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domingo, 11 de agosto de 2013

El sol, el rayo de luna y el cuervo cuervovich

Éranse una vez un viejo y una vieja que tenían tres hijas. El viejo fue al granero a por un saco de sémola; pero, como el saco estaba roto, la sémola iba escapándose del saco mientras el hom­bre volvía a su casa. De manera que, cuando llegó, le preguntó su mujer:
-¿Y la sémola?
La sémola se había vertido toda. El viejo se puso a recogerla diciendo:
-Si el Sol calentara, si el Rayo de Luna alumbrara y si Cuervo Cuervovich me ayudara, al Sol le daría por esposa a la mayor de mis hijas, al Rayo de Luna la segunda y a Cuervo Cuervovich la menor.
Apenas comenzó el viejo a recoger la sémola, el Sol dio calor, el Rayo de Luna alumbró y Cuervo Cuervovich se puso a ayudarle.
El viejo entró en su casa y le dijo a la mayor de las hijas:
-Vístete bien, y sal al porche.
La hija se vistió, salió al porche, y el Sol se la llevó.
También ordenó el viejo a la segunda de las hijas que se vistie­ra y saliese al porche. Ella se vistió, salió, y el Rayo de Luna se la llevó.
Por último dijo a la menor de las hijas:
-Vístete bien y sal al porche.
Ella se vistió, salió al porche, y Cuervo Cuervovich se la llevó.
Al cabo de un tiempo dijo el viejo:
-Voy a visitar a alguno de mis yernos.
Y se fue a visitar al Sol. En cuanto llegó, le preguntó el Sol:
-¿Qué puedo ofrecerte?
-No quiero nada, gracias.
El Sol le dijo a su mujer que amasara unos oladis. Cuando la mujer los amasó, el Sol se tendió en medio del suelo, la mujer le puso la sartén encima, y los oladis se frieron. El Sol y su esposa agasajaron al viejo con ellos.
Regresó a casa el viejo, le pidió a su mujer que amasara unos oladis, luego se sentó en el suelo y le dijo que le pusiera encima la sartén para freírlos.
-¿Te has creído que se van a freír encima de ti? -objetó la mujer.
-¡Claro que sí! Pon la sartén y lo verás.
La mujer obedeció; pero, por mucho tiempo que estuvieron allí los oladis, lo único que ocurrió fue que se desparramó la masa. La mujer metió entonces la sartén en el horno, allí se hicieron los oladis, y el viejo comió.
Al día siguiente, fue a ver a otro de sus yernos: al Rayo de Luna.
-¿Qué te puedo ofrecer? -preguntó el Rayo de Luna.
-No quiero nada, gracias.
El Rayo de Luna calentó entonces el baño para su suegro.
-Sin luz, no voy a poder bañarme -objetó el viejo.
-No te preocupes, que tendrás luz -replicó el Rayo de Luna.
Conque, cuando el viejo entró en el baño, el Rayo de Luna metió uno de sus dedos por un agujero, y el baño se iluminó. El viejo tomó un buen baño de vapor y, de regreso a su casa, le man­dó a su mujer que calentara el baño de noche. Ella obedeció, y entonces le dijo el marido que fuera ella a bañarse.
-¡Pero no puedo bañarme en la oscuridad!
-Tú entra, y verás cómo se ilumina.
Entró la vieja en el baño, y su marido, que había visto lo que hizo el Rayo de Luna para iluminar el baño cuando él estaba den­tro, abrió un agujero en la pared y metió unos de sus dedos. Co­mo es natural, todo siguió a oscuras.
-¡No se ve nada! -gritaba la vieja. No tuvo más remedio que ir a buscar una tea para poderse bañar con luz.
Otro día marchó el viejo a visitar a Cuervo Cuervovich.
-¿Qué puedo ofrecerte? -preguntó Cuervo Cuervovich.
-No quiero nada, gracias.
-Entonces, ven a echar un sueño en la alcándara.
Cuervo Cuervovich puso una escalerilla, subieron los dos, y Cuervo Cuervo-vich cobijó al viejo debajo de una de sus alas. Este se durmió al cabo de un rato, los dos se cayeron y se mataron.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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