron los hermanos.
-Esperad, hermanos míos -advirtió Iván. Agarró la estaca y pegó con ella en la fuente, cuya agua se convirtió en sangre.
Porque el prado, los cojines, el manzano y la fuente eran las hijas del culebrón.
Después de matar a las hijas del culebrón, Iván y sus hermanos siguieron camino de casa, cuando vieron que los perseguía la ser­piente. Llegaba volando, con las fauces abiertas desde el cielo has­ta la tierra, y quería engullir a Iván. Iván y sus hermanos le arroja­ron tres puds de sal: Ella se los tragó, pensando que era Iván Ceni­za. Pero, al notar por el sabor que la habían engañado, se lanzó con más furia detrás de ellos.
Viendo que ya iba a alcanzarle, Iván soltó a su caballo y se es­condió detrás de doce puertas en la herrería de Kuzma y Damián. La serpiente llegó volando y exigió:
-Entregadme a Iván Ceniza.
-Atraviesa con tu lengua las doce puertas y llévatelo -con­testaron los herreros.
La serpiente se puso a lamer las puertas. Mientras, ellos calen­taron pinzas al rojo vivo y, en cuanto asomó la lengua, la agarron y se pusieron a darle de martillazos.
Después de matar a la serpiente, los hermanos la quemaron, esparcieron sus cenizas al viento y regresaron a su casa. Vivieron felices y contentos, festejando y divirtiéndose, bebiendo vino e hi­dromiel. Yo estuve allí, también bebí, y aunque en la boca no me entró, por la barba chorreó.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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