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domingo, 11 de agosto de 2013

El oso, la zorra, el tabano y el campesino

Erase un campesino que tenía un caballo pío. El campesino lo enganchó a su carro y marchó al bosque a cortar leña. Nada más llegar al bosque, sé encontró con un oso muy grande.
-Oye, buen hombre -dijo el oso después de saludarle, ¿quién ha pintado así tu caballo, que está tan bonito?
-Pues yo mismo, hombre.
-¿Tú sabes hacerlo?
-¿Quién, yo? ¡Claro que sí! Si quieres, puedo dejarte todavía más pintado que a mi caballo.
-Sí, hombre, por favor -rogó el oso. En pago, te traeré una colmena entera...
-Bueno, pues de acuerdo. Pero te advierto, viejo demonio, que habrá que atarte con unas cuerdas. De lo contrario, no te estarás quieto cuando empiece a pintarte.
El oso aceptó. «¡Ahora verás lo que es bueno!», pensó el campesino. Agarró unas riendas y unas cuerdas, y lo ató de tal manera, que el oso se puso a atronar el bosque con sus rugidos.
-¡Estáte quieto, hermano Mishka[1]! No te muevas, que ha llegado el momento de pintarte.
-¡Suéltame, buen hombre! -suplicaba el oso. Ya no quiero ser pintado. ¡Suéltame, por favor!
-¡Quizá, viejo diablo! ¿No lo has querido tú? Pues así se hará.
El campesino cortó un montón de leña, le prendió fuego y, cuando estuvo bien ardiendo la hoguera, metió su hacha entre las llamas. Esperó a que el hacha estuviera al rojo, y entonces la agarró y empezó a pasarla por la pelleja del oso. ¡Qué chamusquina! El oso se puso a rugir como loco, tensó todas sus fuerzas, hizo saltar cuerdas y riendas, y escapó a ciegas por el bosque. Por donde pasaba, sólo se oía crujir de ramas. Extenuado de tanto correr, quiso acostarse; pero ¡quiá!, tenía la panza y los flancos todos quemados. ¡Qué rugidos los suyos! «El día que ese campesino caiga entre mis garras se va a acordar de mí...», pensaba.
Al día siguiente, la mujer de aquel campesino fue a segar el centeno, y se llevó un cantero de pan y una orza de leche. Llegó a su campo, dejó a un lado la orza de leche y se puso a segar. Mientras tanto, el campesino pensó:
-Voy a ver qué hace mi mujer.
Enganchó el caballo, llegó hasta su campo y vio a una zorra vagando por entre el centeno. La muy pícara se había deslizado hasta donde estaba la orza de leche y metió la cabeza dentro, pero luego no la pudo sacare Y ahora vagaba por el centeno, sacudiendo la cabeza y diciendo:
-Vamos, orza, basta de bromas... Ya está bien de travesuras... Déjame ir... ¡Orcita! ¡Preciosa! ¡Bastante has jugado y te has divertido ya!...
Y, a todo esto, no paraba de sacudir la cabeza. Pero, mientras ella andaba así en pleito con la orza, el campesino agarró una estaca y le sacudió a la zorra en las patas con ella. La zorra pegó de pronto una espantada, fue a dar de cabeza contra una piedra, y la orza se hizo añicos. Al ver que el campesino la perseguía con la estaca, la zorra emprendió una carrera tan veloz, que, aunque sólo le quedaban tres patas ilesas, ni los perros habrían podido darle alcance, y desapare-ció en el bosque.
Volvió el campesino hacia su carro y comenzó a cargar los haces. En esto apareció por allí un tábano, que se le posó en el cuello y le pegó un fuerte picotazo. El hombre se echó mano al cuello y agarró al tábano.
-¿Qué haría yo contigo? -dijo. ¡Ya está! Espera, que vas a acordarte de mí -agarró una brizna de paja y se la clavó al tábano no en el trasero-. Y ahora, a ver cómo vuelas.
El pobre tábano echó a volar llevando la brizna de paja clavada y pensando: « A buenas manos he ido a parar... Nunca en mi vida había llevado una carga como ésta...»
A fuerza de volar llegó hasta el bosque totalmente rendido. Quiso remontarse para descansar en un árbol, pero la brizna de paja no le dejaba. Después de mucho intentarlo se posó como pudo, todo sofocado y tan jadeante que hasta el árbol se tambaleó. Precisamente debajo de ese árbol estaba tendido el oso al que había chamuscado el campesino. El oso se preguntó, asustado, por qué se movería tanto aquel árbol. Miró hacia arriba, vio al tábano posado en una rama y le gritó:
-¡Oye, muchacho! ¡Hermano! Baja del árbol, haz el favor, no vaya a ser que lo derribes...
El tábano obedeció, y bajó volando. El oso le preguntó al verle:
-¿Quién te ha clavado esa brizna de paja en el trasero, hermano?
Pero el tábano también le preguntó al oso cuando le miró:
-Y a ti, hermano, ¿quién te ha chamuscado? Fíjate: en unos sitios tienes pelo y en otros se te ven los huesos.
-Esto, hermano tábano, ha sido obra de un campesino.
-Pues esto, hermano oso, también -me lo ha hecho un campesino.
Allí estaban los dos, cuando apareció una zorra renqueando sobre tres patas.
-¿Quién te ha partido la otra? -preguntó el oso,
-¡Ay, compadre! Lo cierto es que no pude verlo bien, pero ha tenido que ser un campesino que me perseguía con una estaca.
-Hermanos, vamos los tres a darle lo suyo al campesino.
En seguida se encaminaron los tres hacia el campo donde estaba el campesino cargando los haces. Fueron acercándose. Cuando el campesino los vio, no supo ni qué hacer...

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)






[1]Mishka (Misha): Apelativo cariñoso para designar al oso en casi todos los cuentos.

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