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domingo, 11 de agosto de 2013

El zarevich vasili y elena la bella

En cierto reino, en cierto país, vivía un zar llamado Iván. Este zar tenía un hermano, el zarévich Vasili, al que nunca acompañaba la suerte. Incluso el zar se enfadó con él y le echó de su casa. Desde entonces le llamaron el zarévich Vasili el Desdichado. Llegó a tal extremo de pobreza, que ni siquiera tenía ropa decente que ponerse.
Se aproximaba el Domingo de Resurrección. La víspera de esa fiesta, el pueblo entero solía ir a felicitar al zar, y el zar repartía dádivas, ya fuera en dinero, ya en mercedes.
Pues bien, precisamente el Sábado de Gloria iba el zarévich Vasili por la calle cuando se encontró con una buena mujer, gorro azul de papel, que le dijo:
-¡Hola, zarévich Vasili! ¿Por qué andas tan cuitado y con la cabeza gacha?
-¡Ay, buena mujer, gorro azul de papel! ¿Acaso tengo razones para estar alegre? Llega una fiesta como la de mañana, cuando todo el mundo estrena buena ropa, y yo, que soy el hermano del zar, no tengo nada que ponerme ni tampoco comida digna para celebrar el final de la vigilia.
-Anda a ver a tu hermano, el zar Iván -sugirió entonces la mujer, y pídele alguna dádiva, algún regalo...
El zarévich Vasili atendió el consejo, entró en el aposento del zar, y su hermano le preguntó al verle.
-¿Qué quieres, Vasili el Desdichado?
-He venido a verte, hermano, ya que por estas fiestas suelesrepartir dádivas a todo el mundo y a mí no me has regalado nada todavía.
El zar estaba entonces rodeado de muchos generales, y se puso a mofarse de su hermano.
-¿Qué dádiva o qué regalo podría hacerte, pánfilo?
Y tuvo una ocurrencia: le hizo presente de cuarenta veces cuarenta martas cebellinas negras y también oro para fundir botones y seda para las presillas.
-Aquí tienes un regalito, hermano -le dijo. Hazte con todo una hopalanda para la misa de mañana. Y que cada botón lleve grabado un ave del paraíso y un gato de ultramar...
El zarévich Vasili dio las gracias y se marchó llorando, muy triste con aquel regalo. Así iba por la calle cuando volvió a encontrarse con la buena mujer, gorro azul de papel, que le preguntó:
-¿Qué regalo te ha hecho tu hermano, zarévich Vasili?
-¡Ay, buena mujer, gorro azul de papel! Mi hermano me ha regalado cuarenta veces cuarenta martas cebellinas negras, oro puro para los botones y seda verde para las presillas. Me ha mandado hacerme una hopalanda para la misa de mañana y que en cada botón gorjee un ave del paraíso y maúlle un gato de ultramar.
A lo cual replicó la buena mujer, gorro azul de papel: -Sígueme, zarévich Vasili, y no sufras ni te acongojes.
Allá fueron caminando, no sé si mucho o poco, no sé si para arriba o para abajo, hasta encontrarse frente al palacio de Elena la Bella.
-Quédate aquí fuera, zarévich Vasili -dijo la buena mujer, gorro azul de papel-, mientras yo entró a ver a Elena la Bella y le propongo que se case contigo.
Entró la mujer en el aposento de Elena la Bella y le dijo: -Elena la Bella, mátushka, he venido a proponerte que te cases con el zarévich Vasili.
-¿Y dónde está el zarévich Vasili? -preguntó Elena la Bella a la buena mujer, gorro azul de papel.
Y ella contestó:
-El zarévich Vasili se ha quedado fuera, sin atreverse a entrar no teniendo tu venia.
Elena la Bella ordenó inmediatamente que le franquearan la entrada al zarévich Vasili y, como le agradó mucho cuando le vio, le invitó a pasar a otro aposento, donde puso a dos servidores a sus órdenes, considerándole desde entonces su prometido.
Pero la buena mujer, gorro azul de papel, le advirtió:
-¡Ay, Elena la Bella, mátushka! Su hermano le ha regalado para una hopalanda cuarenta veces cuarenta martas cebellinas negras, oro puro para los botones, seda verde para las presillas, y le ha mandado que la prenda esté lista para la misa de mañana y que en cada botón gorjeen aves del paraíso y maúllen gatos de ultramar.
Después de escuchar con atención, Elena la Bella contestó que todo se haría. En vista de lo cual se despidió y se marchó la buena mujer, gorro azul de papel.
Al caer la tarde salió Elena la Bella a su porche y gritó:
-¡Eh tú, halcón resplandeciente, hermano mío! ¡Acude al instante, acude en seguida!
El halcón resplandeciente llegó volando, pegó contra el porche y quedó convertido en apuesto mancebo.
-¡Hola, hermana mía!
-¡Hola, hermano mío!
Charlaron de unas cosas y otras hasta que Elena la Bella le dijo a su hermano:
-Me he comprometido con el zarévich Vasili: hazle una hopalanda para la misa de mañana.
Le entregó las cuarenta veces cuarenta martas cebellinas negras, el oro puro para los botones, la seda verde para las presillas, con la recomendación expresa de que en los botones gorjearan aves del paraíso y maullaran gatos de ultramar y de que la hopalanda estuviera lista a tiempo.
-No te preocupes, hermana, que todo se hará.
Entre tanto, el zarévich Vasili no se imaginaba que al día siguiente estrenaría aquella prenda.
Al toque de la primera misa llegó volando el halcón resplandeciente, pegó contra el porche y se convirtió en apuesto mancebo. Su hermana salió a recibirle, y él la entregó la hopalanda terminada.
Elena la Bella agradeció a su hermano el favor, hizo llegar la prenda al zarévich Vasili y le dijo que se la pusiera. Muy contento, el zarévich Vasili se atavió y pasó al aposento de Elena la Bella, que en seguida ordenó enganchar los caballos a un carruaje para ir a misa. Antes de que partiera el zarévich Vasili, le dio tres huevos de Pascua, recomendándole:
-Uno es para el arcipreste cuando le felicites por la Resurrección del Señor, otro es para tu hermano, el zar Iván, y el tercero para quien sea más de tu agrado. Otra cosa: cuando llegues a la iglesia, colócate delante de tu hermano.
Llegó el zarévich Vasili a la iglesia y, como le había recomendado Elena la Bella, se colocó delante de su hermano. El zar, que no le reconoció, se preguntaba quién podría ser. Entonces ordenó a uno de sus generales que fuera a preguntárselo con toda cortesía.
El general se acercó a preguntarle al zarévich Vasili:
-Mi señor me manda a saber si sois un zar o un zarévich, un rey, un príncipe o un recio y forzudo bogatir.
-Yo soy de aquí -contestó.
Terminado el oficio divino, el zarévich Vasili fue primero a saludar al arcipreste y, después de los tres besos de rigor, le hizo entrega de uno de los huevos de Pascua. Luego se acercó a su hermano, el zar Iván, y le dijo:
-Jesucristo ha resucitado, hermano mío.
-En verdad que ha resucitado -contestó el zar.
El zarévich Vasili le dio otro huevo de Pascua. Todavía le quedaba uno. Entonces, al salir de la iglesia, se encontró con Aliosha Popóvich.
-Jesucristo ha resucitado, zarévich Vasili -le dijo.
-En verdad que ha resucitado.
-Dame un huevo de Pascua -exigió Aliosha Popóvich.
-No tengo -contestó el zarévich Vasili.
Pero, de regreso a casa de Elena la Bella, después de los tres besos rituales por la Resurrección del Señor, le entregó a ella el huevo de Pascua que le quedaba.
-No pensaba yo que guardarías uno para mí, zarévich Vasili. Ahora acepto casarme contigo. Ve y pídele a tu hermano que venga a la boda.
El zarévich Vasili fue a casa de su hermano, que se alegró mucho de verle, y le invitó a su boda.
-¿Qué novia has elegido? -preguntó el zar.
-He elegido a Elena la Bella.
Se celebró la boda, y luego el zar Iván dio un gran festín, al que invitó a su hermano, el zarévich Vasili, y a su esposa Elena la Bella.
Cuando llegó el momento de ir al banquete, el zarévich Vasili fue a buscar a su esposa, pero ésta le dijo:
-Como soy tan bella, temo que alguien me haga mal de ojo. Mejor será que vayas solo.
Llegó, pues, el zarévich Vasili solo a casa de su hermano, que le preguntó:
-¿Cómo es que vienes solo, y no con tu esposa?
-Se encuentra algo indispuesta, hermano.
Luego estuvieron festejando, no sé si poco o mucho, y, ya bebidos, empezaron a jactarse cada uno de algo: éste de tal cosa, aquél de tal otra... El único que callaba, sin jactarse de nada, era el zarévich Vasili. Su hermano se le acercó a preguntarle:
-Y tú, hermano, ¿cómo es que no te jactas de nada?
-¿Y de qué podría jactarme?
-Pues aunque sólo sea del acierto que has tenido al elegir una buena esposa.
-Tienes razón, hermano, es una buena esposa.
-¿Buena? -intervino Aliosha Popóvich corriendo hacia el zarévich Vasili-. ¿Buena, y he dormido una noche con ella en ausencia tuya?
Todos los invitados dijeron a esto:
-Puesto que has dormido con ella, anda ahora con ella a tomar un baño de vapor y trae su anillo con el nombre grabado. Entonces, te creeremos. Si no lo traes, te llevaremos a la horca.
Aliosha Popóvich no tuvo más remedio que marcharse muy triste.
Iba caminando cuando se encontró con una buena mujer, gorro azul de papel, que le preguntó:
-¿-Por qué andas tan triste, Aliosha?
-¿Cómo no voy a estar triste? Me he jactado delante del zar de haber dormido una noche con Elena la Bella, y todos los invitados presentes me han dicho entonces que, puesto que he dormido con ella, vaya ahora con ella también a tomar un baño de vapor y traiga su anillo con el nombre grabado. Y que si no lo traigo, me llevarán a la horca.
-Deja de penar y sígueme -dijo la mujer.
Llegaron ante la casa de Elena la Bella. La buena mujer, gorro azul de papel, dejó a Aliosha Popóvich fuera y ella se coló en el zaguán por una puerta excusada. De pronto vio el anillo con el nombre grabado que estaba encima de un banco: Elena la Bella lo había olvidado allí cuando se estuvo aseando después de dormir la siesta.
La vieja echó mano del anillo, se lo dio a Aliosha Popóvich y le mandó al río a humedecerse el cabello como si hubiera estado en el baño. Así lo hizo Aliosha, antes de volver al palacio del zar, donde mostró a todo el mundo el anillo con el nombre grabado.
El zarévich Vasili se llevó un gran disgusto, regresó inmediata-mente a su casa y, por cien rublos, vendió a Elena la Bella a unos mercaderes.
En la ciudad adonde fue conducida Elena la Bella acababa de morir el zar, por lo cual se había lanzado un pregón llamando a toda la gente para elegir a otro. La elección se hacía de forma muy curiosa, pues era reconocido zar aquel que entrara en la iglesia con un cirio y ese cirio se encendiese él solo.
Todas las personas habían probado ya suerte sin que se encen-diera ningún cirio. Enterada de todo esto, Elena la Bella se dijo:
-¿Y si probara yo?
Vestida de hombre, tomó un cirio y se dirigió a la iglesia. No hizo más que entrar en el templo, cuando su cirio se encendió solo.
Toda la gente se alegró mucho y la puso al frente del reino. Mientras reinaba, ella hizo indagaciones para saber dónde estaba y cómo vivía su esposo, el zarévich Vasili. Así supo que la añoraba mucho y envió a unos emisarios en su busca. Cuando por fin llegó y refirió lo sucedido, Elena la Bella comprendió quién tenía la culpa de sus desdichas y entonces se reconcilió con su esposo.
Luego hicieron venir a Aliosha Popóvich, que lo confesó todo: contó cómo le había dado el anillo la buena mujer, gorro azul de papel, y cómo había denigrado él a propósito a Elena la Bella delante del zar para vengarse del zarévich Vasili, que no le dio un huevo de Pascua al felicitarle por la resurrección del Señor.
Mandaron entonces en busca de la buena mujer, gorro azul de papel, y, en cuanto la trajeron, se pusieron a interrogarla para que explicara por qué le había robado a Elena la Bella el anillo con el nombre grabado.
-Porque Elena la Bella tenía que haberme mantenido durante tres años, y no lo hizo -contestó.
Aliosha Popóvich y la buena mujer, gorro azul de papel, fueron condenados al fusilamiento.
Elena la Bella entregó su reino al zarévich Vasili para que él lo gobernara, y vivieron felices y en la opulencia.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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