En cierto
reino, en cierto país, vivía un zar llamado Iván. Este zar tenía un hermano, el
zarévich Vasili, al que nunca acompañaba la suerte. Incluso el zar se enfadó
con él y le echó de su casa. Desde entonces le llamaron el zarévich Vasili el
Desdichado. Llegó a tal extremo de pobreza, que ni siquiera tenía ropa decente
que ponerse.
Se
aproximaba el Domingo de Resurrección. La víspera de esa fiesta, el pueblo
entero solía ir a felicitar al zar, y el zar repartía dádivas, ya fuera en
dinero, ya en mercedes.
Pues
bien, precisamente el Sábado de Gloria iba el zarévich Vasili por la calle
cuando se encontró con una buena mujer, gorro azul de papel, que le dijo:
-¡Hola, zarévich
Vasili! ¿Por qué andas tan cuitado y con la cabeza gacha?
-¡Ay,
buena mujer, gorro azul de papel! ¿Acaso tengo razones para estar alegre? Llega
una fiesta como la de mañana, cuando todo el mundo estrena buena ropa, y yo,
que soy el hermano del zar, no tengo nada que ponerme ni tampoco comida digna
para celebrar el final de la vigilia.
-Anda a
ver a tu hermano, el zar Iván -sugirió entonces la mujer, y pídele alguna
dádiva, algún regalo...
El
zarévich Vasili atendió el consejo, entró en el aposento del zar, y su hermano
le preguntó al verle.
-¿Qué
quieres, Vasili el Desdichado?
-He
venido a verte, hermano, ya que por estas fiestas suelesrepartir dádivas a todo
el mundo y a mí no me has regalado nada todavía.
El zar
estaba entonces rodeado de muchos generales, y se puso a mofarse de su hermano.
-¿Qué
dádiva o qué regalo podría hacerte, pánfilo?
Y tuvo
una ocurrencia: le hizo presente de cuarenta veces cuarenta martas cebellinas
negras y también oro para fundir botones y seda para las presillas.
-Aquí tienes
un regalito, hermano -le dijo. Hazte con todo una hopalanda para la misa de
mañana. Y que cada botón lleve grabado un ave del paraíso y un gato de
ultramar...
El
zarévich Vasili dio las gracias y se marchó llorando, muy triste con aquel
regalo. Así iba por la calle cuando volvió a encontrarse con la buena mujer,
gorro azul de papel, que le preguntó:
-¿Qué
regalo te ha hecho tu hermano, zarévich Vasili?
-¡Ay,
buena mujer, gorro azul de papel! Mi hermano me ha regalado cuarenta veces
cuarenta martas cebellinas negras, oro puro para los botones y seda verde para
las presillas. Me ha mandado hacerme una hopalanda para la misa de mañana y que
en cada botón gorjee un ave del paraíso y maúlle un gato de ultramar.
A lo cual
replicó la buena mujer, gorro azul de papel: -Sígueme, zarévich Vasili, y no
sufras ni te acongojes.
Allá
fueron caminando, no sé si mucho o poco, no sé si para arriba o para abajo,
hasta encontrarse frente al palacio de Elena la Bella.
-Quédate
aquí fuera, zarévich Vasili -dijo la buena mujer, gorro azul de papel-,
mientras yo entró a ver a Elena la
Bella y le propongo que se case contigo.
Entró la
mujer en el aposento de Elena la
Bella y le dijo: -Elena la Bella , mátushka, he venido a proponerte que te
cases con el zarévich Vasili.
-¿Y dónde
está el zarévich Vasili? -preguntó Elena la Bella a la buena mujer, gorro azul de papel.
Y ella
contestó:
-El
zarévich Vasili se ha quedado fuera, sin atreverse a entrar no teniendo tu
venia.
Elena la Bella ordenó inmediatamente
que le franquearan la entrada al zarévich Vasili y, como le agradó mucho cuando
le vio, le invitó a pasar a otro aposento, donde puso a dos servidores a sus
órdenes, considerándole desde entonces su prometido.
Pero la
buena mujer, gorro azul de papel, le advirtió:
-¡Ay,
Elena la Bella ,
mátushka! Su hermano le ha regalado para una hopalanda cuarenta veces cuarenta
martas cebellinas negras, oro puro para los botones, seda verde para las
presillas, y le ha mandado que la prenda esté lista para la misa de mañana y
que en cada botón gorjeen aves del paraíso y maúllen gatos de ultramar.
Después
de escuchar con atención, Elena la
Bella contestó que todo se haría. En vista de lo cual se
despidió y se marchó la buena mujer, gorro azul de papel.
Al caer
la tarde salió Elena la Bella
a su porche y gritó:
-¡Eh tú,
halcón resplandeciente, hermano mío! ¡Acude al instante, acude en seguida!
El halcón
resplandeciente llegó volando, pegó contra el porche y quedó convertido en
apuesto mancebo.
-¡Hola,
hermana mía!
-¡Hola,
hermano mío!
Charlaron
de unas cosas y otras hasta que Elena la Bella le dijo a su hermano:
-Me he
comprometido con el zarévich Vasili: hazle una hopalanda para la misa de
mañana.
Le
entregó las cuarenta veces cuarenta martas cebellinas negras, el oro puro para
los botones, la seda verde para las presillas, con la recomendación expresa de
que en los botones gorjearan aves del paraíso y maullaran gatos de ultramar y
de que la hopalanda estuviera lista a tiempo.
-No te
preocupes, hermana, que todo se hará.
Entre
tanto, el zarévich Vasili no se imaginaba que al día siguiente estrenaría
aquella prenda.
Al toque
de la primera misa llegó volando el halcón resplandeciente, pegó contra el
porche y se convirtió en apuesto mancebo. Su hermana salió a recibirle, y él la
entregó la hopalanda terminada.
Elena la Bella agradeció a su hermano
el favor, hizo llegar la prenda al zarévich Vasili y le dijo que se la pusiera.
Muy contento, el zarévich Vasili se atavió y pasó al aposento de Elena la Bella , que en seguida ordenó
enganchar los caballos a un carruaje para ir a misa. Antes de que partiera el zarévich
Vasili, le dio tres huevos de Pascua, recomendándole:
-Uno es
para el arcipreste cuando le felicites por la Resurrección del
Señor, otro es para tu hermano, el zar Iván, y el tercero para quien sea más de
tu agrado. Otra cosa: cuando llegues a la iglesia, colócate delante de tu
hermano.
Llegó el
zarévich Vasili a la iglesia y, como le había recomendado Elena la Bella , se colocó delante de
su hermano. El zar, que no le reconoció, se preguntaba quién podría ser.
Entonces ordenó a uno de sus generales que fuera a preguntárselo con toda
cortesía.
El
general se acercó a preguntarle al zarévich Vasili:
-Mi señor
me manda a saber si sois un zar o un zarévich, un rey, un príncipe o un recio y
forzudo bogatir.
-Yo soy
de aquí -contestó.
Terminado
el oficio divino, el zarévich Vasili fue primero a saludar al arcipreste y,
después de los tres besos de rigor, le hizo entrega de uno de los huevos de
Pascua. Luego se acercó a su hermano, el zar Iván, y le dijo:
-Jesucristo
ha resucitado, hermano mío.
-En
verdad que ha resucitado -contestó el zar.
El
zarévich Vasili le dio otro huevo de Pascua. Todavía le quedaba uno. Entonces,
al salir de la iglesia, se encontró con Aliosha Popóvich.
-Jesucristo
ha resucitado, zarévich Vasili -le dijo.
-En
verdad que ha resucitado.
-Dame un
huevo de Pascua -exigió Aliosha Popóvich.
-No tengo
-contestó el zarévich Vasili.
Pero, de
regreso a casa de Elena la Bella ,
después de los tres besos rituales por la Resurrección del
Señor, le entregó a ella el huevo de Pascua que le quedaba.
-No
pensaba yo que guardarías uno para mí, zarévich Vasili. Ahora acepto casarme
contigo. Ve y pídele a tu hermano que venga a la boda.
El
zarévich Vasili fue a casa de su hermano, que se alegró mucho de verle, y le
invitó a su boda.
-¿Qué
novia has elegido? -preguntó el zar.
-He
elegido a Elena la Bella.
Se
celebró la boda, y luego el zar Iván dio un gran festín, al que invitó a su
hermano, el zarévich Vasili, y a su esposa Elena la Bella.
Cuando
llegó el momento de ir al banquete, el zarévich Vasili fue a buscar a su
esposa, pero ésta le dijo:
-Como soy
tan bella, temo que alguien me haga mal de ojo. Mejor será que vayas solo.
Llegó,
pues, el zarévich Vasili solo a casa de su hermano, que le preguntó:
-¿Cómo es
que vienes solo, y no con tu esposa?
-Se
encuentra algo indispuesta, hermano.
Luego
estuvieron festejando, no sé si poco o mucho, y, ya bebidos, empezaron a
jactarse cada uno de algo: éste de tal cosa, aquél de tal otra... El único que
callaba, sin jactarse de nada, era el zarévich Vasili. Su hermano se le acercó
a preguntarle:
-Y tú,
hermano, ¿cómo es que no te jactas de nada?
-¿Y de
qué podría jactarme?
-Pues
aunque sólo sea del acierto que has tenido al elegir una buena esposa.
-Tienes
razón, hermano, es una buena esposa.
-¿Buena?
-intervino Aliosha Popóvich corriendo hacia el zarévich Vasili-. ¿Buena, y he
dormido una noche con ella en ausencia tuya?
Todos los
invitados dijeron a esto:
-Puesto
que has dormido con ella, anda ahora con ella a tomar un baño de vapor y trae
su anillo con el nombre grabado. Entonces, te creeremos. Si no lo traes, te
llevaremos a la horca.
Aliosha
Popóvich no tuvo más remedio que marcharse muy triste.
Iba
caminando cuando se encontró con una buena mujer, gorro azul de papel, que le
preguntó:
-¿-Por
qué andas tan triste, Aliosha?
-¿Cómo no
voy a estar triste? Me he jactado delante del zar de haber dormido una noche
con Elena la Bella ,
y todos los invitados presentes me han dicho entonces que, puesto que he
dormido con ella, vaya ahora con ella también a tomar un baño de vapor y traiga
su anillo con el nombre grabado. Y que si no lo traigo, me llevarán a la horca.
-Deja de
penar y sígueme -dijo la mujer.
Llegaron
ante la casa de Elena la
Bella. La buena mujer, gorro azul de papel, dejó a Aliosha
Popóvich fuera y ella se coló en el zaguán por una puerta excusada. De pronto
vio el anillo con el nombre grabado que estaba encima de un banco: Elena la Bella lo había olvidado allí
cuando se estuvo aseando después de dormir la siesta.
La vieja
echó mano del anillo, se lo dio a Aliosha Popóvich y le mandó al río a
humedecerse el cabello como si hubiera estado en el baño. Así lo hizo Aliosha,
antes de volver al palacio del zar, donde mostró a todo el mundo el anillo con
el nombre grabado.
El
zarévich Vasili se llevó un gran disgusto, regresó inmediata-mente a su casa y,
por cien rublos, vendió a Elena la
Bella a unos mercaderes.
En la
ciudad adonde fue conducida Elena la
Bella acababa de morir el zar, por lo cual se había lanzado
un pregón llamando a toda la gente para elegir a otro. La elección se hacía de
forma muy curiosa, pues era reconocido zar aquel que entrara en la iglesia con
un cirio y ese cirio se encendiese él solo.
Todas las
personas habían probado ya suerte sin que se encen-diera ningún cirio. Enterada
de todo esto, Elena la Bella
se dijo:
-¿Y si
probara yo?
Vestida
de hombre, tomó un cirio y se dirigió a la iglesia. No hizo más que entrar en
el templo, cuando su cirio se encendió solo.
Toda la
gente se alegró mucho y la puso al frente del reino. Mientras reinaba, ella
hizo indagaciones para saber dónde estaba y cómo vivía su esposo, el zarévich
Vasili. Así supo que la añoraba mucho y envió a unos emisarios en su busca.
Cuando por fin llegó y refirió lo sucedido, Elena la Bella comprendió quién tenía
la culpa de sus desdichas y entonces se reconcilió con su esposo.
Luego
hicieron venir a Aliosha Popóvich, que lo confesó todo: contó cómo le había
dado el anillo la buena mujer, gorro azul de papel, y cómo había denigrado él a
propósito a Elena la Bella
delante del zar para vengarse del zarévich Vasili, que no le dio un huevo de
Pascua al felicitarle por la resurrección del Señor.
Mandaron
entonces en busca de la buena mujer, gorro azul de papel, y, en cuanto la
trajeron, se pusieron a interrogarla para que explicara por qué le había robado
a Elena la Bella
el anillo con el nombre grabado.
-Porque
Elena la Bella
tenía que haberme mantenido durante tres años, y no lo hizo -contestó.
Aliosha
Popóvich y la buena mujer, gorro azul de papel, fueron condenados al
fusilamiento.
Elena la Bella entregó su reino al
zarévich Vasili para que él lo gobernara, y vivieron felices y en la opulencia.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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