No sé en
qué reino ni en qué país vivía un campesino con su mujer. Vivía acomodado en
toda clase de bienes y era dueño de un buen capital. Hablando con su mujer le
dijo un día:
-Mira,
mujer, que de todo tenemos buen acomodo y sólo nos falta algún hijo. Roguemos a
Dios y quizá se sirva darnos uno, aunque sea en esta última hora, cuando vamos
ya para viejos.
Conque se
pusieron a rogarle a Dios, y la mujer quedó preñada y, llegado su tiempo, trajo
al mundo a una criatura.
Pasó un
año, pasaron dos, pasaron tres... y el hijo no podía andar por su pie, aunque
era ya tiempo de que lo hiciera. Transcurrieron dieciocho años y él continuaba
sin poder valerse de las piernas.
Un día en
que el padre y la madre fueron a recoger la hierba segada, se quedó él solo en
la casa. Entonces se presentó un pordiosero y le dijo:
-¡Muchacho!
Dale una bendita limosna a este pobre viejo por el amor de Dios.
Y él
contestó entonces:
-Bendito
anciano: no puedo daros una limosna porque no me sostienen las piernas.
Entró el
anciano en la isba[1].
-A ver
-dijo: levántate del lecho y dame un cazo.
El
muchacho agarró y le dio un cazo.
-Ve y
tráeme agua.
El
muchacho trajo agua en el cazo y se lo puso en las manos, diciendo:
-Aquí
tenéis, bendito anciano.
Pero éste
se lo devolvió con las siguientes palabras:
-Bébete
tú toda el agua del cazo.
Y de
nuevo le mandó traer agua.
-Vuelve y
tráeme otro cazo lleno.
Mientras
iba por agua, cualquier árbol al que se agarrase lo arrancaba de raíz. El
bendito anciano le preguntó:
-¿Notas
la fuerza que hay ahora dentro de ti?
-Sí que
la noto, bendito anciano. Ahora hay dentro de mi una gran fuerza. Tanta fuerza
que, de fijarle una anilla al universo, yo sería capaz de hacer girar al
universo entero.
Cuando
hubo traído otro cazo de agua, el anciano se bebió la mitad y le dio la otra
mitad a él, con lo cual menguaron algo sus fuerzas.
-Así será
suficiente -dijo.
El
anciano elevó una oración al Señor y abandonó la casa, diciendo:
-¡Quédate
con Dios!
Como
ahora le fastidiaba ya estar acostado, el muchacho marchó al bosque a probar
sus fuerzas excavando árboles[2].
La gente se espantó al ver todos los que había excavado.
En esto
volvieron el padre y la madre del campo. ¡Qué prodigio! Todo el bosque estaba
excavado. ¿Quién lo habría hecho? Se aproximaron más y dijo la mujer:
-Oye,
marido: es nuestro Ilyá quien hace eso.
-¡Estúpida!
-contestó él. Nuestro Ilyá no puede hacerlo. Eso de que lo hace Ilyá es una
tontería.
Y se
acercó al hijo:
-¡Alabado
sea Dios! ¿Cómo ha sido este milagro?
Entonces
dijo Ilyá:
-Vino a
casa un bendito anciano y me pidió limosna. Yo le contesté: «Bendito anciano,
no puedo daros una limosna porque no me sostienen las piernas.» Entonces él
entró en la isba. «A ver -me dijo-: levántate del lecho y dame un cazo.» Yo me
levanté y le di un cazo. «Ve -me dijo- y tráeme agua.» Yo traje agua en el cazo
y se lo puse en las manos. El anciano me dijo: «Bébete tú toda el agua del
cazo.» Yo me la bebí y noté dentro de mí una fuerza muy grande.
Los
campesinos empezaron a salir a la calle diciéndose unos a otros:
-¡Hay que
ver! Se ha hecho un recio y forzudo bogatir -porque así llamaban ya los
campesinos a Ilyá. ¡Cuántos árboles ha tumbado! Hay que llevar la noticia a la
ciudad...
Conque,
enterado por la fama de que existía un bogatir tan recio y forzudo, el sobérano
le mandó llamar y, al placerle su vista, ordenó que fuera vestido como cuadra.
A todos agradó Ilyá, y cumplía su servicio con gran celo. Conque un día dijo el
soberano:
-Tú que
eres un recio y forzudo bogatir, ¿levantarías mi palacio por una esquina?
-Ordene
vuestra majestad, y levantaré el palacio por una esquina o Jo colocaré de
costado o de cualquier otro modo que gustéis.
Conque el
zar[3]
tenía una hija preciosa, tan linda que nadie podría imaginárselo ni
describirlo. Y habiéndole placido grandemente a Ilyá, deseó desposarla.
Conque el
soberano fue una vez a otro país a visitar a otro rey. Llegó donde el otro rey,
y este otro rey tenía también una hija muy bella, pero un culebrón de doce
cabezas había tomado la querencia de visitarla y sorberla los jugos hasta
dejarla exhausta. Conque el soberano de Ilyá le dijo al otro rey:
-Tengo yo
un bogatir recio y forzudo capaz de matar al culebrón de las doce cabezas.
-Por
favor tendré que me lo enviéis -rogó el otro rey.
Conque,
de vuelta a su país, el soberano habló así a su señora soberana:
-Sabréis,
señora, que a la hija de ese rey la tiene medio muerta un culebrón de doce
cabezas que ha tomado la querencia de visitarla y sorberle los jugos.
Y luego
dijo:
-Ilyá
Ivánovich, ¿no podrías tú hacer el favor de matarlo?
-Ordene
vuestra majestad, y lo mataré.
Conque
dijo el zar:
-Irás en
posta, por los caminos, te acompañará tanta y tanta gente y llevarás tales y
tales cosas.
-Iré yo
solo a caballo, si tenéis a bien darme uno.
-Ve a las
caballerizas -dijo el zar- y elige el que quieras.
Pero la
hija del zar, llamó a Ilyá aparte, a otro aposento, y allí le pidió:
-No
vayáis, Ilyá Ivánovich. El culebrón de las doce cabezas os matará. No podréis
vencerlo.
-Quedad
sin cuidado, señora, y no temáis, pues volveré sano y salvo.
Se
encaminó Ilyá a las caballerizas para elegir un corcel. Se acercó al primero,
le puso una mano encima, y el corcel dobló las patas. Probó todos los corceles
que había en las caballerizas; pero, en cuanto les ponía una mano encima, todos
doblaban las patas. Ninguno pudo mantenerse en pie. Llegó al último, que estaba
así como un poco aparte y le pegó una palmada en el lomo. El corcel no hizo más
que relinchar.
-Este será
mi fiel servidor -dijo entonces Ilyá. No se le han doblado las patas.
Y se
presentó ante el soberano:
-Majestad:
he elegido un corcel que será mi fiel servidor.
Así fue
despedido Ilyá con preces y según todas las buenas usanzas.
Montó
llyá en su recio caballo y, habiendo cabalgado no sé si poco o mucho, llegó al
pie de una montaña muy alta y empinada, toda de arena, y trepó a ella con gran
esfuerzo. En lo alto de la montaña había un poste, y en el poste estaba grabada
la indicación de tres caminos. Y rezaba que quien fuera por uno de los caminos
encontraría alimento, pero su caballo no; por el otro encontraría alimento el
caballo, pero no el jinete, y quien fuera por el tercer camino sería muerto.
Ilyá marchó por el camino que presagiaba la muerte, porque confiaba en sí
mismo.
Anduvo
cabalgando -no sé si poco o mucho- por bosques tan tenebrosos, que no se
distinguía nada en torno, cuando de pronto apareció un calvero muy amplio donde
se alzaba una casita, Llegó Ilyá hasta la casita y dijo:
-Casita,
casita, vuélvete de espaldas al bosque y de frente hacia mí.
La casita
giró, colocándose de espaldas al bosque y de frente hacia él. Ilyá se apeó de
su buen caballo y lo ató a un poste.
Al oírle,
la bruja Yagá, que allí vivía, dijo:
-¿Qué
patán será el que ha llegado? Ni mi abuelo ni mi bisabuelo olieron nunca a
ningún ruso, pero ahora quiero ver yo a éste por mis propios ojos.
Conque
agarró, pegó con su báculo en la puerta, y la puerta se abrió. Luego empuñó una
guadaña y quiso rebañarle el gañote con ella al bogatir.
-¡Aguarda,
bruja Yagá! -dijo él. Ahora verás quién soy yo.
Le
arrebató la guadaña de las manos, la agarró por los pelos y la golpeó diciendo:
-Debías
empezar por preguntarme mi nombre y mi linaje, y también cuál es mi proceder y
adónde me dirijo.
Entonces
ella preguntó:
-¿Cuáles
son vuestro nombre y vuestro linaje y adónde os dirigís?
-De
nombre me llamó Ilyá, Ivánovich por mi padre, y voy a tal sitio.
-Tened a
bien pasar a la sala, Ilyá Ivánovich -dijo ella.
Ilyá
entró en la sala y ella le hizo sentar a la mesa y le agasajó con manjares y
bebidas de toda clase, mientras mandaba a una moza a calentar el baño[4]
para él.
Así que
comió y tomó un baño de vapor, Ilyá pasó allí un día y una noche, disponiéndose
luego a reanudar el camino hacia donde debía.
-Permitid
que escriba una carta a mi hermana -dijo la bruja Yagá- para que no os cause
quebranto y os reciba muy honorablemente... De lo contrario, os matará nada más
veros.
Y le
entregó la carta, y salió a despedirle con grande y buena cortesía.
Entonces
montó el bogatir en su buen caballo y partió a través de los bosques
tenebrosos. Anduvo cabalgando -no sé si poco o mucho, y tal era el bosque, que
no podía distinguir nada en torno. Al cabo se encontró en un calvero muy amplio
donde se alzaba una casita surgida allí por arte de magia.
Llegó
Ilyá hasta la casita, se apeó de su buen caballo y lo ató a un poste.
Al oírle
atar el caballo al poste, la bruja Yagá que allí vivía gritó:
-¿Qué es
esto? Ni mi abuelo ni mi bisabuelo olieron nunca a ningún ruso, pero ahora
quiero yo ver a éste por mis propios ojos.
Entonces
pegó con su báculo en la puerta, y la puerta se abrió. Y quiso descargar su
sable contra el cuello de Ilyá, pero éste le dijo:
-No has
de pelear conmigo. Toma esta carta que te envía tu hermana.
Después
de leer la carta, ella le acogió muy honorablemente en su casa.
-Tened a
bien honrarme con vuestra presencia -le dijo.
Ilyá
Ivánovich la siguió y ella le hizo sentar a la mesa, agasajándole con manjares
y bebidas de toda clase, mientras mandaba a una moza a calentar el baño para
él.
Y en
habiendo comido, Ilyá fue a tomar un baño de vapor. En aquella casa se hospedó
dos días, descansando él y dejando descansar a su buen caballo.
Luego,
cuando se disponía a montar en su buen caballo, ella salió a despedirle
dignamente y le advirtió:
-Ya no
podrás seguir mucho adelante, Ilyá Ivánovich, porque ahora te espera el
Ruiseñor Bandolero, que tiene hecho su nido sobre las copas de siete robles y,
con su silbido, habrá dado contigo en tierra antes de que te acerques a treinta
verstas.
Partió
Ilyá y cabalgó -no sé si poco o mucho- hasta el sitio donde se escuchaba el
silbido del Ruiseñor Bandolero. Había recorrido la mitad del camino que le
separaba de él, cuando su caballo pegó un traspiés.
-No
tropieces, mi buen caballo -le dijo. Aguanta para servirme.
Llegó,
pues, hasta donde estaba el Ruiseñor Bandolero, que seguía silbando. Tomó una
flecha, tensó el arco, disparó, y el Ruiseñor se cayó de su nido. En viéndole
en tierra, Ilyá le descargó un solo golpe, para no matarle del todo, lo cargó
de través en el arzón y se dirigió a palacio. Los que miraban desde allí
dijeron:
-¡Ahí
viene el Ruiseñor Bandolero, y trae a alguien atravesado en su arzón!
Delante
ya del palacio, el bogatir entregó un escrito para el rey, que, después de
leerlo, dio orden de que le franqueasen la entrada al bogatir. Y entonces le
dijo el rey a Ilyá Ivánovich:
-Haz que
silbe el Ruiseñor Bandolero.
Pero el
Ruiseñor Bandolero dijo:
-Bien
haríais dando primero de comer y de beber al Ruiseñor Bandolero: tengo la boca
reseca.
Entonces
le trajeron vino, pero él dijo:
-Para mí
un frasco no es nada. Yo necesito un barril.
Trajeron
un barril de vino, del que escanciaron un cubo[5],
pero él se lo bebió de golpe, diciendo luego:
-El
Ruiseñor Bandolero se bebería dos cubos más.
Pero no
se los dieron.
-Ordénale
que silbe -repitió el rey.
Ilyá
obedeció, no sin antes meter al rey y a toda la familia real debajo de sus
brazos, advirtiéndoles:
-De lo
contrario, os dejaría sordos con su silbido.
Finalmente
se puso a silbar el Ruiseñor Bandolero. A Ilyá Ivánovich le costó gran trabajo
hacerle callar; pero le pegó con su maza, y dejó de silbar cuando todos estaban
ya a punto de desplomarse.
Después
de lo cual le dijo el rey a Ilyá Ivánovich:
-¿Cumplirías
un servicio que yo te encomendase? Se trata de un culebrón de doce cabezas que
viene a atormentar a mi hija. ¿Habría posibilidad de matarle?
-Ordenad,
majestad, y haré cuanto os plazca.
-Está
bien, Ilyá Ivánovich. A tal hora viene el culebrón donde mi hija. Conque a ver
cómo te portas.
-Vuestra
real majestad será servida...
Se
recogió la princesa a sus aposentos y, a las doce de la noche, llegó volando el
culebrón. El bogatir y él se pusieron a luchar. A cada tajo de Ilyá caía una
cabeza del culebrón. iA cada tajo, una cabeza...! Pasado un tiempo -no sé si
poco o mucho, le quedaba al culebrón solamente una cabeza, y también esa
cabeza se la cercenó Ilyá, partiéndola luego con su maza.
La
princesa se levantó, loca de alegría, y corrió a expresarle su gratitud a Ilyá.
Luego hizo saber a su padre y su madre que el culebrón había muerto después de
que Ilyá le cortó las doce cabezas.
Gracias
-dijo el rey. Y ahora te pido que permanezcas algún tiempo a mi servicio.
-No
rehusó Ilyá. Quisiera volver a mi país.
El rey le
dejó marchar con grandes honores. Ilyá emprendió el regreso por el mismo camino
que había venido. Así se presentó a pernoctar en casa de una de las brujas
Yagá, que le recibió con albricias, y luego en casa de la otra, que también le
recibió muy honorablemente.
Al fin
arribó a su país y entregó al soberano un mensaje del otro rey. El soberano le
acogió con honores y no torció la voluntad de su hija, que había estado
esperando ansiosamente el regreso de Ilyá, cuando ésta le pidió:
-Dadme
licencia para casarme con él, padre mío.
-La
tienes, si tal es tu deseo -contestó el soberano.
De manera
que se desposaron, y siguen viviendo felices.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1] Isba: Típica vivienda rusa
hecha de troncos.
[2]Significa
desgajándolos, arrancándolos de raíz. Esto quiere decir que realizó el trabajo
más duro para el campesino ruso: desbrozar el terreno para las faenas
agrícolas. Esta se considera la primera gran proeza de llyá Múromets.
[3]Zar (en ruso se pronuncia tsar): Emperador ruso, aquí en el
sentido de rey.
[4] Baño: El baño ruso es un baño de vapor. Para calentarlo, se hace
fuego debajo de unas grandes piedras que sostienen los calderos del agua. Esas
mismas piedras, muy calientes, producen el vapor cuando les vierten agua
encima.
[5] Cubo: El cubo corriente, de unos 16 litros de capacidad, era
utilizado por la gente del pueblo como medida para líquidos y áridos, así como
para patatas, manzanas, etc.
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