Éranse una
vez un viejo y una vieja que tenían tres hijas. El viejo fue al granero a por
un saco de sémola; pero, como el saco estaba roto, la sémola iba escapándose
del saco mientras el hombre volvía a su casa. De manera que, cuando llegó, le
preguntó su mujer:
-¿Y la
sémola?
La sémola
se había vertido toda. El viejo se puso a recogerla diciendo:
-Si el Sol
calentara, si el Rayo de Luna alumbrara y si Cuervo Cuervovich me ayudara, al
Sol le daría por esposa a la mayor de mis hijas, al Rayo de Luna la segunda y a
Cuervo Cuervovich la menor.
Apenas
comenzó el viejo a recoger la sémola, el Sol dio calor, el Rayo de Luna alumbró
y Cuervo Cuervovich se puso a ayudarle.
El viejo
entró en su casa y le dijo a la mayor de las hijas:
-Vístete
bien, y sal al porche.
La hija se
vistió, salió al porche, y el Sol se la llevó.
También
ordenó el viejo a la segunda de las hijas que se vistiera y saliese al porche.
Ella se vistió, salió, y el Rayo de Luna se la llevó.
Por último
dijo a la menor de las hijas:
-Vístete
bien y sal al porche.
Ella se
vistió, salió al porche, y Cuervo Cuervovich se la llevó.
Al cabo de
un tiempo dijo el viejo:
-Voy a
visitar a alguno de mis yernos.
Y se fue a
visitar al Sol. En cuanto llegó, le preguntó el Sol:
-¿Qué puedo
ofrecerte?
-No quiero
nada, gracias.
El Sol le
dijo a su mujer que amasara unos oladis.
Cuando la mujer los amasó, el Sol se tendió en medio del suelo, la mujer le
puso la sartén encima, y los oladis
se frieron. El Sol y su esposa agasajaron al viejo con ellos.
Regresó a
casa el viejo, le pidió a su mujer que amasara unos oladis, luego se sentó en el suelo y le dijo que le pusiera encima
la sartén para freírlos.
-¿Te has
creído que se van a freír encima de ti? -objetó la mujer.
-¡Claro que
sí! Pon la sartén y lo verás.
La mujer
obedeció; pero, por mucho tiempo que estuvieron allí los oladis, lo único que
ocurrió fue que se desparramó la masa. La mujer metió entonces la sartén en el
horno, allí se hicieron los oladis, y el viejo comió.
Al día
siguiente, fue a ver a otro de sus yernos: al Rayo de Luna.
-¿Qué te
puedo ofrecer? -preguntó el Rayo de Luna.
-No quiero
nada, gracias.
El Rayo de
Luna calentó entonces el baño para su suegro.
-Sin luz,
no voy a poder bañarme -objetó el viejo.
-No te
preocupes, que tendrás luz -replicó el Rayo de Luna.
Conque,
cuando el viejo entró en el baño, el Rayo de Luna metió uno de sus dedos por un
agujero, y el baño se iluminó. El viejo tomó un buen baño de vapor y, de
regreso a su casa, le mandó a su mujer que calentara el baño de noche. Ella
obedeció, y entonces le dijo el marido que fuera ella a bañarse.
-¡Pero no
puedo bañarme en la oscuridad!
-Tú entra,
y verás cómo se ilumina.
Entró la
vieja en el baño, y su marido, que había visto lo que hizo el Rayo de Luna para
iluminar el baño cuando él estaba dentro, abrió un agujero en la pared y metió
unos de sus dedos. Como es natural, todo siguió a oscuras.
-¡No se ve
nada! -gritaba la vieja. No tuvo más remedio que ir a buscar una tea para
poderse bañar con luz.
Otro día
marchó el viejo a visitar a Cuervo Cuervovich.
-¿Qué puedo
ofrecerte? -preguntó Cuervo Cuervovich.
-No quiero
nada, gracias.
-Entonces,
ven a echar un sueño en la alcándara.
Cuervo
Cuervovich puso una escalerilla, subieron los dos, y Cuervo Cuervo-vich cobijó
al viejo debajo de una de sus alas. Este se durmió al cabo de un rato, los dos
se cayeron y se mataron.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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