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domingo, 11 de agosto de 2013

Frolka-sentado

Erase un zar que tenía tres hijas, tan bellas que no es posible contar ni describir su belleza. Solían pasear por las tardes en su es­pléndido y gran jardín. Pero una serpiente del Mar Negro había tomado la costumbre de ir también por allí. Una vez que las hijas del zar se habían quedado en el jardín más tarde que de costumbre contemplando las flores, apareció de pronto la serpiente y se las llevó sobre sus alas de fuego. El zar esperó a sus hijas mucho rato. Viendo que no regresaban, envió a unas criadas a buscarlas por el jardín; pero fue inútil, porque las criadas no las encontraron. A la mañana siguiente, el zar hizo tocar a rebato. Cuando se juntó una gran multitud, habló así:
-A quien encuentre a mis hijas, le dare todo el dinero que quiera.
Tres se ofrecieron a buscarlas: un soldado-borrachín, Frolka­sentado y Erema.
Después de convenir todos los detalles con el zar, se pusieron en camino. Anduvieron mucho, y por fin llegaron a un bosque vir­gen muy espeso. Pero, nada más entrar en el bosque, les acome­tió un sueño terrible. Frolka-sentado sacó una tabaquera del bolsi­llo, pegó unos golpecitos sobre la tapa, tomó un poco de rapé y exclamó:
-¡Eh, muchachos! No podemos dormir, ni siquiera dar una ca­bezada. ¡En marcha!
Volvieron a caminar, venga a caminar, hasta que por fin llega­ron delante de una casa inmensa. En esa casa vivía una serpiente de siete cabezas. Estuvieron llamando mucho rato al portón sin que nadie les abriera. Frolka-sentado apartó entonces al soldado y a Erema, tomó un poco de rapé y pegó tal empujón a la puerta, que la echó abajo. Entraron en el patio, se sentaron en círculo y se dis­pusieron a comer cada cual lo que traía. En esto salió de la casa una hermosa doncella que les preguntó:
-¿Por qué habéis entrado aquí, muchachos? En esta casa vi­ve una serpiente muy malvada que os devorará.
-Quizá nos la comamos nosotros a ella -replicó Frolka.
Apenas pronunció estas palabras, llegó la serpiente volando.
-¿Quién ha violado mi reino? -rugió. ¿Hay alguien en el mundo capaz de enfrentarse conmigo? Yo sólo tengo un enemi­go, pero ni siquiera un cuervo traería aquí sus huesos.
-A mí no me ha traído un cuervo, pero sí un buen caballo -dijo Frolka.
-¿Hacemos las paces o nos peleamos? -preguntó la serpien­te al escuchar aquellas palabras.
-Yo no he venido a hacer las paces, sino a luchar contigo -contestó Frolka.
Se separaron el uno del otro, luego se acometieron y Frolka le cortó de un golpe las cinco cabezas a la serpiente. Metió las ca­bezas debajo de una piedra, y el cuerpo lo enterró.
La doncella, muy contenta, les pidió:
-Llevadme con vosotros, no me dejéis aquí.
-¿Y quién eres tú? -le preguntaron.
Ella explicó que era la hija del zar y Frolka le contó por qué estaban allí. Cuando todo estuvo claro, la zarevna los invitó a en­trar en la casa, les ofreció comida y bebida y luego les rogó que rescataran a sus dos hermanas. Frolka contestó:
-A eso hemos venido.
La zarevna les explicó dónde vivían sus hermanas. La que guar­daba a la segunda era más terrible aún porque tenía siete cabezas.
-No importa -dijo Frolka. También podremos con ella. Qui­zá tarde un poco más en vencer a la de doce cabezas.
Se despidieron y continuaron su camino.
Llegaron donde se encontraba la zarevna mediana. Eran unos aposentos inmensos, rodeados de una verja de hierro muy alta. Se acercaron más, buscando el portón. Cuando lo encontraron, Frolka le empujó con todas sus fuerzas, y el portón se abrió. Entra­ron en el patio y, como la otra vez, se sentaron a comer. De pron­to llegó volando una serpiente de siete cabezas.
-¡Aquí huele a carne rusa! -rugió. ¡Ah! ¿Eres tú, Frólka? ¿A qué has venido?
-Eso es cuenta mía -contestó Frolka.
En seguida acometió a la serpiente, y de un tajo le cortó las siete cabezas, que metió debajo de una piedra, y el cuerpo lo echó al mar.
Luego entraron en la casa. Cruzaron un aposento, luego otro y un tercero hasta que, en el cuarto aposento, encontraron a la hija mediana del zar recostada sobre un diván. Se llevó una gran alegría cuando le contaron cómo y para qué habían llegado hasta allí y, después de agasajarlos cumplida-mente, les rogó que libera­ran de la serpiente de doce cabezas a su hermana menor.
-¡Claro que sí! -contestó Frolka. A eso hemos venido. Aun­que parece que el corazón se encoge un poco. Pero Dios nos ayu­dará. Sírvenos otra copa.
Se tomaron la copa y partieron. Anda que te anda, llegaron al borde de un barranco muy abrupto, muy abrupto. Al otro lado del barranco había, en lugar de portón, dos enormes pilares. A los pilares estaban encadenados dos terribles leones, cuyos rugidos eran tan espantosos que solamente Frolka permaneció en pie al oírlos. Sus compañeros se desplomaron en el suelo de miedo.
-Cosas más tremendas he visto yo sin asustarme -dijo Frolka. Seguidme.
En esto salió de los aposentos un viejecillo de unos setenta años que, al verlos, fue hacia ellos y les preguntó:
-¿A dónde vais, hijos míos?
-A esos aposentos -contestó Frolka.
-¡Ay, hijos míos! Hacéis mal: en esos aposentos vive la ser­piente de las doce cabezas. Ahora no está aquí. Si no, os habría devorado ya.
-Precisamente venimos en su busca.
-Entonces -dijo el anciano, entrad y os guiaré.
El anciano se aproximó a los leones y estuvo acariciándolos mientras Frolka y sus compañeros entraban en el patio.
Penetraron en los aposentos y el anciano los condujo al que ocupaba la zarevna. Al verlos se levantó en seguida y fue hacia ellos, preguntándoles quiénes eran y qué asunto los traía. Ellos se lo con­taron, la zarevna los agasajó y comenzó a prepararse para la mar­cha. Iban a salir ya de los aposentos, cuando vieron que, a una versta de allí, llegaba la serpiente volando.
La hija del zar volvió presurosa a los aposentos mientras Frolka y sus compañeros marcharon al encuentro de la serpiente y lucha­ron con ella. La serpiente los atacó primero con mucha furia; pero Frolka, que era muy ágil, la venció y le cortó las doce cabezas, que arrojó al barranco. Luego volvieron a los aposentos y festejaron la victoria con gran alegría. Finalmente fueron a recoger a las otras zarevnas y regresaron todos juntos a su patria.
El zar se alegró muchísimo, abrió las arcas del tesoro y dijo:
-Fieles servidores: coged todo el dinero que queráis en pago de lo que habéis hecho.
Frolka, que era bastante pillo, se trajo su tricornio más grande; el soldado trajo su mochila y Erema una cestita. Frolka fue el pri­mero que empezó a echar monedas en su tricornio; tantas echó, que reventó el tricornio y las monedas cayeron al fango. Volvió a lo mismo, pero conforme echaba las monedas, las.monedas se caían del tricornio.
-Pues, señor, parece que todo el tesoro del zar vendrá a mis manos -dijo.
-¿Y qué nos quedará a nosotros? -preguntaron sus compa­ñeros.
-¡Bah! El zar tiene bastante dinero para vosotros también.
Pero, mientras no se había terminado aquel dinero, Erema lle­nó su cestita, el soldado llenó su mochila y cada cual se marchó a su casa.
En cuanto a Frolka, se quedó junto a las arcas del zar, y allí sigue sentado, echando monedas en su tricornio.
Cuando lo haya llenado, seguiré con mi cuento. Ahora, no ten­go fuerzas para más.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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