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domingo, 11 de agosto de 2013

Ilya muromets y el culebron

No sé en qué reino ni en qué país vivía un campesino con su mujer. Vivía acomodado en toda clase de bienes y era dueño de un buen capital. Hablando con su mujer le dijo un día:
-Mira, mujer, que de todo tenemos buen acomodo y sólo nos falta algún hijo. Roguemos a Dios y quizá se sirva darnos uno, aunque sea en esta última hora, cuando vamos ya para viejos.
Conque se pusieron a rogarle a Dios, y la mujer quedó preñada y, llegado su tiempo, trajo al mundo a una criatura.
Pasó un año, pasaron dos, pasaron tres... y el hijo no podía andar por su pie, aunque era ya tiempo de que lo hiciera. Transcurrieron dieciocho años y él continuaba sin poder valerse de las piernas.
Un día en que el padre y la madre fueron a recoger la hierba segada, se quedó él solo en la casa. Entonces se presentó un pordiosero y le dijo:
-¡Muchacho! Dale una bendita limosna a este pobre viejo por el amor de Dios.
Y él contestó entonces:
-Bendito anciano: no puedo daros una limosna porque no me sostienen las piernas.
Entró el anciano en la isba[1].
-A ver -dijo: levántate del lecho y dame un cazo.
El muchacho agarró y le dio un cazo.
-Ve y tráeme agua.
El muchacho trajo agua en el cazo y se lo puso en las manos, diciendo:
-Aquí tenéis, bendito anciano.
Pero éste se lo devolvió con las siguientes palabras:
-Bébete tú toda el agua del cazo.
Y de nuevo le mandó traer agua.
-Vuelve y tráeme otro cazo lleno.
Mientras iba por agua, cualquier árbol al que se agarrase lo arrancaba de raíz. El bendito anciano le preguntó:
-¿Notas la fuerza que hay ahora dentro de ti?
-Sí que la noto, bendito anciano. Ahora hay dentro de mi una gran fuerza. Tanta fuerza que, de fijarle una anilla al universo, yo sería capaz de hacer girar al universo entero.
Cuando hubo traído otro cazo de agua, el anciano se bebió la mitad y le dio la otra mitad a él, con lo cual menguaron algo sus fuerzas.
-Así será suficiente -dijo.
El anciano elevó una oración al Señor y abandonó la casa, diciendo:
-¡Quédate con Dios!
Como ahora le fastidiaba ya estar acostado, el muchacho marchó al bosque a probar sus fuerzas excavando árboles[2]. La gente se espantó al ver todos los que había excavado.
En esto volvieron el padre y la madre del campo. ¡Qué prodigio! Todo el bosque estaba excavado. ¿Quién lo habría hecho? Se aproximaron más y dijo la mujer:
-Oye, marido: es nuestro Ilyá quien hace eso.
-¡Estúpida! -contestó él. Nuestro Ilyá no puede hacerlo. Eso de que lo hace Ilyá es una tontería.
Y se acercó al hijo:
-¡Alabado sea Dios! ¿Cómo ha sido este milagro?
Entonces dijo Ilyá:
-Vino a casa un bendito anciano y me pidió limosna. Yo le contesté: «Bendito anciano, no puedo daros una limosna porque no me sostienen las piernas.» Entonces él entró en la isba. «A ver -me dijo-: levántate del lecho y dame un cazo.» Yo me levanté y le di un cazo. «Ve -me dijo- y tráeme agua.» Yo traje agua en el cazo y se lo puse en las manos. El anciano me dijo: «Bébete tú toda el agua del cazo.» Yo me la bebí y noté dentro de mí una fuerza muy grande.
Los campesinos empezaron a salir a la calle diciéndose unos a otros:
-¡Hay que ver! Se ha hecho un recio y forzudo bogatir -porque así llamaban ya los campesinos a Ilyá. ¡Cuántos árboles ha tumbado! Hay que llevar la noticia a la ciudad...
Conque, enterado por la fama de que existía un bogatir tan recio y forzudo, el sobérano le mandó llamar y, al placerle su vista, ordenó que fuera vestido como cuadra. A todos agradó Ilyá, y cumplía su servicio con gran celo. Conque un día dijo el soberano:
-Tú que eres un recio y forzudo bogatir, ¿levantarías mi palacio por una esquina?
-Ordene vuestra majestad, y levantaré el palacio por una esquina o Jo colocaré de costado o de cualquier otro modo que gustéis.
Conque el zar[3] tenía una hija preciosa, tan linda que nadie podría imaginárselo ni describirlo. Y habiéndole placido grandemente a Ilyá, deseó desposarla.
Conque el soberano fue una vez a otro país a visitar a otro rey. Llegó donde el otro rey, y este otro rey tenía también una hija muy bella, pero un culebrón de doce cabezas había tomado la querencia de visitarla y sorberla los jugos hasta dejarla exhausta. Conque el soberano de Ilyá le dijo al otro rey:
-Tengo yo un bogatir recio y forzudo capaz de matar al culebrón de las doce cabezas.
-Por favor tendré que me lo enviéis -rogó el otro rey.
Conque, de vuelta a su país, el soberano habló así a su señora soberana:
-Sabréis, señora, que a la hija de ese rey la tiene medio muerta un culebrón de doce cabezas que ha tomado la querencia de visitarla y sorberle los jugos.
Y luego dijo:
-Ilyá Ivánovich, ¿no podrías tú hacer el favor de matarlo?
-Ordene vuestra majestad, y lo mataré.
Conque dijo el zar:
-Irás en posta, por los caminos, te acompañará tanta y tanta gente y llevarás tales y tales cosas.
-Iré yo solo a caballo, si tenéis a bien darme uno.
-Ve a las caballerizas -dijo el zar- y elige el que quieras.
Pero la hija del zar, llamó a Ilyá aparte, a otro aposento, y allí le pidió:
-No vayáis, Ilyá Ivánovich. El culebrón de las doce cabezas os matará. No podréis vencerlo.
-Quedad sin cuidado, señora, y no temáis, pues volveré sano y salvo.
Se encaminó Ilyá a las caballerizas para elegir un corcel. Se acercó al primero, le puso una mano encima, y el corcel dobló las patas. Probó todos los corceles que había en las caballerizas; pero, en cuanto les ponía una mano encima, todos doblaban las patas. Ninguno pudo mantenerse en pie. Llegó al último, que estaba así como un poco aparte y le pegó una palmada en el lomo. El corcel no hizo más que relinchar.
-Este será mi fiel servidor -dijo entonces Ilyá. No se le han doblado las patas.
Y se presentó ante el soberano:
-Majestad: he elegido un corcel que será mi fiel servidor.
Así fue despedido Ilyá con preces y según todas las buenas usanzas.
Montó llyá en su recio caballo y, habiendo cabalgado no sé si poco o mucho, llegó al pie de una montaña muy alta y empinada, toda de arena, y trepó a ella con gran esfuerzo. En lo alto de la montaña había un poste, y en el poste estaba grabada la indicación de tres caminos. Y rezaba que quien fuera por uno de los caminos encontraría alimento, pero su caballo no; por el otro encontraría alimento el caballo, pero no el jinete, y quien fuera por el tercer camino sería muerto. Ilyá marchó por el camino que presagiaba la muerte, porque confiaba en sí mismo.
Anduvo cabalgando -no sé si poco o mucho- por bosques tan tenebrosos, que no se distinguía nada en torno, cuando de pronto apareció un calvero muy amplio donde se alzaba una casita, Llegó Ilyá hasta la casita y dijo:
-Casita, casita, vuélvete de espaldas al bosque y de frente hacia mí.
La casita giró, colocándose de espaldas al bosque y de frente hacia él. Ilyá se apeó de su buen caballo y lo ató a un poste.
Al oírle, la bruja Yagá, que allí vivía, dijo:
-¿Qué patán será el que ha llegado? Ni mi abuelo ni mi bisabuelo olieron nunca a ningún ruso, pero ahora quiero ver yo a éste por mis propios ojos.
Conque agarró, pegó con su báculo en la puerta, y la puerta se abrió. Luego empuñó una guadaña y quiso rebañarle el gañote con ella al bogatir.
-¡Aguarda, bruja Yagá! -dijo él. Ahora verás quién soy yo.
Le arrebató la guadaña de las manos, la agarró por los pelos y la golpeó diciendo:
-Debías empezar por preguntarme mi nombre y mi linaje, y también cuál es mi proceder y adónde me dirijo.
Entonces ella preguntó:
-¿Cuáles son vuestro nombre y vuestro linaje y adónde os dirigís?
-De nombre me llamó Ilyá, Ivánovich por mi padre, y voy a tal sitio.
-Tened a bien pasar a la sala, Ilyá Ivánovich -dijo ella.
Ilyá entró en la sala y ella le hizo sentar a la mesa y le agasajó con manjares y bebidas de toda clase, mientras mandaba a una moza a calentar el baño[4] para él.
Así que comió y tomó un baño de vapor, Ilyá pasó allí un día y una noche, disponiéndose luego a reanudar el camino hacia donde debía.
-Permitid que escriba una carta a mi hermana -dijo la bruja Yagá- para que no os cause quebranto y os reciba muy honorablemente... De lo contrario, os matará nada más veros.
Y le entregó la carta, y salió a despedirle con grande y buena cortesía.
Entonces montó el bogatir en su buen caballo y partió a través de los bosques tenebrosos. Anduvo cabalgando -no sé si poco o mucho, y tal era el bosque, que no podía distinguir nada en torno. Al cabo se encontró en un calvero muy amplio donde se alzaba una casita surgida allí por arte de magia.
Llegó Ilyá hasta la casita, se apeó de su buen caballo y lo ató a un poste.
Al oírle atar el caballo al poste, la bruja Yagá que allí vivía gritó:
-¿Qué es esto? Ni mi abuelo ni mi bisabuelo olieron nunca a ningún ruso, pero ahora quiero yo ver a éste por mis propios ojos.
Entonces pegó con su báculo en la puerta, y la puerta se abrió. Y quiso descargar su sable contra el cuello de Ilyá, pero éste le dijo:
-No has de pelear conmigo. Toma esta carta que te envía tu hermana.
Después de leer la carta, ella le acogió muy honorablemente en su casa.
-Tened a bien honrarme con vuestra presencia -le dijo.
Ilyá Ivánovich la siguió y ella le hizo sentar a la mesa, agasajándole con manjares y bebidas de toda clase, mientras mandaba a una moza a calentar el baño para él.
Y en habiendo comido, Ilyá fue a tomar un baño de vapor. En aquella casa se hospedó dos días, descansando él y dejando descansar a su buen caballo.
Luego, cuando se disponía a montar en su buen caballo, ella salió a despedirle dignamente y le advirtió:
-Ya no podrás seguir mucho adelante, Ilyá Ivánovich, porque ahora te espera el Ruiseñor Bandolero, que tiene hecho su nido sobre las copas de siete robles y, con su silbido, habrá dado contigo en tierra antes de que te acerques a treinta verstas.
Partió Ilyá y cabalgó -no sé si poco o mucho- hasta el sitio donde se escuchaba el silbido del Ruiseñor Bandolero. Había recorrido la mitad del camino que le separaba de él, cuando su caballo pegó un traspiés.
-No tropieces, mi buen caballo -le dijo. Aguanta para servirme.
Llegó, pues, hasta donde estaba el Ruiseñor Bandolero, que seguía silbando. Tomó una flecha, tensó el arco, disparó, y el Ruiseñor se cayó de su nido. En viéndole en tierra, Ilyá le descargó un solo golpe, para no matarle del todo, lo cargó de través en el arzón y se dirigió a palacio. Los que miraban desde allí dijeron:
-¡Ahí viene el Ruiseñor Bandolero, y trae a alguien atravesado en su arzón!
Delante ya del palacio, el bogatir entregó un escrito para el rey, que, después de leerlo, dio orden de que le franqueasen la entrada al bogatir. Y entonces le dijo el rey a Ilyá Ivánovich:
-Haz que silbe el Ruiseñor Bandolero.
Pero el Ruiseñor Bandolero dijo:
-Bien haríais dando primero de comer y de beber al Ruiseñor Bandolero: tengo la boca reseca.
Entonces le trajeron vino, pero él dijo:
-Para mí un frasco no es nada. Yo necesito un barril.
Trajeron un barril de vino, del que escanciaron un cubo[5], pero él se lo bebió de golpe, diciendo luego:
-El Ruiseñor Bandolero se bebería dos cubos más.
Pero no se los dieron.
-Ordénale que silbe -repitió el rey.
Ilyá obedeció, no sin antes meter al rey y a toda la familia real debajo de sus brazos, advirtiéndoles:
-De lo contrario, os dejaría sordos con su silbido.
Finalmente se puso a silbar el Ruiseñor Bandolero. A Ilyá Ivánovich le costó gran trabajo hacerle callar; pero le pegó con su maza, y dejó de silbar cuando todos estaban ya a punto de desplomarse.
Después de lo cual le dijo el rey a Ilyá Ivánovich:
-¿Cumplirías un servicio que yo te encomendase? Se trata de un culebrón de doce cabezas que viene a atormentar a mi hija. ¿Habría posibilidad de matarle?
-Ordenad, majestad, y haré cuanto os plazca.
-Está bien, Ilyá Ivánovich. A tal hora viene el culebrón donde mi hija. Conque a ver cómo te portas.
-Vuestra real majestad será servida...
Se recogió la princesa a sus aposentos y, a las doce de la noche, llegó volando el culebrón. El bogatir y él se pusieron a luchar. A cada tajo de Ilyá caía una cabeza del culebrón. iA cada tajo, una cabeza...! Pasado un tiempo -no sé si poco o mucho, le quedaba al culebrón solamente una cabeza, y también esa cabeza se la cercenó Ilyá, partiéndola luego con su maza.
La princesa se levantó, loca de alegría, y corrió a expresarle su gratitud a Ilyá. Luego hizo saber a su padre y su madre que el culebrón había muerto después de que Ilyá le cortó las doce cabezas.
Gracias -dijo el rey. Y ahora te pido que permanezcas algún tiempo a mi servicio.
-No rehusó Ilyá. Quisiera volver a mi país.
El rey le dejó marchar con grandes honores. Ilyá emprendió el regreso por el mismo camino que había venido. Así se presentó a pernoctar en casa de una de las brujas Yagá, que le recibió con albricias, y luego en casa de la otra, que también le recibió muy honorablemente.
Al fin arribó a su país y entregó al soberano un mensaje del otro rey. El soberano le acogió con honores y no torció la voluntad de su hija, que había estado esperando ansiosamente el regreso de Ilyá, cuando ésta le pidió:
-Dadme licencia para casarme con él, padre mío.
-La tienes, si tal es tu deseo -contestó el soberano.
De manera que se desposaron, y siguen viviendo felices.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)





[1] Isba: Típica vivienda rusa hecha de troncos.
[2]Significa desgajándolos, arrancándolos de raíz. Esto quiere decir que realizó el trabajo más duro para el campesino ruso: desbrozar el terreno para las faenas agrícolas. Esta se considera la primera gran proeza de llyá Múromets.
[3]Zar (en ruso se pronuncia tsar): Emperador ruso, aquí en el sentido de rey.
[4] Baño: El baño ruso es un baño de vapor. Para calentarlo, se hace fuego debajo de unas grandes piedras que sostienen los calderos del agua. Esas mismas piedras, muy calientes, producen el vapor cuando les vierten agua encima.
[5] Cubo: El cubo corriente, de unos 16 litros de capacidad, era utilizado por la gente del pueblo como medida para líquidos y áridos, así como para patatas, manzanas, etc.

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